Terrorismo de Estado y ultraderecha: dos caras de una misma moneda

Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado

Hablar de las cloacas del Estado es entrar en un mundo en el que nos encontramos la verdadera cara de lo que son los aparatos que lo sustentan. Es ahí donde realmente se debe poner un dispositivo para medir las ratios que tienen los Estados en materia de democracia, derechos y libertades fundamentales. Si ese imaginario medidor se pusiese en funcionamiento, en muchísimos países de nuestro entorno la aguja no lograría ni alzarse levemente. Nos encontramos con estados que bajo la fachada de democracias consolidadas que se supone que cumplen los estándares democráticos, se esconden movimientos ocultos que sin duda alguna se pueden calificar de siniestros y es ahí donde se prueba la calidad democrática.

En este contexto, el libro al que hoy voy a dedicar este espacio es producto de una labor audaz y exhaustiva de investigación que, siguiendo la estela de un sicario, ha buceado en las cañerías del Estado español y sus diversas ramificaciones en el entorno de lo que denominan democracias occidentales, aunque quizá fuese mejor suprimir la palabra democracias y dejarlo únicamente en occidentales. Su autora, Ana María Pascual, periodista de investigación con una dilatada trayectoria en diferentes medios de comunicación, publicó hace un lustro el libro “Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado” (El Garaje Ediciones). No dudo que se dé la circunstancia que más de una persona haya tenido la oportunidad de poder leerlo, pues en un espacio corto de tiempo la editorial tuvo que realizar una segunda edición, pero como me temo que habrá muchísimas más personas que no tengan conocimiento de este libro y/o de lo que en él se recoge, es por lo que me ha parecido interesante y necesario rescatarlo.

Terrorismo de Estado y ultraderecha: dos caras de una misma moneda
Ana María Pascual (Fotografía loquesomos)

En mi caso, he tenido la ocasión de leerlo en fechas recientes, y lo que me ha llevado a dedicarle estas líneas es la deuda que tenemos para con todas aquellas personas que, durante la dictadura y los años posteriores, sufrieron la violencia y la represión tanto de los aparatos del Estado como de las organizaciones de ultraderecha. Y en ese contexto, este libro, entre otras cosas, sirve para acabar de despejar la duda sobre el nexo de unión entre el Estado y las organizaciones terroristas de ultraderecha. En la inmensa mayoría de los casos no existió una línea divisoria entre el Estado y esos grupos terroristas que en los primeros años de la monarquía eran denominados con el eufemismo de “grupos incontrolados”, más bien se podría decir que formaban una nebulosa donde diferenciar lo uno de lo otro era prácticamente imposible. Estos grupos mal llamados incontrolados podían asesinar a Arturo Ruiz en una manifestación en Madrid, entrar a tiros en un despacho de abogados laboralistas o generar el terror en el Triángulo de la Muerte (formado por las localidades de Urnieta, Hernani y Andoain), gozando de total impunidad en las instancias policías y judiciales, y sobre ellos planeaba en muchos de los casos la sombra de miembros de la Internacional Negra[1].

Anteriormente he dicho que la autora del libro es la periodista Ana María Pascual, pero este libro se sustenta sobre otro pilar fundamental, que no es otro que Teresa Rilo, la que fuera viuda del mercenario francés Jean Pierre Cherid.

Como cuestión previa, antes de continuar, quizá sea necesario responder a la pregunta que alguno se estará haciendo, y que no es otra que quién fue Jean Pierre Cherid. La respuesta es sencilla, un ciudadano francés nacido en Argelia, hijo de colonos que se enroló como paracaidista en el ejército francés para luchar contra el movimiento independentista argelino. Posteriormente formó parte de la organización terrorista OAS, estuvo en prisión en el Estado francés por haber asesinado a un gendarme, de donde huyó a España, donde empezó una carrera como mercenario; pasó por Biafra, Martinica y trabajó para los aparatos policiales y servicios secretos españoles, siendo una pieza clave en el terrorismo de Estado bajo el paraguas de diferentes siglas (Batallón Vasco Español, Antiterrorismo ETA, Triple A, Guerrilleros de Cristo Rey y finalmente GAL). Falleció en marzo de 1984 en la localidad de Biarritz debido a la explosión de un vehículo que había preparado para atentar contra refugiados vascos. Su muerte se produjo en extrañas circunstancias que nunca se llegaron a esclarecer y por los datos que este libro aporta, las autoridades españolas pusieron todos los medios a su alcance para enterrar todo lo que pudiera ayudar a esclarecer la muerte del sicario francés.

