Hagan juego señores, pero la patronal siempre gana

Hagan juego señores, pero la patronal siempre gana

Lo sencillo sería recurrir a la frase que allá por 1990 inmortalizó el futbolista británico Gary Lineker y que decía que “el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”. A mí me ha venido a la mente porque en la política española si hay alguien que siempre gana es la patronal, siendo indiferente el color del gobierno y las mayorías que haya en el Congreso. Los Garamendi y Cía duermen tranquilos, la maquinaria por la que hacen crecer de forma exponencial sus plusvalías a cuenta de la clase trabajadora funciona a destajo incasablemente de noche y de día, teniendo la tranquilidad que todos los vientos van a soplar a su favor. Da igual que sea en materia laboral como en el campo de la fiscalidad, la deriva legislativa existente desde los años 80 ha girado en reducir derechos laborales, incrementar los ajustes salariales y aprobar grandes reformas fiscales que han ido dejando de gravar los beneficios empresariales y a las grandes fortunas.

Hagan juego señores, pero la patronal siempre gana
Antonio Garamendi. Presidente de la CEOE

Cuando se pusieron los mimbres para que arrancase el acuerdo de gobierno uno de los pilares fue la derogación de la reforma laboral del PP, que a finales del año pasado vimos que era un deseo que se esfumaba en aras a llegar a grandes acuerdos con los agentes sociales, para acabar siendo una reforma de la reforma. Para apuntalar ese viraje se intentó vender a la población las bondades de un acuerdo en el que estuvieran patronal y sindicatos. Se hicieron discursos grandilocuentes más parecidos al País de las Maravillas por el que se paseó Alicia, pero una de las cosas que llamaba la atención es lo satisfecha que estaba la patronal y su entorno, hasta el extremo que las tuvieron tiesas con el PP, que en ese momento lideraba Casado. Personajes nada dudosos como Fátima Báñez, ex ministra de Trabajo en los gobiernos de Rajoy y ahora en nómina de la CEOE, y antiguos pesos pesados del PP salieron en defensa de ese acuerdo, llegando a pedir al PP la abstención. Pero una de las cosas que más rechinaba eran los piropos que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz lanzaba a la patronal por el acuerdo alcanzado.

No hay que ser muy avezado para tener claro que el papel que jugó la patronal fue inteligente. Entró al juego de la negociación con la carta que se levantaba de las negociaciones si se traspasaban ciertas líneas sabiendo que por parte del Gobierno había un deseo de llegar a un acuerdo a tres bandas (Gobierno, patronal y sindicatos). Eran conocedores que tenían de su lado a parte del Gobierno representado por los ministros del PSOE y en la negociación tenía enfrente a dos sindicatos totalmente apesebrados (CCOO y UGT). Solo les faltaba neutralizar a Unidas Podemos, que era algo relativamente sencillo sabiendo que la ministra de Trabajo y futura candidata a Presidenta del Gobierno tenía muchísimo interés en buscar una fotografía en la que estuvieran Gobierno, patronal y sindicatos, aunque tuviese que renunciar a liderar una reforma más progresiva y valiente, pues esa imagen la podía catapultar como líder de su nuevo proyecto político. El final de ese vodevil es de sobra conocido, pues hasta su aprobación en el Congreso fue más propio de una ópera bufa.

Lo que ocurre es que en estos tiempos en los que reina la zozobra y la incertidumbre en todos los ámbitos, y en especial en el económico con una inflación galopante, este Gobierno y, sobre todo su ministra de Trabajo y los sindicatos se han encontrado con algo que era esperable: una postura de la patronal muy nítida, consistente en no negociar nada que suponga la merma de sus beneficios. Los empresarios saben que el incremento de los salarios, excepto el SMI, no los puede regular el Gobierno, por el contrario, dependen de la negoción colectiva en el marco de cada convenio y no se van a mover de ese punto. Esta postura de la patronal, que por otra parte era del todo esperable, ha llevado a la ministra de Trabajo a apoyar las reivindicaciones sindicales y a realizar una crítica a la patronal en las que se ha quedado sola, porque la parte socialista del Gobierno no está por la labor de enemistase con la patronal. Son muchos años en los que el PSOE ha estado más cerca de la patronal que de los trabajadores, y sus dirigentes, en el mejor de los casos, se limitan a realizar declaraciones contra las grandes empresas que en realidad van más dirigidas a llenar los oídos de sus votantes que a adoptar políticas concretas para revertir la gravedad del momento actual.

Esta situación de bloqueo en lo que concierne a la negociación salarial no va a desparecer con la actual correlación de fuerzas existentes en el ámbito político, puesto que el PSOE va a torpedear cualquier medida que se pueda tomar en el marco de las relaciones laborales para presionar a la patronal, aunque ,sin duda alguna, es el momento ideal para cambiar la legislación en materia de despidos, como en materia de ajustes de empleo colectivos como pueden ser los ERE o ERTE, viendo que se avecina un incremento del paro debido a los efectos que está causando la situación política internacional (no es únicamente la guerra entre Rusia y Ucrania la que está generando la coyuntura actual).

Sería un paso muy importante hacer una modificación legislativa que sirviese para que un empresario antes de despedir a un trabajador se lo tuviera que pensar dos veces porque no le iba a salir gratis. Cuestiones como la recuperación de los 45 día por año en los despidos, el incremento en el tope de la indemnización de 2 a 4 años, la supresión de algunos supuestos a la hora de realizar ERES o ERTES, como la reducción de la facturación, puesto que no es sinónimo de reducción de beneficios o generación pérdidas y su aprobación por la autoridad laboral y el reconocimiento de los salarios de tramitación, serían cuestiones importantes para garantizar a los trabajadores unas condiciones de protección mínimas.

El problema reside en que el PSOE no está por esa labor, ni se le pasa por la imaginación enfrentarse a los empresarios y, como siempre, lo apuesta a la mejora de la coyuntura económica. Algo similar a lo que le pasó a Zapatero en su segundo mandato. No se enfrenta al poder económico porque eso sería tanto como romper con los consensos que ha habido en el Estado español para apuntalar al Régimen del 78.

Toda esta situación ha llevado a una situación un tanto insólita. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se ha posicionado del lado de las reivindicaciones salariales de los sindicatos, lanzando mensajes muy críticos con la patronal. Algo a lo que hasta la fecha no estábamos acostumbrados, pero la realidad es que se ha quedado sola dentro del Gobierno, porque desde el socio de Gobierno, encabezado por Pedro Sánchez, ya se han encargado de lanzar algunas flores al empresariado español. Una vez más la imagen que proyecta este Gobierno es de una profunda división a la hora de tratar cuestiones tan importantes como la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, volviendo a dar munición a la derecha.

La hipótesis de que se avecina un otoño caliente con movilizaciones obreras reclamando un incremento salarial que palie los efectos de la inflación, si bien van a tener como objetivo la patronal, pueden acabar pasando factura al Gobierno que haya en ese momento y el actual lleva sufriendo un desgaste feroz desde la aparición de la pandemia, hace más de dos años, por lo que esto podría incrementar su desgaste, con el alborozo de la patronal. Sin presentarse a las elecciones conseguirían cargarse a un gobierno que sin haberse sido beligerante con los empresarios, al menos, no se ha posicionado descaradamente al lado de estos.

Las movilizaciones sindicales están totalmente justificadas, pero tan importe como esta fórmula de presión, es la de saber transmitir al conjunto de la ciudadanía a quién van dirigidas las movilizaciones y en quién recae la responsabilidad de las protestas, y esto último se me antoja complicado si vemos que la inmensa mayoría de los medios de comunicación están alienados con la derecha política y económica, si es que no pertenecen directamente a la Brunete mediática, lo que aprovecharán para atacar al Gobierno de coalición.

Lo preocupante del momento es que si en 2023 la derecha obtuviese una mayoría suficiente para recuperar el poder, la diferencia con el actual Ejecutivo sería clara. Aparcaría todo tipo de concertación entre los agentes sociales, los sindicatos pasarían a un segundo plano, para volver a legislar a golpe de decreto-ley, dando la enésima vuelta de tuerca a los derechos laborales de los trabajadores mediante una norma que llegaría redactada a la Moncloa en un correo electrónico con remite de la CEOE. Y el juego seguiría siendo el mismo, la patronal gobierne quien gobierne seguiría marcando las pautas legislativas, en unos casos con un descaro insultante y en otros de forma más sibilina, pero siempre volcada en esa ofensiva emprendida por el capital para ir recortando los derechos de los trabajadores. Y siendo todo esto que he escrito algo tan obvio, parece que si se plasma en un papel da la sensación que es un escrito con tintes incendiarios. Así es el tiempo en el que nos ha tocado vivir, en el que está triunfando de forma contundente la defensa de los intereses individuales a los colectivos. Eso del sálvese quien pueda.

Conflicto Rusia-Ucrania ¿Geopolítica o ideología?

Conflicto Rusia-Ucrania ¿Geopolítica o ideología?

A lo largo de estos cinco meses de duración del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania el contenido de la información que los gobiernos y la inmensa mayoría de los medios de comunicación europeos han enviado a la opinión pública se han movido en los parámetros del simplismo, la desinformación, pero sobre todo, la intoxicación porque había que hacer llegar a la ciudadanía que en esta guerra hay unos buenos, Ucrania, y unos malos, Rusia. De esta forma es más fácil manipular a la opinión pública, y en este conflicto se ha equiparado a Putin con el pueblo ruso o viceversa. Tenían que evitar por todos los medios que se pudiera pensar que todo es más complejo y que detrás de este conflicto, lo que hay es una lucha por el control económico del mundo y en muchos momentos las ideologías no dejan de ser utilizadas como coartada o como herramienta para el logro de otros fines. El hecho que la inmensa mayoría de los países de Europa Occidental formen parte de la OTAN y bailen al son de los EEUU, inclina la balanza hacia uno de los lados de este conflicto. Y a la hora de tratar cuestiones de política internacional la cloaca mediática no se diluye, sino que actúa a las órdenes de los grandes lobbys y las multinacionales occidentales.

A día de hoy ha pasado el tiempo suficiente para poder hacer un diagnóstico que nos ayude a vislumbrar lo que el futuro nos puede deparar a medio-largo plazo. Pero para ello es necesario hacer un ejercicio de guardar una cierta distancia con todos esos análisis que están viciados en origen, puesto que son de parte y adolecen de rigor. No están tan lejos esos mensajes que recorrían los medios de comunicación en los que se decían que la guerra no se prolongaría durante mucho tiempo, debido a la superioridad militar rusa y que era cuestión de semanas la ocupación de todo el territorio ucraniano. Todo ello con la finalidad de introducir el miedo en la población europea y para ello barajaban la hipótesis de que Putin no pararía una vez que conquistase Ucrania. Detrás de esas afirmaciones, había un intento de influir sobre la opinión pública occidental para que se posicionara en contra de Rusia, que asimilara esta guerra como suya, viese con buenos ojos todo el apoyo enviado al Gobierno ucraniano y se recibiera con los brazos abiertos a toda la oleada de inmigrantes de este país. Y lo más importante, se empezaba a poner en marcha la demonización de Rusia y todo lo que sonase a ruso.

Después de las primeras semanas, y con motivo de los efectos económicos, el mensaje fue virando  con una finalidad muy concreta, que nos fuésemos haciendo a la idea que esta guerra va a durar años y que algunas de las consecuencias que vamos a sufrir, entre otras muchas, es el desabastecimiento energético y alimentario, es decir, mentalizar a la población que se avecinan tiempos duros, pues, al fin y al cabo, la ciudadanía va a ser quien sufra las consecuencias más duras. Y todas las informaciones se han enmarcado desde la visión que todo este sacrificio tiene como finalidad salvar a Occidente y su hegemonía a lo largo y ancho del planeta. Detrás de todo esto lo que buscan es que la ciudadanía no piense, porque para ello ya están las altas instancias de la OTAN y la UE que lo hacen por ella. Si hoy nos fijamos en la información que recibimos del conflicto, es más bien escasa y está enfocada únicamente a los efectos económicos del conflicto. Lo que si se puede afirmar es que Europa Occidental está al borde de una crisis sin precedentes.

