Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola

Cuando uno pasea por cualquier ciudad es muy normal que se encuentre en las fachadas de los edificios placas que suelen recordar que en dicho lugar nació o vivió algún personaje relevante, o bien, que en ese lugar ocurrió algún hecho destacable, y Madrid que no es una excepción, es muy frecuente que uno se tope con alguna reseña de este tipo, sobre todo en barrios con cierta historia.

Pues bien, en pleno centro de Madrid, a pocos metros de la Puerta del Sol, se encuentra lo que se conoce como la red de San Luis, lugar donde confluyen la calle Montera con la Gran Vía. En uno de los edificios, el número 44 de la calle Montera, hay una placa de mármol y no pequeña precisamente, que recuerda un hecho que sucedió en dicho lugar a mediados del siglo XIX y que puede parecer un tanto curioso.

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola
Placa conmemorativa del lugar donde Iparraguirre interpretó en Madrid el Gernikako Arbola

El acontecimiento que reseña la placa es muy escueto: “En este lugar estuvo el café de San Luis donde el año 1853 Jose María Iparraguirre interpretó por primera vez en España el zortziko Guernikako Arbola. En el primer centenario de su muerte el Ayuntamiento de Madrid le dedica este recuerdo. 7 de noviembre de 1981”.

Para ponerse en situación, lo primero que habría que decir es que en aquella época en Madrid había una proliferación de cafés, donde se reunía lo más variopinto de la sociedad madrileña.  Uno de ellos era el café de San Luis, que estaba ubicado en lo más céntrico de la capital, en lo que hoy se conoce como calle Montera, junto a la Gran Vía. Según las crónicas de la época, en dicho local se solían reunir los vascos que residían en la Villa y Corte.

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola
Edificio donde se encontraba situado el Café de San Luís

Lo primero que habría que destacar es que no se puede considerar algo casual que Iparraguirre estuviera en Madrid y frecuentara dicho lugar, pues la vida del bardo de Urretxu fue de todo menos sosegada. Su primer contacto con la ciudad se produjo siendo un crio que no contaba más de doce años; su familia se trasladó a Madrid, y a su llegada ingresó al muchacho en el colegio de San Isidro el Real, regentado por los jesuitas. Pero no duró mucho su estancia pues a la edad de trece años, se escapó de casa para alistarse como voluntario en la Primera Guerra Carlista. A partir de ahí su vida fue un continuo ir y venir, teniendo una participación activa en infinidad de momentos históricos. Sin ir más lejos, participó en la revolución de 1848 en Francia.

Tardó 19 años en volver a residir en Madrid, 13 de ellos los pasó en el exilio después de la primera contienda carlista, que le llevaron a recalar en Francia, Suiza, Alemania, Italia e Inglaterra, desde donde pudo regresar a Bilbao, para posteriormente volver a instalarse durante un breve espacio de tiempo en Madrid, época en la que al parecer Iparraguirre solía frecuentar el café de San Luís, donde se reunía con otros vascos que residían en el Foro cuando en 1853 interpretó el Gernikako Arbola.

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola
Monumento a Iparraguirre en la localidad de Gernika (Wikimedia Commos)

Se ha escrito mucho sobre Iparraguirre y su himno. Si bien en infinidad de libros y artículos se recoge que fue interpretado por primera vez en Madrid en 1853, Jose Mari Esparza Zabalegi, en su libro Biografía del Gernikako Arbola, deja este extremo un tanto en el aire, al  hacerse eco de lo escrito por el político e historiador guipuzcoano Fermín Lasala, que sitúa la primera interpretación del himno en julio de 1852, con motivo de una reunión de las juntas generales de Gipuzkoa. Lo que nadie pone en duda es que la interpretación que se realizó en Madrid fue, sin duda alguna, tan exitosa que a partir de ese momento se convirtió en algo más que una simple canción.

Volviendo al momento en el que fue cantado en Madrid, las crónicas se hicieron eco de ello, relatando que tuvo mucho éxito y la canción corrió como la pólvora entre la comunidad vasca en Madrid para expandirse por toda Euskal Herria para seguidamente pasar el océano y llegar a América.

Fue un himno que pasó de estar prohibido y/o reprimido durante la Restauración española, a interpretarse en Madrid en muchas ocasiones con motivo de diferentes manifestaciones culturales y artísticas.

A día de hoy, quizá la mejor definición que se puede hacer de la composición musical que realizó el urretxuarra la hace Jose Mari Esparza Zabalegi, cuando en el libro anteriormente reseñado, se expresa de la siguiente forma: “Nacido como himno carlista y foralista, fue inmediatamente asumido por liberales, conservadores, federales o republicanos; luego pasó a las nuevas expresiones políticas, como socialistas, comunistas y nacionalistas […] Y donde unos venían un poso religioso, otros interpretaban lo contrario: un himno liberal y laico, como los árboles de la Libertad que expandió por el mundo la Revolución francesa. Para unos representaba las libertades forales dentro de la España monárquica o republicana; para otros, un canto a la independencia o al internacionalismo. Como el mapa del territorio, un himno nacional identifica a toda la ciudadanía; luego, cada cual sueña la patria pintada con sus propios colores”.

