José Mujica. Un humilde sembrador de ideas

José Mujica. Un humilde sembrador de ideas

Hace poco más de dos meses que Pepe Mujica se nos fue en silencio y con una mochila llena de luchas y experiencias, una persona que peleó en innumerables batallas, perteneciente a una nación pequeña en extensión, pero grande en las luchas que ha mantenido a lo largo de su corta historia.

José Mujica. Un humilde sembrador de ideas
Parte del cortejo de José Mujica (Wikimedia Commons)

Se ha hablado mucho de este viejo militante, guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, preso político entre los años 1972 a 1985, fue tomado como rehén por parte de la dictadura cívico-militar para ejecutarlo si los tupamaros retomaban la lucha armada, posteriormente militó en el Movimiento de Participación Popular, organización que forma parte del Frente Amplio, y de la que fue líder, llegando a ser presidente de la República Oriental del Uruguay. Me atrevería a decir que es admirado por una inmensa mayoría de la izquierda mundial, aunque uno siempre encuentra excepciones, y algunos pongan el énfasis en el abandono de la lucha armada por parte de Pepe Mujica. Pero lo que no se puede obviar, es que ha sido un ejemplo para la izquierda de todo el planeta por su humildad, honradez y ética.

Para hablar del pensamiento de Pepe Mujica y de su dilatada trayectoria política, he recurrido a un libro que vio la luz en Uruguay en noviembre de 2022, siendo publicado por la editorial independiente Ediciones del Berretín y que posteriormente ha sido editado en el Estado español por la editorial Baigorri Argitaletxe. Este libro es producto de una serie de charlas que Mario Mazzo y Carlos Martell mantuvieron con Pepe Mujica cuando éste ya estaba en su chacra, retirado de la actividad política.

No sé si se puede asegurar que en este libro se encuentra sintetizado el pensamiento político de Pepe Mujica, pero si me atrevería a decir que no deja ningún tema en el tintero, y en palabras de sus autores “este libro nace de la idea de lanzar semillas al viento, pensando en la necesidad de que nuevos militantes echen raíces en la tierra fértil de las luchas sociales y políticas de este continente tan injusto, tan desigual, que sigue pariendo espíritus rebeldes”.

De lo que no cabe ninguna duda es que todas las reflexiones que aporta el líder uruguayo van dirigidas a obtener el logro de la felicidad por parte del ser humano, pero de todos los del planeta, no sólo de los que viven en los países ricos. Y para ello hace una enmienda a la totalidad al capitalismo, sistema que se sustenta en un consumo depredador que se está llevando por delante al planeta, porque es imposible la sostenibilidad con este ritmo desaforado, que lleva a la destrucción del medio ambiente, y lo expresa en estos términos: “El planeta no se salva si seguimos aferrados a esta civilización. El capitalismo funciona sobre la base de una gran mentira, nos promete la felicidad del consumo sabiendo que no será para todos”, porque son más los que no tienen la posibilidad de acceder a los parabienes que ofrece el capitalismo. Nos trasmite una gran preocupación porque en materia de medio ambiente, los políticos desoyen los consejos de los científicos.

Cuando habla del capitalismo, pone el acento en algo que, siendo obvio, la izquierda a día de hoy no ha encontrado la forma de combatirlo, que no es otra cosa que la asimilación de la cultura capitalista por parte de todas las clases sociales. Y es ahí donde Mujica puede levantar más de una ampolla, pues no duda al decir que en los países donde se ha construido el socialismo “subyace la cultura capitalista”, que no es otra cosa que la falta de formación cultural de clase. Y lo sentencia cuando dice que “no se puede construir un edificio socialista con albañiles capitalistas”, porque no es suficiente con cambiar las relaciones de producción, para cambiar la mentalidad de las personas, pues “el socialismo no es sólo números, son personas”. Lo que nos está queriendo decir es que la gran batalla consiste en combatir al capitalismo en el terreno de la guerra cultural. De hecho, no duda en afirmar que “es más fácil un cambio material que un cambio cultural”, pues para Pepe Mujica “una verdadera revolución es la que logra un cambio cultural” pues si no se quiebra la cultura dominante el cambio no existe. Ese fue el triunfo del capitalismo cuando derrotó culturalmente al feudalismo, cosa que hasta ahora el socialismo no ha logrado al haber fracasado en sus intentos de derribar culturalmente al capitalismo. Este proceso para lograr un cambio cultural no tiene nada que ver con una revolución cultural.

Al hilo de una cultura y una moral distinta, afirma que ser de izquierdas es tener una empatía y manera distinta de ver las cosas, de ver a los demás. Para ello, Pepe Mujica no duda en afirmar que hay que compartir con los de abajo, para que estos tengan fe en los dirigentes de la izquierda.

La humildad de Pepe Mujica se ve reflejada cuando al hablar de esta cuestión responde “Yo te planteo el problema, no la solución porque no la tengo”. Desde los años 80, con el triunfo de las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y la caída de los países que se denominaban socialistas, la izquierda ha sido incapaz de forjar un discurso cultural que contrarrestara la ola neoliberal, pero quizá lo más grave es que tampoco ha sido consciente de ello, y es ahí donde el político uruguayo realiza una autocrítica sencilla y seria desde la humildad del que reconoce que no tiene soluciones, aunque si se atreve a plantear que para superar esta batalla cultural, pasa por la educación, que es “la puerta a la libertad”.

En estos términos expone por qué resiste el capitalismo, porque el capitalismo y sus técnicas de marketing avanzan mucho más que cualquier ciencia, lo que le lleva a sentenciar que “el capitalismo no es solamente un sistema de producción y manejo de riqueza, es también la formación de una cultura subliminal, que es lo más fuerte… Nos ha transformado en adictos consumidores. Confundimos ser con tener, vivimos para comprar cosas nuevas, y estamos siempre “ensartados”, trabajando y pagando”. Una exposición tan sencilla, pero que a día de hoy la izquierda no ha encontrado la solución para deshacer este nudo.

José Mujica. Un humilde sembrador de ideas
José Mujica en el acto de la Confederación de Sindicatos de Trabajadores de las Américas (Wikimedia Commons)

Al hablar del neoliberalismo lo hace exponiendo sus contradicciones. Los gurús neoliberales hablan de libertad en el campo económico, siendo la única que realmente les preocupa, siendo esta más importante que las libertades fundamentales de la ciudadanía. Para Mujica, la propiedad y la acumulación es la piedra angular de este pensamiento, la cual “está basada en el principio de la explotación directa o indirecta de otro”, “la libertad con la que se les llena la boca a los neoliberales es la libertad de apropiarse en gran escala del trabajo de los demás”, lo que no deja de ser una forma de egoísmo de las clases dominantes. En este caso tampoco deja pasar la ocasión para lanzar alguna andanada al espectro de la izquierda cuando afirma que los gobernantes tienen que vivir como vive la mayoría del pueblo, y se dirige a sus dirigentes, que, en muchos casos, cuando esta gobierna suele comportarse como la derecha.

Al hablarnos del Estado no duda un momento al sentenciar la necesidad de la existencia del Estado, con todas las críticas que se le puedan hacer desde los neoliberales, porque a la más mínima crisis, recurren a él en busca de ayuda y protección. Para Mujica el problema radica en las personas, que con sus conductas arrastran al Estado al burocratismo. Y es aquí donde su discurso puede generar malestar, al ser crítico con determinadas conductas que se dan dentro de la izquierda, pues al no preocuparse de corregir sus defectos, facilita el discurso anti estatista de aquellos que quieren reducir el Estado a la mínima expresión. Ataca no sólo a todas esas conductas extendidas en las diferentes administraciones que generan una desafección por parte del ciudadano hacia el Estado en su conjunto, sino que también a las posturas inmovilistas existentes dentro. Y para ello expone su experiencia en la etapa de ministro y de presidente de la República.

El camino que Pepe Mujica nos muestra, al menos para mitigar las desigualdades, pasa por cuestiones que son un denominador común en todos los países capitalistas, sean ricos o pobres, pues todos ellos sufren la ola neoliberal, y para ello, comentará temas tan importantes como fiscalidad progresiva, empresas trasnacionales, capitalismo rentista o reforma agraria.

Dentro de este análisis que va acompañado con grandes dosis de autocrítica, a la hora de entrar a hablar dentro del campo de las ideas, su reflexión despeja todo tipo de dudas que pudieran haber surgido, cuando dice que “no hay una alternativa global a la explicación social del marxismo” porque en la actualidad nadie ha planteado una teoría para salir de esta situación, el marxismo no da respuestas a muchas de las situaciones actuales, pero “tampoco tenemos otra herramienta” porque lo que hay enfrente no sirve. Mujica nos habla de un posmarxismo con la dificultad que no ha surgido un ideólogo que esté a la altura de Marx para darnos una explicación global del mundo actual.

José Mujica. Un humilde sembrador de ideas
Acto de UNASUR para respaldar al presidente de Bolivia Evo Morales (Wikimedia Commons)

La visión ideológica y política de Pepe Mujica hay que entenderla teniendo siempre presente los movimientos políticos que han surgido en Latinoamérica, con sus peculiaridades, que muchas veces no son comprendidas desde la vieja Europa. Conceptos como patria, liberación nacional, banderas que levanta la izquierda en esos países, en contraposición al imperialismo y a las políticas que van de su mano, tienen un significado muy arraigado en ese continente, y muy alejado del concepto que tenemos por estas latitudes.

