Cuando uno pasea por cualquier ciudad es muy normal que se encuentre en las fachadas de los edificios placas que suelen recordar que en dicho lugar nació o vivió algún personaje relevante, o bien, que en ese lugar ocurrió algún hecho destacable, y Madrid que no es una excepción, es muy frecuente que uno se tope con alguna reseña de este tipo, sobre todo en barrios con cierta historia.
Pues bien, en pleno centro de Madrid, a pocos metros de la Puerta del Sol, se encuentra lo que se conoce como la red de San Luis, lugar donde confluyen la calle Montera con la Gran Vía. En uno de los edificios, el número 44 de la calle Montera, hay una placa de mármol y no pequeña precisamente, que recuerda un hecho que sucedió en dicho lugar a mediados del siglo XIX y que puede parecer un tanto curioso.
El acontecimiento que reseña la placa es muy escueto: “En este lugar estuvo el café de San Luis donde el año 1853 Jose María Iparraguirre interpretó por primera vez en España el zortziko Guernikako Arbola. En el primer centenario de su muerte el Ayuntamiento de Madrid le dedica este recuerdo. 7 de noviembre de 1981”.
Para ponerse en situación, lo primero que habría que decir es que en aquella época en Madrid había una proliferación de cafés, donde se reunía lo más variopinto de la sociedad madrileña. Uno de ellos era el café de San Luis, que estaba ubicado en lo más céntrico de la capital, en lo que hoy se conoce como calle Montera, junto a la Gran Vía. Según las crónicas de la época, en dicho local se solían reunir los vascos que residían en la Villa y Corte.
Lo primero que habría que destacar es que no se puede considerar algo casual que Iparraguirre estuviera en Madrid y frecuentara dicho lugar, pues la vida del bardo de Urretxu fue de todo menos sosegada. Su primer contacto con la ciudad se produjo siendo un crio que no contaba más de doce años; su familia se trasladó a Madrid, y a su llegada ingresó al muchacho en el colegio de San Isidro el Real, regentado por los jesuitas. Pero no duró mucho su estancia pues a la edad de trece años, se escapó de casa para alistarse como voluntario en la Primera Guerra Carlista. A partir de ahí su vida fue un continuo ir y venir, teniendo una participación activa en infinidad de momentos históricos. Sin ir más lejos, participó en la revolución de 1848 en Francia.
Tardó 19 años en volver a residir en Madrid, 13 de ellos los pasó en el exilio después de la primera contienda carlista, que le llevaron a recalar en Francia, Suiza, Alemania, Italia e Inglaterra, desde donde pudo regresar a Bilbao, para posteriormente volver a instalarse durante un breve espacio de tiempo en Madrid, época en la que al parecer Iparraguirre solía frecuentar el café de San Luís, donde se reunía con otros vascos que residían en el Foro cuando en 1853 interpretó el Gernikako Arbola.
Se ha escrito mucho sobre Iparraguirre y su himno. Si bien en infinidad de libros y artículos se recoge que fue interpretado por primera vez en Madrid en 1853, Jose Mari Esparza Zabalegi, en su libro Biografía del Gernikako Arbola, deja este extremo un tanto en el aire, al hacerse eco de lo escrito por el político e historiador guipuzcoano Fermín Lasala, que sitúa la primera interpretación del himno en julio de 1852, con motivo de una reunión de las juntas generales de Gipuzkoa. Lo que nadie pone en duda es que la interpretación que se realizó en Madrid fue, sin duda alguna, tan exitosa que a partir de ese momento se convirtió en algo más que una simple canción.
Volviendo al momento en el que fue cantado en Madrid, las crónicas se hicieron eco de ello, relatando que tuvo mucho éxito y la canción corrió como la pólvora entre la comunidad vasca en Madrid para expandirse por toda Euskal Herria para seguidamente pasar el océano y llegar a América.
Fue un himno que pasó de estar prohibido y/o reprimido durante la Restauración española, a interpretarse en Madrid en muchas ocasiones con motivo de diferentes manifestaciones culturales y artísticas.
A día de hoy, quizá la mejor definición que se puede hacer de la composición musical que realizó el urretxuarra la hace Jose Mari Esparza Zabalegi, cuando en el libro anteriormente reseñado, se expresa de la siguiente forma: “Nacido como himno carlista y foralista, fue inmediatamente asumido por liberales, conservadores, federales o republicanos; luego pasó a las nuevas expresiones políticas, como socialistas, comunistas y nacionalistas […] Y donde unos venían un poso religioso, otros interpretaban lo contrario: un himno liberal y laico, como los árboles de la Libertad que expandió por el mundo la Revolución francesa. Para unos representaba las libertades forales dentro de la España monárquica o republicana; para otros, un canto a la independencia o al internacionalismo. Como el mapa del territorio, un himno nacional identifica a toda la ciudadanía; luego, cada cual sueña la patria pintada con sus propios colores”.
El 7 de noviembre de 1981 en el lugar donde estaba ubicado el Café de San Luis, fue inaugurada por parte del que fuera alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, una placa recordando el lugar donde Iparraguirre interpretó el Gernikako Arbola. En el acto participó el Orfeón de Euskal-Etxea de Madrid que interpretó el zortziko.
Para finalizar, tampoco quiero dejar pasar que siempre que el recorrido de la Korrika transcurre por ese lugar, se suele hacer una parada para cantar el Gernikako Arbola.
Hay lecturas que te reconfortan y ayudan a afrontar situaciones como las que estamos viviendo en la actualidad cuando uno observa con gran estupor ese interés por blanquear los acontecimientos más ignominiosos de nuestra historia reciente. Y dicho esto, dentro del género de la narrativa, hay libros que son herramientas fundamentales para que las actuales generaciones entiendan mejor lo que fue esa época de la historia, que en un abrir y cerrar de ojos pasó de la esperanza al miedo y al terror.
Por ello, hoy dedico estas líneas a una novela de la escritora Amaia Oloriz Rivas, El llanto de las amapolas, editada por la Editorial Txalaparta (diciembre de 2022), que nos transportará al verano de 1936 y lo que supuso para un niño de diez años, que de la noche a la mañana sufrió en sus carnes el horror de la represión. No es la primera vez que la autora utiliza la memoria histórica para ambientar alguna de sus novelas; con anterioridad publicó El largo sueño de tu nombreEl largo sueño de tu nombre y en fechas recientes ha publicado El eco de la huida.
La novela está ambienta en una localidad imaginaria de la Ribera de Navarra. Si bien la autora ha utilizado alguna población concreta para recrear algunas de las descripciones y pasajes que encontramos en sus páginas, si uno cierra los ojos, la mente le puede llevar a un sinfín de pueblos donde encajaría a la perfección el relato que encontramos este libro. El lector perfectamente puede pensar que la narración transcurre, entre otros lugares, en Sartaguda, Larraga, Olite, Lizarra o Tafalla en ese funesto verano de 1936, donde la crueldad se instaló y se hizo un hueco entre sus moradores.
El llanto de las amapolas acerca al lector a lo que supuso la represión franquista. Es un libro duro, debido a las atrocidades que se describen a lo largo del relato, pero no deja de ser el reflejo de lo que sucedió en aquellos momentos. Pero a su vez, es un libro con grandes dosis de ternura, que consigue emocionar al lector.
La lectura del libro es ágil y la narración me ha ido llevando de tal forma, que me atrevería a decir que se hacen cortas sus 253 páginas. Una de las características que destacaría de Amaia Oloriz Rivas es su estilo narrativo.
El libro lo dividiría en dos partes: en la primera nos muestra la vida de Satur, el protagonista de esta novela, un chaval alegre de diez años, que vivía con la felicidad que le aportaba su entorno, que no era otro que su familia de condición muy humilde, la cual le llenaba de todo el cariño necesario, de la que recibía las enseñanzas y consejos para que se fuera formando como una persona con valores, aunque en muchas ocasiones, él no entendía muchas de las cosas que escuchaba a sus mayores; su pueblo era la otra pata donde se asentaba su felicidad, pues no necesitaba nada de lo que hubiese más más allá de su entorno para ver colmada su fortuna.
En esa segunda parte, todo ese equilibrio que tenía su vida, se vio truncado bruscamente con motivo del intento de golpe de Estado de julio de 1936. La represión desatada por los golpistas en Navarra azotó de forma terrible a su familia y a las personas de su entorno. Todo se volvió negro y Satur se vio sumergido en esa noche oscura en la que las fantasías y los buenos recuerdos se esfumaron de golpe.
La narración va intercalando los hechos que pasaron en ese verano de 1936 y el homenaje que ochenta años después realiza el Instituto Navarro de la Memoria, en recuerdo de todas aquellas victimas que sufrieron la represión.
En la novela, a través de los personajes que le dan vida, aparecerán términos como libertad, solidaridad, conciencia de clase, que la autora los va sabiendo ubicar en las diferentes situaciones que se van dando a lo largo del relato, y todo ello, de la mano de esa sabiduría popular que tienen los personajes principales del libro.
El miedo es una sombra que está presente en la novela, algo inevitable en un relato de este tipo, pero hay que destacar como Amaia Oloriz Rivas le va dando forma a lo largo del relato.
El llanto de las amapolas no deja de ser un homenaje a todas esas personas que vieron truncadas sus vidas, sus proyectos personales, por el hecho de defender valores como la libertad, la igualdad, la justicia social y la solidaridad. El miedo de las clases dominantes a perder sus privilegios era algo que estas no estaban (ni hoy tampoco lo están) dispuestas a consentir, y todo se transformó en destrucción. Y en especial, es un homenaje a todas aquellas mujeres y niños, que sufrieron la represión, por ser más vulnerables en los conflictos.
En mi caso, este libro me ha retrotraído a historias que había escuchado en mi entorno más cercano, escenas que se vivieron y que el hecho que queden plasmadas en una novela, no deja de ser una forma de recordarlas, de que no caigan en el olvido, pues nos tienen que ayudar a ser como las amapolas, cabezonas y resistentes que siempre sobreviven.
Este año se ha cumplido el centenario del fallecimiento de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. Entorno a este pensador, filósofo y político voy a adentrarme en una de las cuestiones que mayores debates y discusiones han surgido entre los pensadores marxistas. Me refiero a la teoría del Estado. A lo largo de la historia en el ámbito ideológico del marxismo se ha dado un debate, no exento de confrontación, a la hora de qué hacer con el Estado y lo que éste representa.
Su estudio ha concitado controversias a la hora de interpretar el pensamiento de Marx y Engels, lo que lleva a diferentes interpretaciones que realizan algunos de los pensadores de la órbita del socialismo.
Sobre los presupuestos ideológicos de estos dos pensadores, es Lenin el que realiza un estudio más profundo en un momento histórico único, como fue el período vivido en Rusia con la caída del Régimen Zarista, la Revolución democrático-burguesa de febrero y la posterior Revolución Socialista de octubre de 1917.
Para estudiar el pensamiento de Lenin sobre la Teoría del Estado hay que profundizar en dos obras que fueron escritas a lo largo de 1917. La primera de ellas, y la más importante, es “El Estado y la Revolución”. Consta de varios ensayos que Lenin escribió a lo largo de 1917. La primera edición se publicó en el mes de agosto, bajo el Gobierno Provisional, en plena fase de la revolución democrática-burguesa. La segunda edición fue publicada en diciembre de 1918, es decir, un año después de que en octubre de 1917 triunfara la Revolución bolchevique. Es una obra fundamental en el pensamiento de Lenin, de las que más polémica ha generado en el ámbito del marxismo y me atrevería a decir que es una de las más olvidadas.
La segunda obra es “Las tesis de abril”. Fue escrita a su vuelta del exilio, una vez que había triunfado la revolución de democrático-burguesa de febrero de 1917, y en ella realiza un ataque a las posturas reformistas que en esos momentos estaban llevando lo socialistas-revolucionarios y los mencheviques, así como la posición dubitativa del partido bolchevique.
Contexto histórico
La Gran Guerra estaba acelerando la descomposición del régimen zarista y la mayor parte de la burguesía era consciente del peligro que corría este. Es por ello que la única opción que barajaba la burguesía para acabar con el régimen autárquico, burócrata que se sostenía gracias al Estado policiaco en el que se había convertido, era la sustitución del zar y la utilización de instrumentos demócrata-parlamentarios. Sin embargo, esta operación no prosperó.
En enero de 1917 la situación del régimen zarista era insostenible. En febrero la huelga de Petrogrado se acabará convirtiendo en huelga general política, dando el salto a una huelga revolucionaria. El surgimiento de dos poderes: El Gobierno Provisional, producto de un acuerdo entre los liberales burgueses, los mencheviques y los socialistas-revolucionarios con el propósito de neutralizar al segundo poder que había surgido con la insurrección de febrero: los Soviets de obreros y soldados.
