Situaciones berlinesas

Situaciones berlinesas

Hoy voy a comentar un libro de Raul Zelik (Munich 1968). Escritor, politólogo y traductor. Entre alguna de sus facetas, tiene en su haber más de una decena obras, donde destacan sus novelas y ensayos. Ha traducido del euskera al alemán, junto con Petra Elser, el libro Lagun izoztua, de Joseba Sarrionandia, y su novela Lagun armatua. También ha ejercido la docencia en varias universidades alemanas y latinoamericanas.

En esta ocasión la reseña que voy a realizar es de su novela “Situaciones berlinesas”, con la que fue nominado en 2005 para el Premio Nacional del Libro, galardón alemán de novelas de gran prestigio y que fue publicada en castellano por la Editorial Txalaparta (traducción realizada por María Florencia Martín), siendo su primera edición de febrero de 2009.

Situaciones berlinesas
Raul Zelik (Wikimedia Commons

Situaciones berlinesas es una novela ambientada en el Berlín de los años 90, estando muy reciente la reunificación alemana. La narración gira entorno a Mario, un joven o, quizá no tan joven de 32 años, que habiendo abandonado con quince años “el caos materno”, durante su adolescencia y juventud había probado de todo. En la treintena, cuando ha logrado el equilibrio llevando “una vida alternativa clásica”, cae en una crisis existencial al escuchar por primera vez “los latidos del reloj biológico”. En ese contexto, se verá inmerso en una espiral de situaciones que en algunos casos más que afrontarlas, le arrastrarán a momentos críticos, en los que el drama se mezcla con el humor, en una concatenación de situaciones disparatadas, donde en muchos momentos lo racional e irracional van de la mano.

Raul Zelik dará vida a una serie de personajes de lo más heterogéneo, a través de los cuales nos mostrará la diversidad existente en el Berlín de los años 90, en la sociedad alemana y los problemas a los que se enfrentaba.

En el relato aparecerán sus compañeros de la WG (iniciales del término en alemán para “piso compartido” (wohngemeinschaft)) de diferentes procedencias, una chica bosnia con la que tiene una relación un tanto suigeneris, para acabar poniendo la guinda una madre con un pasado maoísta, que con los años está teniendo una seria involución conservadora y un hermano depredador inmobiliario, despiadado y decadente que acabará siendo víctima del sistema capitalista, del que tanto reniega.

Todo este puzle de personajes le sirven al autor para mostrarnos las diferentes caras de la Alemania de ese momento. Berlín es el reflejo de la sociedad alemana, el lugar donde confluyen desde la situación de la inmigración ilegal que proviene de los países del Este, Turquía, Kurdistán y la antigua Yugoslavia, hasta los problemas socioeconómicos derivados de la unificación alemana.

El autor utiliza dos temáticas que van de la mano a lo largo de la narración. En la primera la novela muestra la situación en la que se desenvuelve todo ese mosaico intercultural en el mundo capitalista en la que la realidad difiere sustancialmente con el ideal de sociedad que pensaban encontrar antes de abandonar o, en muchos casos, huir de sus lugares de origen.

La segunda cuestión es la relativa a la problemática laboral existente en el sector de la construcción en la Alemania de los 90; la subcontratación en la ejecución obras, una cadena interminable, donde el eslabón más vulnerable suelen ser los trabajadores inmigrantes, en muchas ocasiones, trabajadores sin papeles, blanco fácil para los empresarios del sector. Raul Zelik caracteriza de forma excelente todo ese submundo de la inmigración ilegal que se las tiene que ingeniar de mil formas para poder sobrevivir, por ello, la novela más allá de la ficción de los personajes, es una fotografía de la realidad social alemana.

Todos estos ingredientes sirven al autor para dar forma a esta novela en la que destaca la buena caracterización de los personajes y el ambiente en el que se desenvuelve el relato.

“Ir y no volver”. Vasil Bykaŭ, un maestro de la literatura de guerra

“Ir y no volver”. Vasil Bykaŭ, un maestro de la literatura de guerra

Este año se cumple el centenario  del nacimiento del escritor bielorruso Vasil Bykaŭ (1924-2003), un autor prácticamente desconocido por estas latitudes pues hasta hace bien poco ninguna de sus novelas había sido publicada en castellano, lo que dificultaba el poder tener acceso a su obra literaria.

Esta cuestión ha sido subsanada, aunque sea de forma muy pequeña, con la aparición en el mes de septiembre de 2023 de una de sus obras traducida al castellano. Se trata de la novela “Ir y no volver”, publicación que ha corrido a cargo de la Editorial Txalaparta.

El libro fue editado por primera vez en 1978, y en la edición en castellano de 2023, además de la novela, podemos encontrar dos introducciones al libro realizadas por las traductoras de la obra: la primera es un pequeño texto, realizado por Ángeles Maestro, que tiene como objeto la contextualización de la novela, y la segunda, realizada por Svetlana Yaskova, que va enfocada a conocer la importancia de  la figura de Vasil Bykaŭ en la literatura universal.

Las dos introducciones de esta edición aportan una serie de datos de gran interés tanto a la hora de conocer la trayectoria vital y literaria del escritor bielorruso, como lo que supuso para la URSS en general y para la República Socialista Soviética de Bielorrusia en particular la Gran Guerra Patria (denominación que recibe la participación soviética en la Segunda Guerra Mundial), datos imprescindibles para entender la obra literaria de Vasil Bykaŭ.

Ángeles Maestro hace un pequeño resumen de lo que fue la ocupación nazi en territorio soviético, que tenía como objetivo el realizar una limpieza de la población eslava en Bielorrusia, que para la Alemania nazi era considerada como subhumana, con la finalizad de colonizarla con población germana, lo que era conocido como “espacio vital de Alemania”. Los nazis crearon en territorio bielorruso más de 580 campos de exterminio y supuso un gran coste humano, pues Bielorrusia perdió una tercera parte de sus habitantes. Ni que decir tiene que el género humano no ha aprendido mucho, puesto que casi un siglo después, este tipo de prácticas se siguen realizando por el mundo con total impunidad.

Ángeles Maestro nos recuerda la participación bielorrusa dentro del Ejército soviético y el movimiento partisano que surgió en Bielorrusia para luchar contra la ocupación nazi, que fue el mayor de toda Europa. Todo ello ha dejado a las generaciones futuras el legado de la lucha que llevaron contra el fascismo.

Svetlana Yaskova nos introducirá en la figura de Vasil Bykaŭ, que trabajó a lo largo de su vida el género de la literatura de guerra, en el que se encuadra su obra literaria. Calificado como “uno de los más grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX, representante más brillante de la prosa sobre la Gran Guerra Patria”. Soldado del Ejército soviético durante la II Guerra Mundial, fue herido en dos ocasiones. Su experiencia vital en la guerra que libraron contra el fascismo, le marcó de por vida, lo que se verá reflejada en su obra literaria. Sin duda alguna, estas dos introducciones animan a la lectura de la novela “Ir y no volver”.

Ir y no volver
Vasil Bykaŭ (Wikimedia Commons)

Vasil Bykaŭ refleja en esta novela el efecto que produce la guerra en las personas y la diferente manera de afrontar las diversas situaciones en las que se ven envueltas. Zoska, una joven partisana, que verá truncados sus sueños a causa de la guerra, vivirá situaciones desesperadas que pondrán a prueba su fortaleza mental para superar el dolor.

El autor nos muestra el horror y sufrimiento que produce la guerra y el anhelo de los personajes que aparecen en la narración por volver a llevar la vida que tuvieron anteriormente. Nos mostrará como la guerra pone a prueba a las personas en situaciones extremas y la capacidad que pueden llegar a tener para superar lo insuperable.

La muerte, al ser una compañera inseparable de la guerra, está presente en la novela y en sus personajes; se podría decir que es un elemento que flota a lo largo del relato, una realidad a la que se enfrentan continuamente los personajes. Vasil Bykaŭ  nos muestra las diferentes formas que tiene el ser humano de reaccionar cuando le acecha esa terrible fatalidad, a la que le pone rostro.

Otro de los elementos que podemos encontrar es la gestión de la angustia interior en las personas en situaciones dramáticas; la incertidumbre ante el futuro más próximo produce una reacción diferente en los personajes, para ello, el autor nos irá introduciendo en su interior, en su forma de pensar, de entender la vida y  los principios por los que se rigen. En ese contexto se servirá de ellos para reflexionar sobre valores como la lealtad, en contraposición a otros, como la traición.

La novela, que tiene algo más de 330 páginas, es de lectura sencilla y ágil, construida con pocos personajes, en todo momento consigue mantener al lector en una tensión que encontrará su cénit en los pasajes más dramáticos que viven los dos personajes sobre los que gira la novela.

En los tiempos que corren, en los que estamos volviendo a ver un crecimiento del fascismo en Europa, sobre todo en aquellos lugares donde sembraron el terror con mayor virulencia, la obra literaria de Vasil Bykaŭ no dejan de ser un testimonio que se alza para alertarnos que los herederos del fascismo de la primera mitad del siglo XX están dispuestos a reanudar la misma senda que en su día siguieron Hitler, Mussolini o Franco.

La novela  “ir y no volver” es el recuerdo vivo de todos esos luchadores anónimos antifascistas, que dieron su vida por evitar que el nazismo aplastase a los diferentes pueblos que formaban la Unión Soviética, lo que supuso que 27 millones de soviéticos perdieran la vida.

Ir y no volver. Vasil Bykaŭ
Ir y no volver. Vasil Bykaŭ

Operación Ogro. Un golpe al corazón del régimen franquista (2ª parte)

Operación Ogro. Un golpe al corazón del régimen franquista (2ª parte)

La ejecución de Carrero Blanco

Nos encontramos en el último trimestre de 1973, cuando empezaron a estudiar la forma realizar el atentado. Después de barajar diferentes opciones, optaron por realizarlo mediante una explosión, para ello en el mes de noviembre, lograron alquilar un sótano en el número 104 de la calle Claudio Coello, desde donde excavaron un túnel en forma de T, en dirección al centro de la calle para colocar en tres puntos del túnel alrededor de 80 kilogramos de dinamita. Su construcción fue rápida, pues lo realizaron en ocho días, eso sí con grandes dificultades y con mucho miedo que se pudiera hundir el techo del túnel.