Mujica hace un repaso histórico a la política uruguaya y nos ofrece algunas pinceladas sobre los países latinoamericanos. Los momentos convulsos vividos a lo largo del siglo XX en su país, los golpes de Estado de todo tipo, las diferentes sensibilidades dentro de la izquierda, la forma de hacer política, que para los lectores que no vivimos de cerca la política de esas latitudes no deja de ser interesante. Y dentro de todo ello el frentismo, esa convicción de toda la izquierda uruguaya, que, para ganar electoralmente a la derecha, pasa por su unidad independientemente de sus sensibilidades. Una lección para aplicar en estas latitudes que se pone más el foco en las diferencias, como así lo recoge Arnaldo Otegi en el prólogo a esta edición, porque “si no sumas no ganas” y para ello hay que deshacerse del sectarismo dogmático.

Al escucharle hablar de la vida y de darle algún sentido, nos encontramos a una persona que ha sido coherente con su forma de vivir, con esa humildad y austeridad de la que ha hecho gala a lo largo de los años, y alejada de la pompa que tanto les gusta a muchos dirigentes de la izquierda.

Pepe Mujica, fiel a sus principios, nos anima a seguir luchando, diciendo que “el capitalismo no es el fin de la historia, que ninguna derrota es definitiva y que los únicos derrotados son los que bajan los brazos”, porque esta vida no es más que luchar desde que nacemos hasta el último suspiro.

José Mujica. Un humilde sembrador de ideas
José Mujica y Lucía Topolansky (Wikimedia Commons)

Y su forma de ver la vida se podría resumir en su última frase: “La esperanza es caminar, y el guerrillero que no camina está frito. Me duelen los huesos, pero todavía voy andando”. A lo que solo se puede añadir, Pepe, que la tierra te sea leve.

José Mujica. Un humilde sembrador de ideas

Memorias para combatir el silencio

Memorias para combatir el silencio

Estamos viviendo un tiempo en el que en la vieja Europa la amnesia se ha apoderado de las mentes de gran parte de sus ciudadanos. Nos vemos inmersos en un proceso de blanqueamiento del fascismo en sus diferentes versiones, y lo que es más grave, de sus crímenes. Es preocupante ver cómo hay personas que están abrazando y ensalzando dictaduras que no han llegado a conocer, regímenes que a lo largo del siglo XX arrasaron con todo. Sin ir más lejos, el akelarre fascista que se ha vivido hace unos días durante el pregón de las fiestas de la localidad zaragozana de Utebo, o ver a adolescentes a la salida del colegio o universidad cantando el cara al sol, tan sólo son un botón de muestra que no nos debería dejar indiferente a nadie.

Ante esta ola reaccionaria, no cabe otra que combatirla y luchar contra el olvido, recuperando la historia con mayúsculas, esa que quieren blanquear, la de los campos de concentración, los bombardeos indiscriminados a la población civil, las ejecuciones, la utilización de prisioneros como esclavos en pleno siglo XX para realizar obras y enriquecerse las dictaduras y sus amigos oligarcas. Pero también hay otras historias, esas que los protagonistas son personas anónimas y que son imprescindibles para tener otra perspectiva, son relatos que pasan de pertenecer a esas personas y familias para formar parte de una historia colectiva, lo que  Jonathan Martínez define en su ensayo La Historia Oficial como “detrás del yo siempre se esconde un nosotros”.

Claro, para recuperar esas pequeñas historias y que pasen a formar parte de todos nosotros, en muchos casos hay que romper muchas barreras. Una de ellas es el miedo, porque es un denominador común entre las personas que han sufrido la represión y/o la violencia de regímenes dictatoriales, pues los traumas son tan grandes que son incapaces de romper esa losa. Ese miedo trae consigo la sombra del silencio para no remover recuerdos y sufrimientos. No es un silencio cómplice, sencillamente es ese terror del que Naomi Klein nos habla en La doctrina del shock.

Cuando se rompe ese binomio miedo-silencio se está dando un pasito para recuperar esas pequeñas historias y la memoria de todo lo que han supuesto las dictaduras fascistas en cualquier confín del planeta. Eso es uno de los logros del libro que hoy quiero traer a este blog. Con el título “Memorias de un silencio”, su autora, Fátima Diez, nos relata la historia de un superviviente de ese 26 de abril de 1937, día en el que la aviación nazi arrasó con la villa vasca de Gernika, y del que el mundo tuvo noticias gracias a que hubo algunos periodistas extranjeros que fueron testigos directos de lo sucedido, pero que a día de hoy sigue habiendo negacionistas, como los hay de los campos de concentración nazis o del genocidio de Gaza.

Memorias para combatir el silencio
Emilio Aperribay junto al Árbol Viejo de Gernika

En un formato de relato novelado, la autora nos trae la historia de Emilio Aperribay y su familia. Naturales de Gernika, el día del bombardeo Emilio tan sólo tenía ocho meses. Gracias a que con el tiempo sus aitas fueran liberándose de sus miedos, tuvo conocimiento a través de ellos de todo lo que supuso ese día, porque todo lo que vino después, él ha tenido tiempo de vivirlo en sus propias carnes y a día de hoy sigue siendo un testigo vivo de aquella época siniestra.

Si las bombas trajeron la oscuridad y el humo negro a Gernika, esa noche se prolongó durante cuarenta años en los que muchísimas familias, como las de Emilio, tuvieron que vivir acompañadas del miedo, como si éste fuese un miembro más del hogar, pero que no fue obstáculo para seguir luchando por la supervivencia e intentar recuperar todo lo que perdieron con la guerra.

No quisiera pasar por alto las descripciones que recoge la autora a la hora de relatar el bombardeo, que solo se pueden definir como un ensañamiento sobre la población civil. El horror y la muerte sobrevolaron ante la sonrisa de los jóvenes pilotos alemanes, algo que se vuelve a reproducir en nuestros días; poco o nada ha cambiado, viendo la actitud del ejército sionista en Gaza. Un modus operandi idéntico, atacando de forma premeditada e indiscriminada a los civiles gazatíes. Desgraciadamente, la historia se vuelve a repetir.

Fátima Diez, a través de la familia Aperribay, nos va relatando lo que supuso la posguerra, donde la cárcel, los fusilamientos y la represión fue una constante; un estado de excepción indefinido en el tiempo, y “a partir de ahí empezó otra guerra: La guerra del silencio”.

Es un libro sencillo, en el que la autora ha sabido componer la historia de tal forma que la narración va llevando al lector de forma sumamente ágil, y sus poco más de doscientas páginas se pasan en un visto y no visto.

A lo largo de libro encontramos algunas fotografías y documentos relativos al paso por prisión de Román Bodegas Orbañanos, tío de Emilio Aperribay, militante de UGT, que luchó como miliciano de Izquierda Republicana en el batallón Azaña, persona que tiene un hueco muy especial en esta novela, por la huella que dejó en la familia y particularmente en su sobrino.

Cuando he citado el título y la autora no he mencionado la editorial, ello se debe a que es una autoedición. Lo de publicar un libro no es cosa fácil, pero no deja de ser una pena que este tipo de trabajos no tengan la posibilidad de estar respaldados por una editorial.

Memorias para combatir el silencio
Memorias de un silencio

Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo

 Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo

Suele ser muy habitual que en nuestros desplazamientos por las ciudades dejemos pasar de largo imágenes y detalles que se encuentran justo por donde transitamos, y cuando se da la circunstancia, aunque sólo sea por casualidad, en la que nos topamos con alguna de esas imágenes nos percatamos de la importancia de su existencia.

Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo
Stolperstein que recuerda a Andrés Fariñas Adsuar en la Calle Viriato nº 2 de Madrid

Hace unos años, paseando por el barrio madrileño de Chamberí, me llamó la atención que en la acera, allí por donde pisamos los transeúntes, había una placa cuadrada de latón que no mediría más de 10 centímetros por cada lado. En ella figuraba la siguiente inscripción: “Aquí vivió ANDRÉS FARIÑAS ADSUAR nacido 1919, Exiliado 1939, Francia, Sala Fallingbostel, deportado 1941 Mauthausen, asesinado 17-10-1941 Gusen”. La placa recordaba a un prisionero del campo de concentración de Mauthausen que vivió en el número 2 de la calle Viriato de Madrid y que fue asesinado en Gusen, uno de los subcampos dependientes de Mauthausen.

Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo
Vortrag Gunter Demnig (Wikimedia Commons)

Acababa de descubrir una Stolperstein[1] o piedra de la memoria, cosa que en ese momento desconocía por completo su existencia, hasta que introduje en Internet el nombre que figuraba en la placa, y empecé a investigar, y es cuando me doy de bruces con este término alemán. En el caso de este asesinado, Andrés Fariñas Adsuar, llegué a encontrar su biografía en Internet. Es entonces cuando tuve conocimiento del origen de los Stolpersteine o piedras de la memoria y lo que significan; el artífice de ello fue el artista alemán Gunter Demnig, cuando en 1990, puso en marcha un proyecto para recordar a las personas deportadas y asesinadas por el régimen nazi.

Aquello para mí fue un hallazgo que no cayó en saco roto, aunque mi primera impresión, nada más descubrir la placa fue que era un homenaje tremendamente sencillo y humilde; una placa de reducidas dimensiones en el suelo, que hay que fijarse mucho para poder advertir su existencia, lo que tengo que reconocer que me generó cierta indignación, porque entendía que estas víctimas merecían un homenaje mucho mayor. Es más, me preguntaba si la existencia de esa placa era un hecho aislado, todo ello producto de mi ignorancia sobre la existencia de esta iniciativa. Posteriormente, cuando tuve conocimiento del proyecto de Gunter Demnig, es cuando pude valorar y contextualizar lo que significa y representa este proyecto.

Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo
Stolperstein a tres miembros de una familia en la calle Bravo Murillo nº 193

A partir de entonces, no sé si por casualidad, o porque he puesto más atención a lo que uno se puede encontrar en el suelo, he tropezado con varias placas que homenajean a personas represaliadas por el nazismo, llevándome la alegría que en algunos casos no fueron asesinados, sino que pudieron ser liberados, como Cesar Santos Moreno, Gaspar Santos Gisbert y María Gisbert Merino, tres miembros de una familia que vivían en el número 193 de la calle Bravo Murillo, en el barrio madrileño de Tetuán.

Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo
Stolperstein que recuerda a Pedro Pallarés Ferrer en la calle Santa Ana nº 25de Madrid

Cuando he leído algunas placas con las que me he topado, la pena y la rabia que me ha producido leerlas se ha visto incrementada, como es el caso de la que me encontré este otoño pasado, junto al portal número 25 de la calle Santa Ana de Madrid, a pocos metros de El Rastro madrileño, edificio donde vivió Pedro Pallarés Ferrer, exiliado en Francia, deportado en Francia,  en el tren fantasma de Dachau y asesinado el 25 de marzo de 1945, cuando no faltaban ni dos meses para que la Alemania nazi fuese derrotada.

El proyecto que puso en marcha Gunter Demnig y que hoy en día se puede ver en diferentes ciudades europeas, hay que decir que en el caso de Madrid ha salido adelante gracias al trabajo que han llevado a cabo Isabel Martínez y Jesús Rodríguez, que han ido realizado una inmensa tarea de investigación y  documentación para poder obtener los datos necesarios para la colocación de estas placas de latón; con lentitud, porque no deja de ser una labor ardua el poder documentar los datos de las personas represaliadas, donde nacieron, vivieron, así como su paso por los campos de concentración nazi, a lo que hay que añadir la lentitud en los trámites administrativos para obtener la autorización del Ayuntamiento de Madrid para poder colocarlas. Todo ello pone más en valor este ingente trabajo. Estas pequeñas placas lo que hacen es poner nombres y apellidos a los números fríos del genocidio nazi, rescatar todas esas historias que vivieron los represaliados y que no las encontramos en los libros de historia, porque están fuera de la historia oficial.

Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo
Monumento en el campo de concentración de Mauthausen

He  querido traer aquí el proyecto de las Stolpersteine o piedras de la memorias y como lo conocí, pues este año se cumple el 80 aniversario de la liberación de los campos de concentración de Auschwitz (27 de enero de 1945) por parte del Ejército soviético, Mauthausen (5 de mayo de 1945) y la rendición incondicional de Berlín ante el Ejército Rojo (8 de mayo de 1945); tres fechas que han quedado en el calendario de la historia como la derrota del fascismo en Europa, aunque no fuese del todo total, pues las potencias occidentales no movieron un dedo para acabar con los regímenes fascistas de Franco en el Estado español y Salazar en Portugal.

El proyecto de las Stolpersteine es importante tenerlo presente, porque lo que estamos viviendo actualmente en Europa es un proceso de involución, de vuelta al pasado, que está provocando que todo esto no tenga significado alguno, una desmemoria colectiva que sirve para blanquear al fascismo y sus métodos. Los vientos que recorren el continente nos muestran el auge de estos discursos que están extendiéndose como una mancha de aceite, pues están siendo bendecidos por los poderes económicos y asimilados por liberales y conservadores.

En ese contexto es como hay que entender que Europa no esté moviendo un dedo ante el genocidio que se está viviendo en Gaza. No solo para inhibirse, sino para apoyar directamente al Estado genocida de Israel necesitan desnaturalizar lo que fueron los regímenes fascistas que hubo en Europa, que no se tenga presente no sólo el extermino del pueblo judío, sino el intento de exterminio  de otras étnicas como gitanos, eslavos, estos últimos sobre todo en los campos de concentración de Bielorrusia, el aniquilamiento de todo aquello que sonara a antifascista, como ocurrió con todos los republicanos que estuvieron en los campos de concentración que la Alemania nazi construyó por toda Europa.

Stolpersteine: piedras para no olvidar los crímenes del nazismo
Palestinos desplazados forzosos en Gaza (Wikimedia Commons)

En este escenario es en el que hay que encuadrar lo que está sucediendo en Europa y la actitud ante el actual genocidio del pueblo palestino. Recordar y condenar hoy en día el genocidio nazi no puede hacerse de forma aislada, abstrayéndose de lo que ocurre en otras regiones del mundo, y eso es lo que se está viviendo en Gaza; en este último caso con el agravante que se ha convertido en un genocidio en directo, con imágenes y testigos, gracias a periodistas y cooperantes de ONGs que diariamente se están jugando la vida y que se han convertido en testigos incómodos no sólo para el estado genocida de Israel, sino para la UE, la OTAN y los medios de comunicación controlados de una u otra forma por el sionismo o sus socios.

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[1] Stolpersteine: piedras-obstáculo en alemán.

Los soldados que volverán. Desafíos de posguerra

Los soldados que volverán. Desafíos de posguerra

Todas las guerras tienen algunos denominadores comunes, pero sin duda, uno de ellos y, probablemente, el más importante, es la barbarie, acompañada de su sombra inseparable: el sufrimiento de la población civil. Esto no ha variado a lo largo de la historia, suele ser la primera víctima, y el dolor que conlleva cualquier conflicto bélico se refleja en las gentes que sufren la violencia protagonizada por los responsables, que no suelen ser otros que los gobiernos que están al servicio de las élites políticas y económicas de sus respectivos estados. La muerte y la destrucción sirven para machacar a la población y que el miedo se adueñe de ella, pero quienes lo sufren con mayor crudeza suelen ser las clases más desprotegidas y vulnerables, pues en las guerras también afloran las diferencias de clases.

Si la guerra suele ser una tragedia, el escenario posterior, la posguerra, supone un periodo en el que la gestión de todo lo acontecido va poniendo las bases de lo que va a ser el futuro de esa sociedad traumatizada por el horror de la guerra. El camino que tomen las sociedades después de un conflicto armado es fundamental para poder superar los traumas que ha dejado una guerra, o para caer en un pozo del que se me antoja que luego es casi imposible salir.

Los soldados que volverán. Desafíos de posguerra
Borja D. Kiza

Para hablar de todas estas cosas y algunas más relacionadas con este tema, el periodista Borja D. Kiza ha publicado recientemente un ensayo en el que expone un abanico de cuestiones relacionadas con la guerra y los posos que esta deja a lo largo del tiempo en las sociedades que la han padecido. Con el título “Los soldados que volverán. Desafíos de posguerra” (Editorial Txalaparta), el autor, a la hora de tratar este tema, ha realizado un libro de entrevistas a personas que viven en lugares donde hay o ha habido una guerra y/o que pueden aportar algo sobre esta cuestión.

A lo largo de este ensayo el autor nos ofrece una visión muy amplia, para ello el abanico de personas a las que ha recurrido va desde quienes, de una u otra forma, han sufrido, directamente o en su entorno, las consecuencias de la guerra, pasando por periodistas, activistas que han tenido una experiencia directa en esos lugares, así como diferentes pensadores y analistas que han profundizado en el estudio de conflictos armados, etc. Un elenco de personas que aportan al lector un escenario visto desde diferentes perspectivas de lo que se ha vivido en estos lugares. Y en todo momento, Borja D. Kiza mantiene una cierta distancia para no tomar partido, centrando su labor en transmitir los testimonios y reflexiones de las personas que entrevista a lo largo de este trabajo.

Este ensayo, utilizando como punto de partida la guerra de la antigua Yugoslavia, va adentrándose en ella y en sus consecuencias, pero de forma paralela le va acompañando el actual conflicto que se está viviendo en Ucrania, pues el autor nos irá mostrando las similitudes existentes entre ambas guerras, y qué escenarios se pueden dar en el actual conflicto ucraniano, pero, al hablar de su libro, no duda en decir que “no es una historia de los Balcanes, ni tampoco de Ucrania o Rusia. Esta es la historia universal y atemporal de unos (en su mayoría) hombres que van a la guerra y que un día vuelven o volverán convertidos en otra cosa”.

Mientras los entrevistados en Croacia, Bosnia o Serbia van exponiendo sus experiencias, sus puntos de vista, Borja D. Kiza, aprovecha esos testimonios y reflexiones para preguntarse “¿cómo se gestionarán las sociedades rusa y ucraniana una vez que el conflicto abandone su faceta armada?”, porque “las posguerras duran más que los periodos de guerra que es en ellas donde se establecen las nuevas bases sociales y políticas, que de alguna manera, afectan más profundamente y a largo plazo a las sociedades que han atravesado el conflicto”. Y sobre estas consideraciones irá hilando este ensayo, un documento útil para ir más allá de la información que nos llega a través de los canales convencionales.

La guerra es definida como “ese sitio y ese momento en el que todo plan fracasa”, pero ese fracaso se perpetúa en el tiempo al observar cómo se ha gestionado la posguerra en algunos conflictos, y en el caso de la antigua Yugoslavia es un claro ejemplo de ello, porque a día de hoy los rencores existentes siguen vivos como si la guerra hubiera finalizado hace cinco años, y no olvidemos que el conflicto en Croacia y Bosnia finalizó en 1995. Los testimonios de las personas que nacieron durante o con posterioridad a la guerra lo atestiguan; todo ello alentado en una sociedad en la que perdura los mismos clichés.