Cuando Lenin llega a finales de marzo a Rusia, la consigna es clara: dar los pasos necesarios para derrocar al Gobierno Provisional. La fase democrático-burguesa no deja de ser un paso previo para lograr la revolución socialista. Los bolcheviques no debían caer en el error de que el régimen democrático-burgués se consolidara.
Este planteamiento le llevó a un enfrentamiento no sólo con los mencheviques y socialistas-revolucionarios, si no con una parte muy importante de los bolcheviques, en concreto con los dirigentes del interior, como Stalin y Kamenev.
Los hechos son de sobra conocidos: las tesis de Lenin se impusieron, y el lema de “todo el poder a Soviets” fue fundamental para que en octubre se diera el paso definitivo para la caída del Gobierno Provisional, produciéndose el triunfo de los bolcheviques y su llegada al Poder.
El Estado y la revolución
Como he manifestado anteriormente, en el ámbito de la teoría del Estado, la obra referente que escribió Lenin fue “El Estado y la Revolución”[1]. En ella realiza un estudio pormenorizado de las teorías de Marx y Engels acerca de esta cuestión. La obra está plagada de citas, algunas ciertamente extensas, con la finalidad de encuadrar su pensamiento en el marco de las teorías de los fundadores del marxismo y de reforzar su tesis como producto de la correcta interpretación del pensamiento político de Marx y Engels.
Esta obra es una enmienda a la totalidad a la doctrina nacida en el seno de la II Internacional y a los planteamientos mecanicistas que tenían algunos dirigentes bolcheviques, como Stalin. En ese contexto, Lenin realiza una crítica muy severa a algunos conocidos miembros de la II Internacional, entre los que destaca C. Kautsky, el teórico más importante de dicha organización, por entender que su praxis se salía de la doctrina marxista.
Algunos autores han definido esta obra como desviación anarquista. Otros pensadores, como Wayne Price, la han definido como “su trabajo más libertario”. Sin olvidar que Lenin realiza una lectura de lo escrito por los padres del marxismo, vamos a analizar si es realmente un texto que se pueda definir como libertario.
Lenin escribió “El Estado y la Revolución” en ese periodo de efervescencia de los Soviets, entre las revoluciones de febrero y octubre, es por ello, que dedica un espacio a analizar la experiencia de la Comuna de París, al ser la experiencia histórica en la que por primera vez el pueblo consigue poner en marcha la “destrucción de la máquina del Estado”.
El Estado como herramienta de dominio de la sociedad
A la hora de hacer una definición del Estado, Lenin se apoya en lo teorizado por Marx y Engel. Si para Marx, el Estado es un órgano de dominación de clases, Lenin lo define como “producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase”. El Estado es la herramienta de la clase económicamente dominante para la represión y explotación de la clase oprimida. Y trae a colación a Engels y su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, cuando este manifiesta que “con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado”.
Una de las conclusiones de las definiciones anteriores, es que la cuestión del Estado va íntimamente ligada a la confrontación entre clases, el antagonismo existente entre la clase dominante (burguesía) y la clase oprimida (proletariado). O dicho de otro modo, para estos pensadores, la lucha de clases tiene mucho que ver con la maquinaria que sustenta al Estado burgués.
Para Lenin el aparato del Poder Estatal es el que está por encima de la sociedad en la que se dan las contradicciones de clase, al haber sido creado por la clase dominante, para poder tener sometida a la clase oprimidas, y una de las características del aparato estatal es que para ejercer esa función de dominación se apoya en el “ejército permanente y la policía”, elementos imprescindibles para poder realizar esa acción coercitiva contra la clase oprimida.
Ante este análisis, la pregunta que Lenin se plantea es
¿Qué hacer con el Estado?
Sin duda aquí radica una de las cuestiones fundamental de su ensayo. ¿Extinguirlo, destruirlo, abolirlo? Lenin no duda en exponerlo de forma radical, al plantear la destrucción del Estado burgués, lo que denominará la maquinaría estatal burguesa, como paso para la toma del Poder por parte del proletariado mediante un proceso revolucionario. Lo que se extinguirá posteriormente es el Estado surgido de esa revolución. Para ello, una vez más recurre a los trabajos de Marx y Engels.
Lenin cita a Engels, al manifestar que el pensador alemán plantea la destrucción del Estado de la burguesía por la revolución proletaria para que posteriormente se vaya extinguiendo el “Estado o semi-Estado” proletario surgido de dicha revolución. Y para poder llevar a efecto la destrucción de todo ello, es necesario pasar por la fase de la dictadura del proletariado, o lo que en otros autores, como Rosa de Luxemburgo, denominan democracia proletaria, que no es otra cosa que la represión de la burguesía por parte del proletariado, que en el plano socioeconómico se traduciría en la “toma de posesión de los medios de producción por el Estado en toda la sociedad”. A esto, denominan la destrucción del Estado burgués, que Lenin llega a denominar “la democracia más completa”. En este momento se iniciaría el proceso para la extinción del Estado, momento en el que desaparecería la democracia proletaria, porque para el político ruso, la democracia no deja de ser un Estado.
Al tratar esta cuestión, Lenin desarrolla una batería de críticas hacia los teóricos de la II Internacional, y en concreto a la socialdemocracia alemana, representada por C. Kautsky, al recordarles que si bien es “la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo”, no hay que olvidar que “todo Estado es una fuerza especial para la represión de la clase oprimida”, lo que lo convierte en un obstáculo para llegar al socialismo, y para lograrlo, pasa por la destrucción del Estado capitalista y la instauración de la dictadura del proletariado. En este punto, Lenin no hace más que traer a colación lo expuesto por Marx en Crítica al Programa de Gotha, donde desarrolla este tema. Y es que vuelve a traer a colación al pensador alemán cuando dice que “la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado”[2].
Hasta entonces, todas las revoluciones habían “perfeccionado la maquinaria del Estado, y lo que hace falta es romperla”[3]. Y para ello, Lenin llega a la conclusión que “el proletariado no puede derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar el Poder político, si no logra la dominación política, si no transforma el Estado en el proletariado organizado como clase dominante. El Estado proletario empieza a extinguirse inmediatamente después de su triunfo, pues en una sociedad sin contradicciones de clase es innecesario e imposible”.
En la cuestión al método de lucha para lograr lo expuesto hasta ahora, el líder bolchevique no duda en exponer que será mediante un proceso revolucionario de carácter violento, y para ello, recoge una cita de la obra Anti-Düring de F. Engels, cuando manifiesta que “… De que la violencia desempeña en la historia otro papel (además del de agente del mal), un papel revolucionario; de que, según expresión de Marx, es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; de que la violencia es el instrumento con la cual el movimiento social se abre camino…”.[4]
En este debate acerca de qué hacer con el Estado, Lenin también realiza una crítica al anarquismo de la mano de lo escrito por Marx y Engels. A diferencia de los anarquistas que plantean la supresión del Estado “de la noche a la mañana”, el revolucionario ruso defiende la necesidad de la vigencia temporal del Estado, como “forma revolucionaria y transitoria” del estado que el proletariado necesita, etapa necesaria para utilizar los resortes del Estado contra los explotadores, para lo que es necesario el empleo sistemático de las armas. “El Estado no puede abolido antes de haber sido destruidas las relaciones sociales que lo hicieron nacer”[5].
En este contexto, la Comuna de París de 1871 viene a ser uno de los referentes que tiene presente a la hora de teorizar sobre la organización de la clase trabajadora para derrocar el Estado burgués, porque esta experiencia demostró que no bastaba con que la clase obrera se apodere de la máquina estatal, por el contrario, era necesaria su destrucción, y con ello la máquina burocrático-militar.
El proceso de extinción del Estado (el periodo de transición)
Sin duda este es el punto que más disputa dialéctica se puede encontrar, porque en él es donde el líder ruso analiza el proceso de transición del capitalismo al comunismo, que constaría de varias fases, hasta llegar a la fase superior de la sociedad comunista, momento en el que se extinguirá el Estado.
Este proceso daría inicio con la transición del capitalismo al comunismo, que se realizaría únicamente a través de la dictadura del proletariado, que se extenderá en el tiempo hasta la desaparición de las clases, momento en el que “desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad”. Y para ello, recurre a Engels cuando dice “mientras el proletariado necesite todavía el Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir”[6]. El Estado desaparecerá cuando no hayan desaparecido los capitalistas y no haya clases. Es a lo que Lenin llama libertad.
Todo ello es un proceso gradual en el que Estado reprimirá a la minoría de explotadores, hasta llegar a la primera fase de la sociedad comunista: una fase intermedia que desembocará en la fase superior de la sociedad comunista, momento en el que se extinguiría el Estado.
Si bien Lenin afirma que el Estado iniciará su proceso de disolución de forma inmediata, en ningún momento pone plazos a ese proceso, manifestando en algunos pasajes de su obra el desconocimiento ante la velocidad de ese proceso y “subrayando el carácter prolongado de este proceso”. Ello lleva a plantear que al no llegar a concretar la duración de ese proceso, hace pensar que todo dependería de la evolución del periodo de transición y de las posteriores fases de la instauración de la comunista. Teniendo presente lo expuesto, cabe poner en duda que en este trabajo haya una cierta tendencia libertaria y mucho menos, una desviación anarquista. En esta cuestión, Humberto Da Cruz entiende que “la progresiva extinción del Estado a lo largo del período socialista” se movió en el campo de la teorización, pues no dejaba de tener un gran componente de abstracción, lo que le hizo caer en un optimismo, al exponer que desde el momento en el que se produjera la toma del poder, y la destrucción del Poder burgués, daría inmediatamente comienzo a la extinción del Estado[7].
Hay que tener en cuenta que debido al atentado que sufrió, sus facultades quedaron muy mermadas, falleciendo en 1924, por lo que desconocemos como hubiera interpretado el proceso que se vivió en los posteriores años en la URSS.
Teniendo presente lo escrito por el líder ruso, la conclusión es que a lo largo de la historia, ninguna de las experiencias socialistas ha llegado a la fase final para llevar a cabo la extinción total del Estado. Ello se puede deber a múltiples factores, y el más importante podría ser la actitud hostil de los países capitalistas a lo largo de la historia para con los países socialistas, lo que les ha llevado a fortalecer el Estado socialista. Quizá en ese contexto, se podría tener presente la teoría surgida del XXII Congreso del PCUS (1961), en el que plantean la desaparición del Estado “cuando se haya edificado la sociedad comunista y la victoria del socialismo se consolide en todo el mundo”[8].
Tampoco habría que dejar a un lado que en la praxis seguida en las diferentes experiencias en la transformación del capitalismo al socialismo, podemos observar el arrinconamiento de algunas de las ideas que Lenin planteó en 1917, entre las que se encontraba que todo el poder residiera en los Soviets, para ir siendo sustituido por el control del poder a cargo de una élite de dirigentes que dominaban tanto los aparatos del partido y del Estado, llegando identificarse el uno con el otro y alejándose de las masas obreras.
[1] Para escribir este artículo he utilizado dos ediciones del libro de Lenin El Estado y la Revolución: Editorial Miguel Castellote, 1976 y Editorial Progreso de Moscú, 1976.
[2] Recogido en una carta que Marx escribe a Weydemeyer, fechada el 5 de marzo de 1852.
[3] Cita recogida por Lenin del libro de Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
[5] Cita de Engels que Lenin recoge en El Estado y la Revolución, extraida de unos artículos que Marx y Engels escribieron para un almanaque italiano y que en 1913 fueron publicados en alemán en la revista Neue Zeit.
[6] Lenin trae una cita de Engels obtenida de una carta que envió a Bebel.
[7] Prólogo al “Estado y la Revolución” de Lenin escrito por Humberto Da Cruz, Editorial Miguel Castellote, 1976.
[8] Pablo Lucas Verdú: Curso de derecho político, volumen I, 1980, pag. 199.
Benito Lertxundi. Euskal kulturaren handi baten agurra[1]
Benito Lertxundi. El adiós de un icono de la cultura vasca
(Artículo en bilingüe)
Duela egun batzuk Benito Lertxundiren agurraren albistea entzun nuenean, esan beharra daukat ez ninduela harrapatu ustekabean, urteen joana denontzat da eta Orioko bardoa ez zen salbuespenik izango; ez da erraza jakitea eszenatokitik noiz joan aukeratzen, mende erdi oholtza gainean igaro duenarentzat; hemendik aurrera hutsune hain handia geratuko da, baina, aldi berean, aitortzen dut tristura sentsazioak nire gorputza osoa zeharkatu duela, musika panoramako handienetako batek erretiroa hartu baitu.