Número 104 de la calle Claudio Coello

Los preparativos estaban realizados en el mes de diciembre a falta de concretar la fecha para llevar a cabo el magnicidio, la cual tuvo que retrasarse en varias ocasiones: la primera fecha para realizarlo estaba señalada para el día 13 de diciembre, aunque fue aplazada al día 18, pero debido a unos problemas técnicos se vieron obligados a volver retrasarla un día, pero justo ese día coincidía con la visita del secretario de EEUU Kissinger, lo que iba a conllevar un incremento considerable de policía en la zona donde iban a realizar el atentado, debido, entre otras cosas, al encontrase muy cerca de la embajada norteamericana, lo que les llevó a posponerlo un día más. De hecho, la víspera del atentado, Kissinger se entrevistó con Carrero Blanco. El día 20 iba a ser la fecha definitiva.

Otro dato importante es que para esas fechas del mes de diciembre estaba previsto la celebración de un juicio contra diez líderes de las Comisiones Obreras, más conocido como Proceso 1001, para los que había unas elevadas peticiones de prisión. En concreto, la vista dio comienzo el mismo día en el que ETA realizó el atentado. Este hecho fue motivo de crítica hacia ETA por parte del PCE, pues podía frenar las movilizaciones de solidaridad con los encausados. Esta cuestión la aclararía ETA en el Zutik 64, donde explicaría los motivos de pasar por alto la celebración de este juicio, que no fueron otros que la convocatoria que había sido organizada para el día 12 de diciembre como protesta contra el Proceso 1001 no generó movilizaciones apreciables, por lo que entendieron que el atentado no iba a interferir en las protestas que se organizasen en solidaridad con los encausado en el Proceso 1001.

Operación Ogro. Un golpe al corazón del régimen franquista (2ª parte)
Socavón producido tras la explosión

El día 20 de diciembre el comando tenía todo preparado para realizar la acción y una vez que comprobaron que ese día Carrero había ido a misa, procedieron a ejecutar el plan para realizar el magnicidio. Cuando el Dodge 3700 GT negro, donde viajaba el almirante se aproximaba a la altura del 104 de la calle Claudio Coello, tuvo que reducir la marcha porque los miembros del comando habían colocado un coche, marca Austin Morris, en doble fila, justo a la altura del túnel, para dificultar la marcha del coche donde viajaba el almirante. Ese vehículo también tenía otras finalidades: por un lado, que el miembro del comando que diera la señal para activar el explosivo no tuviera ningún error de cálculo, pues estaba situado en la confluencia de la calle Claudio Coello y Diego de León y pudiera dar la orden cuando pasase por encima del túnel; y, en segundo lugar, porque dentro del vehículo habían colocado una carga de dinamita para que explotase por simpatía, cosa que no ocurrió. De esa forma, al llegar a la altura del Austin Morris, uno de los miembros del comando accionó el dispositivo, provocando una gran explosión, lo que elevó el vehículo hasta dar en la cornisa del convento de los jesuitas que hay en la parte posterior a la iglesia para acabar cayendo a su patio interior.

Fachada del convento de los jesuitas que da a la calle Claudio Coello

El régimen en estado de shock

Las primeras horas después de cometerse el atentado fueron de un desconcierto total por parte de los aparatos del régimen. En principio se pensaba que lo sucedido fue a consecuencia de un escape de gas, porque los miembros del comando, cuando realizaron la explosión, salieron corriendo al grito de “gas, una explosión de gas”.

Los cuerpos policiales no empezaron a barajar la hipótesis del atentado hasta avanzada la tarde, pero lo que despejó todas las dudas fue la reivindicación que realizó la organización independentista el mismo día 20, a través de un comunicado difundido en Baiona. Por la noche los aparatos policiales barajaban la autoría de ETA como única hipótesis de trabajo.

A partir de ese momento, los datos que se publicaban en la prensa, cuya única fuente eran los aparatos policiales de la dictadura, no dejaban de ser palos de ciego, con innumerables errores de bulto, sin contrastar la información. Todo podía valer para ocultar la realidad, que no era otra que durante meses los militantes de ETA se habían movido por Madrid con toda la tranquilidad del mundo, hasta el extremo que en el mes de mayo de 1973, el comité ejecutivo de la organización llegó a realizar una reunión en un piso de Getafe, para sortear la presión policial que se daba en Euskal Herria.

Durante los días siguientes al atentado, la Policía publicó fotografías de diferentes militantes de ETA, como autores del atentado, algunos de los cuales realizaron declaraciones públicas en las que manifestaban que llevaban meses residiendo en territorio francés, donde realizaban una vida conocida, o como fue el caso de Jose Félix Azurmendi, que fue imputando, cuando llevaba tiempo viviendo en Caracas. Un ridículo en toda regla.

El historiador Iñaki Egaña, en su ensayo “Operación Ogro. Hechos y construcción del mito”, relata un suceso que, además de la tragedia que supuso, dejaba en evidencia que los aparatos policiales del Régimen estaban totalmente perdidos. En la madrugada del 21, la policía disparaba contra un joven de 19 años, Pedro Barrios, pensando que era Iñaki Mujika Arregi, Ezkerra. La prensa que escribía al dictado del Régimen, publicó que uno de los integrantes del comando había resultado herido a consecuencia de la explosión producida en el atentado. Pasados quince días, este joven falleció a consecuencia de las heridas sufridas, y a partir de entonces, del tema nunca más se hizo mención en ningún medio de comunicación.

En todo ese ambiente en el que muchas de las informaciones no tenían ni pies ni cabeza, la realidad fue que el comando se retiró del lugar del atentado en un vehículo que tenían preparado en la zona para luego seguir la huida en transporte público, con destino a un piso de seguridad, situado en la localidad de Alcorcón, donde tenían previsto estar escondidos hasta que se dieran las condiciones para poder salir de la Capital, pero en la vivienda sótano desde donde realizaron el túnel, dejaron alguna pista falsa para que la Policía pensase que habían huido en un vehículo de gran cilindrado con dirección a Andalucía.

En un espacio de ocho días ETA difundió cuatro comunicados. El primero para reivindicar la autoría del atentado y los otros tres con la finalidad de clarificar algunas cuestiones y desmentir las declaraciones del lehendakari Leizaola y del secretario general del PCE, Santiago Carrillo, que negaban que ETA fuese la autora del atentado.

En la vorágine de esos días ETA daría una rueda de prensa en la ciudad de Burdeos, donde cuatro encapuchados, haciéndose pasar por los autores materiales del atentado daban todo tipo de detalles de cómo lo perpetraron. Fue toda una escenificación que tuvo varios fines. El más importante, sin duda, era dar la imagen que las personas que realizaron el atentado ya estaban a salvo, fuera del alcance de la Policía española. De hecho, en la rueda de prensa relataron que la huida la habían realizado por Portugal y posteriormente en un barco a Bretaña. Otro motivo, mencionado anteriormente, era disipar las dudas que sembraron algunos dirigentes políticos antifranquistas acerca de la autoría de ETA. En esa rueda de prensa, informaron que el coche que estaba aparcado en doble fila a la altura de donde se produjo el atentado, contenía una carga explosiva que no llegó a explotar, con la intención de evitar que explotase en algún depósito de vehículos con lo que ello podía acarrear. Este dato servía, aún más, para verificar que la organización independentista vasca era la autora. La rueda de prensa cumplió su objetivo, por un lado los medios la dieron por buena y a los investigadores policiales ni se les pasaba por la cabeza que los autores del atentado estaban escondidos en un piso de Alcorcón.

Las reacciones al atentado

Se podría decir que la respuesta del régimen al atentado entraba dentro de su lógica represiva, incrementándola, máxime cuando el Bunker salió a la calle pidiendo mano dura. Los más ultras del régimen se manifestaron junto al lugar donde se realizó el atentado, en el entierro y actos oficiales en recuerdo del almirante. Algunos mandos policiales y militares, como el teniente general Iniesta Cano, que ostentaba el cargo de director general de la Guardia Civil pedían tener las manos libres para dar respuesta al atentado, de hecho hubo varios muertos a causa de disparos de la policía.

La represión se cebó con todo lo que fuera disidencia, la condenas a los sindicalistas del proceso 1001 fueron inusualmente altas, siendo condenado Marcelino Camacho a 20 años de prisión. El 2 de marzo de 1974, el régimen franquista ejecutó mediante garrote vil al anarquista Puig Antich. Era la venganza del régimen ante el atentado contra Carrero Blanco. En esa espiral represiva, el dictador agonizó de la misma forma en la que llegó al poder,  y en el mes de septiembre de 1975 fusilaron a tres militantes del FRAP y dos de ETA (pm), siendo el Estado de excepción una herramienta socorrida a la hora de aplicar la represión. El atentado trajo consigo la detención de muchos estudiantes vascos que cursaban sus estudios en Madrid.

Aunque después de 50 años, pueda parecer algo chocante, pero la respuesta de algunas organizaciones antifranquistas fue bastante contradictoria y chocante en algunos casos, probablemente motivada porque a ninguna de ellas se les pasaba por la mente la posibilidad que se pudiera dar un atentado de esta naturaleza. El atentado dio lugar a una situación bastante curiosa que probablemente hoy en día haya quedado en el olvido, que no era otra que la diferente respuesta que hubo entre la militancia de base y el pueblo por un lado, y la dirección de algunas de las organizaciones antifranquistas, por otra

Contrastaba la alegría de las gentes antifranquistas, independientemente de las siglas a las que pertenecieran con las declaraciones de  las direcciones de algunos partidos políticos, como el PNV, PCE, LCR-ETA VI y MCE. En Euskal Herria corría la sidra, el cava en Catalunya y los trabajadores de otros puntos del Estado no dudaron en celebrarlo. Por el contrario, para los dirigentes de algunas organizaciones, el hecho que una organización como ETA, que tan solo unos meses antes,  la prensa del régimen la daba por desarticulada, ponía en tela de juicio el tipo de oposición al régimen que estaban realizando y la idoneidad del ejercicio de la lucha armada contra un régimen que se sustentaba en la represión y el miedo. En aquellos años la práctica de la lucha armada contra el régimen no dejaba de ser un debate que estaba sobre la mesa y que generaba una disputa importante entre los que estaban a favor y sus detractores.

Una de las primeras reacciones fue la del PCE, a través de su secretario general, Santiago Carrillo, que en el periódico francés L´Humanité se expresa en los siguientes términos: “las circunstancias de la muerte de Carrero son muy extrañas y las versiones son contradictorias y sospechosas”. Para la dirección del PCE fue la mano de profesionales experimentados y poderosamente cubiertos, y no de los amateurs que reivindicaron el atentado “ayudando de esta forma a cubrir a los auténticos autores del mismo”.