A lo largo de estos meses de guerra la geopolítica y la batalla ideológica están sobrevolando en todo momento, pero lo importante es que sepamos darle el valor que tiene cada una de ellas y como encajar las piezas de este puzzle, puesto que ambos conceptos no tienen por qué coincidir, cada uno tiene su lógica y siguen caminos diferentes. Pueden relacionarse en algún momento dado, pero no es requisito sine qua non.

Por ello voy a tratar ambas cuestiones en el ámbito de la guerra ruso-ucraniana, para intentar entender en la medida de lo posible todo lo que está sucediendo, e intentar ayudar a entender lo que se nos avecina y, en ese contexto, analizar los posicionamientos de la izquierda.

Expansionismo desbocado de EEUU en la Europa oriental

Para hablar de las causas geopolíticas que han llevado al momento actual, no queda más remedio que empezar por el principio, que no es otro que todos esos hechos que han ocurrido a lo largo de las últimas décadas, que en su momento pudieron pasar desapercibidos, pero que bien ordenados sirven para entender el momento actual.

De todos es conocido que desde principios de la década de los noventa del siglo pasado, la OTAN inició un proceso de expansión hacia Europa del Este, aprovechando la caída de los regímenes prosoviéticos, la desaparición de la URSS y su posterior desmoronamiento. De esta forma se rompió el equilibrio geoestratégico existente hasta entonces, vulnerando todo tipo de acuerdo o pactos en los que la OTAN se comprometía a no expandirse hacia el Este de Europa. En aquel momento esta estrategia pudo pasar desapercibida, pues hasta la misma Rusia, después de la desaparición de la URSS, en la década de los 90, realizó un acercamiento a la OTAN, con el deseo de formar parte de ella, cosa que no acabó fructificando, probablemente porque no entrase en los planes ni en los intereses de EEUU. Era el inicio de un nuevo orden mundial en el que todo pilotaría sobre el eje de esta organización militar, bajo el liderato norteamericano.

Todo este terremoto en la Europa del Este fue aprovechado por EEUU a través de la OTAN para aislar a Rusia. Un dato histórico que es necesario tener presente es que al finalizar la II Guerra Mundial, y el inicio de la guerra fría, la primera organización internacional de carácter militar que se constituyó fue la OTAN en 1949, mucho antes del surgimiento del Pacto de Varsovia, que se produjo en 1955. La organización que englobaba a los países del Este se creó como necesidad de defensa ante la escalada armamentística de EEUU y sus aliados cuando se inició la guerra fría. Es por ello que con la desaparición del Pacto de Varsovia, la OTAN no se plantease su desaparición, pues su objetivo era y es el control absoluto del mundo para crear un nuevo orden mundial y que EEUU sea quien lo lidere, y claro, los conflictos surgen cuando hay potencias que intentan disputarle esa hegemonía, como es el caso de China que se ha convertido en una potencia económica de primer orden o Rusia que no quiere injerencias en su entorno más cercano.

A lo anteriormente comentado hay que añadir que EEUU tanto en el marco de la OTAN como fuera de ella lleva tiempo queriendo recuperar un protagonismo que en los últimos tiempos había sufrido algunos traspiés, debido a los fracasos cosechados en sus políticas internacionales, véase Afganistán, Irak, pérdida de influencia en África, Latinoamérica y en otras regiones del planeta.

Una estrategia para el aislamiento de Rusia

Viendo el desarrollo de los acontecimientos en estas últimas décadas, podemos tener claras algunas ideas acerca de la estrategia de EEUU, a través de la OTAN que han desembocado en el escenario actual.

A lo largo de los años EEUU ha ido provocando una serie de situaciones para atraer a todos los países que pertenecieron al Pacto de Varsovia y/o formaron parte de la extinta URSS, con la finalidad de aislar a la actual Rusia, lo que a esta última le ha supuesto una pérdida de la capacidad hegemónica en todos los países que fueron de la órbita soviética. Primero fue el apoyo dado por Occidente a las repúblicas bálticas para lograr la independencia de la URSS, aprovechando la situación que vivía el régimen soviético. Posteriormente fue en la antigua ex Yugoslavia, con la finalidad de controlar los Balcanes, algo que pasó más desapercibido debido a las características del conflicto armado que hubo entre las ex repúblicas yugoslavas y que este Estado no pertenecía al Pacto de Varsovia.

En el caso de Ucrania, país donde ha estallado la guerra actual, como ya veremos en su momento, los problemas surgieron con el golpe de Estado dado con la revolución del Euromaidán (2014). Todo esto ha servido para que Rusia se sienta acosada y vea como una amenaza la entrada de Ucrania en la OTAN y en la UE. De hecho, cabría decir que en estos últimos años, desde los sucesos de 2014, EEUU ha diseñado una estrategia con la intención de medir la reacción rusa y provocar algún error del Gobierno ruso.

Con los datos que se manejan en la actualidad, el hecho que Rusia iniciara un conflicto bélico a gran escala contra Ucrania, no deja de ser una reacción a las políticas occidentales en Ucrania. Todo lo sucedido se podría ver desde la óptica que EEUU habría planificado una estrategia para Ucrania con la finalidad de provocar a Rusia para que más pronto que tarde se viera abocada a realizar un ataque militar contra esta república exsoviética de Ucrania. Si el Gobierno de Moscú optaba por una estrategia militar, no cabría duda que EEUU ya habría obtenido uno de sus objetivos: tener una guerra porque la política internacional norteamericana está basada en exportar conflictos armados para obtener suculentos beneficios. Y en todo este juego, Ucrania no deja de ser el saco que se va a llevar todos los golpes.

Una guerra a la medida de los EEUU

Para los EEUU esta guerra reúne los requisitos necesarios de la guerra perfecta para sacarle una rentabilidad que no ha podido logar en los últimos tiempos con otros conflictos y con el añadido de su reforzamiento a nivel mundial.

Una guerra de estas características en el corazón de Europa ha servido para un fortalecimiento de EEUU como potencia líder ante sus aliados, puesto que desde el primer momento está imponiendo su estrategia tanto en la OTAN como en su relación con sus aliados en las diferentes regionales del planeta. Todo esto le ha ayudado a recuperar la iniciativa perdida en política internacional y le ha servido para hacer resucitar a la OTAN que después del fracaso de Afganistán, empezaba a ser un cadáver con un futuro un tanto incierto y desde el punto de vista de la imagen internacional, EEUU necesitaba de forma imperioso lavar su imagen.

Este conflicto ha sido la excusa perfecta para que los norteamericanos hayan obtenido el compromiso sin rechistar del resto de países de la OTAN para un incremento en el gasto militar. Una vieja reivindicación de la Administración norteamericana a la que se resistían el resto de países de la OTAN, pero que el conflicto entre Ucrania y Rusia ha servido para doblegar la resistencia europea.

Si todas las guerras en las que participa EEUU suelen ser a decenas de miles de kilómetros de sus fronteras, en el caso que nos ocupa hay que añadir el elemento nada desdeñable que no está teniendo un coste en bajas humanas, cuestión importante porque evita que la opinión pública se pueda volver en contra de la Administración norteamericana.

Dentro de la política expansionista de la OTAN, esta guerra ha servido para que Finlandia y Suecia hayan abandonado su tradicional neutralidad y hayan pedido el ingreso en la OTAN. De esta forma se incorporan dos países con una situación estrategia que supone una amenaza para Moscú. Sin este conflicto se hace difícil pensar que hubieran cambiado su status. Otro logro más en la política expansiva de la OTAN.

En todo conflicto bélico siempre hay países que obtienen una rentabilidad económica a costa de los contendientes, y en el caso que nos ocupa, los EEUU están obteniendo unos beneficios nada desdeñables. Este conflicto está sirviendo para reforzar sectores estratégicos de la economía norteamericana. El primer sector que se está viendo beneficiado por el conflicto es la industria armamentística americana. El envío de armamento al Gobierno ucraniano y las inversiones que los aliados de EEUU están realizando dentro de esta carrera desaforada está proporcionando un beneficio inusitado al sector armamentístico norteamericano y europeo, pues hay que ser muy ingenuo para pensar que el armamento que recibe el Gobierno de Zelensky es a título gratuito, por lo tanto, nadie debe de olvidar que los EEUU han apostado por una guerra que se prolongue en el tiempo, cuanto más se prolongue, los beneficios serán mayores. Las declaraciones que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, realizó el pasado mes de junio al diario alemán Bild fueron bastante premonitorias. Advirtió que es preciso estar preparados para que la guerra en Ucrania dure posiblemente años. No cabe duda que están abonando el camino para un escenario en el que el conflicto se alargue en el tiempo.

Las sanciones económicas impuestas a Rusia y la estrategia surgida desde la UE de dejar de adquirirle materias primas dio como primer fruto la venta por parte de EEUU de gas y otros productos energéticos a la UE, pero con unos incrementos en los precios que en el caso del gas rondaban el 40 por ciento, lo que ha contribuido a seguir mejorando la economía norteamericana a costa de la UE. Esta estrategia seguida desde Bruselas, que se puede calificar como un suicidio en toda regla, al pasar a depender energéticamente de los EEUU, está sirviendo como un auténtico pelotazo económico para EEUU.

Lo alarmante es que no sólo se está viviendo esta situación con los productos energéticos, también se está generalizando con otras materias primas, como son los productos agrícolas, pues EEUU tiene un interés muy importante en poder introducir ciertos alimentos que hasta el momento tenían una gran dificultad en poderlos introducir en la UE debido a que no cumplen con las normas europeas.

Los países de Europa occidental en esta estrategia de plegamiento ante los intereses de EEUU se han dejado llevar a un callejón de muy difícil salida. La economía de la UE lleva años arrastrando problemas como consecuencia de la pandemia y de factores como la deslocalización, la dependencia energética del exterior, a lo que hay que añadir sus políticas erráticas y neoliberales. Con una economía sin haber recuperado el pulso a niveles de antes de la pandemia, el bloqueo económico impuesto a Rusia se está volviendo en su contra. La tan cacareada insolvencia de Rusia a medio y corto plazo no parece que se vaya a producir y, por el contrario, es Rusia la que en las últimas semanas ha procedido al corte del suministro energético a los países europeos, lo que está suponiendo un efecto boomerang para la estrategia de la UE en este conflicto.

Por ello no es nada descabellado pensar que EEUU estaba necesitado de tener un conflicto de estas características para que le reportara unos beneficios que en condiciones normales no los hubiese tenido.

La Ucrania de Zelensky

La Ucrania actual es producto de un proceso que nació con la mal llamada revolución del Euromaidán. Y digo mal llamada revolución, porque aquello tuvo similitudes a un golpe de Estado auspiciado por intereses occidentales con una finalidad muy concreta: el acercamiento de Ucrania a la OTAN y la UE. Para ello desataron una represión feroz contra la minoría rusa y contra los partidos comunistas de Ucrania, contraponiéndose con la permisibilidad que tenían las organizaciones de ideología nazi y fascista, encargadas de desatar el terror contra la minoría rusa y las organizaciones de izquierdas. Los sucesos de Odesa en la casa de los sindicatos no fueron algo casual. La guerra en el Dombás fue una muestra más de agresión a la minoría rusa de la región que causó más de 14.000 muertos y donde se firmaron los acuerdos de Minsk, que han sido vulnerados de forma sistemática por el Gobierno ucraniano. Como el Gobierno ucraniano debió quedar muy satisfecho del trabajo realizado por las bandas nazis, no se le ocurrió mejor premio que integrarlos en el Ejército ucraniano y como muestra está el Batallón Azov, plagado de nazis ucranianos.