Belaunaldi ugarik erreferentetzat jo dugu. Zaila da adieraztea euskaltzaleentzat eta euskal musika zaleentzat izan duen garratzia; musikari bikaina baino gehiago izan da, ausartuko nintzateke esatera euskarazko musikako olimpoan deskantsatuko duen gutxienetako bat dela eta izango dela.
Benito Lertxundi ezagutzen ez dutenentzat, pasa den mendeko 60ko hamarkan bere ibilbide musikala hasi zuen katautore bat da, musika protesta izeneko espazio musikalean lehen urratsak emanez, genero folkerantz gerturatzeko, non kreatibitate iturriak ez duen mugarik izan.
Azken 50 urteotan, asko izan dira arrakastatsu bilakatu diren euskal musika taldeak, kasu batzuetan nazioarteko mailaraino. Are gehiago, edonork Euskal Herritik kanpo galdetuko balu abezlarien edo euskal musika taldeen inguru, ziur aski, publiko gehienak Benito Lertxundi baino lehen beste kantari eta talde batzuk aipatuko lituzke, logika daukana: bere musikak oztopo gehiago izan dituelako mugak gainditzeko, nahiz eta horrek ez duen esan nahi bere musika ez duela Ebro eta Adurretik harantz eraman. Horri esker, Euskal Herritik kanpo hainbat aldiz entzuteko pribilegioa izan dut. Hala ere, Benito Lertxundik lortu duena beste mundu batekoa da, musikari baino gehiago, erreferente kultural bihurtu baita.
Oraindik oritzen naiz joan nintzen lehen kontzertura, 80ko hamarkadaren hasieran Madrilgo ikastetxe nagusi batean, ni 15 urte inguruko mutikoa izanda. Beste lagun batekin joan nintzen eta Zuberoa-Askatasunaren semeei disko bikoitza aurkezten zuen. Hori izan zan nire lehenengo harremana haren musikarekin eta poliki-poliki ezagutu nuen. Argitaratzen zuen lan bakoitzean edo bertaratzeko aukera nuen kontzertu bakoitzean zeozer berria txunditzen ninduena aurkitzen nuen.
60 urteko kantzagintzaren zehar dozena erdi haren kontzertuetara joateko aukera izan dut. Liluratu egiten ninduen eszenarazteak, perfekziora urbiltzen zen lanak, zehaztasunen ardurak, ez zegoen improbisaziorako lekurik; nire biniloa entzuten ari nintzela etxeko egongelan zirudien. Hasieratik berarekin batera jotzen zuten musikarien kalitatea zan atenzioa eman zidan bereizgarrietako bat, askotan holako taldeetan ahaztuenak direlakoan. Baina aipatutako hau guztiaren gainetik, izugarri gustatzen zitzaidana Benitoren ahotsa zan, nahasezina, ezin parekatuzko sonoritatearekin, logikoki, denboraren poderioz aldatu izan duena, bere kanteei ukitu bakarra ematen ziena bilakatuz.
Bereziak ziren kontzertuak, abestien inguruko giroa, nagusi zen isiltasuna emanaldian zehar, bakarrik txaloengatik apurtua, publikoen harrera. Guzti honek giro aparta sortzen zuen.
Benito Lertxundik ez dok Amairu mugimendu kulturalaren parte hartu zuen, gero ibilibide luzeagoa izan duena. Batzuk, Lourdes Iriondo, Mikel Laboa edo Xabier Lete bezalakoak, desagertu zirelako, beste batzuk ez dutelako jarraitasunik eduki euren karrera musikaletan. Errealitatea da Benito Lertxundi, ia hogei albumekin, garai ilunean, frankismoa izan zen bezalakoa, artisten eta intelektualen belaunaldi haren ikurra izan dela. Gainera, pausu bat aurrera eman eta erabaki zuten hizkuntz zapaldu eta gutxituan abestea euskal kultura defendatzeko. Euskal musikako historian ez ezik, euskal herrikoan ere geratuko da.
Aisa, eszenatokiei oriotarren agurra bueltarik gabeko ibilbide bat da, baina artista batek bere behin betiko agurra eman arte jarraitzen du horixe bera izaten. Hori dela eta, sortzen zaidan zalantza da, ea, bere lan kreatiboari ere uko egin dion txunditzen ninduen. Espekulazioz aparte, uzten digun ondarea paregabea da.
Benito Lertxundi. El adiós de un icono de la cultura vasca
Cuando hace unos días escuché la noticia del adiós de Benito Lertxundi a su actividad musical, tengo que decir que no me cogió del todo de sorpresa, los años pasan para todos, y el bardo de Orio no iba a ser una excepción; saber elegir el momento de retirarse de los escenarios no es tarea fácil para todo aquel que ha pasado más de medio siglo subido a la tarima; pero, al mismo tiempo, tengo que reconocer que una sensación de tristeza me recorrió el cuerpo; pues a partir de ahora va a quedar un hueco inmenso, al haberse retirado de los escenarios uno de los más grandes de la música vasca.
Para varias generaciones ha sido un referente. Lo que ha representado para todos los euskaltzales y amantes de la música vasca es difícil de expresar; ha sido algo más que un excelente músico, me atrevería a decir que es y será uno de los pocos que va a descansar en el Olimpo de la música en euskera.
Para los que no conozcan a Benito Lertxundi, decir que es un artista que comenzó su trayectoria musical en los años 60 del siglo pasado, dando sus primeros pasos en ese espacio musical de lo que se conoce como música protesta, para ir evolucionando hacia el género folk, donde la fuente de su creatividad no ha tenido limite.
En los últimos cincuenta años ha habido muchos músicos y grupos vascos que han logrado un gran prestigio, en algunos casos hasta a nivel internacional. Es más, si fuera de Euskal Herria uno preguntara por cantantes o grupos de música vasca, probablemente la mayor parte del público mencionaría a otros cantantes o grupos antes que a Benito Lertxundi, cosa que tiene su lógica. Su música ha tenido más dificultad para traspasar fronteras, aunque esto no quiere decir que no haya llevado su música más allá del Ebro o del Adur. Gracias a ello, he tenido el privilegio de escucharle varias veces fuera de Euskal Herria. Pero lo que ha logrado Benito Lertxundi está en otra dimensión, pues ha sido mucho más que un musico, se ha convertido en un referente cultural.
Todavía recuerdo al primer concierto de Benito Lertxundi al que asistí, fue a principios de los años 80, en un colegio mayor de Madrid, yo era un chaval de alrededor de 15 años; asistí con otro amigo y presentaba su álbum doble Zuberoa-Askatasunaren semeei, fue mi primer contacto con su música y poco a poco fui descubriéndolo, y en cada trabajo que publicaba o concierto al que tenía oportunidad de asistir encontraba algo nuevo que me sorprendía.
A lo largo de sus sesenta años de carrera musical he tenido la oportunidad de asistir a media de docena de conciertos suyos. De todos ellos me maravillaba su puesta en escena, un trabajo que rayaba la perfección, el cuidado de todos los detalles. No había lugar a la improvisación; tenía la impresión de que estaba escuchando el vinilo en el salón de mi casa. Una de las cosas que me llamó la atención desde la primera vez que tuve la oportunidad de escucharlo, fue la calidad de los músicos que le acompañaban, porque muchas veces son los grandes olvidados en un grupo de estas características. Pero por encima de todo lo que acabo de comentar, había algo superior que me fascinaba, su voz, inconfundible, con una sonoridad inigualable, que como es normal, fue cambiando con el tiempo, poco a poco convirtiéndose en una voz que imprimía a sus canciones un toque único.
Sus conciertos eran diferentes, el ambiente entorno a las canciones que interpretaban, el silencio que reinaba en él, sólo roto por los aplausos, la receptividad del público. Todo ello creaba un ambiente único.
Benito Lertxundi ha sido el miembro del movimiento cultural Ez Dok Amairu que ha tenido una trayectoria más dilatada. Algunos porque desaparecieron, como Lourdes Iriondo, Mikel Laboa o Xabier Lete y otros porque no han tenido esa continuidad en su carrera artística. La realidad es que Benito Lertxundi, con casi una veintena de álbumes, ha sido un símbolo de lo que fue aquella generación de artistas e intelectuales que, en una época oscura, como fue la dictadura franquista, dieron algo más que un paso adelante, decidieron cantar en un idioma reprimido y cercano a la desaparición y defender la cultura vasca. Eso es algo que quedará en la historia no sólo de la música vasca, sino en la historia de Euskal Herria.
No me cabe duda de que el adiós del oriotarra a los escenarios es un camino sin retorno, pero un artista lo sigue siendo hasta el día del adiós definitivo. Por ello la duda que me surge es si ha puesto punto final a su labor creativa. Pero especulaciones aparte, lo que nos deja es un legado musical imposible de igualar.
La democracia de propietarios: dictadura de la vivienda
Julio de 2024, desahucian en Barcelona a una mujer de 65 años, enferma de cáncer de colon; julio de 2024, desahucian en Lavapiés a una mujer de 94 años, por no poder pagar un alquiler 200 euros más alto que su pensión; julio de 2024, desahucian a una mujer de 59 años y a su hijo de ocho en el barrio de Lavapiés; junio de 2024, un juez decide desahuciar a una familia vulnerable con un hijo menor de edad a pesar que el casero tiene 27 viviendas; octubre de 2024, el Ayuntamiento de Zaragoza pretende el desalojo de una familia vulnerable de las viviendas municipales del Actur; noviembre de 2024, desahucian a una mujer de 70 años en Bizkaia tras ser víctima de un préstamo con cláusulas abusivas; enero de 2023, desahucio exprés de una mujer con sus dos hijos en Ortuella (Bizkaia).
Noticias como las que acabo de recoger son una constante, uno puede mirar para otra parte, pero ahí están, son como un martillo pilón que deberían de servir para abrir una profunda reflexión sobre un derecho que está recogido en la Constitución y en el ordenamiento internacional como la Declaración Universal de los DDHH, pero que se ha convertido en un brindis al sol, pues existe un problema de vivienda en el Estado español y la realidad es que no hay voluntad política para afrontarlo.
La crisis de 2008 tuvo su epicentro en ese triángulo formado por la construcción, el sector inmobiliario y financiero, este último debido a su exposición en el mercado hipotecario, lo que trajo una ola de desahucios por impago de los préstamos hipotecarios. Pero superada esa crisis, los desahucios no han remitido, siendo ahora motivados por el impago de los alquileres.
Para estudiar todo lo relativo al problema de la vivienda en el ciclo comprendido entre 2013 y 2022, nada mejor que recurrir a un ensayo que disecciona todo ese periodo, analizando de forma pormenorizada todos los movimientos que se han dado alrededor de la vivienda. Con el título “La democracia de propietarios. Fondos de inversión, rentismo popular y lucha por la vivienda” (Editorial Traficantes de Sueños), y que salió a la calle en octubre de 2022, Pablo Carmona Pascual, autor de este libro, ha realizado un trabajo que es imprescindible para poder entender todo lo que está pasando a día de hoy en todo este campo de minas que es la vivienda.
El propósito del autor no es otro que “ofrecer una visión de conjunto del periodo que va desde 2012 hasta 2022. A través de esta panorámica, se propone hacer un somero mapa de la propiedad inmobiliaria, especialmente en lo que respecta al sector residencial y, más concretamente, al alquiler”.
Para llegar al ciclo actual, el autor nos hace un breve repaso de lo que han sido las políticas en materia inmobiliaria. Desde esa idea del franquismo en la que se forja la expresión “sociedad de propietarios”, pasando por las políticas del PSOE en los años 80, donde se promocionó la adquisición de vivienda como principal método de ahorro e inversión, para llegar al posterior ciclo expansivo desde 1995 hasta 2008. Y entre cada uno de esos ciclos expansivos, su correspondiente crisis, porque capitalismo y crisis siempre van de la mano.
Quisiera destacar que este libro rompe con algunos clichés acerca de la situación que se está viviendo en la actualidad en el sector de la vivienda y, en concreto, en el mercado del alquiler y que comentaré con posterioridad.
Si este ensayo destaca por algo, es por la gran cantidad de datos y estadísticas que aporta, obtenidos de diferentes organismos públicos y de estudios realizados por las empresas del sector de la construcción e inmobiliario; información que es una herramienta fundamental a la hora de elaborar este trabajo y realizar un análisis certero.