Comentarios similares realizados por Carrillo, se recogen en el nº 1 de Euzkadi Roja, órgano del PC de Euskadi. Ven una mano negra detrás de todo lo sucedido, llegando a manifestar que “lo que está fuera de toda duda es que la inspiración nada tiene de común con los intereses del pueblo vasco”.

Otra reacción que se dio en parámetros similares fue la del lehendakari en el exilio, Jesús María Leizaola, que negaba la veracidad del comunicado de ETA, afirmando que “No puede ser sino una acción llevada a cabo por unos elementos aislados”. Su postura la fundamentaba en dos razones que vistas con la perspectiva de los años, da una muestra de la decadencia del Gobierno Vasco en el exilio: La primera es que “El acto de violencia extremo, cual es la muerte premeditada y perfectamente planeada es impropio del hombre vasco” y la segunda no tiene desperdicio, pues llega a decir que “si ETA hubiera sido la ejecutora, el Sr. Leizaola, como Presidente del Gobierno Vasco en el exilio y por tanto máximo representante político del pueblo vasco, hubiera estado al corriente de lo sucedido, y no lo estaba”.

En un segundo comunicado fechado el 22 de diciembre, la organización armada desmintió categóricamente las declaraciones del Sr. Leizaola y del pleno del C.E del PCE. ETA tuvo que enviar por dos veces una delegación a París para que el Leizaola rectificase sus palabras y reconociera la autoría de ETA.

La reacción de la prensa europea, sobre todo la francesa, era diáfana. Para Le Nouvel Observateur, la desaparición de Carrero Blanco del mapa político español iba a traer consigo el enfrentamiento entre las diferentes familias que conformaban el régimen, pues este “puede impedir el choque y preparar el terreno al futuro rey”. Le Monde es contundente, al hacerse eco de un antiguo embajador del régimen: “la muerte del almirante ha acortado el proceso de sucesión al menos en cinco años”.

Una vez realizado el atentado, ETA realizó un análisis en el Hautsi nº 5 en el que manifiestaba que “la desaparición de Carrero Blanco no equivale a la entrada en barrena del franquismo… Tampoco es cierto que la muerte de Carrero no representaba nada políticamente…. Aglutinaba y mantenía el equilibrio entre las diferentes tendencias fascistas, y entre éstas y otras más liberales… evitando que se desarrollasen peligrosamente las divergencias que dentro del régimen y sectores circundantes se incubaban”.

En el libro de Eva Forest, recoge un documento del Comando Txikia, que fue redactado a lo largo de la entrevista que sirvió para la elaboración del libro, en el que pasan revista a las posturas que se dieron en la oposición antifranquista ante el atentado contra Carrero Blanco, una vez que las dudas sobre su autoría habían quedado del todo disipadas.

En él dan una respuesta al Sr. Leizaola, en el que analizan la política del Gobierno Vasco  y del PNV, “carente de actividad y distanciamiento con los verdaderos intereses populares vascos”, calificándolo como una institución que ya cumplió su papel histórico y que “sólo podría resucitar por obra y gracia de alguna maniobra de la oligarquía española en busca de la integración del pueblo vasco en el sistema monopolista, maniobra en la que estarían envueltas algunas organizaciones reformistas españolas”. El debate de ruptura democrática o reforma estaba encima de la mesa, y presagiaba lo que posteriormente sucedió y la postura que mantendría el PNV una vez que murió el dictador.

Dedican un apartado importante a rebatir el análisis que realiza el PCE en lo relativo a la acción contra el presidente del régimen, pues el pleno del C.E del PCE de 29 de diciembre de 1973  se había manifestado en los siguientes términos: “Nosotros estamos contra el atentado individual porque consideramos que no resuelve, que no da una salida y que puede ser un obstáculo al desarrollo de la lucha del pueblo, de las masas en las que está la posibilidad de solución”. Da la sensación que el PCE renunciaba a la ruptura democrática y una vez que Franco despareciera de la escena política, sería asimilado por el régimen, como así fue.

Las diferentes escisiones que se dieron en ETA en la década de los 60 y 70, de donde surgieron la VI Asamblea de ETA, posteriormente fusionada con la LCR y el Movimiento Comunista de España (MCE), se posicionaron ante este atentado. LCR-VI Asamblea se posiciona en contra de los métodos de ETA V calificándolo como “un activismo minoritario” que pueden crear ilusiones en la clase obrera y en franjas de la vanguardia, para manifestar que “no es mediante la liquidación progresiva de los capitalistas del régimen como se puede derrocar a éste, sino mediante la acción revolucionaria de las masas”. Por su parte, el MCE entiende que “este tipo de atentados no pone en dificultades la continuidad del franquismo”.

A este análisis los miembros de Comando Txikia se preguntan “si se puede dudar de que la ejecución de Carrero Blanco ha sido un duro golpe para el fascismo en el Estado español; y ha despertado los elementos contradictorios que conviven en el seno del Estado”.

Muy distinta fue la respuesta que dio el Movimiento Libertario. Aplaudieron la acción, posicionándose en contra de las declaraciones del PCE. En su análisis entienden que políticamente es de mayor relieve el atentar contra Carrero que contra el mismo dictador, pues el almirante es su brazo derecho y sucesor de Franco.

El pueblo, al margen de siglas políticas, lo valoró como un acontecimiento histórico y lo expresaba de forma clara ¿quién no ha tirado el jersey al aire cantando la canción que popularizaron Eñaut Etxamendi y Eñaut Larralde? “Voló, voló, Carrero voló y en el alero quedó, Yup! La-la” se convirtió en todo un clásico en las fiestas y no sólo en Euskal Herria.

Bibliografía utilizada:

Bruni, Luigi: ETA. Historia Política de una lucha armada, Txalaparta, Bilbao, 1987.

Caro Baroja, Julio y AA.VV: Historia General del País Vasco, La Gran Enciclopedia Vasca-Haranburu Editor, Volumen XIV, Donostia, 1981.

Casanova, Iker-Paul Asensio: Argala, Txalaparta, Tafalla, 1999.

Eva Forest: Operación Ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco, Hiru Argitaltxea, 1993 y Baigorri Argitaltxea, 2013.

Iñaki Egaña: Operación Ogro. Hechos y construcción del mito, Txalaparta, Tafalla, 2023.

José Antonio Castellano López: Carrero Blanco. Historia y memoria, Los libros de la Catarata, 2023

Letamendia Belzunce, Francisco (Ortzi): Historia de Euskadi. El Nacionalismo y ETA, Ruedo Ibérico, 1977.

Operación Ogro. Un golpe al corazón del régimen franquista (1ª parte)

Operación Ogro. Un golpe al corazón del régimen franquista (1ª parte)

Todavía hay personas que cada 20 de diciembre nos viene a la mente, aunque sea un recuerdo lejano, el mayor golpe que recibió el régimen franquista. Me estoy refiriendo al atentado de la organización ETA que acabó con la vida del almirante Carrero Blanco, en el que este año se cumple el cincuenta aniversario. Un acontecimiento histórico que a día de hoy nadie duda que fue determinante en la evolución del régimen, puesto que en esas fechas los días del dictador tocaban a su fin, y la gran incógnita era cómo se gestionaría el franquismo sin Franco.

Sobre el atentado y sus consecuencias políticas se han escrito innumerables artículos y libros, algunos de los cuales han desarrollado teorías de lo más variopintas y rocambolescas. En algunas se afirmaba que detrás del atentado estaba la CIA, en otras que fue ejecutado por alguna organización extranjera e incluso se ha llegado a decir que detrás de todo estaban dirigentes del propio régimen franquista, porque Carrero les molestaba. Todas estas hipótesis no han tenido mucho recorrido y, como posteriormente veremos, algunas de ellas fueron alimentadas por algunos dirigentes políticos antifranquistas a los que el atentado les cogió con el pie cambiado.

Actualmente la mayor parte de la población no conoció esa época, y en el mejor de los casos, muchas de las personas que vivieron el magnicidio, tienen un recuerdo un tanto lejano, entre otros motivos, porque no contaban con el uso de razón suficiente como para poder entender lo que estaba pasando en ese invierno de 1973.

Con la perspectiva que da el paso de los años, lo que en este texto se recoge tiene como finalidad rescatar aquel oscuro periodo de la historia, la España en blanco y negro del No-Do, hacer una fotografía panorámica de la dictadura, de la figura de Carrero, la pieza clave del régimen, relatar cómo se fue urdiendo el atentado, los motivos que llevaron a la organización ETA a realizar esta acción, la lectura política que realizaron y las repercusiones que tuvo.

La noche oscura de la dictadura

Desde que finalizó la Guerra Civil, las organizaciones que defendieron la República contra el fascismo, pasaron a luchar contra la dictadura desde la clandestinidad. Algunas, como el PCE, practicaron la guerrilla rural, el maquis, hasta finales de los años 40, pero ante la gran dificultad de coordinar la lucha armada y la lucha de clases, la dirección del PCE dio un giro a su estrategia para enfocarla en infiltrarse en las organizaciones del régimen. Otras organizaciones, desde un primer momento, se dedicaron a realizar su labor en la clandestinidad, sobre todo en el ámbito socio-laboral, pero siempre con grandes dificultades, sufriendo caídas de sus cuadros.

Durante la dictadura se produjeron protestas que en muchos casos se expresaron mediante manifestaciones y huelgas. La mayoría de estos conflictos tenían como finalidad reivindicar mejoras económicas o laborales de la población que vivía en unas condiciones de miseria, a lo que había que añadir las reivindicaciones de carácter nacional en lugares como Catalunya y Euskal Herria. No es necesario decir que cualquier atisbo de protesta, sufría la represión feroz del régimen que se traducía en caídas constantes de militantes y cuadros de las organizaciones antifranquistas.

Con los rescoldos de la guerra, en los años cuarenta será en Catalunya y Euskal Herria donde estallen las primeras huelgas, pesaba la tradición de lucha sindical, extendiéndose estas a otros puntos del Estado. El periodo 1946-1947 fue de especial conflictividad, destacando la huelga que estalló en Bizkaia en 1º de mayo de 1947, siendo secundada por 50.000 trabajadores, la huelga general en Manresa en 1946 o en la factoría CASA de Getafe.

La década de los 50 transcurrió por derroteros similares a la anterior, las protestas siguieron focalizándose en mayor medida en Asturias, Catalunya y Euskal Herria y más tímidamente en el resto del Estado, pero la oposición al régimen, con todas las dificultades que conllevaba la clandestinidad, intentaba reconstruirse, cosa que se pudo percibir mejor en los años 60.