Este ensayo nos acerca a lo que es la actual sociedad croata, su forma de pensar, en qué parámetros ideológicos se mueve, donde nacionalismo y religión son el cóctel perfecto para haberse convertido en un país en el que “la gente no protesta contra las injusticias creadas por el Gobierno. La mayoría es de derechas y patriarcal”, “la sociedad es acrítica y apolítica y que la identidad nacional de la posguerra es anticomunista y católica. Si no entras en ese marco eres un mal croata”, donde “los jóvenes son más conservadores en cuanto a la religión que sus padres”. Un país donde “la mayoría de los veteranos de guerra son de derechas”, siendo muy tenidos en cuenta por la clase política, porque son un suculento caladero de votos; un país donde “el problema es la falta de consolidación democrática tras la guerra, lo que le llevó a la creación de un espacio político basado en el clientelismo y en la corrupción y un espacio económico similar”.

El odio existente hacia los serbios lo han interiorizado de tal forma que este ensayo aporta algunos testimonios en los que afloran las contradicciones existentes en la sociedad croata a la hora de construir un país. Si por un lado una joven croata manifiesta que “todo el mundo perdió algo en la guerra y todos los mayores dicen que antes era mejor, que había trabajos bien pagados, comida, y que la gente vivía feliz junta” (se refiere a la época en la que existía la antigua Yugoslavia), otra manifiesta que “el sistema social de Yugoslavia estaba bien, pero yo no quiero estar con los serbios” y otro joven define de forma muy gráfica en lo que se ha convertido Croacia al comentar “que cuando hablas de derechos de los trabajadores, del estado social, de bienes públicos…, eres automáticamente considerado comunista, los que significa que eres anticroata y, en consecuencia, serbio”.

Este trabajo recoge algunos testimonios de lo que ha sido la experiencia posbélica en Bosnia y la situación socioeconómica en la que están inmersos; donde se observa la hipocresía de las élites políticas de las tres minorías que forman el actual Estado bosnio (bosnios, croatas y serbios), con discursos beligerantes entre las diferentes etnias, dando la sensación que “va a volver a estallar la guerra”, pero yendo de la mano a la hora de privatizar los recursos económicos del país, en beneficio de ellas, lo que le ha abocado a convertirse en un exportador de mano de obra a Alemania. Un denominador común en este tipo de conflictos.

No está de más recordar el papel jugado por la OTAN y la Unión Europea en el conflicto de los Balcanes durante la guerra, cuestión que este ensayo no pasa por alto. Una responsabilidad que en todo momento ha pasado por mirar hacia otro lado ante la fascistización, como en el caso de Croacia, porque en algunos casos le son de utilidad.

Salvando las características propias de cada conflicto, da la sensación que lo que se está viviendo actualmente en Ucrania tiene ciertas similitudes con lo sucedido hace 35 años en los Balcanes: La deriva hacia economías neoliberales, las privatizaciones de todo el sector público para caer en manos de unos pocos, el nacimiento de una élite política que fundamenta su discurso en el odio étnico, donde la corrupción es algo generalizado, dándose un auge de grupos fascistas que van haciéndose fuerte en las instituciones políticas, donde nacionalismo y religión van de la mano, y Occidente vuelve a repetir su papel, en un principio intentando guardar las formas, para acabar interviniendo en la guerra en favor de uno de los contendientes en vez de buscar una solución entre las partes. Parece que la historia se vuelve a repetir en Ucrania.

Cuando este ensayo se adentra en el conflicto que se vive entre Rusia y Ucrania, encontramos que entre ambos países hay nexos de unión, fueron repúblicas que formaron parte de la antigua URSS, comparten cosas tan importantes como la lengua, pues el ruso es muy hablado en gran parte de Ucrania y entre ambas poblaciones hasta ahora han existido una relación o conexión muy importante. Algo similar sucedía en la antigua Yugoslavia analizando la conexión entre los habitantes de las diferentes repúblicas.

La geopolítica ha jugado un papel importante en este conflicto y el autor lo ha tenido presente en algunas de las entrevistas en las que se recogen diversas reflexiones acerca de la postura que han adoptado en diferentes continentes. En un mundo en el que Europa ha perdido el protagonismo que tenía en el siglo XX, este ensayo nos ofrece otras visiones que nos sirven para poder entender los intereses y prioridades existentes en otras regiones y la visión crítica hacia Occidente ante este conflicto. Las políticas neocolonialistas que algunos países occidentales siguen manteniendo son tenidas en cuenta en otros continentes.

Dejo para el final lo que suele ir al principio de un libro: el prólogo. Escrito por alguien que conoce bien lo que son las guerras y sus consecuencias devastadoras: Paula Farias. De su aportación al libro resaltaría cuando dice “hablar de la guerra como abstracción, sobre sus claves y sus porqués, requiere indefectiblemente una distancia con la trinchera, pues solo lejos del batir de sables se puede analizar. Cuando la lucha es a tu alrededor, el análisis desaparece y solo queda el silencio”.

Ese silencio que no es tenido en cuenta por quienes no dudan un momento a la hora de provocar guerras, es el que no podemos olvidar para luchar de forma activa para poder evitarlas.

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Los soldados que volverán. Desafíos de posguerra

 

En la estela de la guerra de Ucrania. Una colisión entre imperios

En la estela de la guerra de Ucrania. Una colisión entre imperios

Después de tres años de guerra, da la impresión que el conflicto entre la OTAN y Rusia en suelo ucraniano ha entrado en su fase final, estando próximo el desenlace de todo este sinsentido que supone una guerra en pleno siglo XXI, con la consiguiente carrera armamentística, que para lo único que sirve es para engordar las cuentas de resultados de las empresas del sector de armas, aunque probablemente el final de todo esto no traiga la resolución de las causas que lo originaron, más que nada porque los actores principales (OTAN, EEUU y Rusia) tengan puestas sus miradas en cuestiones que al común de los mortales se nos escapan.

Llegados a este punto entiendo que es necesario echar la vista atrás, volver a poner encima de la mesa todo lo relacionado con este conflicto y hacer un repaso de lo que ha sucedido hasta ahora. Para ello me ha parecido interesante recuperar un libro escrito en 2022 que aportaba muchos datos que ayudaban a entender todo lo que estaba pasando, y ahora es interesante rescatarlo con la intención de comprobar si los análisis que realizaba el autor en los primeros meses de la guerra siguen estando vigentes o, por el contrario, existen datos que lo han dejado obsoleto, sobre todo, teniendo en cuenta el giro dado por EEUU en este conflicto desde la llegada de Trump que, a simple vista, pudiera parecer que ha puesto todo patas arriba.

En la estela de la guerra de Ucrania. Una glosa impertinente
Carlos Taibo (Wikimedia Commons)

En su momento, a la hora de elegir una lectura sobre el conflicto, me incliné por el ensayo de un experto en el espacio postsoviético y en todo lo que han sido los países que lo componían, entre otras cosas, porque no era el primer trabajo que realizaba sobre Ucrania. Me estoy refiriendo al politólogo Carlos Taibo, que en agosto de 2022 publicó un ensayo titulado “En la estela de la guerra de Ucrania. Una glosa impertinente” (Editorial Los libros de la Catarata).

El hecho cierto es que a lo largo de estos tres años el conflicto ha trascurrido de una forma un tanto lineal en lo que al posicionamiento de los actores se refiere, hasta que la nueva administración norteamericana ha hecho saltar por los aires la estrategia que EEUU seguía hasta el momento, lo que ha abierto una grieta sin precedentes con el resto de sus aliados de la OTAN, que siempre han hecho seguidismo de las políticas norteamericanas. Quizá todos estos últimos acontecimientos han podido hacer olvidar a muchas personas los antecedentes de la guerra, todo el escenario prebélico y los factores que lo rodearon que, vistos con la perspectiva actual, no me cabe duda de que es un ejercicio necesario para no perderse. Por ello, no me cabe duda que el libro que hoy traigo es una herramienta de gran utilidad.

En primer lugar, si hay algo que me parece importarte remarcar de este ensayo, es que, en muchas ocasiones, su autor plantea más interrogantes que certezas, lo cual puede llamar la atención, acostumbrados a escuchar discursos que se arrogan estar en posesión de la verdad absoluta. Además de los datos contrastados que aporta y que son de gran utilidad para el lector, desarrolla diferentes teorías, para que tengamos más elementos para extraer conclusiones propias.

Si tengo que definir este trabajo, es que es un manual que desmonta una serie de discursos que han estado flotando en el ambiente y ha refutado muchos de los argumentos y disertaciones que utilizaban unos y otros. Da voz a todos esos argumentos que han tapado los medios de comunicación occidentales en su afán por aplicar su particular doble vara de medir.

Este ensayo si de algo huye es de posicionarse con alguno de los actores del conflicto, ejercicio complicado en los tiempos que corren. Creo que por parte del autor no es tanto una cuestión de equidistancia, sino más bien producto de un análisis profundo de los últimos 30 años de la política internacional en todo lo concerniente a los países que formaban el espacio postsoviético y la actitud que ha tenido EEUU y los países que forman la OTAN ante esa región europea. En Occidente el ser muy crítico con EEUU y la OTAN supone que te encasillen como defensor de Putin. O es blanco o es negro, no hay más colores; por el contrario, este ensayo desmonta ese discurso, viniendo a demostrar que el abanico de colores es muchísimo más amplio.