De una forma muy didáctica, a la hora de analizar todo lo que supuso la crisis inmobiliaria que se produjo en 2008, y el escenario que se generó, el autor expone el proceso de digestión de los activos inmobiliarios que estaban en manos de las entidades financieras y que fueron a parar a la SAREB, lo que comúnmente se ha conocido como el banco malo. Con los datos que aporta Pablo Carmona, la conclusión de todo ello es muy clara: el Estado asumió el coste de la fiesta en la que las entidades financieras fueron las grandes responsables, aunque no las únicas, de haber creado la burbuja inmobiliaria. Con el dinero del contribuyente se sanearon los balances de los bancos, inmobiliarias y constructoras, y se llegó a legislar en beneficio de los responsables de todos los desmanes que se dieron. Y los diferentes gobiernos pusieron en bandeja a fondos de inversión y diferentes inversores todos los activos con los que tuvo que cargar la SAREB. Por el contrario, a las Administraciones Públicas en ningún momento se le pasó por la cabeza crear un parque de vivienda estatal para gestionarlo desde un prisma diferente al puramente especulativo.
Es aquí donde el autor nos expondrá las líneas maestras de todos los movimientos que se dieron para cambiar radicalmente el mercado inmobiliario en el Estado español. Datos como que el mercado deja de girar en torno a los bancos y las cajas de ahorro, que reducen su exposición en el sector inmobiliario, cortando de forma radical la concesión de préstamos hipotecarios, lo que les ha llevado a perder protagonismo en favor de los fondos de inversión, y el crecimiento del sector residencial en alquiler. Todos los movimientos de los diferentes actores son señales muy nítidas para ver como “los grupos con menor renta habían sido empujados a engrosar la nueva caja social de los inquilinos precarios”. Y en todo momento las grandes corporaciones gozando de una legislación realizada su medida. La imposibilidad de poder acceder a la financiación para la adquisición de una vivienda por un sector muy importante de la sociedad, la ha abocado a recurrir al alquiler, lo que ha contribuido, entre otras circunstancias, al incremento desorbitado de los precios.
Lo expuesto hasta ahora podría hacernos pensar que en este periodo los grandes grupos de inversión a través de los fondos de inversiones y otras figuras mercantiles, como las SOCIMI, se han hecho con la mayor parte del mercado de alquiler. En concreto, el hecho que se hayan quedado con gran parte del parque de viviendas que poseían algunas administraciones nos puede llevar a esa conclusión, y nada más lejos de la realidad. Anteriormente decía que este ensayo rompe con algunos clichés, y sin lugar a dudas, el más importante es este, porque los datos que aporta, todos ellos obtenidos de las diferentes administraciones y estudios realizados por empresas del sector, no dejan lugar a dudas: el 95% de las viviendas en alquiler en el Estado español son propiedad de particulares. Esta información es la que nos va a ayudar a entender, no solo la situación que se está viviendo, sino algo más importante, el porqué de las políticas en materia de vivienda, qué finalidad tienen y la ideología que encontramos detrás de ellas. Es a la hora de tratar todo esto, cuando uno entiende las conclusiones de este trabajo.
Salvando las distancias, los antecedentes al dato anteriormente expuesto los encontramos en las políticas llevadas en el reino Unido a lo largo de la década de los 80 del siglo pasado. La democracia de propietarios, concepto que da nombre a este ensayo, y que tiene su origen en las políticas neoliberales que Margaret Thatcher aplicó en el Reino Unido, y que fueron fundamentales para lograr el éxito electoral. Este ensayo es muy elocuente a la hora de explicarlo: “Su lógica era clara. El alto porcentaje de propietarios en el Reino Unido garantizaba el éxito electoral de las fuerzas que pusieran la defensa de la propiedad privada en el centro del programa”, y para ello convirtió cinco millones de viviendas públicas en alquiler de viviendas en propiedad, mediante políticas de privatización. Pero todo ello ¿con qué finalidad? “se buscaba crear un cuerpo político y electoral temeroso de cualquier cambio que afectase a los valores y la seguridad jurídica de sus bienes”. El nuevo liberalismo prueba nuevas ideas, y así lo expresa Pablo Carmona: “Para la nueva política neoliberal, el verdadero eje de articulación de las clases medias no era tanto el libre mercado como la defensa de sistemas legales y sociales que protegiesen la propiedad privada y el status social que le acompañaba”.
La pregunta que se hace este ensayo es lógica: cómo se ha articulado estas políticas en el Estado español. Es aquí donde vamos a encontrar como se va creando la figura del rentista, como familias de clase media y alta se hacen con una grandísima parte del stock inmobiliario, gracias al “hundimiento de los precios” producido por la crisis. En este caso, sin producir el ruido mediático que podían generar las grandes operaciones inmobiliarias de las SOCIMI o fondos de inversión, se realizaban operaciones inmobiliarias con un afán especulador, para destinarlas al mercado del alquiler y del uso turístico. Pero esta especulación, como bien dice Pablo Carmona, “era vista con simpatía en grandes capas de la sociedad”.
El porcentaje de propietarios que se dedican al alquiler es de tal magnitud, que “se da una transversalidad social que ha adquirido la defensa de la propiedad inmobiliaria”. Algo difícil de combatir.
En todo este proceso en el que no han existido políticas públicas de alquiler, poniendo todo el negocio del alquiler en manos privadas, este ensayo no deja pasar por alto un dato que no deja de ser la guinda a todo este pastel: los grandes beneficios fiscales de los que disfrutan tanto las grandes corporaciones cuya actividad es el alquiler de viviendas, como los privilegios fiscales de que gozan los particulares que tienen pisos arrendados.
La lectura de este libro no deja indiferente, y es inevitable el que al lector le surjan preguntas. En mi caso, únicamente voy a dejar las siguientes: ¿qué podemos esperar de los partidos políticos a la hora de resolver el problema de la vivienda? ¿Cuál es la salida a esta situación en la que se encuentran un sector importante de la población? Para salir de la situación actual, Pablo Carmona no duda en afirmar que “el objetivo debería ser controlar y abaratar radicalmente el mercado del alquiler o crear un parque público de viviendas en alquiler asequible o a coste cero sobre la base de esas viviendas ya existentes”, pero como muy bien dice, el gran problema es que con la “colaboración público-privada” que se da en el Estado español, “es imposible distinguir donde acaban las políticas públicas y donde empiezan los grandes planes de las grandes empresas”.
A modo de conclusión. Ante esta deriva que ha llevado al surgimiento de una nueva modalidad de capitalismo, el que denominan “capitalismo rentista”, las peguntas que se hace el autor, y que nos podemos hacer todos, es ¿Cómo construir un movimiento político y social que se nutra del conjunto de la conflictividad existente en este campo? ¿Cómo abigarrar y organizar mejor los movimientos de lucha por el derecho a la vivienda?
A mediados de 1974 ETA[1] celebra su III Biltzar Ttipia desde la celebración de la primera parte de su VI Asamblea y se consuma lo que se venía madurando en los últimos meses. La mayor parte del Frente Obrero abandona la organización y su objetivo es la creación de un partido comunista vasco. El nuevo partido se llamará LAIA (Langileen Alderdi Iraultzaile Abertzalea)[2].
Esta escisión, a diferencia de las anteriores (ETA-berri y ETA VI) no cuestiona la ideología independentista ni en cierta forma la lucha armada, si bien critican el activismo alejado de las masas. LAIA celebra su asamblea fundacional en agosto de 1974 en la localidad de Domezain (Zuberoa)[3]. En el momento de su constitución la crítica que realiza a ETA es la presencia de elementos antimarxistas, nacionalistas reaccionarios y libertarios por lo que ETA no podrá transformarse en la vanguardia de la clase obrera vasca. No hay que olvidar que ETA, heredera de la V Asamblea de ETA, se define como socialista y aunque el método de análisis es marxista, en ningún momento se define como marxista-leninista, sin perjuicio que haya militantes que así se definan.
LAIA tiene una evolución ideológica no exenta de tensiones internas. Si bien en un inicio se la puede encuadrar dentro de la ideológica marxista-leninista, en ella conviven militantes que son trotskistas y autónomos. Esto es importante tenerlo en cuenta porque en un futuro estas diferentes sensibilidades provocarán futuras escisiones.
Este proyecto político genera una atracción en diferentes sectores pues viene a llenar ese hueco que la organización armada no ha sido capaz de ello, debido a lo complicado de compatibilizar la lucha armada y la lucha de masas por la misma organización.
En el primer número de su revista teórica Sugarra (la llama), LAIA publica las razones de su nacimiento.
“Si hemos optado por estructurarnos fuera de ETA, rechazando las siglas por las que hemos luchado […] La razón que nos ha movido a ello ha sido la imposibilidad de transformar a ETA en un aparato capaz de desarrollar una política revolucionaria que respondiera a los intereses de la clase obrera vasca […] La imposibilidad de ver cumplido este objetivo dentro de ETA, es decir, la imposibilidad de romper con el activismo alejado de las masas que nos atenazaba, está en el origen de nuestra ruptura con ETA […] La revolución no se hace por el hecho de mantener a la gente unida numéricamente, sino tan solo si esta unidad está cimentada de una línea política correcta […] Podemos declarar que lo que nos unía como grupo no era la coherencia ideológica, sino la necesidad imperiosa de contrarrestar la corriente “españolita” de VI […] El único nexo de unión era el común deseo de ofrecer una alternativa abertzale ante las posturas liquidacionistas de los grupos españolistas respecto al problema nacional […]”.
En la revista Sugarra recogen los objetivos estratégicos del nuevo partido. Nacen para “trabajar por todos los medios en la organización dinámica de la clase obrera vasca a fin de instaurar una República Popular de Euskadi y la creación de un nuevo Estado al servicio de la clase obrera y las capas populares”.
No todo el Frente Obrero que abandona la organización armada pasa a formar parte de LAIA. Los militantes del FO de Gipuzkoa en su gran mayoría organizan el partido LAIA pero los militantes del FO de Bizkaia no se incorporan a esta nueva organización pasando a trabajar de forma autónoma.
Impulso de los Comités Obreros Abertzales (COA) y nacimiento de LAB
La escisión vivida en el Frente Obrero no se parece en nada a las que ha sufrido anteriormente ETA por lo que no pasa desapercibida en la militancia ni en la dirección de la organización. Es en 1974 cuando la dirección de la organización armada impulsa con los militantes del Frente Obrero que no abandonan la organización la creación de organismos de masas que sirvan para organizar a la clase trabajadora vasca desde una óptica abertzale y revolucionaria. Se van constituyendo los Comités Obreros Abertzales (COA). Estos comités surgen en algunas comarcas de Gipuzkoa (Valle del Urola y Alto Deba). Tienen el problema que en este espacio de lucha las organizaciones de la izquierda radical estatal (LCR, MCE y ORT) llevan tiempo trabajando con la ventaja que la represión se ha cebado en menor medida en ellas al no practicar la lucha armada. En un principio estos COA son impulsados tanto por ETA como por LAIA para potenciar la organización de los trabajadores abertzales en las fábricas. En este momento son comités autónomos que no tienen una estructura común.
Estas estructuras obreras que son independientes entre sí tienen la necesidad de unificarse, lo que llevará a ETA[4] a favorecer un encuentro en el mes de enero de 1975 entre estos comités para avanzar en la creación de una única organización. Todo esto llevará a que en mayo de 1975 a que nazca la organización LAB (Langile Abertzaleen Batzordeak).
Para LAIA esta fórmula de unificar en una estructura estos comités obreros puede provocar de nuevo que sean objetivo de la represión por lo que se descolgará del proyecto de LAB e impulsará los grupos obreros autónomos LAK (Langileen Abertzale Komiteak). Estos comités obreros tienen una presencia globalmente bastante escasa en todo Euskadi, teniendo mayor implantación en algunas zonas de Gipuzkoa.
Todo este proceso lo que deja patente es que desde la V Asamblea uno de los problemas que tiene ETA en relación con el movimiento de masas es la falta de una estructura organizada dedicada a la labor de las masas, que pudiera trabajar sin tener que definirse como estructura de ETA por lo que podía conllevar en el terreno de la represión, situación que aprovechan las organizaciones políticas de izquierda estatal ya que al no practicar la lucha armada tienen una mayor capacidad para implantarse y desarrollar una actividad política en diferentes ámbitos (fábricas, universidad, etc).