En todo este proceso EEUU empezó a tomar posiciones en el sector energético ucraniano. La historia se vuelve a repetir como en otros conflictos no tan lejanos. EEUU y la OTAN no tienen como prioridad ni exportar la democracia ni el apoyar a gobiernos democráticos. Lo importante es la lucha en el marco geopolítico para ganar influencia en más regiones del mundo.

En la actualidad Zelensky representa un régimen que cualquier parecido con una democracia de corte liberal es pura coincidencia y en esta situación de guerra, han convertido a Ucrania en un parque temático de la extrema derecha, un laboratorio en el que los partidos nazis y fascistas europeos están obteniendo una formación militar que debería preocupar a cualquier demócrata. Cuando vuelvan todos los voluntarios de extrema derecha alistados en las milicias ucranianas, van a ser un auténtico problema para los gobiernos de Europa occidental, cosa que no parece que preocupe a ningún gobierno.

Las ilegalizaciones de partidos de izquierda y la vulneración de los derechos de la minoría rusa se siguen produciendo sin que ningún gobierno realice ninguna declaración al respecto. Si a esto añadimos la alfombra roja que los medios de comunicación han puesto a todos estos grupos neonazis en la cobertura mediática que han tenido, nos podemos esperar cualquier cosa. Sin olvidar que Zelensky no deja de ser un peón de los EEUU, este ha sabido utilizar los medios de comunicación para atraer las simpatías de Occidente y reforzarse en el poder.

De todo esto la conclusión que obtenemos es que una vez más EEUU y la OTAN no están defendiendo ni la democracia ni a un país democrático, es pura geopolítica que esconde intereses económicos y la guerra durará lo que ellos quieran, porque no parece que la UE con líderes como Borrell vayan a dar un giro de 180 grados. La única preocupación es el poner parches a la situación actual sin cuestionar las decisiones estratégicas norteamericanas.

La Rusia de Putin

Cuando en el mes de febrero estalló este conflicto desde Occidente se puso el objetivo en Putin y Rusia para lanzar toda una batería de críticas y acusaciones de todo tipo. Parecía como si nadie conociese a Putin. Parece que nadie recordaba las barbaridades que había realizado en otros conflictos. Quizá una de las más destacado sea la Guerra de Chechenia, en la que Putin decidió arrasar el país caucásico, pero hay otros conflictos en los que ha actuado de forma similar, caso de Siria, así como en lo concerniente a la política interna rusa. Pero durante muchos años Occidente ha mirado para otra parte y/o le ha reído las gracias.

Al hablar de Rusia es necesario diferencia entre los intereses de su ciudadanía y las políticas de Putin, pues este no gobierna para la gran mayoría del pueblo ruso. El hecho que Putin sea un político deplorable, no nos puede hacer olvidar que a Rusia y al pueblo ruso le asiste el derecho de defenderse de las políticas expansionistas de EEUU y la OTAN. Es lógico que vean como un peligro latente el expansionismo de la OTAN y que vean con gran preocupación la situación de las minorías rusas que hay en los países de Este de Europa. Las políticas internacionales aplicadas por EEUU han sido humillantes para Rusia y salvando las distancias, tienen una cierta similitud con el trato recibido por Alemania en el Tratado de Versalles, al finalizar la I Guerra Mundial, lo que acabó derivando en el III Reich.

El pueblo ruso está herido en su orgullo y a nadie le debería de extrañar los acontecimientos de los últimos meses, con el agravante que no sabemos cuanto tiempo puede durar.

La izquierda europea ante el conflicto Rusia-Ucrania

Dentro de la izquierda se ha dado un debate acerca de cuál debía de ser el papel que debía desempeñar en esta guerra. Por un lado los que han apoyado al régimen ucraniano y, por otro,  los que se han posicionado en contra de la OTAN y dentro de estos nos encontramos algunos sectores que ha apoyado a Rusia. Y ante este conflicto, como no podía ser de otra forma, ha surgido el debate acerca del posicionamiento que los gobiernos europeos debían de tener en esta guerra. Si había que ayudar a Ucrania ante la invasión rusa o lo coherente era la no intervención en el conflicto y la búsqueda de una solución dialogada.

Se mire como se mire, tanto Putin como Zelensky y los regímenes que ambos representan no tienen un pase. Ambos regímenes no es que estén muy lejos de lo que es la izquierda europea, es que están a años luz de lo que son los estándares democráticos liberales. Cada uno con sus características, son dos regímenes que tienen un pie en el populismo de derechas y el otro pisando la raya del fascismo.

Como con anterioridad ya he expuesto, aunque de forma breve, lo que representa el actual régimen político de Ucrania, me voy a centrar en Rusia, pues quizá haya sido donde en la izquierda ha habido un mayor debate.

El rechazo que genera la OTAN en un sector importante de la izquierda española ha vuelto  salir a la luz con motivo de la estrategia belicista de esta organización en este conflicto, lo que nos ha retrotraído en el tiempo al debate que hubo en los años 80 acerca de la entrada del Estado español en la alianza militar. La realidad es que la alianza no ha variado un ápice su discurso ni sus políticas, lo que refuerza la posición anti-OTAN de la gran parte de la izquierda española.

Respecto a Putin es necesario decir que lidera un régimen corrupto y profundamente reaccionario, xenófobo, contrario a los derechos humanos, a las reivindicaciones del colectivo LGTBI y muy cercano a la Iglesia Ortodoxa rusa, teniendo dirigida su mirada a tener contentos a los oligarcas del país que han hecho dinero a su sombra.

A estas alturas de la película nadie puede negar los vínculos estrechos que mantiene Putin con la extrema derecha mundial y antiglobalista. Putin lleva años tejiendo relaciones con personajes como Le Pen en Francia, Orbán en Hungría o Salvini en Italia o con organizaciones de la órbita de VOX como Hazte Oir. Los oligarcas rusos afincados en países occidentales han financiado a partidos de derechas como a los conservadores británicos y Putin ha llegado a financiar la campaña de Lepen para las presidenciales francesas de 2017. Es curioso que todo esto no haya levantado ninguna ampolla en los medios de comunicación europeos. Se ha recogido en la prensa pero de forma normalizada, no ha supuesto ningún escándalo.

Por lo que respecta a las bases ideológicas de Putin, estas quedaron expuestas en el discurso que realizó al inicio de la invasión de Ucrania, en él marcaba las líneas maestras de su ideología y su revisionismo de la historia reciente de Rusia. Utilizando un lenguaje propio de la Rusia zarista, reivindicó la gran Rusia e hizo una crítica feroz a las políticas que aplicaron con la Revolución bolchevique en lo referente a los derechos de los diferentes pueblos que formaban el Imperio ruso y el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Al hablar de ucrania de definía como “parte inalienable de nuestra propia historia, cultura y espacio espiritual”. Se me viene a la cabeza un recurso fácil, pero se parece bastante a la frase que utilizaba el régimen franquista de “una unidad de destino en lo universal”. Un discurso en el que juega con los términos ruso y cristiano ortodoxo. Pero la concepción que tiene de la “Ucrania moderna” es lo más contrario al espíritu de la revolución rusa de 1917. Para Putin “la Ucrania moderna fue creada completamente por Rusia o, para ser más precisos, por la Rusia bolchevique, comunista. Este proceso comenzó prácticamente justo después de la revolución de 1917, y Lenin y sus asociados lo hicieron de una manera extremadamente dura con Rusia: separando, cercenando lo que históricamente es tierra rusa. Nadie preguntó a los millones de personas que vivían allí qué pensaban”.

Realiza una enmienda a la totalidad de lo que fue la Revolución bolchevique, erigiéndose en sucesor de las políticas imperialistas del zarismo y criticando duramente “el humillante Tratado de Brest-Litovsk”, por el que los bolcheviques ponían fin a la participación rusa en la I Guerra Mundial, en consonancia con la postura que habían mantenido desde que estalló la guerra.

Por lo que respecta a los destacamentos militares que ha enviado Putin, tampoco se puede dejar pasar por alto que ha utilizado mercenarios de la empresa Wagner o las milicias chechenas, que no tienen nada que envidiar a otros grupos de tendencia fascista.

En este escenario y con este discurso por parte de Putin, se me hace muy complicado que haya algunos sectores de la izquierda que estén cercanos a este posicionamiento, por muchas imágenes que nos muestren a tanques rusos con banderas soviéticas. El rechazo a la OTAN y lo que ha representado a lo largo de la historia es lo que en cierto sentido ha movido a hacer un análisis más desde un prisma geopolítico que ideológico.

La postura de la izquierda que apuesta por el desarme, la no beligerancia y agotar la vía diplomática y el dialogo siempre es complicada, máxime cuando toda la maquinaria de comunicación está al servicio de los sectores proclives a la solución militar. El exponer a día de hoy que el incremento en gastos de defensa no es sinónimo de más seguridad, probablemente muchas personas no lo compartan, pero la paz nunca se puede construir armándose para la guerra.

El no encuadrarse en un bando, aunque se le intente aplicar el “si no estás conmigo estás contra mi”, no deja de ser una posición coherente en un conflicto que teniendo muchas aristas, destacan las relacionadas con los intereses económicos y el control de la región. La conclusión que se puede obtener de la guerra entre Rusia y Ucrania nos ha ofrecido un escenario en el que la confrontación es más geopolítica que ideológica y es resto es propaganda pura y dura.  

El secuestro de Pablo González. El precio del periodismo independiente

El secuestro de Pablo González. El precio del periodismo independiente

No corren buenos tiempos para la defensa de los derechos y libertades fundamentales en Europa Occidental. Derechos como los de libertad de expresión, manifestación o información llevan tiempo siendo cercenados de forma alarmante. No es que sea una cosa de anteayer, pues la degradación de la democracia de corte liberal se lleva produciendo desde hace décadas y, casualmente, los primeros pasos de esta deriva coinciden en el tiempo con la caída de los países de Europa del Este, al inicio de la década de los noventa. Cuando el capitalismo dejó de tener competencia pasó a enseñar su verdadera faz. La situación continuó acrecentándose después de los atentados del 11-S, recientemente la pandemia que hemos sufrido en los últimos dos años ha sido la excusa perfecta para continuar en esa dirección y ahora el conflicto entre Rusia y Ucrania ha supuesto la última vuelta de tuerca en esa deriva de recortes de derechos.

Cualquier escenario siempre es bueno para que desde los gobiernos y las organizaciones supranacionales se cercenen derechos individuales y colectivos. En unos casos la excusa es salvaguardar la seguridad y la lucha contra el terrorismo. Así lo empezamos a sufrir después de los atentados del 11-S, con ilegalizaciones de organizaciones políticas, al amparo de que todo podía ser terrorismo, con listas interminables de organizaciones que de la noche a la mañana pasaban a ser terroristas. En otros casos, escudándose en la seguridad sanitaria, como lo vivido durante la pandemia. Eso sí, en este caso, se viese como se viese, el recorte de derechos fundamentales fue arbitrario, y así lo pudimos comprobar a lo largo de los diferentes confinamientos que tuvimos en los dos últimos años. Derechos fundamentales como el de manifestación, se podían ejercer en función del barrio al que perteneciesen los manifestantes. Y ahora la guerra en Europa del Este está sirviendo para que los gobiernos europeos apliquen leyes pensadas para situaciones de guerra, pero sin estar en guerra, puesto que está localizada de forma muy nítida; es una contienda ente Ucrania y Rusia, y no pasa por las mentes de la  OTAN ni la UE la idea de formalmente ser parte directa en el conflicto.