Las décadas de los 60 y 70, la respuesta al régimen se consolida

Si hasta mediados de los años 60 la mayor parte de las protestas y las huelgas se dieron en lugares muy concretos del Estado, con la declaración de varios estados de excepción, sobre todo en Bizkaia y Gipuzkoa, a partir de 1968, estas se fueron extendiendo a lo largo del Estado español. En agosto de ese año, con motivo del atentado que ETA realizó contra el jefe de la Brigada Político-Social de Gipuzkoa, el torturador Melitón Manzanas, el gobierno declaró un Estado de excepción en Gipuzkoa y en enero de 1969 se vuelve a imponer esta medida en todo el Estado para atajar las protestas estudiantiles.

Desde la mitad de los sesenta se dio un incremento considerable de la conflictividad en todos los ámbitos. Si en 1966 se realizaron alrededor de 100 huelgas en todo el Estado, en los siguientes dos años se multiplicaron por tres, hasta llegar a 1975, año en el que se alcanzó la cifra de 1.595 conflictos colectivos. La respuesta a la dictadura se había extendido por todo el Estado, a la que se adherían, además de los trabajadores, estudiantes, diferentes sectores de la sociedad que se habían convertido en contrarios al régimen franquista y un sector de la Iglesia, que veía como los derechos más elementales eran continuamente pisoteados.

En este contexto, en los años 60, además de las organizaciones que tenían un arraigo histórico, hubo un resurgimiento de un número importante de nuevas organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles. Eran tiempos en los que el debate se centraba en los métodos de lucha para acabar con la dictadura, y entre estas organizaciones, en diciembre de 1958, surgió en Euskal Herria la organización ETA (Euskadi Ta Askatasuna), un movimiento independentista que a partir de los años 60 fue quien más quebraderos de cabeza dio al régimen franquista, convirtiéndose en un referente político contra la dictadura. Sus militantes pertenecían a una generación que no conoció la guerra, se sentían libres de la losa que pesaba sobre la generación anterior, que se encontraba lastrada por el recuerdo de la guerra y su resultado, siendo críticos con el modelo de resistencia que se llevaba a cabo hasta el momento por el PNV. Serán los protagonistas de las protestas que en la década de los 50 se empezaron a producir en Euskal Herria. Esta  generación se caracterizaría por la desconfianza que tienen en las instituciones vascas en el exilio y por su incapacidad política.

La situación que se vivía en el Estado español en los primeros años de la década de los setenta era de un fortalecimiento de las protestas contra el franquismo, fruto de las luchas obreras y estudiantiles de finales de la década anterior.

Ante la respuesta popular, el régimen incrementa la represión

La dictadura franquista inicia la década de los setenta a golpe de represión. En diciembre de 1970 se celebró el Consejo de Guerra de Burgos contra dieciséis militantes vascos de la organización ETA, algunos de ellos eran acusados del atentado contra el policía torturador Melitón Manzanas. Un proceso organizado por el régimen franquista que tenía como finalidad dar un escarmiento a los militantes de la organización independentista vasca y que la población viera que la dictadura era indestructible. Sobre los acusados pesaban unas peticiones de condena elevadísimas, habiendo peticiones de pena muerte para seis de los dieciséis militantes encausados.

El resultado del proceso judicial fue un hito en la lucha contra el franquismo, el proceso se volvió en contra del régimen, los acusados durante la vista oral lo convirtieron en un proceso contra el franquismo y la sentencia del tribunal militar no se movió un ápice de la petición del fiscal, confirmando las peticiones de condena a muerte; pero el régimen no tuvo en cuenta la respuesta que iba a tener. Las protestas que se dieron en Euskal Herria, se extendieron por el resto del Estado español y las capitales europeas, algo que el régimen no pudo obviar. Y a todo ello habría que añadir el secuestro del cónsul alemán en Donostia por parte de la organización ETA que tuvo como finalidad el dar a conocer el problema vasco a todo el mundo y volver a recordar que en la vieja Europa seguía habiendo una dictadura que desde que dio el golpe de Estado en julio de 1936, había tenido como método para perpetuarse en el poder la práctica del terror contra la población civil.

Ante las innumerables protestas, de la ciudadanía europea, muchas de ellas de forma espontánea, en contra de la sentencia dictada por el tribunal militar que juzgó a los militantes de ETA, obligó a muchos de esos gobiernos a tomar una posición contraria a la ejecución de los procesados con penas de muerte, ejerciendo una presión al régimen franquista hasta ese momento desconocida. La única salida que le quedó al régimen franquista fue la de conmutar dichas condenas, lo que generó grandes contradicciones internas en el régimen franquista, dándose una lucha entre las diferentes familias que lo sustentaban, y en esa pugna interna entre los representantes del búnker franquista y los sectores tecnócratas del Opus Dei, estos últimos quedaron tocados y en esa lucha dentro del régimen, Carrero Blanco ostentaba la vicepresidencia del Gobierno.

El Proceso de Burgos sirvió al régimen para aprender la lección que no podía volver a organizar ningún proceso judicial similar porque se le podía volver en contra, como le ocurrió con el de Burgos, y se decantó por eliminar a los responsables de ETA, en vez de capturarlos vivos y juzgarlos. Esta práctica supuso que desde 1970, cayeron abatidos por las fuerzas policiales nueve militantes de ETA y en una de esas redadas, en abril de 1973 el jefe del aparato militar, Eustakio Mendizabal, Txikia, fue tiroteado por la Policía, resultado muerto.

Hasta que ETA atentó contra Carrero Blanco, el único atentado que había planificado con la finalidad de acabar con la vida de alguna persona fue el perpetrado contra Melitón Manzanas, por el contrario, fue constante el incremento de la represión por parte de los aparatos policiales del régimen.

Carrero Blanco. La sombra alargada del régimen franquista

En esos años, en los que el dictador era casi octogenario, hubo una figura política que llevaba años atesorando poder, convirtiéndose en imprescindible para la supervivencia del régimen una vez que desapareciera el dictador, el almirante Carrero Blanco, un militar que siempre se mantuvo al margen de las diferentes familias que sustentaban el régimen y que, sin duda alguna, era, si no la única, sí de las poquísimas personas que interpretó a la perfección los fundamentos ideológicos sobre los que Franco basó su régimen. Supo entender y representar las esencias del franquismo.

Nacido en 1904 en la localidad de Santoña (Cantabria), en el seno de una familia de tradición militar, entró con 15 años en la escuela militar naval para desarrollar la carrera militar, tomando parte en la guerra de Marruecos. El golpe de Estado de julio del 36 lo cogió en Madrid, y al no poder unirse a los golpistas,  pidió asilo político primero en la embajada de México y posteriormente en la francesa, hasta que logró huir a Francia, para en 1937 pasarse al bando sublevado, teniendo puestos de relevancia en la flota fascista.

Operación Ogro. Un golpe al corazón del régimen franquista
Franco y Carrero Blanco

A partir del final de la guerra, su carrera fue meteórica. En 1939, con la finalización de la guerra, fue nombrado jefe de Operaciones del Estado Mayor, en 1941, subsecretario de la Presidencia, lo que le permitió tener una relación muy cercana con Franco. A partir de entonces, la influencia que ejerció sobre el dictador fue creciendo hasta llegar a ser nombrado ministro subsecretario de la Presidencia en julio de 1951, vicepresidente del Gobierno en 1968, en sustitución del Muñoz Grandes, para llegar a su cenit en junio 1973, al sustituir a Franco en el puesto de presidente del Gobierno, quedándose este último como jefe del Estado.

El almirante fue quien diseñó cómo debía de ser el franquismo cuando el dictador muriese, y para ello fue el artífice de la Ley de Sucesión y de la elección de Juan Carlos para suceder a Franco. En todo momento destacó por ser un defensor de las relaciones con EEUU, propulsor de los acuerdos bilaterales entre el régimen franquista y la Administración norteamericana y partidario de la instalación de bases militares norteamericanes en el Estado español.

Católico preconciliar, monárquico, anticomunista, antiliberal y antisemita, Carrero representaba lo más reaccionario del franquismo. En el libro Operación Ogro, los miembros del Comando Txikia realizaron una definición muy nítida del personaje: “Es el hombre clave del Régimen, el hombre que durante años han preparado cuidadosamente para continuar el franquismo, el hombre que en esos momentos garantiza su continuidad”.

Operación Ogro

Como anteriormente he mencionado, el atentado en la persona de Carrero Blanco ha servido para que se hayan construido teorías sustentadas en hipotéticas conspiraciones, en las que participaban servicios secretos extranjeros y una amalgama de oscuros intereses, que en algunos de los casos, para intentar un cierto viso de credibilidad, han tenido que meter todas esas piezas con calzador, pero que si se profundiza un poco en la cuestión, todas esas hipótesis se acababan cayendo como un castillo de naipes. Ninguna de esas publicaciones que han dado pábulo a ese sinfín de teorías conspirativas ha aportado pruebas con cierta consistencia, porque quizá hayan sido más producto de un deseo de vender ejemplares o porque no podían aceptar que una organización relativamente joven dejase en ridículo a una dictadura que llevaba casi cuarenta años teniendo como pilar fundamental la represión generalizada para tener controlada a la población.

Para poder acceder a la información necesaria para entender todo lo relativo a la operación que acabó con la vida de Carrero Blanco hay tres publicaciones, donde se puede obtener la información necesaria para dar respuesta a las dudas e interrogantes que puedan surgir sobre este tema. La primera es el Zutik 64 que publicó ETA en mayo de 1974, una publicación en euskera y castellano, en la que recogían muchos datos del atentado y las valoraciones políticas.

Operación Ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco. Autor: Eva Forest

La segunda publicación es el libro “Operación Ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco”, que tiene su historia particular, al ser un documento de primera mano pues en su elaboración intervinieron los miembros del Comando Txikia, autor de la acción contra el almirante y presidente del Gobierno de la dictadura. El libro que fue editado por primera vez en 1974 por el editorial Mugalde de Hendaia y Ruedo Ibérico en París, fue escrito bajo el seudónimo de Julen Agirre. Pasados diez años del atentado, en el prólogo a la edición que publicó la revista “Punto y Hora” fue desvelado el verdadero nombre de la autora, Eva Forest, que además de ser la persona a la que la dirección de ETA le encargó la preparación de este libro, fue destacada colaboradora del comando, entre otras actividades, en lo relativo a facilitar su ocultamiento y huida de Madrid una vez cometido el atentado. Este libro tuvo una nueva edición realizada por la editorial HIRU, cuando se cumplió el vigésimo aniversario, con la particularidad, que por primera vez, el libro se publicó en su totalidad, pues hasta la fecha en ninguna de las ediciones anteriores, aparecía como  los miembros del comando contaban la huida del lugar del atentado, su ocultamiento y posterior salida de Madrid. La última edición de este libro corrió a cargo de la editora del diario Gara, al cumplirse cuarenta años del magnicidio. Hay que decir que en el libro hay algunos pasajes en el que se recogen algunos datos falsos para no dar pistas a la policía puesto que en el momento de su publicación en el 1974, parte de la infraestructura de apoyo  que tuvo el comando estaba intacta y para no develar algunas cuestiones relativas a la metodología de trabajo que utilizó el comando, pues podían ser utilizadas en futuras acciones.