LAB viene a cubrir esa carencia que ETA tiene en el campo obrero, y en ese contexto se define “como organización de masas para la clase trabajadora vasca en una línea abertzale y de clase”. Tiene una vocación asamblearia y no pretende ser portavoz de los trabajadores a la hora de negociar convenios con la patronal porque entiende que esa responsabilidad recae en las asambleas de fábricas.
En ese período en el que los atentados de todo tipo, choques violentos entre guardias civiles y miembros de ETA y detenciones son constantes, el día 13 de septiembre de 1974 se produce en Madrid el atentado de la cafetería Rolando que estaba situada al lado de la DGS (Dirección General de Seguridad), en el que mueren 11 personas y 71 resultan heridas. De los fallecidos solo uno es policía y el resto de las víctimas son civiles que se encontraban en el local. Ante el error cometido por ETA la dirección no quiere reivindicar el atentado, pero un sector de la organización entiende que deben de reivindicar el atentado, por lo que este atentado y su no reivindicación va a ir generando una desazón entre la militancia que se verá reflejada en la reunión del IV Biltzar Ttipia que se celebra en octubre de 1974 con la finalidad de preparar la celebración de la Segunda parte de la VI Asamblea, dándose dos posturas ante el atentado: Un sector quiere eludir la autoría del atentado para evitar la imagen que le puede generar. Este sector corresponde con la corriente mayoritaria existente en la organización que es la político-militar. Por el contrario, el otro sector exige que sea reivindicado el atentado llevando aparejado el asumir la responsabilidad que ello va a comportar. Este sector minoritario es de la opinión que la ocultación de los hechos por graves que fueran, son propios del sistema que se combate. Esta postura es defendida por la corriente que se conocerá como militar.
En este contexto en el que los cambios políticos se hacen cada vez más sensibles la dirección de la organización, es decir, el Biltzar Ttipia realiza un análisis de la situación y elabora un programa para el futuro. En este análisis y hoja de ruta se plantean cuestiones como la legalización, el papel de la lucha armada en el futuro régimen. En ese momento los problemas de la organización armada se dividen en dos grandes bloques: a) el problema de la estructura de ETA que está lastrando a la organización y b) la táctica que tiene que seguir la organización en el futuro inmediato.
En términos ideológicos o políticos no hay diferencias entre ambas corrientes, o las que hay no son de gran calado. Las posturas que defiende cada una de las corrientes se pueden resumir en los siguientes términos:
Una corriente mayoritaria que a partir de la escisión será conocida como ETA (político-militar) plantea en el plano organizativo transformar la estructura de la organización, desapareciendo los antiguos cuatro frentes[7] para pasar a una estructura político-militar, influidos por el modelo organizativo de los tupamaros uruguayos. Se basan en el análisis que ambas actividades (política y militar) están íntimamente ligadas y deben de estar muy coordinadas.
Las actividades de los frentes militar y obrero a nivel local serían coordinadas por un único responsable de zona y sería el responsable de las acciones armadas. Se mantiene un frente llamado “bereziak” (especiales) que serán los encargados de planificar y realizar acciones militares complejas y de largo alcance, funcionando con un grado de autonomía por razones de seguridad.
Esta estructura engarza la lucha política con la militar a diferencia de la praxis que había habido hasta entonces que cada frente trabajaba de forma autónoma. Es por ello, que a esta fórmula organizativa se la denominara “político-militar”, porque es partidaria de unir la lucha armada y la lucha de masas en una sola organización.
El análisis político que hacen de la situación es muy optimista viendo a corto plazo la salida del Régimen franquista hacia una democracia burguesa y en el plano político plantean formar el BAT (Frente por la izquierda vasca) con los siguientes objetivos: La independencia del Euskadi, la reunificación, la euskaldunización, el socialismo y la defensa del internacionalismo proletario.
La otra corriente minoritaria que tiene una visión muy diferente de la situación será la que en noviembre de 1974 dará lugar a ETA (militar) dando a conocer su planteamiento en el “ETAren Agiria” (Manifiesto de ETA) en el que se presentan ante la opinión pública como la organización ETA (militar). Es un documento en el que hacen un análisis de la situación política, que pone las bases de lo que va a ser su línea táctica y estratégica para un futuro.
Organizativamente entienden que el modelo de unir los frentes, es decir, el nuevo modelo político-militar, no solo no solucionaba los problemas del modelo de frentes, sino que los aumentaba ya que al ir muy ligadas las actividades políticas y militares, el funcionamiento va a ser mucho más deficiente que hasta ahora. Es más, con este modelo la represión va a hacer más daño a la organización al estar unificados los frentes, el político y militar, lo que arrastraría a tener grandes caídas. Este sistema imposibilitaría la creación de organizaciones de masas estables debido a la represión que sufren por pertenecer a ETA.
La estructura político-militar es elitista y el aceptarla por la totalidad de la organización supondría la renuncia a participar en la legalidad democrática por lo que plantean asumir la posición de transformar toda la organización en un aparato militar único. Es decir, defienden que la lucha armada se tiene que separar de la lucha de masas para no entorpecerla.
El concepto que tienen es que ETA debe ser una organización política que ejercerá la lucha armada como método de lucha, siendo las fuerzas políticas que tengan como objetivos estratégicos la independencia, el socialismo y la euskaldunización las que ejercerán la iniciativa política entre las masas. Esto es lo que les diferencia del sector político-militar.
Para entrar en la legalidad democrática plantean que se han de articular organizaciones amplias y estables que sean capaces de elaborar un programa político y “hace un llamamiento a todas las organizaciones, grupos y personalidades de los sectores independentistas, obreros y populares antioligárquicos a buscar la unidad de acción en un frente común de cara a la posición política a tomar con respecto a la alternativa democrática”.
Por ello, la mayoría de los miembros del Frente Militar deciden separarse del “aparato de masas” para tácticamente limitar sus funciones al desarrollo de la lucha y de sus posiciones políticas, en función de la situación de cada momento. Esta separación de los organismos de masas no conlleva un alejamiento de ellos. Lo que pretenden es poner en práctica una forma nueva de relación, actividad armada-actividad de masas ya que en este momento el segmento que compone las capas populares no está en condiciones de radicalización para hacer suya la lucha armada y tampoco hay una organización preparada para afrontarlo.
El análisis que hacen de la situación política no es tan optimista como los político-militares y si bien entienden que “el fascismo agoniza a la par que Franco, aunque muy bien podría suceder que éste le sobreviviese en estado de momificación”.
Esta ruptura producida en el IV Biltzar Ttipia de ETA acelerará los acontecimientos y el grupo que se denominará ETA (político-militar) pondrá en marcha el proceso para realizar la segunda parte de la VI Asamblea.
En diciembre de 1974 se realiza una huelga de hambre por parte de los presos políticos vascos, organizada por ETA (pm) y apoyada por ETA (m) y ETA-VI, ORT y MCE, realizándose una huelga general el día 11 de diciembre que paraliza todo Euskadi Sur. Todo esto llevará al sexto estado de excepción en abril de 1975.
Con el gobierno de Arias Navarro, la represión se canaliza de dos formas: Una es mediante una represión brutal creciendo el peso de sectores ultras y teniendo como desenlace los últimos procesos judiciales que desembocan en los fusilamientos de septiembre de 1975 y la otra es mediante la utilización de grupos parapoliciales que actúan con total impunidad atacando cualquier cosa que pueda ser progresista. La represión es tan grande que en Bilbao tuvieron que habilitar la plaza de toros como lugar de detención e interrogatorios.
La gran mayoría de la militancia de la organización se posiciona con ETA (pm), tanto entre la militancia activa, refugiados como los militantes que están presos en las cárceles del Estado español. Por el contrario, lo que se conocerá como ETA (m) es un grupo más reducido, pero más compacto.
ETA (pm) durante los primeros meses de 1975 sufre muchas detenciones, entre otros motivos debido a su nueva estructura político-militar que unifica los frentes, lo que lleva a que las caídas afecten a las dos estructuras de la organización. En julio de 1975 una de las acciones que planificaron como más importante para la organización era la fuga de la cárcel de Segovia de miembros de esta organización prevista para el 27 de julio que se vio desbarata por las caídas de comandos que tuvo en ese período, sobre todo porque en ETA (pm) había un infiltrado de los servicios secretos españoles que contribuyó a ello.
Las detenciones de miembros de ETA (pm) tienen como resultado dos consejos de guerra que el Régimen los celebra en el mes de agosto aprovechando el período vacacional para mitigar las posibles protestas que pudieran surgir, cosa que no consigue. Como consecuencia de ambos consejos de guerra dos militantes de ETA (pm) son condenados a muerte y fusilados el 27 de septiembre de 1975 (Txiki y Otaegi). En esas mismas fechas hay otro consejo de guerra en el que tres militantes del PCE (m-l) y FRAP son condenados a muerte y fusilados el mismo día.
Por lo que respecta a la actividad de ETA (m) en este período si bien en un principio era una organización más minoritaria, poco a poco se va estructurando e incorporando más militantes, continuando con el método de lucha de acción-represión-acción, atacando a miembros de los aparatos policiales y confidentes de la policía.
En el inicio, ETA (pm) arrastraba el lastre de todas las caídas que había sufrido. Unas sesenta detenciones, el 80% de la militancia y centenares de personas habían huido del interior. Lo que le obliga a coger militantes de otros sectores y realiza algunos secuestros para financiarse. Estas acciones las realizan los comandos “Bereziak” y fueron duramente criticadas por las otras organizaciones de la Izquierda Abertzale (ETA (m), LAIA, LAB y EHAS).
Es en este momento cuando en el entorno de gentes abertzales y socialistas junto con ex militantes de ETA forman en Euskadi Sur la organización EAS y en marzo de 1974 en Euskadi Norte había surgido la organización HAS. En el mes de noviembre de 1975 ambas organizaciones realizan un congreso en Pamplona para converger en una nueva organización: EHAS, que tiene la característica de ser por el momento la única organización que tiene su ámbito de acción en todo Euskal Herria (Norte y Sur).
Conclusiones
El primer lustro de la década de los 70 del siglo XX fue convulso dentro de las organizaciones que luchaban contra la dictadura. Los días del dictador llegaban a su fin, pero cosa muy diferente era el escenario que se abriría con su muerte.
Tanto en el Estado español, como en Euskal Herria se empezaban a vislumbrar diferentes ópticas de la situación, así como la estrategia a seguir en todo ese proceso y ETA no fue una excepción. Los análisis al respecto empezaban a atisbar las diferencias existentes, en algunos casos sustanciales, a la hora de definir los nuevos escenarios políticos.
Por lo que respecta a la organización ETA, además de las diferentes visiones que había en su seno, habría que añadir la dificultad añadida por su forma de organización. La estructura organizativa en diferentes frentes de lucha, totalmente alejada de la concepción clásica de partido vanguardia que era lo que predominaba en el resto de las organizaciones antifranquistas de izquierda empezaba a ser un cierto lastre en esos momentos; todo ello explica los movimientos que se vivieron en su interior y que desembocaron en diferentes crisis.
Lo que a priori se hubiera podido entender como debilidad política, analizando el contexto del momento y con la perspectiva histórica, se puede afirmar que lo sucedido en ese periodo no dejó de ser un proceso político que estaba poniendo las bases de lo que posteriormente se ha definido como izquierda abertzale y dentro de esta lo que se ha conocido como Movimiento Vasco de Liberación Nacional.
A partir de 1974, se abre un periodo en el que las diferentes organizaciones políticas surgidas del proceso vivido dentro de ETA, adoptarían sus dinámicas propias de lucha, que se reflejaría en sus formas de interpretar los diferentes acontecimientos que se vivieron a partir de 1975, con el fallecimiento del dictador y los derroteros que iba a seguir el régimen.
Como expuse en la introducción del primer artículo, la finalidad de su publicación no ha sido otra que recordar unos hechos de los que ahora se cumplen cincuenta años, que desde el punto de vista histórico podríamos decir que fueron ayer, pero totalmente desconocidos para las actuales generaciones.
Bibliografía utilizada:
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[1] A partir de ahora a ETA V la denominaré ETA a secas, pues será la organización que continuará con las siglas de dicha organización.
[2]Langileen Alderdi Iraultzaile Abertzalea: Partido Abertzale Revolucionario de los Trabajadores.
[3]Zuberoa: Territorio de Euskal Herria en Iparralde o País Vasco-Francés.
[4] La organización armada que impulsa la creación del sindicato LAB es ETA Político-Militar. Posteriormente se explicará como la organización ETA se parte en dos, surgiendo ETA Político-Militar y ETA Militar producto de su división en octubre de 1974.
[5] Milis: Termino que se utilizaba en la época para denominar a ETA militar o ETA (m).