Detrás de todo este recorte de derechos individuales y colectivos, lo que está habiendo es un intento de control de la disidencia política e ideológica, y para ello el paso fundamental que están dando los estados es la manipulación de la información. Esta tiene que llegar a la ciudadanía lo suficientemente cocinada para que cualquier parecido con la realidad sea pura coincidencia, pero que sirva a los intereses de los que dominan en los países occidentales.

En todo este deterioro de la salud democrática, los medios de comunicación son la herramienta perfecta para que el Poder pueda llevar a cabo toda esta estrategia, y el periodismo independiente se acaba convirtiendo en la mayor víctima. Los aparatos de los Estados se apoyan en los grandes medios de comunicación que pertenecen a los grandes grupos económicos para la defensa de sus intereses y los periodistas de esos medios no dejan de ser marionetas en manos de los que dirigen esos medios de comunicación.

En este ambiente de manipulación informativa, tienen que andarse con cuidado todos aquellos profesionales del periodismo que son independientes y que tienen un compromiso con la sociedad y con el derecho a una información veraz.

Desde que dio comienzo el conflicto entre Ucrania y Rusia los estados que forman parte de la OTAN y la UE están utilizando la información como el arma más importante para ganar la batalla ante la opinión pública, por lo que el derecho a la información ha pasado a mejor vida. Desde Occidente se ha criticado duramente la actuación del Gobierno ruso en esta materia, pero las diferencias entre ambas partes son más bien de matices. La prohibición de poder ver canales de televisión ruso en Europa occidental es una vulneración del derecho a una información plural. Da la impresión que sólo buscan el pensamiento único. Y con todo esto que acabo de exponer no  justifico la decisión de Putin de invadir Ucrania, pues son cuestiones diferentes.

En este conflicto no quieren testigos que cuenten las cosas que ven, porque la verdad pone en peligro los intereses de toda esa maquinaria montada para que la ciudadanía se forme una opinión en función de los intereses de los países occidentales y cuando hay algún periodista que su objetivo es informar al margen de los poderes mediáticos no deja de ser una persona molesta.

En esta situación se encuentra el periodista vasco Pablo González, que lleva más de 130 días secuestrado e incomunicado en una prisión de Polonia, bajo la acusación de ser espía ruso. Para denunciar esta situación y solidarizarse con el Pablo González, el pasado jueves, 7 de julio, se celebró en Euskal-Etxea de Madrid un acto en el que intervinieron personas de diferentes ámbitos[1]. También intervino mediante videoconferencia Oihana Goiriena, compañera de Pablo González.

Este caso está sirviendo para poder observar el grado de rusofobia que se está trasladando a la ciudadanía. El hecho que Pablo González tenga doble pasaporte, español y ruso, al ser hijo de uno de los niños de la guerra que acabó recalando en la URSS, que domine el ruso y sea un conocedor de los países de esa zona, habiendo estado como periodista en el Dombás, ha servido para estigmatizarlo desde el momento que se conoció su detención.

Del acto quisiera destacar algunas cuestiones que son importantes para poder entender el nivel informativo que se está dando en Europa occidental entorno del conflicto entre Ucrania y Rusia.

Desde la óptica jurídica el magistrado Martín Pallín definió esta situación como un secuestro judicial. La detención se ha producido en un país que no es parte directa en el conflicto, puesto que Polonia y Rusia no están en guerra. Se están vulnerado todo tipo de legislación y tratados europeos, que son de obligado cumplimiento en Polonia al ser miembro de la UE. Pablo González se encuentra en un régimen de incomunicación en el que se le ha prohibido tener un abogado de su confianza y tener una comunicación con su familia. Y dentro de esta situación la abogada Silvia Arribas denunció la pasividad del Gobierno español que se ha limitado a darle asistencia consular mediante tres visitas que le ha realizado el cónsul español. La UE en este caso está mirando para otro lado, sabiendo de las dudas que desde hace tiempo ha generado en este organismo la judicatura polaca.

Desde la óptica del derecho a la información, el panorama que describieron diferentes intervinientes del mundo del periodismo fue bastante negro. Las diversas intervenciones que se dieron en la sala tuvieron un denominador común: hicieron hincapié en la falta de solidaridad por parte de los profesionales del periodismo y la falta de sensibilidad que se vive en nuestra sociedad ante situaciones de este tipo.

El grado de abandono que está sufriendo Pablo González llega al extremo que si uno intenta buscar en Internet la única crónica sobre el acto es la que ha escrito Iñaki Alrui, para el digital LoqueSOMOS. Aquí os dejo el enlace de la crónica para quien esté interesado: https://loquesomos.org/desde-madrid-pablo-gonzalez-libertad.

El apagón informativo está funcionando a la perfección en una sociedad en la que se presume que es transparente. Y en palabras de la periodista Teresa Aranguren, nos encontramos en un contexto de pensamiento único.

Para finalizar, es de agradecer que el salón de actos de Euskal-Etxea de Madrid haya podido servir para ser un altavoz de la solidaridad con el periodista Pablo González, puesto que un acto de esta naturaleza no es lo más atrayente para muchos auditorios.


[1] Los intervinientes fueron Lola, del Colectivo de Madres contra la Represión, José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo, Ana María Pascual, periodista de Público, Silvia Arribas, abogada de la Asociación Libre de Abogadas y la periodista Teresa Aranguren.

El constante maltrato al electorado de izquierdas

El constante maltrato al electorado de izquierdas

No era mi intención escribir línea alguna sobre las elecciones andaluzas, más que nada, porque el final de la película era muy previsible, en el ambiente no había duda alguna que se iba a dar el tercer resultado consecutivo en unas elecciones autonómicas en las que el PSOE pincharía y la izquierda española volvería a darse otro batacazo y de esa forma se cumpliría un guion escrito con mucho tiempo de antelación. Algunos partidos ya habían perdido las elecciones desde el momento en el que fueron convocadas. La única duda era si el PP obtendría la mayoría absoluta, como así ha ocurrido al final del proceso electoral.

El motivo que me han hecho cambiar de opinión a la hora de escribir esto, lo podría resumir en que con los resultados en la mano, es imposible que algunos líderes que se denominan de izquierdas maltraten peor a su potencial electorado.

Escuchar al candidato del PSOE decir que el mal resultado de su partido se debe a que no se ha movilizado el votante de izquierdas es un insulto a toda aquella persona que se siente de izquierdas y que es vilipendiada día tras día por parte de un partido, el PSOE, que desde que llegó por primera vez a gobernar, allá por 1982, ha realizado políticas de derechas en el Estado español, y en Andalucía en particular. Ante este fracaso, al candidato del PSOE habría que recordarle algunas cuestiones que son imprescindibles para entender lo que le ha pasado a su partido.

Las políticas del PSOE en Andalucía no han sido muy diferentes de las realizadas por el PP. Durante los más de 35 años que el PSOE gobernó en esa comunidad, las políticas de izquierda brillaron por su ausencia, sobre todo, cuando no necesito el apoyo de IU. Su acción de gobierno, en muchas ocasiones, las separaba de las del PP una línea difusa, llegando a conseguir que el electorado no encontrase diferencias entre ambos. Un ejemplo es el de la Sanidad Pública. Estando de acuerdo que es un ejercicio muy sano criticar continuamente el furor del PP para privatizar la gestión de la Sanidad en las comunidades donde gobierna, como es el caso de Díaz Ayuso en Madrid, también es necesario recordar que cuando ha gobernado el PSOE en Andalucía ha realizado las mismas políticas. Durante muchos años los hospitales que se construyeron en Andalucía bajo los mandatos del PSOE fueron de gestión privada.

Uno de los problemas que arrastra el PSOE es que no asimila que el votante ya no tiene una identificación o sentimiento inquebrantable a lo largo del tiempo con unas siglas. Esto ya no funciona como los sentimientos con un club de fútbol que son para toda la vida. Hoy en día una persona es capaz de cambiar su voto de toda la vida, máxime si, como he dicho anteriormente, las diferencias con su oponente son imperceptibles. Esto le llevaba ocurriendo al PSOE en Andalucía desde hace tiempo, pero parece que no se quieren enterar. Deben de seguir echando de menos esa época en la que para ganar las elecciones sacaban a pasear a Felipe González y Alfonso Guerra y con cuatro frases y un poco de gracejo andaluz, les era más que suficiente para cubrir sus expectativas electorales.

Cuando gobierna el PSOE suele ser una auténtica heroicidad que realice políticas de izquierda en materia socioeconómica, o para poner en su sitio a las multinacionales de la energía, como ocurre en estos momentos tan complicados que estamos pasando. Es incapaz de adoptar medidas que no sean paños calientes y que sirvan para mejorar de forma sustancial la situación de los sectores más humildes de la población, aunque ello colisione con los privilegios de unos pocos. Ante esta situación que se repite de forma cíclica cuando llega al gobierno, es imposible que el electorado de izquierdas se movilice masivamente en unas elecciones en favor de estas siglas y ocurra que el PP cada vez obtiene mejores resultados en los barrios más deprimidos  de Andalucía.

Un dato que hay que tener en cuenta es que el PSOE de Andalucía ha sido, junto al PSOE de Extremadura y Castilla-La Mancha, el estandarte del PSOE más rancio de todo el Estado español. Ese PSOE de mantilla y castañuela, que se ha montado a caballo, al igual que un señorito andaluz, enarbolando todos los símbolos de la derecha más rancia, que ha criticado cualquier gesto para solucionar los conflictos de carácter plurinacional, que ha sido reacio a más no poder con los pactos alcanzados por la dirección de su partido a la hora de formar gobierno y que ha criticado duramente cualquier acuerdo con independentistas vascos o catalanes, como si fueran una banda de apestados y no olvidemos que aplaudieron fervorosamente la aplicación del 155 en Catalunya por parte del Gobierno del PP. Cualquiera de esas intervenciones que realizan los dirigentes del PSOE de esas comunidades las puede haber realizado perfectamente cualquier líder de la ultraderecha española. Un partido que en Andalucía no ha evolucionado en el tiempo y no ha sabido hacer pedagogía por esas tierras para asumir la realidad de un Estado plurinacional. Han preferido envolverse en la bandera española, al más puro estilo de la extrema derecha, sin tener en cuenta que cuando se entra en ese juego al final lo pierden, porque ese discurso es una de las señas de identidad de la ultraderecha española.

La izquierda andaluza (cuando hablo de la izquierda me refiero única y exclusivamente a todo ese espectro a la izquierda del PSOE) iba a estas elecciones con una mochila repleta de problemas que venía arrastrando de tiempo atrás y que han terminado de explotar en cuanto fueron convocadas las elecciones.

Los problemas empezaron hace algo más de dos años con la ruptura de Anticapitalistas con Podemos derivadas de las diferencias políticas insalvables. Dos formas concepciones antagónicas a la hora de analizar el momento político, pero sobre todo, de las estrategias a seguir. La situación se agravó y llegó a ser lamentable cuando los miembros de UP expulsaron del grupo parlamentario a los miembros de Anticapitalistas entre las que se encontraba Teresa Rodríguez y el posterior intento frustrado de UP para privarles de las actas de diputados autonómicos. Una acción, la de intentar que perdieran sus actas, que generó muchas dudas legales y que no prosperó, pero que dejó una herida imposible de cicatrizarse a medio plazo, lo que auguraba que cada uno recorrería caminos diferente.