Operación Ogro. Hechos y construcción del mito. Autor: Iñaki Egaña

Un tercer libro de reciente publicación es el escrito por Iñaki Egaña, que con el título “Operación Ogro. Hechos y construcción del mito” (Editorial Txalaparta), intenta desvelar algunas cuestiones relacionadas con el atentado y su entorno, desmonta con datos muchas de las informaciones falsas que se han publicado, así como las teorías conspirativas. Aclara algunos pasajes que recoge el libro de Eva Forest y que de forma deliberada quedaron algo borrosas, para preservar la seguridad de los miembros y la infraestructura en Madrid de la organización independentista.

¿Por qué atentar contra Carrero Blanco?

Los miembros del Comando Txikia, en el libro de Eva Forest, realizaron una reflexión en torno a esta cuestión, tanto si hubieran llevado a cabo el secuestro, como finalmente atentaban contra la vida del almirante.

En ambos escenarios, el objetivo era la pieza fundamental en el funcionamiento del Régimen, y para ello realizan un análisis exhaustivo de la figura de Carrero Blanco, llegando a definirlo en los siguientes términos: “llegó a ser insustituible por su experiencia y capacidad de maniobra, porque nadie lograba mantener como él el equilibrio interno del franquismo”. Inciden en el papel que desempeñó para colocar a Juan Carlos como sucesor de Franco “cara a la opinión pública y Carrero desde la sombra tendría el poder auténtico”. Esta argumentación los llevaba a plantear que “eliminar a Carrero significaba dejar coja la maniobra de desdoblamiento y, sobre todo, privar a la oligarquía del quizá único elemento capaz de asegurar la continuidad del Régimen, una vez desapareciera la figura del viejo dictador”. Analizándolo en estos parámetros, la conclusión a la que llegaron es que “desde el punto de vista de atacar al Estado español era aún más importante la ejecución”, aunque la idea inicial era la de su secuestro, porque para la organización era una prioridad lograr la libertad de sus militantes presos.

El atentado abría una ventana a la posibilidad de poder derrocar a la dictadura mediante la lucha armada, algo que hasta la fecha no se plantaba ni como hipótesis de trabajo en la mayoría de las organizaciones antifranquistas. Los miembros del Comando Txikia tenían muy claro que la represión había logrado que el pueblo asumiera la imposibilidad de poder derrocar a la dictadura mediante la lucha armada, proyectando la imagen que el Estado era invencible. No dejaba de ser una forma de eliminar la combatividad para que asumiera que todo pasaba por pactar con el Régimen.

Eran conscientes que el nuevo escenario iba a acarrear un incremento de la represión, ante una acción de tal magnitud. Y así fueron los dos últimos años de la dictadura franquista, en los que hubo seis condenas a muerte en ese periodo, pero también se iban a agudizar las contradicciones del régimen.

Los primeros pasos de ETA en Madrid

Volviendo a los meses previos del magnicidio, el año 1973 fue relativamente tranquilo en la actividad de ETA, las capturas y muerte de varios de sus militantes destacados alimentó la euforia en la prensa del régimen, que volvía a dar por desarticulada a la organización. No era la primera vez que se daba una situación similar, en la que el régimen manifestaba haber desarticulado a la organización independentista, pero en este caso la realidad era que la mayor parte de la militancia estaba inmersa en la preparación de la primera parte de la sexta asamblea que se celebró en agosto de 1973 en el Iparralde, excepto un reducidísimo número de militantes que estaba planificando una operación que sacudiría los cimientos de la dictadura.

Operación Ogro. Un golpe al corazón del régimen franquista
Iglesia de San Francisco de Borja. Calle Serrano (Wikimedia Commons)

En el libro de Eva Forest, los miembros del comando Txikia relatan como en el mes de diciembre de 1972, ETA da los primeros pasos, que consistieron en comprobar una información que había llegado a la organización y que era así de escueta: Carrero Blanco, la mano derecha de Franco, iba todos los días a misa de nueve a una iglesia situada en la calle Serrano, regentada por los jesuitas y muy cerca de su domicilio. En ese momento, no dejaba de ser una información que reciben y, con todas las cautelas propias de un dato de esa naturaleza, decidieron contrastar el dato, cosa que de forma discreta, realizaron dos militantes a finales de ese año. Fruto de ello averiguan el recorrido que realizaba todos los días desde que salía de su domicilio, en la calle Hermanos Bécquer, para dirigirse en el coche oficial a la iglesia de San Francisco de Borja, en la calle Serrano, justo enfrente de la Embajada de los EEUU, para una vez que terminaba la misa, bajar por Serrano, girar a la izquierda en la calle Juan Bravo, tomar la calle Claudio Coello, que es de un único sentido para subir a Diego de León y volver a su domicilio.

En este punto, el relato que se recoge en el libro de Eva Forest, por razones de obvias, no se ajusta en su totalidad a la realidad, pues desde hacía unos meses dos militantes cualificados residían en Madrid, a causa de una cuestión de índole interna de la organización.

Sobre la fuente de la información, en el libro de Eva Forest, los miembros del comando manifiestan que ETA tenía colaboradores fuera de Euskal Herria, pero en este punto Iñaki Egaña, desvela algunos datos de como la obtuvieron, que unidos a la información del sumario correspondiente a las personas que fueron detenidas en septiembre de 1974 en Madrid, pueden dar algunas pistas sobre el origen de la información.

Del secuestro a hacer volar por los aires a Carrero Blanco

A principios de 1973 es cuando se puede decir que ETA empezó a barajar la posibilidad de realizar una acción de envergadura en Madrid, momento en el que envían un comando a Madrid para analizar pormenorizadamente los movimientos de Carrero y el entorno de la iglesia de la calle Serrano. Hasta entonces, la organización independentista nunca había actuado fuera de territorio vasco. Una vez realizada esa labor es cuando un pequeño núcleo de la dirección de ETA toma la decisión de secuestrar a Carrero Blanco con la finalidad de solicitar la liberación de todos los presos políticos existentes en el Estado español y que tuviesen una condena superior a diez años, independientemente de la organización a la que perteneciesen. Estiman que era factible que el Régimen aceptase el canje de prisiones si la persona objeto del secuestro fuese “la pieza fundamental para su funcionamiento, la que garantizada su continuidad y esa pieza era precisamente Carrero”.

Estando muy avanzada la preparación del secuestro del almirante, tuvieron que desechar dicha acción. En principio, por un lado tuvieron un percance que surgió con el lugar donde iban a esconderlo, si bien la complejidad de efectuar el secuestro exigía un gran número de militantes con el grave riesgo que eso suponía para una organización que había sufrido un gran número de detenciones en los últimos meses. Pero lo que les acabó empujando a abandonar la idea del secuestro es que en junio de 1973 fue nombrado presidente del Gobierno, lo que trajo consigo un aumento de las medidas de seguridad, que Carrero se iba de vacaciones hasta septiembre y empezaba a tener desplazamientos de carácter oficial, por lo que ya no iba todos los días a misa. Todo ello influyó para que la dirección de ETA decidiera acabar con la vida del almirante.

Bibliografía utilizada:

Bruni, Luigi: ETA. Historia Política de una lucha armada, Txalaparta, Bilbao, 1987.

Caro Baroja, Julio y AA.VV: Historia General del País Vasco, La Gran Enciclopedia Vasca-Haranburu Editor, Volumen XIV, Donostia, 1981.

Casanova, Iker-Paul Asensio: Argala, Txalaparta, Tafalla, 1999.

Eva Forest: Operación Ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco, Hiru Argitaltxea, 1993 y Baigorri Argitaltxea, 2013.

Iñaki Egaña: Operación Ogro. Hechos y construcción del mito, Txalaparta, Tafalla, 2023.

José Antonio Castellano López: Carrero Blanco. Historia y memoria, Los libros de la Catarata, 2023

Letamendia Belzunce, Francisco (Ortzi): Historia de Euskadi. El Nacionalismo y ETA, Ruedo Ibérico, 1977.

Príapos. Una novela seductora de Daniel Chavarría

Príapos. Una novela seductora de Daniel Chavarría

Príapo en la mitología griega es el dios de la fertilidad, considerado como un dios menor, pues no era de los doce dioses que moraba en el Olimpo. Deidad protectora de los animales del campo y de los productos agrícolas, es hijo de Afrodita, no quedando clara su paternidad. Según la mitología griega, Afrodita fue infiel a Dionisio en ausencia de este, por lo que la diosa Hera decidió castigarla, la tocó, lo que provocó que diera a luz una criatura con un falo enorme, que lo llevaría eternamente erecto. Es por ello que este dios da nombre a la enfermedad del priapismo, que consiste en tener una erección continua y dolorosa del miembro viril, sin apetito venéreo.

Príapos
Imagen del dios Príapo

Esta enfermedad será el hilo que utilice el escritor Daniel Chavarría para ir tejiendo la novela “Príapos”, y alrededor de ella el autor nos irá construyendo una trama en la que tratará diferentes temas con toques de ingenio, en algunos momentos la tragedia sobrevuela la novela, y en ella no falta la sensualidad.

En enero de 2005, Daniel Chavarría recibió el premio Ciutat de Palma de novela en castellano “Camilo José Cela” por este relato, que en un principio fue editada con el título “Lo que dura dura”. La edición que he utilizado para leerla es la publicada por Editorial Txalaparta en 2010, con el título “Príapos”.

La novela está construida a través de cuatro amigos de la infancia y los diferentes caminos que seguirán cada uno de ellos: un médico, un investigador y dos delincuentes.

El Bebo, uno de los personajes principales, es un joven médico que da sus primeros pasos en la profesión ejerciendo en el medio rural, se encuentra en su consulta con varios casos de priapismo, teniendo todos ellos la misma procedencia geográfica, una pequeña comunidad rural de la sierra oriental de Cuba, la comunidad de Cuchuflí Arriba, por lo que decide buscar una explicación científica a ese fenómeno.