Carlos Taibo no duda en acotar este conflicto dentro de los parámetros de la geopolítica, en concreto, “su origen está en una sórdida confrontación entre imperios tradicionalísimos”; destierra esa concepción que basa esta guerra en una “confrontación ideológica entre dos modelos ideológicos, políticos y económicos”. Esto no quiere decir que obvie cuestiones ideológicas y políticas que han acompañado a algunos de los protagonistas de este conflicto ni los marcos políticos e ideológicos relacionados con los países enfrentados en esta guerra.

Este ensayo es un buen punto de partida para conocer un país como Ucrania, producto de la desintegración de la URSS, en el que el autor aporta datos acerca de la geografía, historia, lengua y la construcción de Ucrania como Estado-nación. Es en este ámbito donde Carlos Taibo no duda a la hora de describir la evolución de este país como “un activo proceso de invención de una tradición en el seno del nacionalismo ucraniano…, la recuperación y reivindicación de movimientos de corte fascista como los que operaron en el país durante la Segunda Guerra Mundial”. La ilegalización primero del Partido Comunista de Ucrania, posteriormente la de varios partidos políticos de izquierdas, la crisis que se desató en 2013 y que desencadenó el Maidán, así como como la guerra sangrienta en la zona del Donbás, donde hubo alrededor de 14.000 muertes de población civil local, en su mayoría provocados por el ejército ucraniano, son algunos de los datos sobre los que profundiza para que el lector tenga todo los ingredientes necesarios para poder entender los antecedes de este conflicto. Con toda esta cascada de datos, el autor no duda en afirmar que Zelensky tiene tics autoritarios y grupos de la extrema derecha controlan algunos estamentos de poder en Ucrania .

Con el mismo rigor, podemos encontrar unos datos imprescindibles para poder evaluar la situación actual de Rusia, y la persona que preside el país: Putin. En este caso, el autor realiza un ejercicio de discernimiento entre Putin y Rusia, porque en palabras de Taibo, “identificar a Rusia con Putin es un error que está llamado a tener consecuencias mayúsculas”. Al tratar su figura, no deja pasar por alto la admiración que suscita entre la ultraderecha mundial y los estrechos lazos que mantienen, y para no dejar lugar a dudas, al hablar de la Rusia de Putin se expresa en los siguientes términos: “en la Rusia putiniana se ha asentado un sistema que bebe de una pulsión imperial-militar, que abraza lo que menudo es un nacionalismo de base étnica y que no duda en defender los valores tradicionales, la familia y la Iglesia ortodoxa”. En resumen, el autor no duda en manifestar que la Rusia de Putin no es el estandarte de un proyecto antifascista.

Realiza una radiografía del régimen de Putin desde la llegada de este al poder, y de forma muy sintetizada expone lo que fue la política del Kremlin hacia EEUU y la OTAN a lo largo de esos años, “una búsqueda de una relación muy cordial, que llegado el momento ha podido ser lamentablemente sumisa, con ese mundo”. Y es que los datos que aporta el autor ahí están y sobre los que poco o nada se puede objetar.

Al hablar de Putin no quiero pasar por alto algunas cuestiones que se recoge en este ensayo: la primera es que recuerda que Putin ya apuntaba sus tintes autoritarios durante la segunda guerra de Chechenia, a partir de 1999, siendo necesario recordar que Occidente se puso de perfil. La segunda es que la Rusia de Putin “se atribuye el derecho de injerencia e intervención en aquellos espacios geográficos que considera propios”, cuando Moscú entiende que “sus intereses en materia de seguridad están en peligro”. Nada que no hayan hecho otras potencias, sobre todo la CIA a lo largo de su historia, pero que es importante tenerlo en cuenta. Y la tercera y última, es la percepción que Putin mantiene sobre la Unión Soviética de antaño y la opinión que le merecen líderes históricos de la Revolución bolchevique, como Lenin y Stalin, y, por supuesto, “no siente ninguna simpatía por el sistema económico y social de la Unión Soviética”. Cuestión que ayuda a entender mejor al personaje.

Carlos Taibo dedica un capítulo a la OTAN, porque este conflicto no se puede entender sin tener presente la responsabilidad que ha tenido esta organización a través de la estrategia desplegada en los países del Este desde la disolución del Pacto de Varsovia. Este capítulo es fundamental, no sólo para entender la guerra en Ucrania, sino para poder tener una visión global de lo que está pasando en otras regiones del planeta.

Al inicio de este artículo me he expresado en los siguientes términos: “el conflicto entre la OTAN y Rusia en suelo ucraniano”, en vez de decir una guerra entre Rusia y Ucrania. Si alguien quiere disipar esta duda, los datos que aporta este ensayo son clarificadores Por un lado, ver el papel que la OTAN ha desempeñado en los últimos 30 años en la región y en su afán de cercar a Rusia y, por otro, lo que la actualidad nos está mostrando todos los días, EEUU ha cogido las riendas del conflicto, ha decidido finiquitar la guerra, y para ello ha abierto un proceso negociador con Rusia, al margen de sus aliados en la OTAN, pero, sobre todo, ninguneando a las autoridades ucranianas. Lo que viene a demostrar que los actores principales de la guerra son EEUU y Rusia, y Ucrania se ha limitado a poner el campo de batalla y los muertos. Cuestiones que este ensayo desarrolla de forma muy didáctica.

El autor deja para el final algunos temas que pueden servir para entender lo que está pasando en la actualidad. El papel de la UE, a rebufo de EEUU, siendo incapaz de evaluar las consecuencias económicas negativas que le está suponiendo este conflicto, todo lo contrario de lo que le está sucediendo a EEUU, que ha encontrado un filón económico al incrementar las exportaciones a sus socios de armas y productos energéticos. La realidad es que el bloqueo a Rusia ha sido perjudicial para la UE y beneficioso para EEUU.

En la estela de la guerra de Ucrania. Una glosa impertinente
Carlos Taibo (Wikimedia Commons)

El autor se pregunta si esta guerra se hubiera llegado a producir estando Trump en la Casa Blanca, cuestión interesante porque este ha vuelto a ponerse al mando de los EEUU. Es de resaltar que ya al inicio de la guerra Carlos Taibo no tenía dudas de que con Trump hubiera habido menos probabilidades de haber llegado a esta situación, no tanto porque Trump sea el exponente del pacifismo, como lo estamos viendo en el caso de Gaza y Oriente Medio, sino porque las prioridades en política internacional que tenía Joe Biden eran sustancialmente diferentes.

Para finalizar, desarrolla algunas de sus interesantes teorías sobre a donde nos están llevando todos estos conflictos, las tensiones entre diferentes potencias (EEUU, Rusia, China), la cercanía de una guerra a escala global, abocándonos a lo que define como el colapso general y la zozobra que le genera la evolución de los acontecimientos. Y todo ello, expuesto desde una óptica de clase y libertaria, pues como bien dice, no es necesario que “explique a qué clase pertenecen, y qué intereses defienden Biden, Macrón o la señora Merkel. Pero sería saludable que se percatasen de que esa clase es la misma que está detrás de Putin o Xi Jinpin”, y ante ello su máxima es “no a la guerra entre los pueblos, no a la paz entre clases”.

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En la estela de la guerra de Ucrania. Una glosa impertinente

En la estela de la guerra de Ucrania. Una glosa impertinente

Si me ves, no se lo digas a nadie

Si me ves, no se lo digas a nadie

En estos tiempos en los que las utopías parecen que han quedado arrinconadas en algún baúl viejo y polvoriento, escondido en el sitio más recóndito, hoy quiero reivindicarlas como algo esencial e imprescindible para el ser humano. Ello conlleva mirar al futuro de una forma diferente, y para ello es necesario desechar las gafas que usamos y usar unas lentes que nos permitan ver que las utopías no son una quimera, sino que son el motor del ser humano, algo imprescindible a la hora de transformar la sociedad en la que habitamos.

Si me ves, no se lo digas a nadie
Bernardo Fuster

Para reivindicar la utopía he rescatado una novela, que con el título “Si me ves, no se lo digas a nadie” (El Garaje Ediciones), su autor, el músico y escritor, Bernardo Fuster, plasma, de una forma muy didáctica, una alternativa al orden y sistema de la época en la que está ambientada, pero que perfectamente es aplicable a los tiempos actuales.

De un hecho histórico que puede parecer un tanto absurdo, Bernardo Fuster crea una historia que se podría calificar de surrealista y desconcertante, y todo ello enmarcado en un contexto histórico, como fue la dictadura de Miguel Primo de Rivera.

La novela, que tiene como hilo argumental el hecho que durante la reorganización del catastro realizada en 1923, durante el Directorio militar, se produjo un fallo en la burocracia, y algunas poblaciones no fueron incluidas; por lo que, sencillamente dejaron de existir para la Administración. En ese contexto, cuando los habitantes de una de esas localidades constatan la situación en la que se encuentran, deciden tomar una decisión que pudiendo parecer surrealista, el hilo de la novela nos demostrará que está llena de lógica y coherencia: crear una república independiente, y llevar a cabo una experiencia revolucionaria y emancipadora, como forma de revelarse contra la dictadura existente en aquel momento. Y a partir de ahí, sus habitantes empiezan a construir un futuro, con dudas, pero, como bien dice uno de los personajes de la novela, “la felicidad está en la incertidumbre”.