Si todo lo anterior presagiaba un futuro poco halagüeño, no era nada para el espectáculo que nos tenían reservado para los meses previos a las elecciones. Bajo el nombre Por Andalucía, la mayoría de los grupos de izquierdas crearon una candidatura en la que Podemos e IU eran las formaciones con mayor peso. Pero ese proceso ha sido uno de los capítulos más lamentables de la izquierda que uno pueda recordar. Los navajazos entre Podemos e IU a la hora de ver quien lideraba la candidatura, el reparto de las subvenciones y la imagen por parte Podemos, llegando fuera de plazo su adhesión a la candidatura, han servido para ahuyentar al votante de izquierdas. Pero como todo este esperpento no les debía de parecer suficiente, la guinda al pastel ha sido cuando la candidatura de Por Andalucía impugnaba la presencia de Adelante Andalucía en los debates televisados. El cainismo de la izquierda en estado puro. En la candidatura de Por Andalucía, tampoco han sabido dar una imagen de unidad a lo largo de la campaña y eso el votante lo percibe. Cada partido ha realizado la campaña un poco por su lado. En los mítines los líderes de unos partidos no coincidían con los de otros partidos. Mas que una candidatura, era la suma de muchas siglas. Todo esto ha ayudado a que se diese un fracaso histórico.

Claro, cuando uno escucha las declaraciones de la candidata de Por Andalucía, Inma Nieto, en las que para justificar el fracaso de su candidatura, culpa a Teresa Rodríguez (Adelante Andalucía) de los malos resultados por presentarse en solitario y dividir a la izquierda no deja de ser un insulto a la inteligencia. Inma nieto, una de las responsables de la expulsión de Teresa Rodríguez y los suyos del grupo parlamentario que compartían en la anterior legislatura andaluza acusa a esta de la división de la izquierda. Las declaraciones de la candidata de Por Andalucía tenían una explicación: era la manera de desviar la atención de un fracaso que llevaba fraguándose varios años, pero que el proceso para crear la candidatura Por Andalucía lo ha acabado rematando.

Si la izquierda andaluza arrastraba los problemas anteriormente descritos, en el caso de la candidatura Por Andalucía, en la que las formaciones más importantes son Podemos e IU, hay que añadir un problema de fondo en su discurso. Es muy complicado querer hacer una campaña de izquierdas con el bagaje que estos dos partidos están teniendo en el gobierno de coalición. Se hace difícil hablar de políticas progresistas en esta campaña cuando IU y Podemos forman parte de un gobierno que no es capaz de aplicarlas. Cada vez que tienen que aprobar alguna medida parece el parto de los montes. La postura de estos dos partidos es muy complicada, pues se antoja bastante difícil y, si se me apura, incómodo estar en un gobierno y a su vez desde fuera apoyar iniciativas que critican la acción del gobierno al que pertenecen.

Sin ser un buen resultado el de Adelante Andalucía, ha conseguido cubrir los objetivos que se habían marcado, que no era otro que entrar en el Parlamento andaluz. Aun teniendo una candidata muy conocida, el objetivo era complicado. La posibilidad de poder de tener voz en el un parlamento autonómico les va a permitir confrontar su discurso con el resto de fuerzas políticas.

La campaña realizada por el PSOE y las candidaturas de izquierda han servido para constatar que no han sido incapaces de acorralar al candidato del PP. Este salió ileso y si se me apura, fortalecido después de los dos debates de televisión. Los partidos a la izquierda han vuelto a entrar al trapo de pedir al candidato del PP que explicase si iba a gobernar o no con VOX. Una pregunta innecesaria, puesto que después de las elecciones de diciembre de 2018 el PP de Moreno Bonilla ya recurrió a VOX para poder lograr la investidura y visto lo visto en Castilla y León, la pregunta ya está respondida. Ante esa obcecación, el efecto que han conseguido ha sido el contrario al deseado, puesto que un porcentaje de votantes del PSOE han apoyado al candidato del PP para evitar que dependiera de los votos de la ultraderecha. Y a su vez, ante todo este despropósito, más de un votante de izquierdas, ha entendido que el voto útil era apoyar al PSOE como mal menor. Todo esto ha generado un corrimiento del electorado hacia la derecha.

A todo este movimiento de votos que se fueron al PP procedentes de votantes del PSOE, hay que añadir que VOX se pasó de frenada durante la campaña exigiendo entrar en el gobierno del PP si este no lograba la mayoría absoluta. Su insistencia fue de tal tono que lo que han conseguido es facilitarle al PP una victoria que probablemente hace unos meses no contaban que fuera de esta magnitud.

Después de las elecciones de Andalucía, el futuro del Gobierno de coalición pende de un hilo. Las consecuencias de la guerra están siendo diabólicas, máxime si le añadimos las secuelas que se arrastraba desde la pandemia. Si en las próximas semanas no es capaz de tomar medidas de carácter económico de envergadura para neutralizar la actual situación, a finales de año estará clínicamente muerto. Este mensaje le está llegando por activa y por pasiva, porque el margen de tiempo cada vez es menor y el poco crédito que le queda se le acaba.

La miseria moral de Occidente

En primer lugar, como cuestión preliminar, y viendo que al tratar el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania ha aumentado la sensibilidad de la opinión pública hasta el extremo que si uno hace un comentario o análisis crítico acerca de una de las partes en conflicto ya se le acusa de estar a favor de la otra, voy a dejar claras algunas cuestiones.

En primer lugar, estoy en contra de todo tipo de agresión, militar o de otra naturaleza, a cualquier país soberano, por eso me parece una aberración la carrera armamentística de las grandes potencias mundiales que sólo tiene una finalidad: la defensa de los intereses económicos de las élites de los países contendientes. Las guerras son un instrumento del capitalismo para acumular más riqueza y para ello, utilizan el nacionalismo más reaccionario para enfrentar a unos pueblos contra otros, siendo estos los que ponen los muertos en todo conflicto. Y quien sufre las consecuencias es, como siempre, la población civil. Y por supuesto, estoy en contra de los que exportan la guerra lejos de sus fronteras con la finalidad de obtener grandes beneficios para sus empresas armamentísticas.

Por todo lo que acabo de exponer, estoy en contra de todas las agresiones y guerras que se han dado o se dan a lo largo del planeta, que por cierto, en la actualidad hay algo más de una docena de ellas y de las que no se habla. El hecho de que la guerra se esté produciendo en Europa no lo hace más grave que cuando ocurre en otras regiones del mundo.

En el caso de la guerra entre Rusia y Ucrania también voy a hacer una consideración preliminar. El conflicto no se ha iniciado el pasado 24 de febrero con el ataque de Rusia a Ucrania y su invasión. El conflicto lleva produciéndose desde 2014, con alrededor de 14.000 muertos en la zona del Dombás. Si bien es cierto que hay muchas personas que teniendo conocimiento de esto, curiosamente han entrado en un estado de amnesia para poder mantener en este momento un discurso bélico acorde con los dictados de EEUU, la OTAN y ese títere de los EEUU que es la Unión Europea.

Dicho todo esto, son innumerables los temas que se pueden tratar entorno a este conflicto, pero el que en este momento me preocupa es la miseria moral de Occidente en esta conflagración, que se puede englobar en las siguientes cuestiones: política de refugiados, política de sanciones, vulneración del derecho de información y blanqueo de regímenes que no cumplen los estándares de las democracias liberales.

No ha sido necesario que hayan pasado más de dos semanas desde que el Ejército ruso iniciara la ofensiva contra Ucrania para volver a constatar una vez más la mezquindad de Occidente con la colaboración inestimable de la gran mayoría de los medios de comunicación, pues no hay cuestión que afecte a este conflicto que no esté bajo los efectos de la manipulación política y/o informativa.

Occidente en general y Europa en particular, representan en estos momentos la mayor de las miserias y cada día que pasa logran superarse. A lo largo de las dos décadas que hemos consumido de este siglo, los países occidentales han llevado la guerra a diferentes zonas del planeta, en algunos casos de forma directa, como fueron las invasiones de Afganistán, Irak y los bombardeos a Libia, o de forma indirecta, apoyando a algunos países o grupos terroristas para derrocar a gobiernos que no eran de su cuerda o que eran un estorbo para sus intereses en la zona, como son el caso de las guerras en Siria y Yemen.

EEUU, en colaboración con los países que forman la OTAN y la UE, ha exportado destrucción y muerte para millones de personas inocentes que veían como de la noche a la mañana lo perdian todo, convirtiendo su vida en un infierno, siendo su única salida la huida y el abandono de su país. La situación actual de Ucrania es similar a la vivida en Siria, Libia, Iraq, Afganistán o Yemen. Mención especial tiene la cobertura que proporciona Occidente a las políticas belicistas del Estado de Israel para atacar al pueblo palestino y los países de su entorno, especialmente Siria. Es la típica guerra que se encuentra junto a nosotros, como el que tiene una jaqueca crónica que llega un momento que pasa a ser como algo connatural a esa persona. Eso sucede con la situación de los palestinos. Una situación sangrante en la que Occidente mira para otro lado, pues no se puede disgustar a Israel.

Las imágenes de destrucción y de personas huyendo que estamos viendo estos días son similares a las de cualquiera de los conflictos que he enumerado. Lo que cambia es que las personas que en Ucrania lo están sufriendo son blancos, rubios, no tienen la tez morena ni son negros, profesan la religión cristiana, van vestidos con ropa occidental de las mismas marcas que por estas tierras se consumen y llevan consigo un móvil de última generación. Y todo esto no es cuestión menor, pues casualmente en cuanto estalló este conflicto, la celeridad demostrada por los gobiernos de la UE ha sido inimaginable. No tardaron ni 48 horas en ponerse de acuerdo para aprobar el status de refugiado para todo aquel ucraniano que entrase en un pais de la UE, vamos, todo lo contrario de lo que ha sucedido en otras crisis humanitarias promovidas y provocadas por ese tridente formado por EEUU, la OTAN y el tonto útil que es la UE. Ello ha venido a demostrar que existen refugiados de primera y de segunda. Se critica a la extrema derecha, pero se acaba actuando como ella. La bajeza moral ha llegado hasta el extremo de diferenciar a las personas que huían de Ucrania entre los que eran nativos de este país y los que habían recalado en él como consecuencia de la huida de otros conflictos, como los procedentes de Siria o Afganistán. Si la actitud con la inmigración ucraniana la comparamos con el trato dado a lo largo de estos últimos días a las personas que saltaban la valla en Melilla, la comparación es insultante. Estos últimos eran recibidos a porrazo limpio. Eso con el gobierno más progresista de la historia. No quiero ni pensar cómo serán recibidos cuando VOX gobierne.

En relación a la acogida a los refugiados me parece impresionante el gesto de solidaridad de la sociedad europea volcándose en acoger a los refugiados ucranianos, dando ayuda de todo tipo, personas que han cogido una furgoneta y se han ido a traer familias para acogerlos en sus casas. Pero, como he mencionado anteriormente, en las dos últimas décadas ha habido varias crisis humanitarias provocadas por los países occidentales y, en el mejor de los casos, ha habido sectores de la población que han dado un apoyo, pero ni mucho menos ha tenido la misma magnitud, y ha estado sujeto a la crítica constante de los partidos de derecha europeos. Esto en el Estado español lo sabemos muy bien, el trio de Colón en su conjunto ha estado en contra de cualquier acogimiento a inmigrantes, aduciendo del peligro que generaba el efecto llamada. Ahora parece que no hay riesgo de que se produzca el tan temido para la derecha efecto llamada y toda solidaridad es poca. La conclusión es que la doble vara de medir de la clase política europea ha sido asimilada por la sociedad. Y con esto en absoluto critico la solidaridad desplegada durante estas últimas semanas, sino que echo en falta que se actúe de la misma forma cuando se dan situaciones similares en otros conflictos, con el agravante que su origen se encuentra en las injerencias políticas y militares de los países de occidentales. Hasta en la solidaridad hay un poso de xenofobia.