Con la investigación como tronco vertebrador de la novela, el autor nos va haciendo un relato de las diferentes vicisitudes en la vida de los cuatro amigos, una relación forjada en la infancia y como va evolucionando a lo largo de los años.

El devenir de la vida de los cuatro amigos, junto a la aparición de una serie de personajes le servirá al autor para adentrarnos en la sociedad cubana y conocerla algo más en profundidad. En ese ambiente, el lector se encontrará la combinación de culturas y religiones que se dan en el pueblo cubano. Esa cultura afroamericana, en la que se mezclan costumbres, divinidades y ritos de religiones procedentes de África, la práctica de la santería (que es una mezcla de la religión africana de los Yorubá y la práctica de la fe católica), en un país donde la mayor parte de la población se declara cristiana, pero, que no por ello en muchos casos comparten costumbres y prácticas religiosas de las existentes en la Isla. Y todo ello, dentro de un país socialista, que se declara laico, en el que existe una separación real del Estado y de las instituciones religiosas.

Daniel Chavarría introduce dos elementos en su novela que son el machismo y la homofobia y como eran tratados dentro de la sociedad cubana en los años en los que se desarrolla el relato.

La novela está muy bien ambientada en la Cuba de la Revolución y en la década de los noventa del siglo pasado, durante el Período Especial con la caída de la Unión Soviética y los países del Este.

Esta novela de Daniel Chavarría se caracteriza por la utilización del lenguaje popular, con sus expresiones propias y la terminología recibida de las culturas que han contribuido a formar la actual sociedad cubana. Por ello, en la edición que he manejado, al final del relato, el lector encontrará un pequeño diccionario con una serie de cubanismos y términos en lengua yoruba, ordenados alfabéticamente, que son imprescindibles para poder seguir la novela.

Es una novela de lectura ágil y rápida, pues no supera las 190 páginas en la que el autor sabe ir marcando los tiempos del relato de tal forma que te va a enganchando.

Príapos. Editorial Txalaparta
Príapos. Editorial Txalaparta

El búho de Ravel. Un homenaje a la música

El búho de Ravel. Un homenaje a la música

Cuando cae entre mis manos una novela de un escritor novel soy de la opinión que hay que tratarla con cariño, delicadeza y gran curiosidad. Quien se pone delante de un folio para escribir por primera vez una novela está realizando un ejercicio de valentía, que yo no sabría describirlo porque en mi caso ni se me pasa por la imaginación la posibilidad de enfrentarme a tamaña empresa. Si el hecho de escribir un artículo me genera una cierta inquietud, pues como decía Maya Angelou, nunca superas el miedo a escribir, en mi caso no quiero ni pensar lo que tiene que ser todo ese proceso que conlleva crear una novela: un camino largo, laborioso y lleno de obstáculos.

Con esas sensaciones que acabo de describir me he adentrado en la lectura de la primera novela de la periodista Olatz Urkia, que bajo el título “el búho de Ravel” y editada por Txalaparta ha sido publicada en noviembre de 2022.

En su primera novela, Olatz Urkia nos trae la historia de Joane, una joven cuyo deseo es llegar a ser pianista profesional, y para ello vuelve a Moscú, su ciudad natal, dejando atrás parte de su adolescencia y juventud vivida en San Sebastián, en la tierra de su padre. Una etapa llena de traumas y de la que intenta escapar pero que en muchos momentos le sigue persiguiendo en sus pensamientos. En esta nueva vida aparecerá una persona, Olga, con la que iniciará una relación que acabará por desestabilizarla emocionalmente y saltará por los aires el equilibrio que necesita para afrontar su mayor sueño: lograr el acceso al conservatorio de Moscú. La novela se adentra en la personalidad de Joane y la huella que le ha ido dejando todo lo vivido a lo largo de su adolescencia y juventud, una mochila de la que no logra desprenderse.

La pasión de la protagonista por la música clásica y el piano es una constante a lo largo de la novela, pues todo su mundo y forma de entender la vida gira entorno a la música clásica, hasta el punto que se convierte en algo obsesivo. Su deseo de llegar a ser pianista profesional es tal, que a la hora de analizar su entorno y las personas que la rodean lo realiza desde el prisma de su amor por la música. Para Joane la música clásica es el epicentro de su vida y el resto de personas y cosas son objetos que giran a su alrededor y así lo expresa en uno de los momentos más dramáticos de la novela: “Nunca querré a nadie que no entienda lo que significa para mí la música”. Realiza algunas reflexiones acerca de los compositores que tiene que interpretar al piano y lo que le transmiten sus obras musicales. Esta novela no se podría entender sin la música clásica.

A lo largo del relato encontramos un puzle de personajes de lo más variopinto y en algunos casos algo desorientados en Moscú, que no tienen ningún parecido entre sí, pero que sirven a la autora para armar la novela. La narración irá girando sobre los sentimientos de Joane y la personalidad de las personas que van apareciendo en su vida, cada una de ellas condicionada por su entorno, sobre todo socioeconómico, lastradas por diversos problemas, familiares, económicos, pero que cada una de ellas adopta una actitud diferente ante la vida. A través de los personajes la autora nos da a conocer la crisis económica que se vivía en Rusia en los años en los que trascurre la novela y la situación socioeconómica en la que estaba sumida la sociedad rusa. Todo ello le da a la novela un tono un tanto gris.

A lo largo de los capítulos, la autora va intercalando situaciones y pasajes que discurren en Moscú y Donostia, pero en este aspecto no quiero pasar por alto lo bien descritos que están los capítulos de la novela que transcurren en el frio invierno moscovita, y el conocimiento que tiene a la hora de detallar los diferentes aspectos de la sociedad rusa, sus costumbres, formas de divertirse, gustos, etc., que se reflejan en el libro al tratar cuestiones como la actitud de la sociedad rusa ante temas como la homofobia, no en vano se aprecian los años que la Olatz Urkia vivió en Moscú y en otros lugares de Rusia. Los capítulos que transcurren en Moscú están ubicados entre 2014 y 2015, años en los que surgió el conflicto entre Rusia y Ucrania, dándose inicio a la guerra en el Donbás.

La novela es de lectura ágil, con algunas escenas algo duras, donde la narración está cuidada. Como me gusta la música clásica, la novela ha tenido un atractivo más. En mi caso la protagonista como el resto de personajes que la acompañan me han servido para que me surjan algunas preguntas y reflexiones acerca de ellos: su forma de entender la vida, afrontar sus miedos, angustias, sueños y proyectos, y cada uno desde una óptica diferente.

Para finalizar puedo decir que después de haber leído la primera novela de Olatz Urkia me ha causado una muy grata impresión y la única duda que me queda es si habrá un próximo trabajo.

La historia oficial

La historia oficial

La historia oficial es aquella que nos encontramos en los libros, la que vemos diariamente en los medios de comunicación, pero detrás de ella encontramos multitud de pequeñas historias en las que los protagonistas somos nosotros, personas anónimas, que carecemos de un altavoz lo suficientemente potente para que puedan conocerse, pero donde hay mucho que contar, porque detrás de cada una de ellas se esconde una parte importante de la historia de la humanidad, esa que los medios oficiales quieren ocultarnos.

Bajo el título “La Historia oficial” (Editorial Txalaparta), Jonathan Martínez hace unos meses  publicó un libro en el que partiendo de su historia personal y familiar, la va entrelazando con diferentes historias ignoradas para la inmensa mayoría y, a su vez, con esos acontecimientos que nos han contado los que controlan el poder, y todo ello a través de una serie de relatos cortos. Para definir este libro el autor utiliza el ejemplo de un vaso que se rompe, el vaso representaría la historia oficial, pero los trozos rotos, que no dejan de ser partes de ese vaso, representan todas esas pequeñas historias desconocidas pero que forman parte de nuestra historia. Este libro intenta barrer todas esas pequeñas historias como contrapunto a la historia de la humanidad.

Una de las características es que es difícil clasificarlo en un género concreto. No es un ensayo, ni una colección de relatos. Se puede decir que no es un libro al uso, pero el autor nos da una pista en uno de los capítulos al definirlo como “un relato de relatos”.

Jonathan Martínez ha sacado a la luz su historia familiar para compartirla con el lector, pero ha logrado algo más importante: que pase a formar parte de todos nosotros. La lectura de este libro nos invita a que demos el paso que él ha dado para que todas esas historias personales no queden silenciadas, pues como muy bien nos dice “escribir es ganarle terreno al olvido” y sin duda alguna con este libro ha logrado ese objetivo. Su historia personal nos trasladará al valle de Karrantza (Bizkaia), pero servirá para llevarnos por otras latitudes y nos descubrirá las conexiones con otros lugares y sucesos que nos relata en su trabajo, pues como nos dice el autor “los destinos privados de las personas arrojan luz sobre el rumbo colectivo de los pueblos”, pues “detrás del yo se esconde un nosotros”. Y de ello da buena cuenta en el libro.

Realmente cuando uno inicia su lectura no sabe lo que se va a encontrar, siendo necesario ir leyendo los relatos para poder ir adentrándose en el libro e ir hilando la relación que hay entre todos ellos.

Al ir desmadejando su historia personal, nos relatará las vivencias de sus abuelos y el descubrimiento de la existencia de un familiar que desapareció en la Guerra Civil. Todo ello le empuja a una investigación que le llevará a recorrer otros lugares y a cruzarse con otras historias anónimas. En ese viaje nos hablará de su bisabuela maestra, de la escuela de Rioseco, de las Misiones Pedagógicas durante la II República, de la represión que sufrió el maestro Teodoro, nos acercará al horror que fue el bombardeo de la plaza de Andikona (julio de 1936) en plenas fiestas de Santamañak y el posterior asedio de Otxandio (abril de 1937), donde se supone que falleció un antepasado suyo luchando en el frente.

En este libro nos muestra que poder y represión van de la mano a lo largo de la historia: los Médicis en Florencia, la inquisición a lo largo de los siglos, el franquismo, el nazismo, las dictaduras militares chilena y argentina y los regímenes actuales, donde “el estado de excepción es cada vez más una forma de gobierno”[1]. Y a lo largo de la lectura de este libro estará presente un compañero de viaje, que no nos abandonará en ningún momento: el miedo. Es la herramienta que utiliza el autor para armar esta obra, pues sin el miedo no se podrían entender los relatos de Jonathan Martínez.

