Los silenciados. El pecado de pensar diferente
La oscuridad de una noche que parece que no tiene fin, en la que la penumbra y el silencio se adueña de todo, donde las sombras se mueven con la impunidad que le confiere ese ambiente de tinieblas para que el terror campe a sus anchas. Así se podría definir lo que viene a ser una dictadura militar en la que la represión y el terror es el arma que utiliza para que el miedo se apodere de la población.
Una de las dictaduras más sangrientas de los últimos cincuenta años fue la que protagonizaron los militares argentinos entre los años 1976-1983. En esos siete años de dictadura más de 30.000 argentinos fueron detenidos, torturados y asesinados. Como posteriormente se ha sabido los asesinatos podían ser de diferentes formas: torturados hasta la muerte, fusilados después de haber sufrido torturas o lanzados vivos al mar desde aviones. En toda esta orgía represiva no faltó por parte de los golpistas el robo de bebés de los detenidos y posteriormente asesinados. Y todo esto con la permisividad del Comunidad Internacional y la Conferencia Episcopal argentina que para eso el nuncio apostólico Pío Laghi jugaba al tenis con el almirante Emiliano Eduardo Massera, miembro de la Junta Militar.
El periodista Giovanni Claudio Fava en su novela “Los silenciados” (Editorial Txalaparta), publicada en septiembre de 2022, nos traslada a los primeros años de la dictadura militar argentina para rescatar unos hechos que sucedieron en el equipo de rugby de La Plata, del que mataron a diecisiete jugadores en cuatro años. Para construir este relato ha sido fundamental el testimonio del único integrante del equipo de rugby que sobrevivió al terrorismo de Estado promovido por la dictadura de los militares argentinos, Raúl Barandiarán, de origen vasco, pues su abuelo era de una localidad de Gipuzkoa.
Claudio Fava, natural de la Catania (Italia) conoce bien este tipo de situaciones, pues su padre, Giuseppe Fava, periodista y escritor como Claudio, fue asesinado por la mafia italiana. En una de sus estancias en Argentina, el autor tuvo conocimiento de la historia del club de rugby de La Plata y fruto del trabajo de investigación ha publicado esta novela, en la que nos narra como un grupo de muchachos integrantes del primer equipo sufren la represión del régimen de forma despiadada. Su delito no fue otro que “pensar diferente, elevar la voz fuera del coro” y esas cosas los milicos no las perdonaban.
El autor ambienta la novela en la Argentina de 1978, estando cercano el Mundial de futbol, el escaparate que querían utilizar los militares para lavar su imagen cara al exterior. “Argentina, tierra de derechos humanos , porque todo lo demás no es más que propaganda comunista, cosa de melenudos y huelguistas”.
“Los silenciados” recoge fielmente en sus páginas lo que fue el terror de la dictadura militar y el espíritu que representó, que se puede resumir en las palabras del general Manuel Ibérico Saint-Jean, gobernador militar de la provincia de Buenos Aires, “primero eliminaremos a los subversivos, luego a sus amigos y por fin a los indecisos”. Es por ello que en muchos casos la guerra sucia asesinaba a personas “porque no sabían lo que pensaban, y eso les ponía los pelos de punta”. Y para esta labor estaba el “Servicio de Inteligencia del Ejército: los barrenderos de la Junta Militar, encargados de hacer limpieza en el país”. Era lo que Naomi Klein describe en La doctrina del shock cuando habla de los generales chilenos[1]. No cabe duda que los militares argentinos tuvieron en la dictadura chilena el referente más cercano para aplicar la teoría del terror generalizado.
En el relato de la novela se produce el asesinato de Javier, un muchacho del equipo de La Plata a manos de los milicos. Este hecho será la mecha para que este modesto equipo rete al régimen militar con diez minutos de silencio antes del inicio del siguiente partido. Esta “afrenta a los militares y sus esbirros hecha sólo de silencio, había dado la vuelta al país” y será el detonante para que a partir de este momento, y en vísperas del Mundial de futbol, los cuerpos represivos pongan en su punto de mira en los jugadores de este club. Todo esto dará inicio a una espiral de represión que va a encontrar una respuesta colectiva por parte de este grupo de muchachos, seguir jugando el campeonato de rugby como forma de enfrentarse al poder. Fue su modo de “no darles la razón y una manera de honrar a los compañeros muertos”.
En la novela del periodista Claudio Fava sobrevuelan conceptos habituales en situaciones de terrorismo de Estado y guerra sucia, como la utilización de la mentira y la intoxicación informativa para conseguir la impunidad de la represión.
Aunque es producto de un trabajo periodístico, el autor no busca tanto contar hechos como “imaginar los pensamientos y los gestos de aquellos muchachos que prefirieron quedarse y morir”. El autor conserva en la novela el nombre del único superviviente, Raúl Barandiarán, no así el del resto de sus compañeros de equipo.
De la novela me gustaría destacar los diálogos porque se ajustan mucho a las situaciones que se se describen en el libro. Los diálogos entre el protagonista, Raúl Barandiarán y su entrenador, o los que tiene con su pareja, dan cuenta del miedo que se respiraba durante la dictadura militar y la situación dramática que vivía el pueblo. Dentro de la dureza que supone el relato de este tipo de hechos, no ha impedido a Claudio Fava escribir una novela que se caracteriza por una lectura ágil, sencilla y con ritmo. Por ello la lectura se realiza en un breve espacio de tiempo.
[1] Naomi Klein en su libro “La doctrina del shock” se expresa en estos términos: “Pero encarcelar y matar al gobierno no era suficiente para la nueva Junta Militar chilena. Los generales estaban convencidos de que sólo podrían retener el poder si lograban que los chilenos vivieran completamente aterrorizados, como había pasado con la población de Indonesia. En los días que siguieron al golpe, unos trece mil quinientos civiles fueron arrestados, subidos a camiones y encarcelados, según un informe de la CIA recientemente desclasificado. 5 miles acabaron en los dos principales estadios de futbol de Santiago, el Estadio de Chile y el enorme Estadio Nacional. Dentro del Estadio Nacional, la muerte reemplazó al futbol como espectáculo público”.