Terrorismo de Estado y ultraderecha: dos caras de una misma moneda
Jean Pierre Cherid en Montejurra 1976 (fotografía loquesomos)

Este libro está escrito a dos voces en el que el lector encontrará por un lado la investigación realizada por la periodista Ana María Pascual enfocada en dar a conocer de forma pormenorizada todas las actividades que realizó a lo largo de su vida el mercenario Jean Pierre Cherid, y por otro lado el relato en boca de su viuda, donde encontrará lo que fue la vida de este sicario, descrita por la persona más cercana a él, su mujer, donde revelará muchas de sus actividades, intimidades, personas de diferentes ámbitos con las que se relacionaba, entre los que se encontraban terroristas de la ultraderecha española, italiana, francesa, argentina y personajes relevantes de los aparatos policiales y servicios secretos del Estado español, todo ello de forma muy detallada.

Ana María Pascual en su trabajo de investigación irá tirando del hilo de una madeja que servirá para mostrarnos una infinidad de datos necesarios para entender lo que se ha cocido en las cloacas de la Europa Occidental durante la segunda mitad del siglo XX.  Como la dictadura franquista propició que el Estado español se convirtiera en un santuario del terrorismo de ultraderecha europeo. Ejemplo de todo esto es la OAS, grupo terrorista francés, que no sólo se fundó en un hotel de Madrid, sino que gozaba de campos de entrenamiento para realizar todo tipo de acciones terroristas en territorio francés, y también el cobijo y apoyo dado por el régimen al terrorismo fascista italiano que en la década de los 60 y 70 realizó auténticas masacres en ese país.

Desde los años sesenta el terrorismo de extrema derecha azotaba Europa Occidental con la connivencia de algunos Estados, entre ellos el francés, donde en ningún momento había un interés por acabar con él. Cherid es muy elocuente: “todas las células fascistas del planeta están conectadas y nos ayudamos entre nosotros”, no era un sicario sin más, detrás de su forma de proceder había una ideología muy concreta . La connivencia era de tal envergadura que un personaje como este, que se supone que debía de estar en búsqueda y captura en el Estado francés por haber asesinado a un gendarme, pues no olvidemos que tuvo que fugarse y huir al Estado español, con el tiempo pasa a colaborar con el Estado francés en la Guerra de Biafra, en calidad de mercenario, o desplazándose a Martinica, colonia francesa, a “poner orden”, es decir, a hacer el trabajo sucio que las autoridades francesas no podían realizar contra el movimiento independentista existente en la isla caribeña. Otro caso llamativo es del terrorista italiano Stefano Delle Chiae[2], líder y fundador de la organización A Vanguardia Nazionale que colaboró en el intento de golpe de Estado que en 1970 organizado por Junio Valerio Borghese, y al fracasar, huyó a España con la ayuda de los servicios secretos italianos. Los aparatos del Estado italiano ayudando a huir a unos terroristas que había organizado un golpe de Estado fallido en ese país.

De ahí que una de las conclusiones que se obtienen después de leer este libro es que es imposible la existencia de la Internacional Negra sin la cooperación necesaria de diferentes gobiernos europeos, pero, sobre todo, de sus aparatos policiales, pero si todavía quedase algún atisbo de duda, lo acabarían despejando en los años ochenta los jueces italianos cuando descubren la existencia de la Red Gladio, organizada por la CIA y la OTAN “que trato de impedir, desde los años cincuenta, la expansión del comunismo mediante la financiación de atentados de extrema derecha” y para el logro de esos fines esas organizaciones fueron mimadas por los aparatos de los Estados occidentales.