[6] Polimilis: Termino que se utilizaba en la época para denominar a ETA político-militar o ETA (pm).
[7] Hay que recordar que en la pre-asamblea de octubre de 1972 se habían fusionado el Frente Obrero y el Frente Cultural
En la historia reciente de Euskal Herria hubo varios episodios que sucedieron en un breve espacio de tiempo, que si bien en aquel momento no dejaron de ser situaciones frecuentes que se daban en las organizaciones que luchaban en la clandestinidad contra la dictadura franquista, pasadas unas décadas se puede afirmar que tuvieron una influencia decisiva en lo que fue a partir de entonces el devenir de la política vasca y los caminos que recorrieron las diferentes sensibilidades de la izquierda abertzale. Todo ello sucedió a lo largo de 1974, ahora hace cincuenta años.
Si 1973 fue el año que catapultó a la organización ETA a nivel internacional, gracias al atentado más importante desde su nacimiento, volar el coche del presidente del Gobierno español y mano derecha del dictador, 1974 pasó a ser el año en el que las disensiones internas que arrastraban desembocaron en varias escisiones, pero, sin duda alguna, una de ellas marcaría la historia, no solo de ETA, sino de lo que conocemos como Izquierda Abertzale.
Este texto, dividido en dos partes, no pretende ser un análisis profundo de ese periodo de la historia, más bien se limita a realizar un pequeño repaso de las experiencias ideológicas y políticas que se dieron en el espacio político de lo que posteriormente se ha conocido como izquierda abertzale; unas pinceladas que puedan servir para desempolvar aquellos años y para quienes estén interesados puedan profundizar en su estudio.
Antecedentes
A lo largo de su historia, ETA ha estado inmersa en tensiones internas que en muchos casos desembocaron en importantes crisis internas. Gran parte de ellas tenían su origen en divergencias ideológicas, pero otras eran producto de diferencias organizativas. Todo ello se debía a diferentes factores, pero la inmensa mayoría de ellos tenían un denominador común: ETA era una organización en continuo movimiento, no se podía asemejar a ninguna de las organizaciones que luchaban contra la dictadura. Su estructura y sus dinámicas inspiradas en los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo en su lucha contra el colonialismo; no se parecía en nada a las organizaciones clásicas que estaban en el exilio y/o se movían en la clandestinidad. ETA era una organización estructurada en cuatro frentes (político, cultural, obrero y militar).
La última gran crisis que vivió en su seno no estaba muy lejos en el tiempo, habría que poner la mirada en 1970 y el cisma que se produjo en su seno con la celebración de la VI Asamblea, cónclave que no fue reconocido por parte de la militancia; todo ello desembocó en la existencia de dos organizaciones que compartían las mismas siglas: ETA, pero que para diferenciarlas eran conocidas por la asamblea en la que fundamentaban su legitimidad, lo que se traducía en que una fuese conocida como ETA V Asamblea y la otra como ETA VI Asamblea.
El paso del tiempo y la actividad de ambas organizaciones llevó a que la que era conocida como ETA V Asamblea pasase a ser la heredera de las siglas, para finalmente ser denominada como ETA, sin ningún añadido. Por el contrario, ETA-VI fue encaminándose a transformarse en una organización de corte marxista-leninista clásico, un partido vanguardia; después de algunas diferencias internas que se solventaron con una escisión, el sector mayoritario, conocido como Mayos, entró en un proceso de convergencia con la organización LCR, por lo que durante un tiempo fueron conocidos como LCR-ETA VI, para finalmente suprimir las siglas de ETA VI y denominarse únicamente LCR.
Eran tiempos convulsos, a la represión desatada por el régimen franquista, había que añadirle los innumerables debates ideológicos que se daban en todas las organizaciones políticas. Todavía estaba cercano el Mayo francés, hecho que influyó en muchas organizaciones de la época.
Evolución de ETA V
En octubre de 1972 ETA V realiza una segunda pre-asamblea o asamblea de cuadros. En esta reunión acuerdan fusionar el Frente Obrero y el Frente Cultural, pasándose a llamar únicamente Frente Obrero. En esta pre-asamblea surge una nueva corriente, autónoma o ácrata, siendo su cabeza visible el histórico militante Emilio López Adan, Beltza.
Es una época en el que las tensiones entre el Frente Militar (FM) y el Frente Obrero (FO) son continuas. Las causas se debían a que partiendo de la base que la necesidad de la lucha armada no era cuestionada por nadie en la organización, debido a que las acciones armadas que habían realizado en los dos últimos años habían reforzado la imagen de ETA, sin embargo, el problema estribaba en cómo organizar el incremento de apoyo social que se estaba dando.
Al crecer la militancia de la organización, la mayor parte de esa militancia entraba a formar parte del Frente Obrero. Eran personas que se comprometían pero que no realizaban acciones armadas. Pero el grado de represión había aumentado muchísimo desde el Proceso de Burgos, lo que originaba muchas detenciones y caídas en dicho frente. No hay que olvidar que el Régimen quería evitar otro proceso judicial al estilo del Proceso de Burgos que se le pudiera ir de las manos, por lo que en este período se producen un elevado número de muertos por parte de militantes de la organización, ya que los sectores más duros de los aparatos del Estado querían demostrar mano dura ante la opinión pública.
Todos estos problemas que arrastraba la organización armada le exigían fijar unas bases de actuación política y armada. Por ello convocan la VI Asamblea, pero unos meses antes, en concreto en mayo de 1973, se produce una reunión del Biltzar Ttipia (Comité Ejecutivo) en la localidad madrileña de Getafe para intentar superar las diferencias existentes entre el Frente Militar y el Frente Obrero aunque el problema no quedó superado. De esta reunión sale un comunicado que ETA difunde al pueblo vasco.
Los aspectos más importantes de este comunicado son los siguientes: La lucha armada es “la forma suprema de la lucha de la clase trabajadora”, la cual tiene dos aspectos: “a nivel táctico, potenciar y apoyar la dinámica de masas que desarrollamos la clase trabajadora y el resto de nuestro pueblo” y a nivel estratégico para dotar de un dispositivo armado a la clase trabajadora y clases populares vascas para derrocar e inutilizar las fuerzas represivas del régimen y en el marco ideológico, la organización armada da una explicación-definición de independentismo socialista: “Una independencia separatista con respecto al imperialismo y los Estados capitalistas español y francés, e independencia-unionista con respecto a todos los pueblos del mundo en especial con nuestros vecinos inmediatos. Independencia quiere decir pues, creación de un sistema social vasco completamente dirigido por nuestro Pueblo, en el que el grado de compromiso de unidad con los Pueblos vecinos sea función del momento histórico; somos partidarios de la abolición de las fronteras cuando no haya condiciones para que un hombre explote a otro ni que un pueblo oprima a otro. Nuestra lucha está concebida dentro de la unidad de los trabajadores del todo el mundo y en función de los intereses de la Revolución Socialista”.
En esta situación de tensión entre ambos frentes ETA V llega a su VI Asamblea.
VI Asamblea de ETA V
En primer lugar, hay que recordar que ETA V no reconoce la legitimidad de la VI Asamblea celebrada en verano de 1970 que dio origen a ETA VI por lo que para ellos esta es su verdadera VI Asamblea que celebra su primera parte en agosto de 1973 en Hazparne (Lapurdi)[1].
Las diferencias entre los militantes de ambos frentes se centran por un lado en cuestiones organizativas e internas; el Frente Obrero rechaza que para acceder a los puestos de dirección sea obligatorio saber euskera ya que había muchos miembros de este frente que no podrían optar a cargos de responsabilidad. Criticaba que no se veían representados lo suficientemente en los órganos de dirección de la organización, en concreto, en el Biltzar Ttipia (Comité Ejecutivo); y en la política de alianzas: El FM propugna que solo se lleguen a acuerdos con otras organizaciones vascas y el FO quiere libertad de acción ya que su planteamiento es llegar a acuerdos con otras organizaciones de izquierda del Estado español.
ETA aprueba un documento no muy extenso en el que recoge su línea ideológica, el documento se titula “Por qué estamos por un Estado Socialista vasco”. Es un texto en el que no entran en la dinámica de grandes discursos teóricos. Si comparamos este documento con el Zutik nº 55 que publica ETA VI en marzo de 1973 con motivo de la 2ª parte de su VI Asamblea, la conclusión que podemos obtener es que el documento de ETA VI es de un gran desarrollo y profundidad teórica en contraposición con el documento aprobado por ETA V que es mucho más sencillo, pero más accesible a las bases y los sectores de la población cercanos ideológicamente. Sin ser extenso, desarrolla y profundiza en las motivaciones que llevan a la organización ETA V a apostar por la construcción de un Estado Socialista Vasco. Con este documento ETA V pone de manifiesto las diferencias ideológicas que mantiene con ETA VI.
Así define la organización armada los objetivos que persigue:
“Nuestro objetivo fundamental es la creación de un Estado Socialista Vasco dirigido por la clase trabajadora de Euskadi como instrumento para alcanzar una sociedad vasca sin clases, una Euskadi auténticamente comunista; como instrumento -en suma- para nuestra total e íntegra liberación como trabajadores”.
En este documento la organización armada conjuga la lucha de liberación nacional del pueblo vasco con la lucha social para la consecución de una sociedad socialista y la enmarcan
“desde una perspectiva revolucionaria de clase, desde la perspectiva más consciente y auténticamente revolucionaria: la comunista”.
Profundiza en los motivos por los que se posicionan en favor de la independencia y la argumentación gira en los planos étnico y cultural. Hay que tener presente que en estos momentos la izquierda del Estado español tiene unas posiciones un tanto ambiguas respecto del problema vasco[2].
“En el plano nacional, luchamos por la liberación de Euskadi desde una perspectiva independentista; lo que ciertamente nos distingue de muchas organizaciones socialistas […] Nosotros no somos independentistas porque creamos que españoles o franceses nos roban dinero y lo mejor de nuestra juventud y busquemos edificar una sociedad vasca opulenta, ni porque los vascos seamos superiores y no nos convenga tener contacto alguno con maketos[3], belarrimotzas[4] o cosas por el estilo, ni condicionados por el odio étnico que España y Francia nos tienen […] si éstas fueran las únicas razones […] nos opondríamos con todas nuestras fuerzas a tal reivindicación por burguesa, racista y cabalmente reaccionaria. Nosotros somos independentistas porque creemos que nuestro problema como trabajadores vascos, nuestro problema como clase explotada en un contexto de pueblo nacionalmente oprimido, no puede solventarse dentro del marco español o francés […] Solo un Poder Político Independiente en nuestras manos, es decir, sólo un Estado Socialista Vasco podrá garantizar la resolución de la otra cara del problema, nuestra liberación como miembros de una comunidad nacional oprimida: Euskadi”.
Para ETA V, por un lado, el problema vasco desborda los marcos estatales español o francés al englobar un territorio que está dentro de dos estados diferentes, pues en ambos casos, existe una franja de territorio vasco que queda fuera de sus respectivos dominios y, por otro, “el problema cultural del Pueblo Vasco no puede ser resuelto desde una perspectiva no vasca; aunque pretendidamente internacionalista”.
Para ETA las vanguardias españolas únicamente contienen “soluciones parciales e incompletas que -si bien a ellas les parecen satisfactorias- nos conducirían inevitablemente a la diglosia”.
En este documento los militantes de ETA se definen de forma expresa como comunistas, pero la organización armada sigue definiéndose como organización socialista sin posicionarse en ninguna tendencia dentro del socialismo.
“como revolucionarios comunistas que somos, luchamos contra toda opresión; luchamos pues contra la opresión nacional. Y, por ello mismo, estamos por la independencia de Euskadi, por un Estado Socialista Vasco”.
De hecho, en este documento la organización armada encuadra al Estado Socialista Vasco como un paso transitorio hasta la consecución de la sociedad comunista. No deja de ser una etapa hasta la consecución una sociedad mundial sin clases. Lo que Marx y Lenin definían como la extinción del Estado[5].
El Estado Socialista Vasco -por fin- no tendrá una existencia perpetua: lo necesitaremos únicamente mientras estemos empeñados en la resolución de nuestro problema nacional y en la reconstrucción económica y social de Euskadi Norte. Una vez cumplidas estas tareas, la existencia de un Estado autónomo para el Pueblo Vasco habrá dejado de tener sentido. A consecuencia de ello, en tal momento nuestro deber internacionalista será unirnos en pie de igualdad con todos los pueblos y proletarios del mundo -comenzando por los más próximos- para proseguir la edificación de la sociedad comunista”.