La política de sanciones que aplica Occidente no deja de ser una forma arbitraria de imponer su hegemonía. Su finalidad no es tanto la democratización ni el respeto de los derechos humanos en los Estados a los que se les aplica cualquier medida de esta naturaleza, sino que sigan los dictados de EEUU y de la UE. A la hora de imponer sanciones económicas a un Estado las grandes potencias tienen presente los beneficios o perjuicios económicos y geoestratégicos que la decisión generaría. En función de esto se blanquea al régimen de turno, sin perjuicio que sea una dictadura feudal, caso de las monarquías feudales del Golfo Pérsico con Arabia Saudita a la cabeza, un Estado genocida, al estilo de Israel con el pueblo palestino o Marruecos con el pueblo saharaui. A ninguno de estos países se les ha impuesto sanciones económicas. Y habría que preguntarse ¿y por qué ahora a Rusia? Porque el régimen ruso no ha engañado a nadie en los últimos 30 años. Ha practicado la represión contra la prensa y la oposición hasta el punto de llegar a envenenar, asesinar o encarcelar a ciudadanos rusos, practicó atrocidades durante las dos guerras de Chechenia y durante todo este tiempo la Comunidad Internacional nunca tomó medidas de calado, se ha limitado a protestar y nunca se han puesto en tela de juicio los procesos electorales rusos sobre los que ha habido algo más que indicios de fraude.

Ahora, como la cosa en materia energética se complica, el guardián de las esencias democráticas, EEUU, ha dado un paso más en su falta de ética y por cuestiones crematística no ha dudado en tocar la puerta de Venezuela y de intentar normalizar las relaciones. Después de haberlo demonizado y de haber aplicado un embargo económico que lo ha sufrido todo el pueblo venezolano ahora da un giro de 180 grados. Partiendo de la premisa que Venezuela es un Estado soberano sobre el que no debe de haber ninguna injerencia extranjera, el viraje de los EEUU es una muestra más de la falta de toda moral en materia de derechos humanos.

Otro tema que es muy preocupante es que la vulneración del derecho de información es una constante en una guerra y esta no está siendo una excepción. Entiendo que para la inmensa mayoría de los medios de comunicación de Occidente debe de ser casi imposible escribir desde unos parámetros de imparcialidad, rigor y profesionalidad sobre las innumerables cuestiones que afectan al conflicto armado entre Rusia y Ucrania. Su relación de dependencia con los grandes grupos económicos y de poder político les lleva a ubicarse en el bando del poder. Por tanto, nada podemos esperar de su labor, pues va dirigida a apuntalar a los prebostes políticos y económicos.

Es muy preocupante que en lo relacionado con la información se esté viviendo un auténtico estado de excepción. La decisión adoptada por los países de la UE de prohibir la emisión de canales de televisión rusos es una vulneración del derecho que tiene el ciudadano a elegir donde se quiere informar y de tratarnos por tontos. Que este tipo de prácticas se den en Rusia, un país donde los derechos fundamentales se encuentran diariamente vulnerados, es algo esperable, pero que lo haga la UE es muy preocupante, como lo es que el reportero vasco Pablo González se encuentre encarcelado en Polonia acusado de espionaje, sin que a día de hoy hayan aportado prueba alguna. Ante esta vulneración del derecho de información la UE mira para otro lado. Debe de ser que no quieren testigos incómodos.

A lo largo de estas semanas se ha podido observar cómo los medios de comunicación españoles han intentado desnaturalizar algunos hechos que se han producido en los últimos ocho años en Ucrania. Comprobar como han intentado lavar la cara del régimen ucraniano surgido del Euromaidán[1] en cuestiones como la quema de la casa de los sindicatos en Odessa por parte del grupo paramilitar de ideología neofascista Sector Derecho, partidario del Gobierno ucraniano, donde murieron más de cuarenta personas que se habían refugiado en ese edificio para protegerse de las agresiones de estos grupos, la inclusión en el ejército regular ucraniano de todas estas unidades paramilitares neonazis o la ilegalización de los partidos comunistas de Ucrania son una muestra de la labor que está realizando la prensa. Además de poca profesionalidad, no han dudado en alinearse con una de las partes enfrentadas, en vez de ser rigurosos a la hora de informar.

Da la sensación que la UE se siente más cómoda con medios de comunicación que blanquean a organizaciones nazis y fascistas a través de la cobertura informativa que les están proporcionando. Tanto en televisión como en la prensa escrita han aparecido entrevistas a miembros de grupos fascistas que se han apuntado de voluntarios para alistarse en los regimientos nazis que hay en Ucrania, como es el Regimiento Azov (grupo paramilitar nazi ucraniano que ha sido integrado en el ejército de este país). Lo cuál no deja de ser un blanqueamiento político del actual régimen ucraniano, que no es que haya brillado por la defensa de los derechos humanos y los valores democráticos.

Esto último me sirve para enlazar con la última cuestión que es la relativa al blanqueo por parte de Occidente de los regímenes que no cumplen con los estándares de las democracias liberales y un ejemplo es el régimen ucraniano. Las políticas de las democracias occidentales vienen a demostrar que no tienen ningún interés en que países como Ucrania se conviertan en democracias donde se garanticen los derechos civiles y políticos de la población y se respeten los derechos humanos, entre otros de las minorías existentes. EEUU y sus socios están más preocupados por la geopolítica para la defensa de sus intereses y lo de la democracia y los derechos humanos se queda en pura retórica.


[1] Euromaidán: Revolución que se produjo en Ucrania en 2014.

La izquierda española está en bucle

Parece que la izquierda española sigue instalada en su particular bucle y no tiene mucha intención de salir de él. Siempre que tiene un fracaso electoral se habla de abrir un proceso de reflexión para conjurarse y salir de la deriva en la que se encuentra desde hace tiempo, pero la realidad es que desde 2016 es incapaz de superar esta tendencia en la que se ha instalado.

La situación ha pasado de ser preocupante a, si se me apura, dramática, puesto que el reloj corre en su contra. El calendario electoral se le va echando encima y se me antoja un tanto complicado que sea capaz de salir de la tormenta que tiene encima. No hay territorio, comunidad autónoma o nación del Estado español en la que no haya tenido un fracaso electoral.

A todo esto, hay que añadirle que la extrema derecha empieza a ver reflejados sus resultados de las elecciones generales de noviembre de 2019 en las CCAA donde se han realizado elecciones, como es el caso de Castilla y León. Y parece que algunas élites pensantes de la izquierda española, para tapar los fracasos propios y evitar buscar respuesta a sus problemas, han puesto el foco en el peligro que supone la extrema derecha, actitud que no es nueva, y algunos se han metido en la espiral de siempre; que si un cordón sanitario para aislar a la extrema derecha, que hay que blindarse contra VOX, etc… En relación con esto, ha habido una catarata de análisis en medios de comunicación digitales del espacio de la izquierda, así como en redes sociales, en las que se analiza el fenómeno del ascenso de la extrema derecha, pero echo en falta una crítica profunda sobre lo que le sucede a la izquierda estatal. Es lo de siempre, más preocupados por los demás que por los problemas propios. Y ahora con los enredos existentes en el PP, estamos todos más pendientes del adversario que de corregir la deriva que se vive en nuestra casa.

Ante esta descomposición de la izquierda que se está viviendo, a mí me vienen a la mente algunas preguntas-reflexiones de lo más sencillas.

¿Cuál es el problema que se da en la izquierda? ¿su caída se debe al crecimiento de la extrema derecha o es producto de sus propios errores? O dicho de otro modo ¿No será que el crecimiento de la extrema derecha es consecuencia de los errores de la izquierda? Entonces ¿No sería lo lógico profundizar donde falla la izquierda y preguntarse por qué mucha gente que votaba esta opción ahora le ha dado la espalda? Lo que está claro es que esos ciudadanos que no hace tanto tiempo votaban a la izquierda nacida del 15M no se han esfumado por arte de magia. Siguen en el mismo lugar donde se encontraban hace unos años, pero han dado la espalda a la izquierda surgida del 15M para vaya uno a saber si se han ido a la abstención, por sentirse defraudados o, por el contrario, se han dejado seducir por ese discurso de la extrema derecha.

En la izquierda siempre ha flotado esa actitud en la que cuando se cosecha algún fracaso se mira con cierta superioridad intelectual a ese votante que por su condición socioeconómica debería de ser un voto fiel de la izquierda y, en cambio, vota opciones diametralmente opuestas. ¿Alguna vez hemos pensado si el problema radica en nosotros?

Para buscar respuestas a la crisis en la que está sumida la izquierda quizá haya que recurrir a análisis sencillos y no perderse por las ramas. Voy a exponer de forma somera algunas pequeñas ideas al respecto para que luego cada cual saque sus propias conclusiones.

Si un gran porcentaje de votantes han dejado de votar a la izquierda es porque el grado de satisfacción ha desaparecido y/o porque no ha cumplido con las expectativas creadas. Este es un mal endémico en la izquierda. Cuando llega al poder le cuesta tremendamente tomar iniciativas de calado, se pierde en grandes discursos. Luego esas decisiones que toma llegan tarde y mal al BOE, y algunas veces ni llegan. Se quedan en auténticos brindis al sol. 

Tiene una grandísima incapacidad de legislar para revertir las políticas que realiza la derecha. Y lo voy a resumir en dos temas de sobra conocidos: el fracaso de la derogación de la reforma laboral, pues sólo se ha derogado una parte minúscula de lo que aprobó la derecha cuando gobernó y la Ley Mordaza, que vuelve a ocurrir lo mismo que con la reforma laboral. En el caso de la Ley Mordaza, hasta tal punto es preocupante, que ha tenido que llegar el Consejo de Europa para solicitar que realicen una reforma de calado para adecuar la legislación española a los estándares democráticos y equipararla a las normas europeas e internacionales de derechos humanos. Que después de dos años de gobierno tenga que venir un organismo internacional y te diga eso, no cabe duda que algo falla en una acción de gobierno que se define como progresista y/o de izquierdas.

Es muy preocupante que después de algo más de dos años de gobierno hayan sido incapaces de sacar adelante la ley de vivienda, que ha ocasionado continuos enfrentamientos entre los socios de gobierno, la ley del “solo si es si”, la Ley de Memoria Democrática y la reforma fiscal, y por lo que respecta a la nueva Ley de Universidades ni está ni se la espera a corto plazo. El anterior ministro de Universidades Manuel Castells, que pasó con más pena que gloria por el ministerio de Universidades, lo que logró es poner en pie de guerra a toda la comunidad universitaria, sobre todo al alumnado de la universidad pública, llegando a organizarle una huelga en otoño pasado.

De la situación de Catalunya poco o nada hay que añadir. Este Gobierno está dando largas a sentarse con el Govern en la mesa de diálogo y lo apuesta todo a las disensiones entre los partidos que forman el bloque independentista. No tiene interés alguno en abordar este tema. Actúa en clave electoral y quiere evitar la pérdida de votos en otros territorios ¿no sería más lógico que hiciera una política didáctica en el resto del Estado explicando que la cuestión de Catalunya se resuelve dialogando, con más dosis de democracia y escuchando a la opinión de la ciudadanía catalana?

Si todo esto es grave, lo es mucho más ver cómo esta semana el PSOE se ha unido a PP, VOX y Cs para tumbar las propuestas de reforma fiscal pactadas por UP con los socios de investidura. El PSOE puede votar tranquilamente junto con la extrema derecha sin inmutarse. Eso sí, en los días previos a la votación de la reforma laboral, en un estado de semi histeria, salía el ministro Félix Bolaños acusando a otras formaciones de izquierdas de salir en la foto votando junto al bloque de extrema derecha. La desvergüenza no tiene límites.