El 7 de noviembre de 1981 en el lugar donde estaba ubicado el Café de San Luis, fue inaugurada por parte del que fuera alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, una placa recordando el lugar donde Iparraguirre interpretó el Gernikako Arbola. En el acto participó el Orfeón de Euskal-Etxea de Madrid que interpretó el zortziko.

Para finalizar, tampoco quiero dejar pasar que siempre que el recorrido de la Korrika transcurre por ese lugar, se suele hacer una parada para cantar el Gernikako Arbola.

 

El llanto de las amapolas

El llanto de las amapolas

Hay lecturas que te reconfortan y ayudan a afrontar situaciones como las que estamos viviendo en la actualidad cuando uno observa con gran estupor ese interés por blanquear los acontecimientos más ignominiosos de nuestra historia reciente. Y dicho esto, dentro del género de la narrativa, hay libros que son herramientas fundamentales para que las actuales generaciones entiendan mejor lo que fue esa época de la historia, que en un abrir y cerrar de ojos pasó de la esperanza al miedo y al terror.

El llanto de las amapolas
Amaia Oloriz Rivas

Por ello, hoy dedico estas líneas a una novela de la escritora Amaia Oloriz Rivas, El llanto de las amapolas, editada por la Editorial Txalaparta (diciembre de 2022), que nos transportará al verano de 1936 y lo que supuso para un niño de diez años, que de la noche a la mañana sufrió en sus carnes el horror de la represión. No es la primera vez que la autora utiliza la memoria histórica para ambientar alguna de sus novelas; con anterioridad publicó El largo sueño de tu nombreEl largo sueño de tu nombre y en fechas recientes ha publicado El eco de la huida.

La novela está ambienta en una localidad imaginaria de la Ribera de Navarra. Si bien la autora ha utilizado alguna población concreta para recrear algunas de las descripciones y pasajes que encontramos en sus páginas, si uno cierra los ojos, la mente le puede llevar a un sinfín de pueblos donde encajaría a la perfección el relato que encontramos este libro. El lector perfectamente puede pensar que la narración transcurre, entre otros lugares, en Sartaguda, Larraga, Olite, Lizarra o Tafalla en ese funesto verano de 1936, donde la crueldad se instaló y se hizo un hueco entre sus moradores.

El llanto de las amapolas acerca al lector a lo que supuso la represión franquista. Es un libro duro, debido a las atrocidades que se describen a lo largo del relato, pero no deja de ser el reflejo de lo que sucedió en aquellos momentos. Pero a su vez, es un libro con grandes dosis de ternura, que consigue emocionar al lector.

La lectura del libro es ágil y la narración me ha ido llevando de tal forma, que me atrevería a decir que se hacen cortas sus 253 páginas. Una de las características que destacaría de Amaia Oloriz Rivas es su estilo narrativo.

El libro lo dividiría en dos partes: en la primera nos muestra la vida de Satur, el protagonista de esta novela, un chaval alegre de diez años, que vivía con la felicidad que le aportaba su entorno, que no era otro que su familia de condición muy humilde, la cual le llenaba de todo el cariño necesario, de la que recibía las enseñanzas y consejos para que se fuera formando como una persona con valores, aunque en muchas ocasiones, él no entendía muchas de las cosas que escuchaba a sus mayores; su pueblo era la otra pata donde se asentaba su felicidad, pues no necesitaba nada de lo que hubiese más más allá de su entorno para ver colmada su fortuna.

En esa segunda parte, todo ese equilibrio que tenía su vida, se vio truncado bruscamente con motivo del intento de golpe de Estado de julio de 1936. La represión desatada por los golpistas en Navarra azotó de forma terrible a su familia y a las personas de su entorno. Todo se volvió negro y Satur se vio sumergido en esa noche oscura en la que las fantasías y los buenos recuerdos se esfumaron de golpe.

La narración va intercalando los hechos que pasaron en ese verano de 1936 y el homenaje que ochenta años después realiza el Instituto Navarro de la Memoria, en recuerdo de todas aquellas victimas que sufrieron la represión.

En la novela, a través de los personajes que le dan vida, aparecerán términos como libertad, solidaridad, conciencia de clase, que la autora los va sabiendo ubicar en las diferentes situaciones que se van dando a lo largo del relato, y todo ello, de la mano de esa sabiduría popular que tienen los personajes principales del libro.

El miedo es una sombra que está presente en la novela, algo inevitable en un relato de este tipo, pero hay que destacar como Amaia Oloriz Rivas le va dando forma a lo largo del relato.

El llanto de las amapolas no deja de ser un homenaje a todas esas personas que vieron truncadas sus vidas, sus proyectos personales, por el hecho de defender valores como la libertad, la igualdad, la justicia social y la solidaridad. El miedo de las clases dominantes a  perder sus privilegios era algo que estas no estaban (ni hoy tampoco lo están) dispuestas a consentir, y todo se transformó en destrucción. Y en especial, es un homenaje a todas aquellas mujeres y niños, que sufrieron la represión, por ser más vulnerables en los conflictos.

En mi caso, este libro me ha retrotraído a historias que había escuchado en mi entorno más cercano, escenas que se vivieron y que el hecho que queden plasmadas en una novela, no deja de ser una forma de recordarlas, de que no caigan en el olvido, pues nos tienen que ayudar a ser como las amapolas, cabezonas y resistentes que siempre sobreviven.

El llanto de las amapolas
El llanto de las amapolas (Editorial Txalaparte)