Esta obra combina personajes y hechos históricos con la ficción, por lo que encaja perfectamente dentro la novela de memoria histórica. A lo largo del relato, van apareciendo personajes conocidos del movimiento anarquista de los años 20 en Barcelona y Valencia, así como algunas de las organizaciones existentes en dicha época, como fueron la CNT y  “Los Solidarios”, que se van entrelazando con personajes creados por el autor.

Bernardo Fuster plasma una serie de conceptos y valores que ha defendido a lo largo de su trayectoria vital: la lucha por los ideales, que no deja de ser la defensa de la utopía, algo fundamental en una persona que participó de forma activa en la lucha antifranquista.

El autor nos muestra que lo colectivo está por encima de los intereses individuales, pero a su vez reivindica la libertad de uno, porque no están en contraposición, ni son antagónicos. Defiende una sociedad autogestionada, donde el pueblo participa de forma directa en la toma de decisiones y no tengan cabida figuras como el patrón o amo, y todo ello en el marco de la experiencia que llevan a cabo los personajes de esta historia.

La novela es una defensa de la clandestinidad, algo que Bernardo Fuster conoció de primera mano en los últimos años del franquismo, como contraposición a la situación de represión que se estaba viviendo en esas fechas.

Bernardo Fuster nos ofrece un relato alejado de todo tipo de dogmatismos ideológicos, en el que resalta la defensa de la cultura y la imaginación en contraposición a la ignorancia y la sumisión que ha caracterizado a la población de la época.

A la hora de construir la novela, el estilo utilizado es muy original, al hacerlo a través de un diario supuestamente escrito por una periodista, el cual alegóricamente es encontrado por el autor y donde lo real e imaginario van caminando de la mano, generando dudas de lo que es cierto o ficción a lo largo de la narración, con grandes dosis de surrealismo y donde no falta el humor, con momentos disparatados, entremezclado con situaciones absurdas, pues hay pasajes en los que el autor borda lo absurdo.

Un libro recomendable para leerlo en los tiempos convulsos que corren, pero como lo fueron los años en los que está ambientada la novela de Bernardo Fuster.

Si me ves, no se lo digas a nadie
Si me ves, no se lo digas a nadie

PNV: Cambiar todo para que nada cambie

PNV: Cambiar todo para que nada cambie

La fontanería del PNV ha realizado una lectura clara de la situación del partido y, como no podía ser de otra manera, ha tirado de manual, para lo que ha utilizado la estrategia del gatopardismo, el cambiar todo para que nada cambie.

Un partido que, aunque sigue teniendo las cuotas más altas de poder en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, lleva cinco años sufriendo una caída continua en sus resultados electorales, y sólo gracias a los pactos con el PSE y las ayudas, que en más de una ocasión ha recibido de la derecha extrema española, han evitado que dejase de controlar algunas instituciones. Todo ello se ha visto reflejado en el proceso interno que han llevado a cabo en los últimos meses, poniendo en todo momento el foco en la renovación de los cargos internos. Una auténtica lucha por el poder en los territorios, pero carente de debate político.

Ahora, con la renuncia de Andoni Ortuzar a seguir en la batalla por continuar presidiendo el EBB, el régimen puede seguir durmiendo tranquilo. Aquí lo único que se ha dirimido es el quítate tú para ponerme yo, y en palabras del actual presidente del EBB “ha surgido otra candidatura con la suficiente ambición para asumir la presidencia del EBB”. Eso: “ambición”, porque en todo este proceso interno, lo que ha estado en un segundo plano ha sido el debate de las propuestas políticas; en ningún momento se ha percibido diferencias programáticas ni ideológicas entre los diferentes candidatos. Han surgido caras nuevas en la elección en los órganos territoriales, pero sin cuestionar la línea llevada hasta ahora, porque cuando se da un proceso de este tipo, lo importante es la confrontación de ideas, de modelo de país y de sociedad. Y, por el contrario, la única autocrítica que se ha podido leer es que su problema radica en no saber comunicar con la ciudadanía; cuestiones de carácter cosmético. A partir de ahí, que cada cual saque sus propias conclusiones.

PNV: Cambiar todo para que nada cambie
Josu Jon Imaz en el centro, junto a Urkullu y Joseba Aurrekoetxea (Wikimedia Commos)

La realidad, y lo importante para la sociedad, es que el PNV no tiene ninguna intención de cambiar su modelo de políticas neoliberales que acaban por dinamitar los derechos sociales de las personas más desfavorecidas y que están sirviendo para blindar los privilegios de las oligarquías económicas, y así se puede ver día tras día cuando en los parlamentos de Madrid o Gasteiz defienden los intereses de las empresas energéticas, la banca o los grandes tenedores de viviendas. Señor Imaz, tranquilo, que no es necesario que la patronal de las empresas energéticas se presente a las elecciones, nada mejor como los cinco diputados del PNV en la Carrera de San Jerónimo para defender sus intereses.

El clientelismo que ha generado el PNV en las instituciones donde gobierna ha sido una constante a lo largo de los años. Solo hay que tirar de hemeroteca para ver los casos de corrupción que le han salpicado. Sonroja ver como los beneficiados por las adjudicaciones públicas son ilustres apellidos del entorno del partido, y como la salida de la política de sus dirigentes suele ir acompañada de la puerta giratoria de turno. Nada nuevo bajo el sol; como buen partido del régimen del 78, ha sido una máquina electoral concebida para perpetuarse en el poder y para ello el clientelismo ha sido, es y será una herramienta fundamental.

PNV: el perejil de la ultraderecha
Aitor Esteban (Wikimedia Commons)

Cuando surgió la noticia del abandono de Andoni Ortuzar a la reelección de presidente el EBB, los periodistas fieles al régimen no dudaron en ningún momento en alabar al PNV, como partido “serio”, que “trajo la democracia a España” que siempre ha ayudado a la “gobernabilidad de España”, y que “sirvió para dar estabilidad a diferentes gobiernos”. Es decir, traducidos estos eufemismos a un lenguaje de andar por casa, lo que nos quieren decir es que ha sido un partido que aceptó la monarquía impuesta por el dictador en detrimento de la República, última forma legítima de gobierno, que fue un puntal en esa estafa que denominan Transición, entrando a dar apoyo y cobertura a gobiernos que han aplicado métodos nada democráticos: terrorismo de Estado, torturas, etc…, un partido que ha mirado más a sus intereses particulares que a los generales o sino ¿cómo se entiende la reivindicación de la titularidad de la sede del Gobierno Vasco en París y no solicitar la devolución de todos los bienes incautados por la dictadura a personas fieles a la II República? Pero como bien ha dicho Aitor Esteban recientemente en las redes sociales: “Alderdia, aberria” (partido, nación). Es decir, primero el partido y luego todo lo demás.

A los que dieron su vida por la libertad

A los que dieron su vida por la libertad

Mas allá de la utopía
Donde nacen primaveras y agoniza la agonía
Donde la esperanza espera y resistir es su emblema
Más allá de la utopía hay un mundo sin fronteras a la sombra de un poema
(Bernardo Fuster)

Hay hechos y fechas que el paso de los años no logrará borrar de mi mente, y sería peligroso que los borrara, porque eso querría decir que olvidaría parte de un pasado que fue crucial en aquel momento, y ya se sabe: cuando un pueblo olvida su pasado, está condenado a repetirlo. Por ello, asistí con interés a ver la película Las armas no borrarán tu sonrisa. Tenía claro que iba a volver a ver imágenes y testimonios que me iban a generar una cascada de recuerdos que me evocaría lo vivido en aquel tiempo, pero también era consciente que brotaría en mí la rabia y la impotencia que se vivió en aquellos días.

Era un gélido domingo de enero, de un invierno frio en lo climatológico, como eran aquellos inviernos, pero caliente y bien caliente en lo político y social. Yo apenas tenía doce años, pero quizá porque eran otros tiempos, porque los doce años de aquella época no eran los de hoy en día, por la excepcionalidad del momento, o porque no había que tener una gran madurez para ver lo que pasaba alrededor de uno, la cosa es que era plenamente consciente de lo que estaba sucediendo.

Aquel domingo al mediodía, en mi casa se puso el televisor para escuchar las noticias, pues eso era como una liturgia. En aquellos años la desinformación venía de la mano de la única televisión que había, con sus dos canales, es decir, la diferencia entre antes y ahora es que, en el plano televisivo, por entonces la desinformación venía por un único medio de comunicación existente y ahora uno tiene la posibilidad de elegir qué cadena quiere que le desinforme y le intoxique con el último bulo salido de las factorías de los poderes mediáticos, económicos y políticos. No hay que darle más vueltas, antes la prensa estaba controlada por el franquismo y ahora por sus herederos.

Pero volviendo a ese domingo de enero, cuando escuchamos que, en el transcurso de una manifestación, que ya se encargaba la prensa oficial de recalcar de forma reiterada que era ilegal, habían asesinado a un joven en la zona de la Gran Vía madrileña, en mi casa se respiró un ambiente de rabia e indignación, pero al mismo tiempo de cierta preocupación, porque llovía sobre mojado. El Poder no estaba dispuesto a ceder un ápice en esa lucha en la que el pueblo quería recuperar la libertad que hacía más de cuarenta años le había sido arrebatada. Desde mi corta edad, observaba con cierta inquietud el semblante de los adultos que temían que se repitiera la misma historia; el dictador había muerto hacía algo más de un año y la situación era como si el pueblo estuviera sumido en un laberinto en el que no existía salida alguna.