Anteriormente he mencionado que el Gobierno no ha sido capaz de sacar adelante la Ley de Memoria Democrática que está invernando en el Congreso, porque es consciente que con la redacción actual no le dan los números para aprobarla, pero es que en sus actuaciones diarias es incapaz de cumplir con la ley vigente (La Ley de Memoria Histórica). Esta semana ha vuelto a salir publicado que en el cuartel de Loyola hay una exposición sobre la División Azul. Y lo grave es que tiene todas las bendiciones de la ministra de Defensa y equipara esa exposición a otras exposiciones vinculadas a republicanos ¡Hay que tener estómago! Luego nos extrañamos de que haya grupos de Whassap de militares que digan las barbaridades que dicen. Tienen barra libre.

Con este tipo de políticas erráticas ¿alguien se extraña que no se dé una sangría de votos en la izquierda? y para tapar toda esta inacción de gobierno queda muy bien sacar el fantasma que viene la extrema derecha. De hecho, eso harán cuando se acerquen los procesos electorales y nos dirán que viene el lobo y apelarán a la responsabilidad para evitar que el fascismo entre en las instituciones. El problema es que igual ni yendo a votar y pasando lista se logra pararlo, porque el crecimiento de la extrema derecha es directamente proporcional a la incapacidad de este gobierno por hacer políticas en beneficio de las clases populares. Claro, luego tocará encomendarse a que en Catalunya, Euskal Herria y Galiza, las izquierdas soberanistas obtengan unos buenos resultados que impidan la mayoría absoluta de la extrema derecha. Lo que se suele decir, que vengan otros a sacar las castañas del fuego.

Dentro de la necesidad de hacer un análisis crítico dentro de la izquierda habría que lanzar de nuevo algunas preguntas, que reconozco que a día de hoy la respuesta puede ser un tanto ventajista después de haber visto lo que ha sucedido en estos dos últimos años ¿merecía la pena desgastarse en un gobierno de coalición con el PSOE en el que los choques han sido continuos? ¿Ha valido la pena renunciar a la calle y centrarse únicamente en la política institucional para ser la muletilla del PSOE? porque el vacío dejado en la calle lo ha ocupado la extrema derecha y ahora va a ser complicado recuperar el terreno perdido y ¿ha merecido la pena entrar en un gobierno que se ha limitado a hacer políticas neoliberales? ¿Lo poco que se ha conseguido en lo que va de legislatura se podía haber conseguido mediante un acuerdo de legislatura sin necesidad de abrasarse en un gobierno con tintes neoliberales?

Si la izquierda tiene que brillar por algo es por pisar el suelo de las ciudades y pueblos para conocer los problemas de la gente. No puede encerrarse en un despacho en el que llegan los datos de la subida del IPC, la energía, los carburantes o los alquileres en un informe frio. Las estadísticas son incapaces de transmitir los problemas de la gente y no vale ocultarse tras factores externos aunque los haya. Los números dicen que la economía crece, pero la realidad es que la brecha social sigue acrecentándose y cada vez aumenta más las personas en riesgo de exclusión.  

En el fracaso de la izquierda en las elecciones de Castilla y León hay que añadir dos problemas que la izquierda no se ha molestado en afrontarlos. En primer lugar su jacobinismo, pues todo lo relativo a los territorios es diseñado y decidido desde las direcciones ubicadas en Madrid, se hace y deshace de arriba abajo. En las elecciones de 2015 se pudo entender esa forma de actuar por la situación de excepcionalidad para echar al PP de las instituciones, pero a día de hoy esa forma de actuar está abocada al fracaso. Hay que respetar la plurinacionalidad del Estado español, pero con hechos. No basta con frases grandilocuentes.

El segundo problema es su desapego por el mundo rural. Respecto a esto último, en cuanto se saca a la izquierda de los problemas de las grandes ciudades o núcleos urbanos de cierta entidad se difumina. En los programas electorales lleva ideas muy importantes de y calado para afrontar los problemas que tiene el mundo rural, pero le falta realizar un trabajo a pie de obra. Da la impresión que da por perdida esa batalla, obviando que en algunos momentos ha obtenido buenos resultados o, al menos, mucho mejores que los cosechados en estas elecciones autonómicas. Porque no quisiera pensar que se deba a ver el mundo rural como algo de menor importancia y que no está a la altura intelectual de la izquierda urbanita, porque en muchas ocasiones esa es la sensación que uno puede percibir.

Ahora un sector de la izquierda se quiere volver a encomendar a un proyecto que su atractivo es la persona que lo va a liderar, Yolanda Diaz, o al menos esa es la esperanza a la que se intentan agarrar. De entrada soy bastante escéptico con los resultados que se vayan a obtener. Si el objetivo es parar la sangría de votos, puede ayudar algo, pero un proyecto tiene que ser algo más que la imagen de una persona, por mucho carisma que tenga, porque no vale de nada que lo tenga entre los convencidos, su imagen tiene que servir para atraer a otros y no sólo mantener a los incondicionales. Pero el problema es más profundo, es de agotamiento del proyecto y de distanciamiento entre los votantes y los dirigentes de la izquierda. En el fondo, la sensación es que se está apostando por un proyecto personalista para no poner sobre debatir sobre los problemas de fondo.

En esta reflexión he dejado a un lado de forma consciente el debate existente para que haya una única candidatura de izquierdas. Ese es un tema importante, pero sin un diagnóstico profundo de la situación actual, de nada sirven montar nuevas plataformas y proyectos. En esto último la izquierda tiene una experiencia contrastada, pero crear nuevas candidaturas no garantiza ganar elecciones.

Una farsa llamada reforma laboral

Karl Marx, al inicio de su obra El Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, se hacía eco de una frase de Hegel en la que el filósofo alemán decía que “todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos dos veces” para apostillarla Marx, diciendo que aparecen “una vez como tragedia y la otra como farsa”[1]. Sin lugar a dudas la reforma laboral del PP fue una tragedia para la clase trabajadora y la que ha aprobado el Gobierno del PSOE-UP se ha convertido en una farsa y en una estafa para los trabajadores, castigados por las reiteradas reformas laborales que han traído de forma sistemática la pérdida de derechos en materia laboral.

Para ahondar en esta farsa, la casualidad ha querido que el Gobierno de coalición haya aprobado esta reforma laboral el día de los Santos Inocentes. Una vez más la clase trabajadora emula a los santos inocentes del Evangelio, convirtiéndose en las víctimas propiciatorias de las políticas laborales del gobierno de turno. Y he dicho bien, ha aprobado una reforma laboral y no la derogación de la reforma laboral del PP de febrero de 2012, porque el tiempo ha venido a demostrar que ni la han derogado ni había intención de derogarla.

Para analizar el fondo del problema voy a hacer un repaso a la cronología de los hechos y para ello hay que remontarse al punto de partida, que no es otro que la llegada del PP al gobierno. Después de haber obtenido mayoría absoluta en las elecciones del 20 de noviembre de 2011. Mariano Rajoy fue investido el 20 de diciembre y no necesitó ni dos meses para aprobar su tan denostada reforma laboral. Esta es la eficacia demoledora de la derecha cuando gobierna. En concreto, en el Consejo de Ministros del 10 de febrero de 2012 aprobaron el “Real Decreto-Ley 3/2012 de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral”. La convalidación de esa norma dependió única y exclusivamente de la mayoría absoluta de la que gozaba el PP en esa legislatura. Los sindicatos fueron ninguneados y el PP se puso a los servicios de la CEOE. Lo normal en estos casos.

Después de dos elecciones generales a lo largo de 2019, se produjo un acuerdo de Gobierno de coalición entre el PSOE y UP. No es que el PSOE se sintiera atraído por esta fórmula, pero es que tampoco era cuestión de convocar unas terceras elecciones en menos de un año, con el agravante de que el comodín de Ciudadanos acaba de recibir un torpedo en su línea de flotación, abocándolos a la irrelevancia política. Al PSOE ya no le daban los números en un hipotético acuerdo con Cs, así que las posibilidades de acuerdos se estrechaban por lo que la disyuntiva era clara:  pacto con UP o terceras elecciones. Esta segunda opción hubiera sido una situación propicia para que el tándem de extrema derecha PP-VOX pudieran llegar al poder y el PSOE optó por pactar con UP, como mal menor. Al fin y al cabo, el PSOE acumula una gran experiencia en política de pactos  y en cómo gestionarlos en función de sus intereses y un gran arte para torear al socio de turno. Y a todo esto UP no dudo en aceptar la propuesta. No habían tomado el Cielo por asalto, pero entraban en labores de gobernanza, que para esta formación era un salvavidas, pues sus resultados dibujaban una línea descendente. Y vendían un discurso basado en la idea que entrando en el Gobierno iban a lograr mejorar la vida de la gente.

En los acuerdos de Gobierno PSOE-UP la redacción del apartado sociolaboral fue sencilla, nítida, sin frase subordinadas ni con doble sentido. En el documento que firmaron en diciembre de 2019 a la hora de afrontar la reforma laboral del PP se expresaron en los siguientes términos: “Derogaremos la reforma laboral. Recuperaremos los derechos laborales arrebatados por la reforma laboral 2012….” (este texto venía en negrita, quizá para que no empezaran a surgir las dudas desde el primer momento y no dar munición a los escépticos a este pacto) y dieron un paso más adelante en este texto, al acordar la elaboración de “un nuevo Estatuto de los Trabajadores para el siglo XXI” (también en negrita).

Con el documento en la mano, no parecía que hubiera dudas, plasmaron en el documento una promesa electoral que ambos partidos llevaban en sus respectivos programas electorales. En condiciones normales debía de ser cuestión de semanas que el Gobierno moviera ficha para derogarla. Si el PP para sacar adelante su reforma laboral, lo que conllevaba el estudio, redacción y aprobación, no necesitó ni dos meses, la derogación debía de ser casi de la noche a la mañana.

Pero no tenía ni un mes de vida este Gobierno y en una entrevista que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz concedió al diario El País (25 de enero de 2020) ya empezaba a recular y llegaba a realizar la siguiente afirmación: “Técnicamente no es derogable toda la reforma laboral, sería irresponsable”. Para ubicar la entrevista en el tiempo, esta se realizó antes de que estallase la pandemia y en un momento en el que el Gobierno debía de tomar decisiones de calado para que la sociedad percibiese que, por fin, había llegado un cambio radical en las políticas que surgian de este nuevo gobierno.

Con la perspectiva que da el tiempo que ha pasado es evidente que la entrevista de la ministra de Trabajo al diario El País tenía como finalidad el preparar el terreno para las renuncias que iba a hacer este Gobierno a lo largo de la legislatura.

Al poco tiempo llegó la pandemia y en todos ese camino lleno de complicaciones llegó el 20 de mayo de 2020 y como el Gobierno no tenía garantizados los votos suficientes en el Congreso de los diputados para la prórroga de uno de los Estados de alarma, los partidos del Gobierno (PSOE y UP) firmaron un acuerdo con EH Bildu en el que esta última formación se comprometía a apoyar la prórroga del estado de alarma y las tres fuerzas políticas se comprometían “a derogar de manera íntegra la Reforma Laboral del año 2012 impulsada por el Partido Popular”. Los términos utilizados no dejaban lugar a dudas, pero en cuanto se hizo público, Nadia Calviño, que más que vicepresidenta da la sensación que es la presidenta de facto, puso el grito en el cielo y el PSOE reculó sin ningún complejo. Ese es el valor que tiene la firma del PSOE en un acuerdo. En aquel momento Pablo Iglesias exigió que se cumpliera lo acordado, pero con el PSOE no va lo de Pacta Sunt Servanda (los acuerdos están para cumplirse) y al entonces líder de Podemos no le quedó más remedio que tragarse este sapo. Pero si esto fue grave, aún lo fue más que, ante ese acuerdo, los dos sindicatos mayoritarios (CCOO y UGT) saltaran como un resorte, exigiendo que antes se consultara a los agentes sociales. Algo inaudito, porque la derogación era una reivindicación sindical, pero parece que están más preocupados en ser invitados a una reunión y poderse hacer una fotografía que en la derogación de la norma para mejorar las condiciones laborales de los que dicen representar.