Por el contrario, el gran problema de ETA V es que no está sabiendo articular organizativamente el aumento de su base social y las tensiones entre los dos frentes serán continuas. Estos problemas que la organización arrastra desde que en la V Asamblea aprueba el modelo frentista y que en algunos momentos generan fricciones profundas son dejados para debatirlos en la 2ª parte de esta VI Asamblea. El problema de ETA es que al ser un Movimiento de Liberación Nacional en el que abarca todos los frentes en la lucha contra el franquismo, una de las dificultades más importantes es que no todos los frentes llevan las mismas dinámicas a la hora de trabajar y algunos frentes tienen el hándicap de verse limitados en su trabajo político porque la organización tiene, entre otros, como método la utilización de la lucha armada que condiciona al resto de los frentes.
El 20 de diciembre de 1973 el Comando Txikia realiza el atentado contra Carrero Blanco. Una operación cuyos preparativos y seguridad fueron cuidados al máximo por la dirección de la organización, hasta el extremo que no todos los miembros de la ejecutiva de la organización tenían conocimiento de la acción que estaba preparando un comando en Madrid.
En contraposición al éxito que tiene ETA en el ámbito operativo, el gran problema de la organización armada es el adecuarse a la nueva situación política ya que en estos momentos tiene dificultades para tener una organización de masas que esté enraizada en el tejido socio-político. Todo esto llevará a vivir unas tensiones importantes en el Frente Obrero de ETA, que se traducirá en el abandono de la mayor parte de la militancia de este frente, dando origen al nacimiento del primer partido político dentro del espacio de la izquierda abertzale, LAIA (Langileen Alderdi Iraultzaile Abertzalea)[6].
La segunda parte de este trabajo se centrará en la crisis surgida dentro del Frente Obrero, el nacimiento de LAIA y la posterior crisis internar en ETA, que dio origen al nacimiento de dos nuevas organizaciones producto de la ruptura interna en la organización: ETA militar y ETA político-militar.
Bibliografía utilizada:
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Egaña, Iñaki: Diccionario histórico-político de Euskal Herria. Tomo I, Txalaparta, 1996.
Egido, José Antonio: Viaje a la nada. Principio y fin de Euskadiko Ezkerra, Txalaparta, 1993.
Forest, Eva. Operación Ogro (Como y por qué ejecutamos a Carrero Blanco), Argitaletxe HIRU, Hondarribia, 2ª Edición, 1993
Giacopuzzi, Giovanni: ETA. Historia política de una lucha armada 2ª parte, Txalaparta, Tafalla, 4ª edición, 2001.
Giacopuzzi, Giovanni: ETA pm. El otro camino. Txalaparta, Tafalla, 1997.
Letamendia Belzunce, Francisco (Ortzi): Historia de Euskadi. El Nacionalismo y ETA, Ruedo Ibérico, 1977.
Varios: Clase obrera, marxismo y cuestión nacional en Euskadi, Cursos “IPES” cuaderno de formación nº 1, conferencias celebradas entre el 23 de marzo y el 3 de junio de 1980 en Bilbao.
[1]Lapurdi: Territorio de Euskal Herria situado en Iparralde o País Vasco-Francés.
[2] Recordar que tanto la escisión de ETA Berri que en este momento se denominan Komunistak como ETA VI entienden que la opción independentista es contrarrevolucionaria y pequeñoburguesa.
[3]Maketo: Término despectivo que se utilizaba para denominar a las personas que emigraron de otras zonas a Euskadi.
[4]Belarrimotza: Término despectivo a veces utilizado para referirse a las personas no originarias del País Vasco (en este sentido acepción similar a la de maketo) o que no conocen el euskara.
[5] Marx y Lenin teorizan sobre este tema en varias de sus obras. Una de las más importantes es el Estado y la Revolución de Lenin en la que analiza las teorías de Marx sobre esta cuestión refutando las interpretaciones que de Marx realizan algunos líderes de la II Internacional.
[6]Langileen Alderdi Iraultzaile Abertzalea: Partido Abertzale Revolucionario de los Trabajadores.
Hablar de las cloacas del Estado es entrar en un mundo en el que nos encontramos la verdadera cara de lo que son los aparatos que lo sustentan. Es ahí donde realmente se debe poner un dispositivo para medir las ratios que tienen los Estados en materia de democracia, derechos y libertades fundamentales. Si ese imaginario medidor se pusiese en funcionamiento, en muchísimos países de nuestro entorno la aguja no lograría ni alzarse levemente. Nos encontramos con estados que bajo la fachada de democracias consolidadas que se supone que cumplen los estándares democráticos, se esconden movimientos ocultos que sin duda alguna se pueden calificar de siniestros y es ahí donde se prueba la calidad democrática.
En este contexto, el libro al que hoy voy a dedicar este espacio es producto de una labor audaz y exhaustiva de investigación que, siguiendo la estela de un sicario, ha buceado en las cañerías del Estado español y sus diversas ramificaciones en el entorno de lo que denominan democracias occidentales, aunque quizá fuese mejor suprimir la palabra democracias y dejarlo únicamente en occidentales. Su autora, Ana María Pascual, periodista de investigación con una dilatada trayectoria en diferentes medios de comunicación, publicó hace un lustro el libro “Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado” (El Garaje Ediciones). No dudo que se dé la circunstancia que más de una persona haya tenido la oportunidad de poder leerlo, pues en un espacio corto de tiempo la editorial tuvo que realizar una segunda edición, pero como me temo que habrá muchísimas más personas que no tengan conocimiento de este libro y/o de lo que en él se recoge, es por lo que me ha parecido interesante y necesario rescatarlo.
En mi caso, he tenido la ocasión de leerlo en fechas recientes, y lo que me ha llevado a dedicarle estas líneas es la deuda que tenemos para con todas aquellas personas que, durante la dictadura y los años posteriores, sufrieron la violencia y la represión tanto de los aparatos del Estado como de las organizaciones de ultraderecha. Y en ese contexto, este libro, entre otras cosas, sirve para acabar de despejar la duda sobre el nexo de unión entre el Estado y las organizaciones terroristas de ultraderecha. En la inmensa mayoría de los casos no existió una línea divisoria entre el Estado y esos grupos terroristas que en los primeros años de la monarquía eran denominados con el eufemismo de “grupos incontrolados”, más bien se podría decir que formaban una nebulosa donde diferenciar lo uno de lo otro era prácticamente imposible. Estos grupos mal llamados incontrolados podían asesinar a Arturo Ruiz en una manifestación en Madrid, entrar a tiros en un despacho de abogados laboralistas o generar el terror en el Triángulo de la Muerte (formado por las localidades de Urnieta, Hernani y Andoain), gozando de total impunidad en las instancias policías y judiciales, y sobre ellos planeaba en muchos de los casos la sombra de miembros de la Internacional Negra[1].
Anteriormente he dicho que la autora del libro es la periodista Ana María Pascual, pero este libro se sustenta sobre otro pilar fundamental, que no es otro que Teresa Rilo, la que fuera viuda del mercenario francés Jean Pierre Cherid.
Como cuestión previa, antes de continuar, quizá sea necesario responder a la pregunta que alguno se estará haciendo, y que no es otra que quién fue Jean Pierre Cherid. La respuesta es sencilla, un ciudadano francés nacido en Argelia, hijo de colonos que se enroló como paracaidista en el ejército francés para luchar contra el movimiento independentista argelino. Posteriormente formó parte de la organización terrorista OAS, estuvo en prisión en el Estado francés por haber asesinado a un gendarme, de donde huyó a España, donde empezó una carrera como mercenario; pasó por Biafra, Martinica y trabajó para los aparatos policiales y servicios secretos españoles, siendo una pieza clave en el terrorismo de Estado bajo el paraguas de diferentes siglas (Batallón Vasco Español, Antiterrorismo ETA, Triple A, Guerrilleros de Cristo Rey y finalmente GAL). Falleció en marzo de 1984 en la localidad de Biarritz debido a la explosión de un vehículo que había preparado para atentar contra refugiados vascos. Su muerte se produjo en extrañas circunstancias que nunca se llegaron a esclarecer y por los datos que este libro aporta, las autoridades españolas pusieron todos los medios a su alcance para enterrar todo lo que pudiera ayudar a esclarecer la muerte del sicario francés.
Este libro está escrito a dos voces en el que el lector encontrará por un lado la investigación realizada por la periodista Ana María Pascual enfocada en dar a conocer de forma pormenorizada todas las actividades que realizó a lo largo de su vida el mercenario Jean Pierre Cherid, y por otro lado el relato en boca de su viuda, donde encontrará lo que fue la vida de este sicario, descrita por la persona más cercana a él, su mujer, donde revelará muchas de sus actividades, intimidades, personas de diferentes ámbitos con las que se relacionaba, entre los que se encontraban terroristas de la ultraderecha española, italiana, francesa, argentina y personajes relevantes de los aparatos policiales y servicios secretos del Estado español, todo ello de forma muy detallada.
Ana María Pascual en su trabajo de investigación irá tirando del hilo de una madeja que servirá para mostrarnos una infinidad de datos necesarios para entender lo que se ha cocido en las cloacas de la Europa Occidental durante la segunda mitad del siglo XX. Como la dictadura franquista propició que el Estado español se convirtiera en un santuario del terrorismo de ultraderecha europeo. Ejemplo de todo esto es la OAS, grupo terrorista francés, que no sólo se fundó en un hotel de Madrid, sino que gozaba de campos de entrenamiento para realizar todo tipo de acciones terroristas en territorio francés, y también el cobijo y apoyo dado por el régimen al terrorismo fascista italiano que en la década de los 60 y 70 realizó auténticas masacres en ese país.
Desde los años sesenta el terrorismo de extrema derecha azotaba Europa Occidental con la connivencia de algunos Estados, entre ellos el francés, donde en ningún momento había un interés por acabar con él. Cherid es muy elocuente: “todas las células fascistas del planeta están conectadas y nos ayudamos entre nosotros”, no era un sicario sin más, detrás de su forma de proceder había una ideología muy concreta . La connivencia era de tal envergadura que un personaje como este, que se supone que debía de estar en búsqueda y captura en el Estado francés por haber asesinado a un gendarme, pues no olvidemos que tuvo que fugarse y huir al Estado español, con el tiempo pasa a colaborar con el Estado francés en la Guerra de Biafra, en calidad de mercenario, o desplazándose a Martinica, colonia francesa, a “poner orden”, es decir, a hacer el trabajo sucio que las autoridades francesas no podían realizar contra el movimiento independentista existente en la isla caribeña. Otro caso llamativo es del terrorista italiano Stefano Delle Chiae[2], líder y fundador de la organización A Vanguardia Nazionale que colaboró en el intento de golpe de Estado que en 1970 organizado por Junio Valerio Borghese, y al fracasar, huyó a España con la ayuda de los servicios secretos italianos. Los aparatos del Estado italiano ayudando a huir a unos terroristas que había organizado un golpe de Estado fallido en ese país.
De ahí que una de las conclusiones que se obtienen después de leer este libro es que es imposible la existencia de la Internacional Negra sin la cooperación necesaria de diferentes gobiernos europeos, pero, sobre todo, de sus aparatos policiales, pero si todavía quedase algún atisbo de duda, lo acabarían despejando en los años ochenta los jueces italianos cuando descubren la existencia de la Red Gladio, organizada por la CIA y la OTAN “que trato de impedir, desde los años cincuenta, la expansión del comunismo mediante la financiación de atentados de extrema derecha” y para el logro de esos fines esas organizaciones fueron mimadas por los aparatos de los Estados occidentales.
Este libro tiene un valor fundamental, pues pone negro sobre blanco lo que para muchos no había dudas al respecto, pero era necesario aportar todos los datos y documentación necesaria para que quedase totalmente sustentado, que no es otra cosa que los diferentes estamentos del Estado español, desde los diferentes gobiernos hasta los aparatos policiales y la ultraderecha eran dos caras de la misma moneda. Algo que también puede ser extrapolable a otros países de nuestro entorno.
Como he comentado anteriormente, uno de los pilares que sostiene este libro es el testimonio de Teresa Rilo, viuda de Cherid, que falleció en 2020. La información que esta mujer atesoraba era fundamental para poder colocar muchas de las piezas de este complicado puzle que es desenmarañar todo lo relativo al terrorismo de Estado y sus conexiones con grupos de ideología ultraderechista. Quizá sea un tanto complicado valorar el papel que desempeñó Teresa Rilo durante el tiempo que vivió con el mercenario francés. En mi caso la reflexión la resumiría en que pasó de ser pareja a una víctima más de Cherid.