Este libro tiene un valor fundamental, pues pone negro sobre blanco lo que para muchos no había dudas al respecto, pero era necesario aportar todos los datos y documentación necesaria para que quedase totalmente sustentado, que no es otra cosa que los diferentes estamentos del Estado español, desde los diferentes gobiernos hasta los aparatos policiales y la ultraderecha eran dos caras de la misma moneda. Algo que también puede ser extrapolable a otros países de nuestro entorno.

Como he comentado anteriormente, uno de los pilares que sostiene este libro es el testimonio de Teresa Rilo, viuda de Cherid, que falleció en 2020. La información que esta mujer atesoraba era fundamental para poder colocar muchas de las piezas de este complicado puzle que es desenmarañar todo lo relativo al terrorismo de Estado y sus conexiones con grupos de ideología ultraderechista. Quizá sea un tanto complicado valorar el papel que desempeñó Teresa Rilo durante el tiempo que vivió con el mercenario francés. En mi caso la reflexión la resumiría en que pasó de ser pareja a una víctima más de Cherid.

La lectura de este libro nos deja una enseñanza que no debemos olvidar: la democracia liberal cuando ve en peligro su hegemonía es capaz de traicionar sus propias reglas y vulnerar todo tipo de libertades. Ahora sólo queda en las manos de la ciudadanía denunciar todas esas situaciones y que nunca caigan en el olvido y que no vuelvan a suceder.

[1] Internacional Negra era la estructura internacional a nivel europeo que tenían las organizaciones fascistas en los años 60 y 70 del siglo XX, cuyo líder era el italiano Stefano Delle Chiae.

[2] Ana María Pascual dedica un capítulo del libro a “los amigos italianos “de Jean Pierre Cherid en Madrid y Teresa Rilo se prodiga en el libro en ofrecer datos de las andanzas de los Stefano Delle Chiae y el resto de los ultras italianos que protegía en Madrid.

Terrorismo de Estado y ultraderecha: dos caras de una misma moneda
Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado. El Garaje Ediciones

Belloch. Una imagen cutre del estado de derecho

Belloch. Una imagen cutre del estado de derecho

Hay una película americana de 1992 titulada Algunos hombres buenos, cuyo protagonista es Tom Cruise, (1992), un teniente de la Marina de EEUU que le asignan la defensa de dos marines estadounidenses, acusados de haber asesinado a un compañero en la base militar de Guantánamo (Cuba).

En el interrogatorio que Tom Cruise realiza en la vista oral al comandante  de la base militar, tiene la habilidad de lograr sacarlo de sus casillas hasta el extremo que acaba reconociendo que había dado la orden a los dos acusados de aplicar un código rojo al marine asesinado. Un código rojo no es otra cosa que aplicar un castigo al margen de las normas de régimen interno. Y como cabe de esperar, estas cosas no suelen terminar bien, en este caso acabo en muerte.

La escena del interrogatorio al comandante de la base de Guantánamo es muy interesante. El militar interrogado, embriagado de ardor guerrero, le responde al abogado defensor con la siguiente frase: “no tengo ni el tiempo ni las ganas de explicarme ante un hombre (se refiere al abogado) que se levanta y se acuesta bajo la manta de la libertad que yo le proporciono y después cuestiona el modo en el que la proporciono”. En resumen, y para que todo el mundo lo entienda: para salvaguardar la libertad, el ejército estadounidense tiene barra libre para todo, el fin justifica los medios. En el Estado español la frase análoga sería la que dijo Felipe González: “el Estado de derecho también se defiende en las alcantarillas” y dentro de ella todos tenemos claro a qué se refería.