A lo largo de la historia de la humanidad encontramos que el miedo está siempre presente, y al que Jonathan Martínez lo define como “ese gran dictador que escribe la historia”. Todas las citas que hay al inicio de cada capítulo tienen que ver con este elemento y están relacionadas con el contenido del capítulo en el que aparecen. Y de su mano aparece la muerte, pues es el mayor miedo al que nos enfrentamos las personas. Sólo por el hecho de leer las citas que aparecen al inicio de cada relato merece la pena dedicar un tiempo a su lectura.

Jonathan Martínez a la hora de coger un período de la historia oficial para  armar este libro acota la historia en los últimos veinte años, para ello sitúa su inicio en septiembre de 2001, momento en el que se producen los atentados del 11S y finaliza con la huida de los aviones estadounidenses de Kabul. Si la imagen del 11S era gente tirándose al vacío desde las Torres Gemelas, en agosto de 2021 era la de personas queriendo huir de Kabul ante la llegada de los talibanes, y para ello intentaban agarrarse a cualquier parte de los aviones norteamericanos que despegaban de Kabul.

Este periodo de la historia se ha caracterizado por el miedo, que en uno de los relatos nos lo define como “una jaula de rejas invisibles”. A través del libro nos va mostrando que ese miedo ha servido a los que controlan el poder para ponernos ante una falsa elección entre libertad y seguridad. A lo largo de estos últimos veinte años se han producido una cascada de recortes en las libertades individuales y colectivas en aras a una falsa seguridad, pues dos décadas después los talibanes vuelven a gobernar Afganistán y la prometida seguridad solo ha servido para que EEUU haya realizado auténticas masacres de civiles en los conflictos que ha patrocinado. Pero como muy bien dice Jonathan Martínez “un pueblo no permanece unido por lo que todos aman sino por lo que todos temen”, y los que dirigían los designios de EEUU supieron realizar esa lectura en su propio provecho y pusieron en marcha los mecanismos necesarios para que los ciudadanos renunciasen a la libertad, en favor de tener una falsa seguridad. Y como el poder sabe gestionar este tipo de situaciones, la guerra es el mejor aliado para aplicar lo que el autor denomina “la economía del miedo”, es decir, la formula perfecta para que algunos se enriquezcan exportando el terror a lo largo del planeta.

Si en la historia de la Europa occidental hay un personaje que fue un gran conocedor del miedo, ese es Maquiavelo, por ello Jonathan Martínez lo tiene muy presente. El político florentino y algunas de sus reflexiones realizadas durante su exilio sobrevuelan este trabajo. Todo el pensamiento político que elaboró en esa etapa, cuando los Medici los expulsaron de Florencia, está recogido en El Príncipe y en él se plantea el siguiente dilema: qué es lo mejor para un gobernante ¿se amado o ser temido?, pregunta que surgirá en varios relatos, porque “el temor es el gobernante más peligroso”.

Las reflexiones que Maquiavelo realiza en El Príncipe sirven a Jonathan Martínez para trasladarlas a los diferentes acontecimientos que se han vivido a lo largo del siglo XX, porque la obra del pensador de Florencia no deja de ser un libro de cabecera para todo aquel gobernante que basa su autoridad en inculcar el miedo a sus ciudadanos, “basta una cucharada de mano dura para amedrentar a las masas”. Maquiavelo, que con la llegada de los Médicis cayó en el ostracismo, también vivió en sus carnes la crueldad del poder.

En esa labor de ir hilvanando el libro a través de diversas historias Jonathan Martínez une Otxandio, Nueva York, Herāt, Faluya o Kabul, lugares que tienen en común el horror de la muerte y la destrucción. En todos ellos hay multitud de historias personales que no forman parte de esa historia oficial pero que nos pertenecen por muy lejos que se hayan producido.

Algunas de las pequeñas historias del libro recalarán en los centros de tortura de la DINA, Abu Ghraib o Tres Cantos y con ello la sombra de Maquiavelo nos acompañará, pues sufrió los horrores de esta práctica a cargo de los Médicis.

A lo largo del libro hay varios relatos dedicados a la dictadura militar chilena, pero me voy a parar en uno de ellos en los que nos habla de la visita de Milton Friedman al Chile de Pinochet para “predicar el dogma del libre mercado”. Puede parecer un sarcasmo hablar de libertad en una dictadura, pero claro, el libre mercado va de acumulación de riqueza por parte de una minoría y para lograrlo en muchos casos la represión es el instrumento imprescindible. Represión y liberalismo son dos compañeros de viaje. Jonathan Martínez realiza un relato magistral en el que intercala testimonios de represión y torturas con las recomendaciones que Milton Friedman realizó a Pinochet para poner en práctica en Chile. No duda a la hora de buscar un nexo de unión entre la dictadura y las teorías económicas de Friedman: “la matanza y la nueva economía cabalgan codo con codo. Por lo visto, para liberar el mercado había que encerrar a personas”. Para esta historia el autor elige una cita del libro “La doctrina del Shock” de Naomi  Klein que refleja lo que fue la dictadura chilena[2].

El título del libro no es original, el autor lo extrae de un largometraje argentino que trata el drama de los bebes robados durante la dictadura argentina, esas historias silenciadas por la historia oficial y que Jonathan Martínez quiere rescatar del olvido para que formen parte de nuestra historia colectiva, y para ello en uno de esos relatos nos habla de las desapariciones y de bebes robados. Si el tema es duro de por sí, la cita que podemos encontrar al inicio de ese relato sencillamente es espeluznante. Es un pequeño fragmento de una conversación entre un militar golpista y el periodista argentino Jacobo Timerman[3].

En este trabajo el autor recoge una reflexión de Umberto Eco que es el fiel reflejo de la forma en la que en muchos casos se construye la identidad nacional: “Tener enemigo es vital para definir una identidad nacional porque garantiza un obstáculo contra el que medir un sistema de valores. Cuando no existe un enemigo es urgente construirlo”. Me atrevería a decir que esta frase también sirve para construir discursos de corte fascista, vacíos de cualquier contenido.

Jonathan Martínez ha combatido el miedo escribiendo y nos ha obsequiado un libro que rompe moldes por su originalidad y nos ha enseñado que la historia es mucho más de lo que nos cuentan en los libros. La historia nos pertenece porque la construimos todos nosotros.


[1] Cita de Giorgio Agamben recogida en este libro.

[2] Naomi Klein (La doctrina de Shock):“Estaban convencidos de que solo podrían retener el poder si lograban que los chilenos vivieran completamente aterrorizados”.

[3] Conversación entre el periodista Jacobo Timerman y el coronel Ramón J. Camps:

  •  Si exterminamos a todos, habrá  miedo por varias generaciones.
  • ¿Qué quiere decir todos?
  • Todos… unos 20.000. Y además sus familiares. Hay que borrarlos a ellos y a quienes puedan llegar a acordarse de sus nombres.

Los silenciados. El pecado de pensar diferente

Los silenciados. El pecado de pensar diferente

La oscuridad de una noche que parece que no tiene fin, en la que la penumbra y el silencio se adueña de todo, donde las sombras se mueven con la impunidad que le confiere ese ambiente de tinieblas para que el terror campe a sus anchas. Así se podría definir lo que viene a ser una dictadura militar en la que la represión y el terror es el arma que utiliza para que el miedo se apodere de la población.

Una de las dictaduras más sangrientas de los últimos cincuenta años fue la que protagonizaron los militares argentinos entre los años 1976-1983. En esos siete años de dictadura más de 30.000 argentinos fueron detenidos, torturados y asesinados. Como posteriormente se ha sabido los asesinatos podían ser de diferentes formas: torturados hasta la muerte, fusilados después de haber sufrido torturas o lanzados vivos al mar desde aviones. En toda esta orgía represiva no faltó por parte de los golpistas el robo de bebés de los detenidos y posteriormente asesinados. Y todo esto con la permisividad del Comunidad Internacional y la Conferencia Episcopal argentina que para eso el nuncio apostólico Pío Laghi jugaba al tenis con el almirante Emiliano Eduardo Massera, miembro de la Junta Militar.

El periodista Giovanni Claudio Fava en su novela “Los silenciados” (Editorial Txalaparta), publicada en septiembre de 2022, nos traslada a los primeros años de la dictadura militar argentina para rescatar unos hechos que sucedieron en el equipo de rugby de La Plata, del que mataron a diecisiete jugadores en cuatro años. Para construir este relato ha sido fundamental el testimonio del único integrante del equipo de rugby que sobrevivió al terrorismo de Estado promovido por la dictadura de los militares argentinos, Raúl Barandiarán, de origen vasco, pues su abuelo era de una localidad de Gipuzkoa.

Claudio Fava, natural de la Catania (Italia) conoce bien este tipo de situaciones, pues su padre, Giuseppe Fava, periodista y escritor como Claudio, fue asesinado por la mafia italiana. En una de sus estancias en Argentina, el autor tuvo conocimiento de la historia del club de rugby de La Plata y fruto del trabajo de investigación ha publicado esta novela, en la que nos narra como un grupo de muchachos integrantes del primer equipo sufren la represión del régimen de forma despiadada. Su delito no fue otro que “pensar diferente, elevar la voz fuera del coro” y esas cosas los milicos no las perdonaban.

El autor ambienta la novela en la Argentina de 1978, estando cercano el Mundial de futbol, el escaparate que querían utilizar los militares para lavar su imagen cara al exterior. “Argentina, tierra de derechos humanos , porque todo lo demás no es más que propaganda comunista, cosa de melenudos y huelguistas”.

“Los silenciados” recoge fielmente en sus páginas lo que fue el terror de la dictadura militar y el espíritu que representó, que se puede resumir en las palabras del general Manuel Ibérico Saint-Jean, gobernador militar de la provincia de Buenos Aires, “primero eliminaremos a los subversivos, luego a sus amigos y por fin a los indecisos”. Es por ello que en muchos casos la guerra sucia asesinaba a personas “porque no sabían lo que pensaban, y eso les ponía los pelos de punta”. Y para esta labor estaba el “Servicio de Inteligencia del Ejército: los barrenderos de la Junta Militar, encargados de hacer limpieza en el país”. Era lo que Naomi Klein describe en La doctrina del shock cuando habla de los generales chilenos[1]. No cabe duda que los militares argentinos tuvieron en la dictadura chilena el referente más cercano para aplicar la teoría del terror generalizado.