Ese joven asesinado no era otro que Arturo Ruiz, que, como otros muchos, pensaba que la libertad no te la conceden, sino que hay que conquistarla, que la democracia no cae del cielo y que no estaba dispuesto a que todo siguiera igual, por eso esa mañana gélida de domingo se manifestaba.

Si el asesinato de Arturo Ruiz fue terrible, tanto peor fue lo que recogía la prensa de la época, donde la maquinaria de intoxicación trabajaba a destajo, lo que era motivo de indignación. En aquella época en la que no existían las tecnologías actuales, la gente solía compartir con su entorno la información que podían obtener a través de otros conductos, al margen de la prensa de la época.

A los que dieron su vida por la libertad
Antidisturbios

La cosa no quedó ahí. Al día siguiente, lunes, 24 de enero, en repulsa al asesinato de Arturo Ruiz, se organizó una manifestación en la zona donde acabaron con su vida. Y esta vez no fueron los grupos parapoliciales, fueron uniformados, que tenían que dejar claro que seguían siendo los mismos cuerpos policiales de la dictadura, que sus mandos estaban al servicio de la oligarquía y de todo el aparato político-represivo que construyó la dictadura para poder perpetuarse en el Poder y, por supuesto, que la élite política no iba a permitir que aquello se convirtiera en la Revolución de los Claveles portuguesa. Y qué mejor forma de hacérselo ver a la población que disparando un bote de humo para que impactase en la cabeza de una joven estudiante que se manifestaba para protestar contra la muerte de Arturo Ruiz. Y en este caso la víctima fue Mari Luz Nájera, una joven universitaria, que luchaba para lograr salir de una vez por todas de ese oscuro túnel que era la dictadura, que, como otros muchos jóvenes, quería que sus sueños dejasen de ser una utopía; era una generación que no estaba dispuesta a caer en el conformismo de sus mayores a la hora de luchar por cambiar las cosas.

Cuando se conoció el asesinato de Mari Luz Nájera observaba la desorientación que había en las personas mayores que se sentían antifranquistas. Veían la dificultad que había por derrocar el régimen para traer una democracia de verdad, no lo que nos estaban intentando colocar. Percibía un tono de impotencia, pues eran personas que sólo había conocido el franquismo, que nacieron en los años en los que la represión fue salvaje, que habían trabajado de sol a sol para que, como buenamente podían, sacar adelante a sus familias. Todo ello me generaba inquietud, con ciertas dosis de miedo. Recuerdo que en aquella época era frecuente que los Guerrilleros de Cristo Rey hicieran algunas de sus razias por algunos lugares de la ciudad. Solía ser habitual que aparecieran los domingos por El Rastro Madrileño para agredir de forma indiscriminada. Era una forma de expandir y generalizar el terror.

En aquellos días, también observaba que, a un sector de la ciudadanía, como ocurre en la actualidad, todo aquello no iba con ellos. No es que fueran franquistas en sentido estricto, pero actuaban como si el franquismo fuese un fenómeno meteorológico, siempre solían tener algunas frases muy elocuentes que los definían, “no hay que meterse en líos”, “la política para los políticos”, como si los derechos y libertades cayesen del cielo, algo así como el maná en el libro del Éxodo. No es nada nuevo, pues, salvando las distancias, lo mismo sucede hoy en día, donde a un gran sector de la población le parece que el ascenso de la ultraderecha y el fascismo no va con ellos. No hay duda de, como dijo Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, la historia ocurre dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa.

Los acontecimientos se sucedieron de forma desbocada y el drama no quedó ahí. Si el asesinato de Mari Luz Nájera se produjo al mediodía, lo que depararía esa tarde-noche fue la culminación de la tragedia. La irrupción de unos pistoleros de ultraderecha en un despacho de abogados laboralistas, donde asesinarían a tres abogados, un estudiante de derecho y un administrativo, dejando gravemente heridos a otros cuatro abogados, hizo saltar todo por los aires. La jerarquía dominante, a través de sus diferentes tentáculos, había vuelto a hablar y cómo había hablado; pusieron en el punto de mira la defensa de los derechos laborales de los trabajadores.

Esa tarde estaba puesta la radio en mi casa, cuando interrumpieron la programación para dar un avance de lo que había pasado en el despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha. Las preguntas que flotaban en el ambiente eran sencillas: ¿Y a partir de ahora qué? ¿todo esto tiene como objetivo un intento de que los militares se pongan de nuevo al frente del gobierno? Preguntas que no encontraban respuestas.

A los que dieron su vida por la libertad
Monumento a los abogados de Atocha (Wikimedia Commons)

Recuerdo la conmoción que supuso. Fue un mazazo para los que habían conocido los cuarenta años de dictadura, entendían el mensaje: un aviso a la verdadera oposición al régimen, a los que se parten la cara con los aparatos del régimen, vuelven a meternos miedo, como había ocurrido en situaciones anteriores.

Era un pulso totalmente desequilibrado, pues una de las partes lo tenía todo: control de poder político, económico, pero, sobre todo, lo que controlaba era el monopolio de la violencia, cosa que me explicaron con el tiempo en la facultad de derecho, que el monopolio de la violencia reside únicamente en el Estado. Ni que decir tiene que  la clase de ese día la entendí a la primera, aunque eso me revolviera las tripas. Por el contrario, la otra parte lo único que podía aportar era lucha y grandes dosis de voluntarismo, porque muchos de los que posteriormente protagonizaron eso que llaman Transición, en ese momento no estaban dispuestos a arriesgar, estaban esperando que llegara su ocasión para erigirse en los héroes de la democracia y la verdad es que coló, porque la historia oficial así lo recoge, elevando a los altares a toda esa lista de oportunistas que aparecieron unos meses después y que empezaron a ocupar sillones mullidos en las instituciones.

Todos estos hechos que hoy en día se conocen como la Semana Negra de Madrid, fueron como un terremoto que intentaba arrasar con todo lo que sonara a disidencia política. No era la primera vez que desde la muerte del dictador se vivían momentos tensos y actuaciones salvajes de los aparatos del Estado y sus satélites. No eran los primeros asesinados a manos de los aparatos policiales del Estado, o por los grupos parapoliciales, que no eran otros que miembros de la ultraderecha española e internacional, estos últimos con la cobertura de los aparatos del Estado. Vitoria, Montejurra, Basauri, Éibar, Hondarribia, ya habían vivido situaciones de este tipo. Pero lo que sucedió en esa semana de enero de 1977 venía a ser como una concatenación de situaciones que no cabía duda de que en absoluto fueron casuales.

Los poderes nunca dejan nada al azar, y los sucesos vividos esa maldita semana de enero no dejaban lugar a dudas: había que amedrentar al pueblo para que no sacase los pies del tiesto, y por si alguien tenía alguna duda, que quedase claro que el dictador lo había dejado atado y bien atado. Y posteriormente, cuando tuvieron que recurrir a estos métodos, no dudaron, y fue un suma y sigue: Germán Rodríguez, Gladys del Estal, Yolanda González, Almería, etc. Los muertos siempre los ponían los mismos.

Después de la semana trágica, nada fue igual. Los que controlaban (y siguen controlando) los resortes del poder económico y político empezaron a preparar el terreno para lavar la cara al régimen, sin tener que tocar sus cimientos. La casa no la iban a tirar, todo quedaría en revocar la fachada y cambiar alguna ventana. Con lo que les había costado levantarla, la iban a defender a costa de lo que fuese, como así sucedió.

Esos días fueron tristes, porque poco a poco se iba esfumando la esperanza que se diera una ruptura democrática. La gente de a pie veía cómo la política se hacía en los sanedrines del poder, en los reservados de los restaurantes de alto copete. Empezaron a aparecer nuevas caras que, bajo algunas siglas, hoy en día muy conocidas, y la protección del régimen, se erigieron en los adalides de la libertad y la democracia. Pero el tiempo nos ha demostrado que no eran más que una cuadrilla de trileros. El pasar de los años ha servido para que más de uno haya visto que lo que vendieron al pueblo fue humo, y aquellos polvos trajeron estos lodos. Por ello, hoy es más importante que nunca no olvidar a aquellos jóvenes que dieron su vida por la libertad. Y para ello, es necesario seguir portándolos en la memoria colectiva, fundamental para que no perdamos el norte en estos tiempos de zozobra.

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola

Cuando uno pasea por cualquier ciudad es muy normal que se encuentre en las fachadas de los edificios placas que suelen recordar que en dicho lugar nació o vivió algún personaje relevante, o bien, que en ese lugar ocurrió algún hecho destacable, y Madrid que no es una excepción, es muy frecuente que uno se tope con alguna reseña de este tipo, sobre todo en barrios con cierta historia.

Pues bien, en pleno centro de Madrid, a pocos metros de la Puerta del Sol, se encuentra lo que se conoce como la red de San Luis, lugar donde confluyen la calle Montera con la Gran Vía. En uno de los edificios, el número 44 de la calle Montera, hay una placa de mármol y no pequeña precisamente, que recuerda un hecho que sucedió en dicho lugar a mediados del siglo XIX y que puede parecer un tanto curioso.

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola
Placa conmemorativa del lugar donde Iparraguirre interpretó en Madrid el Gernikako Arbola

El acontecimiento que reseña la placa es muy escueto: “En este lugar estuvo el café de San Luis donde el año 1853 Jose María Iparraguirre interpretó por primera vez en España el zortziko Guernikako Arbola. En el primer centenario de su muerte el Ayuntamiento de Madrid le dedica este recuerdo. 7 de noviembre de 1981”.