Lo anterior no deja de ser una película que nos puede servir para conocer como son las cosas entre EEUU y, en concreto, entre sus militares, sobre todo en lugares como Guantánamo, que se ha convertido en los últimos veinte años en una macro cárcel de prisioneros procedentes en su inmensa mayoría de Oriente Medio, y donde los derechos fundamentales de los detenidos no existen, están privados de libertad de forma indefinida, sin ningún tipo de protección jurídica.

A diferencia de la película Algunos hombres buenos, últimamente algunos exministros del PSOE, durante la etapa de Felipe González no hace falta sacarlos de sus casillas, sólo necesitan una entrevista distendida para contar algunas de sus hazañas durante aquella etapa. Da la impresión que los que fueron ministros en los diferentes gobiernos de Felipe González se han venido arriba, como el comandante de la base americana de Guantánamo. A muchos no nos ha pillado de sorpresa, pues teníamos pocas dudas o mejor dicho, ninguna de lo que habían sido aquellos años. Lo que ha variado es que algunos protagonistas parece que llegados a una edad ya no les importa soltarlo ante un micrófono. Primero fue Barrionuevo cuando relató que ordeno la puesta en libertad del ciudadano francés  Segundo Marey secuestrado por el GAL y que ordenó el secuestro del Jose María Larretxea, y en fechas recientes ha sido Juan Alberto Belloch, quien llegó a ostentar simultáneamente las carteras de Justicia e Interior en el periodo 1994-1996, el que ha soltado algunas perlas que no se pueden dejar pasar por alto.

En la entrevista que Juan Alberto Belloch ha concedido hace unos días a El Español no queda ningún atisbo de duda en los métodos que se han utilizado en el Estado español a la hora de defender lo que denominan el Estado de derecho, ha plasmado negro sobre blanco como funcionaban los poderes del Estado y, en concreto, en lo referente a los derechos fundamentales y la integridad física de los detenidos. En dicha entrevista dice: “Hice general a Galindo porque, pese a maltratar a los detenidos, era el mejor en la lucha antiterrorista. Tuvo permiso de Interior para sus métodos hasta que yo se lo quité”.

Hasta la fecha, no había habido ninguna declaración de ningún exministro ni alto cargo del Gobierno que reconociera, aunque fuese con el término eufemístico de maltrato, que la tortura era una práctica generalizada. Si bien tengo que realizar una precisión al respecto: Fernando López Agudín, quien fuera director general de Relaciones Informativas y Sociales del Ministerio de Justicia e Interior, durante la etapa de Juan Alberto Belloch como ministro de Justicia e Interior y siendo Margarita Robles secretaria de Estado de Interior, publicó un libro que no hay que echarlo en saco roto. Bajo el título “En el laberinto. Diario de Interior 1994-1996”, recoge en diferentes pasajes del libro la práctica de la tortura por parte de los cuerpos policiales destacados en Euskal Herria. El término que utilizaban para definir este método es el de “trabajar con red”. En dicha obra relata, entre otros temas del momento, que desde la Secretaría de Estado de Interior se intentó que esa práctica desapareciera. El tiempo nos ha demostrado que la realidad fue bien distinta, pues los casos de torturas persistieron, la colaboración de todas las instancias implicadas (judiciales y gubernamentales) para su erradicación brilló por su ausencia y cuando de forma aislada los tribunales dictaban alguna sentencia condenatoria, ya se encargaba el Poder Ejecutivo de que no se aplicase y de dictar el oportuno indulto.

