Duodécimo día de confinamiento domiciliario, excepto para los que tenemos que salir a trabajar. En algunos momentos uno puede pensar que salir a la calle para ir al trabajo es bueno desde un punto de vista psicológico, sólo hay que ver las excusas que buscan algunos para salir a la calle. Estos días cuando voy a mi trabajo lo estoy comprobando de primera mano. He visto algunas estampas surrealistas, como el que sale a tirar la basura y en vez de ir al contenedor que tiene a cien metros de su portal decide coger la dirección contraria para ir a unos contenedores que están mucho más lejos o la señora que saca a pasear al perro y un día la veo en una zona y al día siguiente me la encuentro en otro lugar muy distante de donde la vi el día anterior. El pobre perro va a acabar con agujetas.
He cambiado mi forma de desplazarme. Evito coger el transporte público y voy andando. Así hago algo de ejercicio. Tres cuartos de hora de ida y algo menos de vuelta, que es cuesta abajo. Durante el recorrido me da tiempo para observar la poca gente que transita por las calles y el aspecto casi desolado de la ciudad.
Todo esto me lleva a pensar que uno de los problemas que va a dejar esta crisis sanitaria es como quedará psicológicamente la población. En mi entorno laboral empiezo a ver a algunas personas tocadas. No tanto por el hecho de no salir a la calle, sino por lo aprensivas que se están volviendo. Están proliferando el grado de manías y obsesiones con todo lo relacionado con la limpieza para evitar el contagio. Por ello, he llegado a la conclusión de que las noticias hay que escucharlas lo justo y necesario e intentar desconectar del monotema. No nos podemos dejar llevar por las noticias que nos ofrecen los medios de comunicación, es una cuestión de salud mental.
Al desconocer el tiempo que va a durar nuestro confinamiento domiciliario, poco a poco va a ir generando una mayor angustia y una mayor desesperación. A eso hay que añadirle la incertidumbre económica de las personas con menos recursos. Los de siempre son los que tienen más probabilidades de volver a caer en el pozo de la miseria.
Las personas vamos a necesitar una gran dosis de fortaleza, pero también de cariño. El día después ya no va a ser como antes. Los ciudadanos de los países ricos hemos vivido como si fuéramos intocables y esa idea se ha derrumbado como un castillo de naipes. Pero tengo que decir que también me acontece una sensación un tanto diferente. Cuando me paro a pensar unos minutos sobre todo lo que está pasando y miro por la ventana de mi casa me digo a mí mismo:
-Pero si las casas las tenemos en pie, tenemos todos los suministros necesarios, como agua, electricidad, gas, teléfono, Internet. Las infraestructuras están en perfecto estado de funcionamiento. En los supermercados tenemos todos los productos de primera necesidad y otro muchos más. Si necesitas otro tipo de productos los puedes comprar por Internet y hasta hay multitud de personas que pueden trabajar desde casa. Entonces ¿Qué sucede? ¿Qué nos pasa? ¿Quizás sea que las personas del Primer mundo no estábamos mentalizadas para una situación de emergencia sanitaria? Pues no quiero ni pensar lo que sería de nosotros si estuviéramos involucrados en un conflicto bélico. La conclusión es sencilla: somos más vulnerables de lo que nos imaginábamos.
Espero que todo esto sirva para que haya un cambio de ciento ochenta grados en todos los estamentos de los países ricos y en la sociedad. Quiero creer que una vez que pase todo esto la sociedad será más solidaria con los países pobres, con las personas que vienen huyendo de la miseria, de la guerra. Es necesario que las políticas que se apliquen en los países ricos dejen de regirse bajo el esquema de la frialdad de los números y pongan por delante a las personas y sus derechos fundamentales y sociales. Tiene que haber un antes y un después. Ya no valen disculpas ni paños calientes. El Estado tiene la obligación de cuidar de la sociedad en general y de las personas en particular, de lo contrario, no nos queda más remedio que tirar todo el edificio que representa al Estado y sus diferentes aparatos para crear otra cosa que esté al servicio de las personas. Lo que hoy se denomina desbordar al Estado. Necesitamos tejer una comunidad en la que uno de sus pilares sea humanizar la vida de las personas.
Hablo de persona y no de individuo, porque no me muevo dentro del marco conceptual del liberalismo político y económico en el que el individuo está en el centro de todo, pero en el que se olvida a la sociedad y a la persona. Esta crisis sanitaria está enseñando muchas cosas. Una de ellas es que las políticas liberales son las máximas responsables de la situación en la que se encuentra los servicios públicos (sanidad, enseñanza, pensiones, etc…), pero nos está diciendo también que vivimos bajo el dominio de un concepto de vida en el que cada persona nos erigimos en el centro del mundo. Aparece ese egocentrismo que nos hace ignorar lo que acontece a nuestro alrededor. Desconocemos si el vecino tiene un problema y uno le puede echar una mano o simplemente escucharle. Si la señora que vive debajo nuestro necesita que le realicemos un recado porque ella no puede salir a la calle. Esto sucede, sobre todo, en las zonas urbanas y en barrios que se han construido bajo la nueva visión urbanística que va enfocada a utilizar el transporte privado para entrar y salir del domicilio y en eliminar las relaciones comunitarias. Cada vecino es como una burbuja, pues se ignora la existencia de los vecinos del entorno. Es frecuente que te cruces con un vecino que no le conoces o que no le has visto hasta ese momento. Todo ello porque no vive en nuestro mismo portal, aunque compartamos comunidad.