Para ponerse en situación, lo primero que habría que decir es que en aquella época en Madrid había una proliferación de cafés, donde se reunía lo más variopinto de la sociedad madrileña.  Uno de ellos era el café de San Luis, que estaba ubicado en lo más céntrico de la capital, en lo que hoy se conoce como calle Montera, junto a la Gran Vía. Según las crónicas de la época, en dicho local se solían reunir los vascos que residían en la Villa y Corte.

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola
Edificio donde se encontraba situado el Café de San Luís

Lo primero que habría que destacar es que no se puede considerar algo casual que Iparraguirre estuviera en Madrid y frecuentara dicho lugar, pues la vida del bardo de Urretxu fue de todo menos sosegada. Su primer contacto con la ciudad se produjo siendo un crio que no contaba más de doce años; su familia se trasladó a Madrid, y a su llegada ingresó al muchacho en el colegio de San Isidro el Real, regentado por los jesuitas. Pero no duró mucho su estancia pues a la edad de trece años, se escapó de casa para alistarse como voluntario en la Primera Guerra Carlista. A partir de ahí su vida fue un continuo ir y venir, teniendo una participación activa en infinidad de momentos históricos. Sin ir más lejos, participó en la revolución de 1848 en Francia.

Tardó 19 años en volver a residir en Madrid, 13 de ellos los pasó en el exilio después de la primera contienda carlista, que le llevaron a recalar en Francia, Suiza, Alemania, Italia e Inglaterra, desde donde pudo regresar a Bilbao, para posteriormente volver a instalarse durante un breve espacio de tiempo en Madrid, época en la que al parecer Iparraguirre solía frecuentar el café de San Luís, donde se reunía con otros vascos que residían en el Foro cuando en 1853 interpretó el Gernikako Arbola.

Iparraguirre, Madrid y el Gernikako Arbola
Monumento a Iparraguirre en la localidad de Gernika (Wikimedia Commos)

Se ha escrito mucho sobre Iparraguirre y su himno. Si bien en infinidad de libros y artículos se recoge que fue interpretado por primera vez en Madrid en 1853, Jose Mari Esparza Zabalegi, en su libro Biografía del Gernikako Arbola, deja este extremo un tanto en el aire, al  hacerse eco de lo escrito por el político e historiador guipuzcoano Fermín Lasala, que sitúa la primera interpretación del himno en julio de 1852, con motivo de una reunión de las juntas generales de Gipuzkoa. Lo que nadie pone en duda es que la interpretación que se realizó en Madrid fue, sin duda alguna, tan exitosa que a partir de ese momento se convirtió en algo más que una simple canción.

Volviendo al momento en el que fue cantado en Madrid, las crónicas se hicieron eco de ello, relatando que tuvo mucho éxito y la canción corrió como la pólvora entre la comunidad vasca en Madrid para expandirse por toda Euskal Herria para seguidamente pasar el océano y llegar a América.

Fue un himno que pasó de estar prohibido y/o reprimido durante la Restauración española, a interpretarse en Madrid en muchas ocasiones con motivo de diferentes manifestaciones culturales y artísticas.

A día de hoy, quizá la mejor definición que se puede hacer de la composición musical que realizó el urretxuarra la hace Jose Mari Esparza Zabalegi, cuando en el libro anteriormente reseñado, se expresa de la siguiente forma: “Nacido como himno carlista y foralista, fue inmediatamente asumido por liberales, conservadores, federales o republicanos; luego pasó a las nuevas expresiones políticas, como socialistas, comunistas y nacionalistas […] Y donde unos venían un poso religioso, otros interpretaban lo contrario: un himno liberal y laico, como los árboles de la Libertad que expandió por el mundo la Revolución francesa. Para unos representaba las libertades forales dentro de la España monárquica o republicana; para otros, un canto a la independencia o al internacionalismo. Como el mapa del territorio, un himno nacional identifica a toda la ciudadanía; luego, cada cual sueña la patria pintada con sus propios colores”.

El 7 de noviembre de 1981 en el lugar donde estaba ubicado el Café de San Luis, fue inaugurada por parte del que fuera alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, una placa recordando el lugar donde Iparraguirre interpretó el Gernikako Arbola. En el acto participó el Orfeón de Euskal-Etxea de Madrid que interpretó el zortziko.

Para finalizar, tampoco quiero dejar pasar que siempre que el recorrido de la Korrika transcurre por ese lugar, se suele hacer una parada para cantar el Gernikako Arbola.

 

El llanto de las amapolas

El llanto de las amapolas

Hay lecturas que te reconfortan y ayudan a afrontar situaciones como las que estamos viviendo en la actualidad cuando uno observa con gran estupor ese interés por blanquear los acontecimientos más ignominiosos de nuestra historia reciente. Y dicho esto, dentro del género de la narrativa, hay libros que son herramientas fundamentales para que las actuales generaciones entiendan mejor lo que fue esa época de la historia, que en un abrir y cerrar de ojos pasó de la esperanza al miedo y al terror.

El llanto de las amapolas
Amaia Oloriz Rivas

Por ello, hoy dedico estas líneas a una novela de la escritora Amaia Oloriz Rivas, El llanto de las amapolas, editada por la Editorial Txalaparta (diciembre de 2022), que nos transportará al verano de 1936 y lo que supuso para un niño de diez años, que de la noche a la mañana sufrió en sus carnes el horror de la represión. No es la primera vez que la autora utiliza la memoria histórica para ambientar alguna de sus novelas; con anterioridad publicó El largo sueño de tu nombreEl largo sueño de tu nombre y en fechas recientes ha publicado El eco de la huida.

La novela está ambienta en una localidad imaginaria de la Ribera de Navarra. Si bien la autora ha utilizado alguna población concreta para recrear algunas de las descripciones y pasajes que encontramos en sus páginas, si uno cierra los ojos, la mente le puede llevar a un sinfín de pueblos donde encajaría a la perfección el relato que encontramos este libro. El lector perfectamente puede pensar que la narración transcurre, entre otros lugares, en Sartaguda, Larraga, Olite, Lizarra o Tafalla en ese funesto verano de 1936, donde la crueldad se instaló y se hizo un hueco entre sus moradores.

El llanto de las amapolas acerca al lector a lo que supuso la represión franquista. Es un libro duro, debido a las atrocidades que se describen a lo largo del relato, pero no deja de ser el reflejo de lo que sucedió en aquellos momentos. Pero a su vez, es un libro con grandes dosis de ternura, que consigue emocionar al lector.

La lectura del libro es ágil y la narración me ha ido llevando de tal forma, que me atrevería a decir que se hacen cortas sus 253 páginas. Una de las características que destacaría de Amaia Oloriz Rivas es su estilo narrativo.

El libro lo dividiría en dos partes: en la primera nos muestra la vida de Satur, el protagonista de esta novela, un chaval alegre de diez años, que vivía con la felicidad que le aportaba su entorno, que no era otro que su familia de condición muy humilde, la cual le llenaba de todo el cariño necesario, de la que recibía las enseñanzas y consejos para que se fuera formando como una persona con valores, aunque en muchas ocasiones, él no entendía muchas de las cosas que escuchaba a sus mayores; su pueblo era la otra pata donde se asentaba su felicidad, pues no necesitaba nada de lo que hubiese más más allá de su entorno para ver colmada su fortuna.

En esa segunda parte, todo ese equilibrio que tenía su vida, se vio truncado bruscamente con motivo del intento de golpe de Estado de julio de 1936. La represión desatada por los golpistas en Navarra azotó de forma terrible a su familia y a las personas de su entorno. Todo se volvió negro y Satur se vio sumergido en esa noche oscura en la que las fantasías y los buenos recuerdos se esfumaron de golpe.

La narración va intercalando los hechos que pasaron en ese verano de 1936 y el homenaje que ochenta años después realiza el Instituto Navarro de la Memoria, en recuerdo de todas aquellas victimas que sufrieron la represión.

En la novela, a través de los personajes que le dan vida, aparecerán términos como libertad, solidaridad, conciencia de clase, que la autora los va sabiendo ubicar en las diferentes situaciones que se van dando a lo largo del relato, y todo ello, de la mano de esa sabiduría popular que tienen los personajes principales del libro.

El miedo es una sombra que está presente en la novela, algo inevitable en un relato de este tipo, pero hay que destacar como Amaia Oloriz Rivas le va dando forma a lo largo del relato.

El llanto de las amapolas no deja de ser un homenaje a todas esas personas que vieron truncadas sus vidas, sus proyectos personales, por el hecho de defender valores como la libertad, la igualdad, la justicia social y la solidaridad. El miedo de las clases dominantes a  perder sus privilegios era algo que estas no estaban (ni hoy tampoco lo están) dispuestas a consentir, y todo se transformó en destrucción. Y en especial, es un homenaje a todas aquellas mujeres y niños, que sufrieron la represión, por ser más vulnerables en los conflictos.

En mi caso, este libro me ha retrotraído a historias que había escuchado en mi entorno más cercano, escenas que se vivieron y que el hecho que queden plasmadas en una novela, no deja de ser una forma de recordarlas, de que no caigan en el olvido, pues nos tienen que ayudar a ser como las amapolas, cabezonas y resistentes que siempre sobreviven.

El llanto de las amapolas
El llanto de las amapolas (Editorial Txalaparte)