Las afirmaciones de Belloch viniendo de un ex juez no hay por donde cogerlas. Tuvo la poca catadura moral de no impulsar una investigación judicial para que fuesen estudiados todos los casos de torturas, ni de cesar inmediatamente a Rodríguez Galindo para ponerlo delante de un juez. Y para que la escena fuese más vergonzante, lo ascendieron a general ¿qué más podía pedir Galindo? Y todo esto lo hace un ministro que durante el tiempo que permaneció en la carrera judicial fue fundador y destacado miembro de la Asociación Jueces para la Democracia y cuando dejó la política volvió a ejercer como juez. Con este bagaje uno tiene derecho a dudar de su profesionalidad como persona que se ha dedicado a impartir justicia. De ministro no fue capaz de poner en manos de la justicia a una persona del que tenía conocimiento que había infringido la ley, porque no vale con decir que él le quitó el permiso para usar esos métodos ¿y los torturados hasta esa fecha no merecían una justicia reparadora? ¿Hizo algo para esclarecer la muerte de Mikel Zabalza y que los culpables fueran juzgados? Se limitó a hacer borrón y cuenta nueva, al estilo de la Transición, como si lo pasado no contase y  le quitó el permiso para que siguiese torturando, es decir, que a partir de ese momento no tenía el visto bueno del ministro, lo que no quería decir que no continuase utilizando esas prácticas.

El problema es que cuando esa forma de actuar está tan arraigada y ha tenido toda la cobertura del régimen, decirle a una persona como Rodríguez Galindo que le quitaba el permiso para torturar es como decirle que a partir de ese momento Belloch se limpiaba las manos como Pilatos, pero poco más. Para que esa orden hubiera tenido un grado de seriedad, el ministro tenía que haber adoptado una serie de medidas mucho más profundas, sin ir más lejos, la depuración total de los cuerpos policiales, empezando por Rodríguez Galindo, que estaban infectados de elementos franquistas, igual que en estos momentos. Nada ha cambiado. Salvando las distancias parece que entre Guantánamo e Intxaurrondo había alguna que otra semejanza. El poder que ostentaban los que dirigían ambos lugares podía ser superior al que tenía un ministro.

Si este fragmento de la entrevista realizada a Belloch es muy grave, tanto o más es la escasa repercusión que ha tenido en muchos ámbitos de la vida política.

En el terreno político sencillamente no ha tenido eco. La extrema derecha (PP VOX y Cs) no tiene ningún interés en ello, pues esas prácticas las enmarcan en lo que denominan la defensa de la Patria. El PSOE en todas esas cuestiones tiene por costumbre ponerse de perfil, sabe perfectamente como actuaron sus mayores en la década de los 80, pero lo más importante es no poner en tela de juicio nada que pueda afectar a la perdurabilidad del Régimen del 78. Pero lo más preocupante es que a la izquierda el PSOE no se ha alzado ninguna voz para denunciar la tortura en un régimen que se define como democrático ni para tener alguna iniciativa. Parece que todo esto está amortizado. Y en este caso, alzar la voz en este tema no deja de ser un ejercicio de memoria democrática y de defensa del estado de derecho.

Para finalizar, en el ámbito periodístico, como no podía ser de otra forma, este fragmento de la entrevista ha pasado bastante inadvertido. Los medios de comunicación han puesto el foco en todo lo que tenía que ver con Luís Roldán. Tiene su lógica que todo lo relativo a la tortura no sea atractivo para la inmensa mayoría de la prensa española. Se han pasado la vida negando su existencia, y enmarcando las denuncias que se producían en que todo era una estrategia de ETA en la que instaba a sus militantes para que denunciaran torturas. Llegaron al extremo de hablar de la existencia de un manual en que se recogía como debían de actuar ante el juez, por tanto, hubiera sido un milagro que de la noche a la mañana admitieran que en el Estado español la tortura ha sido una práctica. La prensa española no deja de servir al poder, sólo hay que ver quienes controlan sus consejos de administración y no hay que olvidar la lluvia de millones que reciben de las Administraciones Públicas. Pero sí que he echado en falta que la prensa más progresista hubiera realizado alguna referencia a este fragmento de la entrevista. Parece ser que aquí vende más hablar de Guantánamo o Abu Ghraib, que hablar de lo que sucede en casa. Ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Solo cabe esperar que un tercer ministro de Felipe González tenga a bien animarse ante un micrófono y se explaye. Corcuera calienta que sales.