Esta situación que estamos viviendo en principio nos debería de hacer más fuertes como comunidad, pero, sobre todo, nos debería de hacernos replantear nuestras relaciones y nuestros vínculos con las personas de nuestro alrededor. Si no somos capaces de entablar lazos con las personas que tenemos más a nuestro alcance no habremos aprendido ninguna lección de todo lo que está pasando en este momento. Así que tomemos nota y empecemos un nuevo camino basado en la solidaridad y la fraternidad.
Muy bien. Muy optimista me parece, pero bueno, ya sabes q yo…..creo q esto no tiene arreglo. Gracias.
Veo un post muy optimista pero difícil de integrar. Por seguir el mismo orden que el tuyo, en primer lugar te preguntas cómo quedaremos psicológicamente. En mi opinión quedaremos un poco tocados porque la sociedad en la que vivimos, me refiero a Occidente, no entiende podamos estar siendo “atacados” por algo tan virulento a lo que no podemos hacer frente ni con armas ni con dinero, no le podemos disparar un cañonazo ni comprarlo para que deje de actuar o, lo haga en otra parte del mundo donde si están acostumbrados a grandes catástrofes y pandemias. Yo me cuestiono también cómo quedará la sanidad, se reforzará la pública o se engrandecerá la privada (respuesta fácil), dónde está todo el material sanitario que reclaman las Comunidad Autónomas al Estado y que deberían tener ellas por estar esa competencia transferida. Socialmente tampoco quedaremos en muy buen lugar, el distanciamiento social se agrandará aun más, no me refiero ya al distanciamiento entre clases sociales, por otra parte relegado a ricos y pobres, sin una clase media potente y bien definida, sino al distanciamiento físico entre las personas, ya no vamos a tener confianza con el que nos crucemos por la calle porque puede ser un foco de contagio. Si el analfabetismo relacional al que se refiere Peláez (2012) lo venía observando entre individuos de nuestro propio vecindario, ahora va a ser de obligado cumplimiento (puede que exagere, pero…), el individualismo por encima de todo. La economía va a salir malparada, habrá sectores de rápida vuelta a la normalidad y otros que tardarán mucho tiempo en recuperarse (restauración, turismo y transporte son ejemplos evidentes). ¡Cómo vamos a permitir tener a un desconocido a menos de un metro y medio de distancia!
Olvídate de que los países ricos den un giro de 180º grados, aunque haya espejismos de unidad, en estos momentos no son capaces de poner la vista en una acción común para luchar contra la pandemia, imagínate cuando se salga de esta, el giro será de 360º para volver al punto de partida. A modo de ejemplo, en Europa los países del norte están dando la espalda a los del sur para conseguir una deuda mutualizada (coronabonos) que no señale a ningún país, en nuestra propia casa cada comunidad autónoma hace la guerra por su cuenta y así lo puedes llevar hasta la escala más pequeña, colaboración CERO.
Lo que me resulta más curioso en estos momentos es que hasta los más ultraliberales se convierten en socialistas, todos quieren estar bajo el paraguas del Estado, todos quieren ayudas, todo les parece poco a lo que se suma que no quieren pagar impuestos, cuanto menos curiosa la postura. Ahhh!!! y no solo me refiero a empresarios autónomos o no, sino a empleados y trabajadores que operan en la economía sumergida.
Mikel, el individualismo ante todo, yo el primero, yo acaparo aunque no quede para los demás y a mi no me haga falta, la solidaridad de la que se habla estos días en pocos meses será una quimera. El otro día vi la película “El Hoyo” que aunque visualmente me parece terrible e incluso en algún momento aburrida, el mensaje es similar al que escribo tres líneas más arriba.
En este sentido, lo siento, soy pesimista!
Yo también soy pesimista como Victor, no creo que el Sistema cambie nada y por tanto pobrecitos los grandes damnificados de esta crisis. Puede que en un ámbito social algo mejore pero para tapar las lagunas que el Sistema no tiene intención de resolver. La solidaridad no está instaurada pero, gracias a Dios, surge de forma espontánea y seguramente haya aún más iniciativas solidarias pero a título muy personal.
Y, por cierto, creo que esta crisis se va a llevar por delante a esta Izquierda acomplejada (según tu otro post) y todo va ser aún peor si cabe.
Espero que, esta vez, nos movilicemos más que en la anterior crisis porque si no nos van a comer la tostada.
La cosa está muy, muy fea.
Gracias por despertar la reflexión.
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