La lectura de este libro nos deja una enseñanza que no debemos olvidar: la democracia liberal cuando ve en peligro su hegemonía es capaz de traicionar sus propias reglas y vulnerar todo tipo de libertades. Ahora sólo queda en las manos de la ciudadanía denunciar todas esas situaciones y que nunca caigan en el olvido y que no vuelvan a suceder.
[1] Internacional Negra era la estructura internacional a nivel europeo que tenían las organizaciones fascistas en los años 60 y 70 del siglo XX, cuyo líder era el italiano Stefano Delle Chiae.
[2] Ana María Pascual dedica un capítulo del libro a “los amigos italianos “de Jean Pierre Cherid en Madrid y Teresa Rilo se prodiga en el libro en ofrecer datos de las andanzas de los Stefano Delle Chiae y el resto de los ultras italianos que protegía en Madrid.
La injerencia de los países occidentales en la política interna de terceros países no deja de ser una constante. No renuncian a seguir tuetelándolos, como si a día de hoy Occidente siguiera siendo la metrópoli y el país en cuestión una colonia. En estos momentos uno de los países que se lleva la palma no es otro que Venezuela. En lo que concierne al Estado español, el grado de intromisión es tal, que ha pasado a formar parte de la política interna y es motivo de debates en el Congreso ¿Se imagina alguien que en el Congreso de los diputados se debatiera acerca de la calidad democrática de las elecciones en los EEUU o en Turquía? No, pero si es Venezuela todo vale.
En ese contexto, las diferentes familias de la ultraderecha española lo están utilizando como un recurso más en su pugna por desgastar al gobierno del PSOE-Sumar. Y en todo ese bombardeo, le ha faltado tiempo al PNV para entrar en ese barro, cosa que a algunos bienintencionados les ha dejado algo descolocados, pero si uno escarba un poquito, la estrategia del PNV en absoluto es fruto de la casualidad. Por detrás de todo ello hay una línea ideológica y política que perdura en el tiempo, aunque no saque el mismo ruido que la ultraderecha, y no es otra que la defensa de la oligarquía venezolana y estar al servicio de las políticas atlantistas.
Sin embargo, en esta ocasión el PNV ha ido demasiado lejos. Su defensa de los intereses de las élites venezolanas, con la excusa de que muchos de ellos son descendientes de vascos, recurso que tiene poco o nulo recorrido, le ha llevado a ir de la mano de Abascal, Ortega Smith y Cayetana Álvarez de Toledo, es decir, lo más casposo y ultra de la política española.
La actitud de los jeltzales sencillamente no tiene un pase. En todo el proceso electoral que se ha vivido en Venezuela los de Sabin Etxea no han respectado ni la soberanía, ni las resoluciones de las diferentes instancias jurídicas de este país; han dado por buenos unos resultados, sustentados en unas actas que posteriormente hemos sabido que eran falsas, hasta el extremo que el candidato opositor, Edmundo González se ha desvinculado de ellas ¡vaya tufo!
Actuando de esa forma, la cuestión es sencilla: cómo se va a poder tomar en serio al PNV cuando habla de pedir la soberanía para Euskal Herria, cuando no respeta la soberanía de un Estado que es independiente y con asiento en diferentes organismos internacionales, como la ONU. Parece que han olvidado que el libertador de Venezuela, Simón Bolívar, tiene sus raíces en Euskal Herria. Esta actitud del PNV no deja de ser una tomadura de pelo. Esto no va de defender o atacar a Maduro, va de respetar a un país soberano. Y si todo esto es grave, aún lo es más el hecho que en toda esta cacería en contra de las autoridades venezolanas, vaya de la mano de los partidos de ultraderecha españoles, los mismos que niegan la soberanía del pueblo vasco para decidir su futuro.
Hay que decir que la actitud de su socio de gobierno en Ajuria Enea es infumable, decidiendo dar asilo político a una persona sobre la que hay una acusación formal de las instituciones judiciales venezolanas por una serie de cargos, y no digamos, la de la ministra Margarita Robles, la más ultra del gobierno, que llama dictador a Maduro. Pero el PNV ha decidido ir más lejos y se ha unido a la ultraderecha española para dar un paso que ni la UE se ha atrevido a dar, como es el reconocer a Edmundo González como presidente legítimo de Venezuela. Y curiosidades de la vida, la votación en el Congreso se ha celebrado un 11 de septiembre, aniversario del golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile, y votando de la mano de quienes han blanqueado durante décadas la dictadura de Pinochet. Esa ultraderecha española que aplaudiría una intervención de militar en Venezuela por parte de alguna potencia de la región. Esto es lo que ocurre en política, que hay que saber elegir los compañeros de viaje.
Por cierto, si tanto le preocupa al PNV los descendientes de vascos, podían poner el foco en la Argentina de Milei, donde muchos de ellos están viviendo una situación social que es insostenible.
La ultraderecha española llevaba semanas cocinando este potaje y sólo le faltaba ponerle el perejil para rematar su guiso, pero ha llegado el PNV y lo ha puesto sin que nadie se lo haya solicitado. Se ha apuntado a la fiesta y, claro, los organizadores encantados de haberse conocido. Lo que habrán pensado es que ya falta menos para volver a reeditar un nuevo trifachito ¡Al tiempo!
Julián Zugazagoitia y su novela el botín. Un exponente de la novela social del siglo XX
Hoy voy a desempolvar a un escritor que fue uno de los exponentes de la novela social en los años veinte del siglo XX. El escritor en cuestión no es otro que Julián Zugazagoitia (1899-1940), periodista y escritor vocacional, pero, sin duda alguna, más conocido por su actividad política dentro del socialismo vasco de las primeras décadas del siglo XX.
Su actividad periodística estuvo íntimamente ligada a su militancia socialista; dirigió el semanario La Lucha de Clases (años veinte) y el periódico El Socialista (1931-1937), siendo asiduo colaborador del periódico El Liberal de Bilbao, donde Indalecio Prieto desempeñó varios papeles importantes. En su faceta como escritor, fue autor de varios libros, donde destaca la biografía de Pablo Iglesias, las memorias de Tomás Meabe, así como varias novelas, entre las que se encuentran Una vida anónima (1927), El botín (1929) y El asalto (1930), siendo estas una muestra de la novela social de la época.
De entre todas ellas, hoy voy a destacar la novela El botín, que en noviembre de 2023 volvió a ser reeditada a cargo de la editorial Txalaparta, y sobre la que va a versar mi comentario.
“El botín” nos trasladará a la tumultuosa segunda década del siglo XX. A nivel mundial, la Gran Guerra era la que acaparaba todas las portadas, y en lo concerniente a los asuntos domésticos, a lo largo de la obra predominará la situación social que se vivía por entonces, la conflictividad existente que desembocó en la huelga revolucionaria de 1917 y la posterior despiadada represión. Eran los vientos que recorrían la vieja Europa, daba la sensación que todo ello no dejaba de ser un presagio de lo que se iba a vivir en la Rusia revolucionaria y bolchevique, aunque en este caso con victoria de la clase trabajadora. Y toda la novela está ambientada en el Bilbao de la época, el de las grandísimas desigualdades existentes, con una oligarquía incrementando sus riquezas de forma exponencial a costa de la miseria en la que vivía la clase trabajadora y campesina. Se podría decir que algunos parámetros poco han variado.
Zugazagoitia sostiene su novela en varios pilares. En el plano socioeconómico, el autor nos mostrará una sociedad vasca que había vivido una tremenda transformación; los rescoldos de la última guerra carlista, y el proceso de industrialización salvaje, trajeron consigo la aparición de nuevas clases sociales: por un lado el surgimiento de una oligarquía a costa de la explotación de una clase social hasta entonces desconocida por estas latitudes: el proletariado, en su inmensa mayoría proveniente de otros lugares del Estado, mano de obra imprescindible y barata para el florecimiento de los negocios de la oligarquía. En este contexto, el autor nos muestra la llegada de una ideología propia de lugares industrializados: el socialismo y la lucha por la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Pero el autor también expondrá que la frustración que conllevó la última derrota carlista desembocaría en el surgimiento de una nueva ideología: el nacionalismo vasco, que veía en la naciente oligarquía la responsable de los males del País; era la enemiga de Euskal Herria, expoliaba sus riquezas, traía mano de obra de otros lugares, abocando a la población de las zonas rurales a la pobreza, y traía consigo la pérdida de la identidad nacional y cultural del pueblo vasco. En la novela podemos observar cómo dos ideologías que en aquel momento eran totalmente antagónicas (socialismo y nacionalismo) compartían un mismo enemigo: la oligarquía. Todavía no había llegado la época en la que se conjugaran ambas variables.
La cuestión religiosa y lo que representaba en la sociedad de la época será otro pilar fundamental sobre el que se sustentará esta obra. El autor, a través de los diálogos del protagonista y sus soliloquios, se servirá para realizar una crítica a lo que representaba la religión en un contexto social en el que la respuesta que esta ofrecía a las clases más desfavorecidas ni daba soluciones ni aportaba absolutamente nada para redimirla de la explotación a la que se veían sometidas; contrapone la justicia social frente a la caridad religiosa. Pero Zugazagoitia va más allá, al profundizar en cuestiones como la existencia de Dios y lo que representaba. Es aquí donde el autor nos ofrece su visión más profunda acerca de la religión.
Zugazagoitia nos irá haciendo un retrato de ese Bilbao producto de la industrialización, caracterizado por el choque entre las diferentes clases sociales y cuyo eje vertebrador era la Ría que le daba dinamismo. No es que en esa descripción salga mal parada la Villa, sencillamente nos muestra tal y como era, una ciudad áspera, que en las últimas décadas había experimentado una grandísima transformación; el surgimiento de las grandes industrias y con ello los nuevos barrios obreros, consecuencia de la llegada de trabajadores de otros lugares, en contraposición con el Bilbao burgués, que se extendía por el Ensanche de la Villa. En este contexto, el autor realiza una crítica a la sociedad bilbaína, donde dominaba esa oligarquía que predicaba los valores cristianos, mientras se enriquecía gracias a la guerra que asolaba Europa y la explotación de la clase trabajadores; y como no podía ser de otra forma, eran los mejores clientes de los burdeles de la Villa. Sin lugar a dudas, la novela describe esa hipocresía, y en ese contexto el autor analiza el tema de la prostitución en la época.
En la novela hay dos últimas cuestiones que no quisiera pasar por alto. La primera es que el autor, a lo largo de la narración, transmite con dosis de gran realismo, lo que supuso la huelga revolucionaria de 1917, y los métodos que utilizaron los dirigentes obreros para que pudiera triunfar. Para quien desconozca la historia de la época, probablemente al leer el libro le pueda llamar la atención, pero así sucedía, las organizaciones obreras, a la hora de defender los intereses de la clase trabajadora, no se perdían en interminables debates, eran gentes de acción. La explotación y represión que sufrían solía generar una respuesta directa, en la que el choque estaba garantizado, reivindicando como legítima la utilización de la violencia revolucionaria. Esas organizaciones todavía no habían sido asimiladas por el sistema. El sólo hecho de recordarlo a día de hoy y mirar cómo está el patio en las organizaciones herederas de aquellas de principios del siglo XX, uno no puede evitar esbozar una cierta sonrisa irónica.
La segunda cuestión que quisiera resaltar, y en la que me sucede una sensación similar a la anterior, la encuentra el lector en unos pasajes de la novela, en los que algunos dirigentes del socialismo vasco estando en un trance delicadísimo, debido a la represión que estaban sufriendo, reciben la ayuda del campesinado vasco, ideológicamente enclavado en el nacionalismo vasco y que era blanco de las críticas en la prensa socialista, aquella en la que Zugazagoitia desarrolló gran parte de su carrera periodística. La pregunta que uno se puede plantear es si el socialismo vasco de la época había iniciado una evolución, arrinconando algunos postulados en los que eran más afines al nacionalismo español, pues algunos artículos que se podían encontrar en el semanario La Lucha de Clases eran de lo más incendiaros hacia el euskera, la cultura vasca y las reivindicaciones políticas del nacionalismo vasco de la época, estando más en sintonía con los postulados políticos de la derecha española o, por el contrario, se debe a que Zugazagoitia iba un paso por delante de sus compañero de partido e ideología.
Para finalizar, comentar que es una novela de lectura rápida. Sus algo más de 300 páginas, están divididas en cuatro partes, en la que podemos encontrar algunas ilustraciones a blanco y negro de la época y en la que los personajes que le dan vida están muy bien caracterizados por Zugazagoitia en el papel que cada uno representa.
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