En el relato de la novela se produce el asesinato de Javier, un muchacho del equipo de La Plata a manos de los milicos. Este hecho será la mecha para que este modesto equipo rete al régimen militar con diez minutos de silencio antes del inicio del siguiente partido. Esta “afrenta a los militares y sus esbirros hecha sólo de silencio, había dado la vuelta al país” y será el detonante para que a partir de este momento, y en vísperas del Mundial de futbol, los cuerpos represivos pongan en su punto de mira en los jugadores de este club. Todo esto dará inicio a una espiral de represión que va a encontrar una respuesta colectiva por parte de este grupo de muchachos, seguir jugando el campeonato de rugby como forma de enfrentarse al poder. Fue su modo de “no darles la razón y una manera de honrar a los compañeros muertos”.

En la novela del periodista Claudio Fava sobrevuelan conceptos habituales en situaciones de terrorismo de Estado y guerra sucia, como la utilización de la mentira y la intoxicación informativa para conseguir la impunidad de la represión.

Aunque es producto de un trabajo periodístico, el autor no busca tanto contar hechos como “imaginar los pensamientos y los gestos de aquellos muchachos que prefirieron quedarse y morir”. El autor conserva en la novela el nombre del único superviviente, Raúl Barandiarán, no así el del resto de sus compañeros de equipo.

De la novela me gustaría destacar los diálogos porque se ajustan mucho a las situaciones que se se describen en el libro. Los diálogos entre el protagonista, Raúl Barandiarán y su entrenador, o los que tiene con su pareja, dan cuenta del miedo que se respiraba durante la dictadura militar y la situación dramática que vivía el pueblo. Dentro de la dureza que supone el relato de este tipo de hechos, no ha impedido a Claudio Fava escribir una novela que se caracteriza por una lectura ágil, sencilla  y con ritmo. Por ello la lectura se realiza en un breve espacio de tiempo.


[1] Naomi Klein en su libro “La doctrina del shock” se expresa en estos términos: “Pero encarcelar y matar al gobierno no era suficiente para la nueva Junta Militar chilena. Los generales estaban convencidos de que sólo podrían retener el poder si lograban que los chilenos vivieran completamente aterrorizados, como había pasado con la población de Indonesia. En los días que siguieron al golpe, unos trece mil quinientos civiles fueron arrestados, subidos a camiones y encarcelados, según un informe de la CIA recientemente desclasificado. 5 miles acabaron en los dos principales estadios de futbol de Santiago, el Estadio de Chile y el enorme Estadio Nacional. Dentro del Estadio Nacional, la muerte reemplazó al futbol como espectáculo público”.

Adiós muchachos. Una novela negra con acento cubano

Adiós muchachos. Una novela negra con acento cubano

En este mundo de apariencias en el que en muchas ocasiones nada es lo que parece y donde la fachada y la superficialidad esconden realidades opacas, no cabe duda que la novela es un género en el que se pueden construir este tipo de ficciones que dan juego a la trama de la obra. Y esto se ve reflejado en el relato de la novela “Adiós Muchachos” del escritor Daniel Chavarría (1933-2018), una de las obras más importantes de su trayectoria literaria.

Uruguayo de nacimiento, pasó gran parte de su vida en Cuba, donde recaló en 1969. En la isla ejerció como profesor universitario de latín, griego y literatura clásica, traductor de literatura alemana para el Instituto Cubano del libro y realizó guiones para el cine y televisión entre otras actividades, pero sin duda alguna, donde brilló fue como novelista, ganando diversos premios a lo largo de su vida.

Daniel Chavarría  escribió en 1994 “Adiós muchachos” como novela corta para la revista “Crimen y Castigo” y con la que en 2002 obtuvo en Nueva York el premio Edgar Allan a la mejor novela policiaca. Perteneciente al género de la novela negra ha sido publicada en 2013 por el editorial Txalaparta.

Ambientada en la Habana de los años del periodo especial, los personajes que dan vida a la novela son una jinetera, un buscador de barcos hundidos con un historial de estafador y un multimillonario holandés con una juventud un tanto dudosa, llevando en la actualidad una vida desordenada. Truhanes, conseguidores y los encantos de una joven cubana son los ingredientes que Chavarría utilizará para armar esta novela.

Alicia, una estudiante de literatura francesa que abandona sus estudios para dedicarse a la prostitución con la vista puesta en intentar pescar a un multimillonario que le trasporte a otro mundo se encontrará con Víctor, contratado por una empresa para la búsqueda de tesoros submarinos de la que uno de sus propietarios es el holandés Groote. Estos personajes  formarán un triángulo perfecto en el que el azar o un hecho fortuito pero que podríamos definir como golpe de mala suerte originará un vuelco al desarrollo de la novela que trastocará los planes de los personajes que aparecen en el relato.

El infortunio en el que se ve envuelto uno de los personajes principales de la novela servirá para ver la forma de encarar esa circunstancia y, quién sabe, si esa desgracia, como es que entre a escena un cadáver, se puede convertir en una oportunidad única para lograr el fin que tienen en sus vidas que no es otro que obtener dinero fácil para cambiar de forma radical su status. El instinto de supervivencia flotará en el relato hasta el desenlace final.

El autor ha sabido ambientar la novela en la Habana de la década de los noventa del siglo pasado. Personajes como la jinetera o los extranjeros que se dejan caer por la isla maravillados por todo tipo de encantos los encontramos en la obra muy bien caracterizados.

La novela  tiene suspense y en ella encontraremos momentos de erotismo junto con diversas tendencias sexuales en los personajes, pero lo que está presente en muchos pasajes de la novela es el humor, que sirve para diluir la tensión del relato. La novela tiene ritmo, pues es de lectura sencilla y rápida gracias a que la trama de la obra lleva con facilidad al lector. Chavarría es un gran comunicador y esa faceta suya se refleja en su forma de escribir y contar cosas. No hay que olvidar que una de sus facetas fue la de guionista para el cine y la televisión

Bastan cinco minutos

La pérdida de un ser querido es una de las mayores tragedias a las que se enfrenta el ser humano a lo largo de la vida, pero, sin duda alguna, hay algo que supera con creces esta situación: su desaparición. Cuando se produce esta circunstancia su círculo familiar más íntimo, padres, hermanos, etc. entran en un proceso que tiene que ser imposible explicar para alguien que no haya vivido una circunstancia similar, pues “se sufre más por un desaparecido que por un muerto, y, sobre todo, se sufre durante mucho más tiempo. Un círculo de dolor que no se puede cerrar ni siquiera ante la rotunda certeza de la muerte”.

Cuando se resuelve la desaparición, aunque el desenlace sea por la localización sin vida del desaparecido, en muchos casos se transforma en un descanso o si se me permite, un alivio para la familia, pues se “cierra el círculo de angustia y sufrimiento abierto tras la desaparición de uno de los suyos”. Sus allegados salen de la burbuja de la incertidumbre de su destino y no deja de ser un reencuentro con ese ser querido, aunque, desgraciadamente, sea con sus restos materiales. Por fin se “cierra el círculo del dolor”.

Si la persona que desaparece pertenece a una comunidad o pueblo oprimido y/o desplazado de su tierra, sin lugar a dudas, el sufrimiento ahondará más en sus seres más queridos.

El tema de la identificación de un cadáver es el argumento principal de la novela “Bastan cinco minutos” de Juan Carlos Berrio Zaratiegi (Editorial Txalaparta) y publicada en noviembre de 2021.

La novela, perteneciente al género de la novela negra, está ambientada en Navarra y discurre a principios de 2016, cuando a un Policía Foral, que retorna a su profesión después de un largo periodo de excedencia, le asignan la investigación de un caso archivado hace más de una década: la aparición de unos restos humanos cuya identidad es desconocida.

En la novela el autor reflexiona acerca de lo que supone el quitar la vida a una persona y hacerla desaparecer. “Un crimen miserable”  hecho que muestra como “bastan cinco minutos para ser un canalla”.

A partir de que el protagonista toma las riendas de la investigación, la novela irá colocando a través de su argumento conflictos políticos y ciertas cuestiones de actualidad en la época en la que transcurre el relato, que servirán para armar el argumento de la trama del libro.

La novela, a través de su argumento, es el vehículo que utiliza al autor para ir exponiendo el problema saharaui, la lucha que lleva el Frente Polisario y la situación en la que se encuentra este pueblo, que en 1975 fue abandonado a su suerte, al que nadie le dejó elegir su futuro, para seguir bajo el yugo de las políticas coloniales de los países occidentales. A lo largo del relato, el lector irá conociendo datos que le ayudarán a empatizar con la causa del pueblo saharaui. Un conflicto que dura más de cuarenta años y que no parece que por parte de Occidente haya un deseo de resolución acorde a los tiempos en que vivimos y a las necesidades de este pueblo que se encuentra desplazado de su tierra de origen. Una vez más se ha impuesto la realpolitik. 

Un elemento, que el autor utilizará en la última parte de su novela para engarzar la trama de la obra, es la disputa que se dio a principio de los dos mil con el legado artístico de Jorge Oteiza y los problemas que surgieron en la fundación que se creó para la gestión de sus obras. Un conflicto que tuvo varias vertientes, entre ellas la política. Esta cuestión sirve a Juan Carlos Berrio Zaratiegi para ambientar el desenlace de su libro. Los diferentes enfrentamientos que saltaron a la opinión pública entorno al museo que albergaría la obra de Oteiza y los entresijos de los conflictos que se produjeron entorno a su legado.

El autor ambienta la narración con alguna cuestión de actualidad de la época en la que transcurre la novela (2016). A lo largo de la investigación que va llevando el protagonista, agente de la Policía Foral, aflorará la situación convulsa que se vivía en ese cuerpo policial debido a los aires de cambio que llegaron a la política en Navarra de la mano del nuevo gobierno foral y las luchas internas que se suelen dar en los cuerpos policiales, en los que la estructura jerárquica es algo más que una forma de organización.

El autor muestra el drama de la inmigración ilegal y las contradicciones que surgen en las sociedades del primer mundo. Ese choque existente entre ricos y pobres, en el que los primeros “levantan muros” para ignorar la pobreza que tienen delante de ellos.

Juan Carlos Berrio Zaratiegi, a través de los diálogos que mantiene el protagonista con algunos de los personajes más importantes, abordará temas de índole ética que surgen con motivo de la investigación que está realizando. Términos como verdad, justicia y reparación serán algunos de lo que el literato mencione a través de los personajes que aparecen en el libro.

La lectura de la obra es amena, con una trama bien construida en la que no falta el suspense y si hay que ponerle alguna objeción es que en una novela de este género uno espera que transmita más tensión al lector.