A partir de entonces la mal llamada derogación de la Reforma Laboral, primero se aparcó, luego se produjo la batalla en el Gobierno por ver quién lideraba las negociaciones con los agentes sociales, dando otro espectáculo lamentable, hasta que se metieron en el laberinto de las negociaciones a tres bandas: ministerio de Trabajo, empresarios y sindicatos. Las negociaciones se fueron eternizando y la CEOE encantada de la vida porque el tiempo corría a su favor y se empezaba a vislumbras que el verdadero interés del Gobierno no era la derogación de la legislación laboral aprobada por el PP.

Una vez visto lo que ha sido aprobado en el Consejo de Ministros, la conclusión es bastante clara. En todo este proceso negociador el Gobierno en ningún momento ha tenido la intención de proceder a su derogación y para camuflar toda esta farsa, han puesto el foco en la importancia del acuerdo a tres bandas (Gobierno, patronal y sindicatos), a sabiendas que con esta metodología de negociación la CEOE tenía en su mano el derecho de veto, pues en cuanto se levantara de la mesa, la tan deseada fotografía saltaba por los aires. Por ello ha sido una negociación en la que la patronal ha controlado la situación sin mayor problema. Es decir, el Gobierno ha primado las formas y la parafernalia a resolver el fondo del asunto, renunciando a perder la iniciativa política que le han concedido los apoyos recibidos en el Parlamento.

En todo este proceso la ministra, su equipo y UP han ejercido de muletilla del PSOE, haciendo un papelón que vamos a ver como lo venden en estos meses. Su deseo de ser la ministra de la concertación social al precio que fuese tenía como objetivo mejorar su imagen para el nuevo proyecto político que empieza a liderar. Ha renunciado a exigir al PSOE cumplir el acuerdo de gobierno PSOE-UP, para ser portada de medios de comunicación junto a patronal y sindicatos.

Teniendo claro la cronología de los hechos, habría que entrar en la vertiente del juego político. En todo este interminable proceso negociador los grandes olvidados han sido todos los partidos que propiciaron la investidura de Pedro Sánchez. Es decir, El Gobierno ha decidido abstraerse del documento para gobernar que aprobaron PSOE y UP y, por supuesto, se han puesto de perfil para incumplir lo pactado con EH Bildu, por mucho que en ese momento saliese Pablo Iglesias, manifestando que los pactos, en referencia al firmado con EH Bildu, había que cumplirlos.

Esta forma de actuar por parte del PSOE no debería de pillar de sorpresa a nadie, pero el perfil bajo que está teniendo UP (sobre todo Podemos) y las declaraciones que está realizando la ministra de Trabajo son la prueba palpable que no eran casuales sus declaraciones de principio de legislatura y me atrevería a decir que cuando acordaron el documento conjunto ninguno de los dos partidos tenía una intención real de cumplir lo que estaban firmando .

Y en esta cuestión el proceso seguido ha sido una tomadura de pelo a los electores, a los partidos que en su día propiciaron la investidura de este Gobierno y a los representantes de la soberanía, porque se les ha hurtado la posibilidad de negociar y debatir en el Parlamento  los términos de esta ley.

Esta reforma laboral se ha cocinado a espaldas de la inmensa mayoría de la sociedad. No se ha discutido con los socios parlamentarios del gobierno y el contenido de las negociaciones se iban conociendo por lo que contaba la prensa, con el natural malestar de los diversos grupos políticos. Si hubiera habido un deseo de derogación de la reforma laboral del PP la participación de patronal y sindicatos hubiera sido innecesaria a todas luces, pues era volver a la casilla anterior y deshacer la lo que aprobó el PP. Pero los intereses de este Gobierno eran sustancialmente diferentes y han apostado por consolidar las políticas neoliberales del PP.

A lo largo de la este proceso negociador hemos tenido que escuchar diferentes manifestaciones que una vez visto el resultado de lo aprobado su finalidad se circunscribía en justificar y dar cobertura a la reforma que estaban preparando. Entre las cosas que se han vertido una muy recurrente ha sido que técnicamente no se podía derogar la totalidad de la reforma laboral del PP. Dar esta excusa en un país en el que se acostumbra a legislar a través de disposiciones transitorias, sobre todo en materia fiscal y tributaria, para hacer todo tipo de cambios, no deja de ser un tanto burda. Es imposible entender que no se hubiera podido derogar de un plumazo de la legislación laboral aprobada por el PP cuestiones como que la indemnización por despido se vuelva a elevar de 33 a 45 días por año, que deje de der causa para el despido objetivo la disminución de los ingresos (no de los beneficios) de la empresa  durante tres trimestres consecutivos y tampoco recupera la necesidad de obtener una autorización previa para realizar un ERE, lo que permite a las empresas hacer un ERE cuando y como quieran y la única salida que le queda al trabajador es ir a la justicia ordinaria para impugnarlo, en vez que la autoridad laboral vele por los derechos de la parte más desfavorecida en una relación laboral, el trabajador.

En todo este proceso negociador el papel de los sindicatos CCOO y UGT ha sido muy pobre, puesto que lo que tenían que haber exigido es la derogación de la normativa aprobada por el PP, pues con ellos no contaron para nada. Por el contrario, la patronal ha tenido un protagonismo muy relevante y, lo que es más preocupante, sigue haciendo un marcaje al Gobierno en este tema. Los representantes de la CEOE se están prodigando en entrevistas y comparecencias en los medios de comunicación para dejar bien claro que en el Congreso no se puede tocar ni una coma de lo acordado con ellos. Lo grave no es que desprecien la representación de la soberanía popular, lo peor es que desde el Gobierno, con su presidente a la cabeza y de la mano de la ministra de Trabajo, está haciendo seguidismo de la línea marcada por la CEOE.

Como he dicho con anterioridad, la patronal es quien tiene más clara su hoja de ruta. Han obtenido un excelente acuerdo y no van a permitir que sea modificado en el supuesto que el Real Decreto-ley aprobado por el Gobiernos se tramite mediante ley, lo que conllevaría un debate sobre la totalidad el texto. Quieren una convalidación de lo aprobado en Consejo de Ministros, mediante una única votación, que es lo que ya empiezan a manifestar los ministros que más peso politico tienen. Y ante esto el Gobierno asiente.

Sin necesidad de entrar en el fondo de la reforma laboral, observar que desde Ciudadanos se ofrezcan a apoyar al Gobierno en esta materia si sus socios rechazan este texto o que haya voces dentro del PP que se hayan levantado pidiendo no oponerse, es como para que la preocupación ronde en los partidos que hasta ahora están siendo imprescindibles para este Gobierno. Si no fuera porque Casado está en una competición con Abascal para ver quien es más de extrema derecha, no habría ninguna duda al respecto. El PP se abstendría y saldría adelante esta reforma laboral, porque es una muy buena legislación para la patronal española.

Lo aprobado por el Gobierno tiene unos perdedores: los trabajadores, y dos ganadores indiscutibles: Mariano Rajoy y Fátima Bañez, pues ven con satisfacción que su reforma laboral sale indemne en lo referente a los apartados más lesivos para los trabajadores. Y es necesario recordar que la segunda, que en la actualidad trabaja para la CEOE, gracias a los servicios que prestó a la patronal durante el tiempo que fue ministra de Trabajo, debe de estar que no cabe de gozo.


[1] Fragmento transcrito de la obra de Karl Marx “El Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte”.

Golpe de estado contra la separación de poderes

Desde hace tiempo la calidad de la democracia en el Estado español está en la UCI. Realmente cuando se supone que fue concebida la democracia española, ésta ya nació con más de una tara y anomalía por todos conocidas. La herencia franquista en los diferentes estamentos del Estado es algo que no es necesario volver a recordarla.  Ni tampoco es necesario resaltar que el Poder Judicial del régimen del 78 no era ni más ni menos que el Poder Judicial franquista. Las mismas togas pasaron de aplicar la justicia franquista a dictar resoluciones bajo el paraguas del nuevo régimen.

A lo largo de los años ese Poder Judicial ha coexistido con el régimen existente sin grandes sobresaltos. Cuando ha tenido que dictar sentencias para apuntalar el régimen 78 ha tenido grandes alabanzas de los partidos que llevan sustentando este entramado desde hace más de cuarenta años (PSOE-PP). Y han sido varias las ocasiones en las que se han dado circunstancias que se han roto más de una costura del traje del supuesto Estado de derecho. Generalmente en la inmensa mayoría de esos casos el origen del conflicto procedía de la periferia territorial. Cuando han tenido que juzgar hechos cuya procedencia había que buscarla en disputas políticas procedentes de Euskal Herria y Catalunya, las más altas instancias de la judicatura española no han tenido ningún reparo en hacer volar por los aires todo lo que suene a un modelo de justicia garantista o a cualquier derecho fundamental que tengan las personas encausadas.

El problema es que estos casos de vulneración de los derechos civiles y políticos han sido vistos desde el resto del Estado como una cuestión lejana, que parecía que no iba con ellos. Pero de un tiempo a esta parte, en concreto, desde que en enero de 2020 fue investido el Gobierno de coalición actual, las togas empezaron a disparar a otros objetivos. De hecho, hace un año publiqué un artículo que lo titulé “Golpe de Estado de baja intensidad”[1], pues ya se venían dando ciertos episodios que eran muy preocupantes.

Este golpe de estado de baja intensidad, como hasta la fecha no ha logrado su objetivo, que no es otro que derrocar a este gobierno para que la extrema derecha acceda al poder, ha ido subiendo peldaños y el último ha sido la retirada del acta del diputado de Unidas Podemos, Alberto Rodríguez. En esta tesitura, la izquierda española empieza a vivir auténticas pesadillas desde que ha pasado a estar en el punto de mira de los poderes del Estado, convirtiéndose en el blanco de sus ataques con el objetivo de finiquitarlos políticamente y que vuelvan a la irrelevancia política.

El caso de Alberto Rodríguez es de una gravedad enorme, que se puede resumir con la siguiente frase: el Poder Judicial, con sus resoluciones, pisotea la separación de poderes para dejar sin efecto la voluntad de la soberanía popular que está representada en el Parlamento. Pero como he dicho anteriormente, esta forma de actuar por parte del Poder Judicial no es nueva. Existen precedentes que tienen muchos elementos en común con el caso de Alberto Rodríguez y que es necesario tenerlos presentes para poder tener una mejor visión de la involución que se está viviendo en algunas instituciones del Estado.

Los ataques e injerencias del Poder Judicial hacia el Poder Legislativo han logrado condenar a presidentes y miembros de la mesa de órganos legislativos, como son los casos vividos en el Parlamento Vasco y en el Parlament de Catalunya.

En el primer caso la mesa del Parlamento Vasco se negó a disolver el grupo parlamentario Sozialista Abertzaleak a requerimiento del Tribunal Supremo. Por dicho motivo condenó a su presidente, Juan Maria Atutxa (PNV) y a otros dos miembros de la mesa, Gorka Knörr (EA) y Kontxi Bilbao (EB Berdeak). Un caso de injerencia del Poder Judicial sobre el Legislativo autonómico vasco. El presidente del tribunal que les condenó era Marchena. El caso, como no podía ser de otra forma, acabó en TEDH, que dio la razón a los condenados y anuló la condena impuesta.

El segundo caso es la condena a Carmen Forcadell (ERC), siendo presidenta del Parlament de Catalunya. Los motivos que justificaron la condena es que facilitó el debate y aprobación de las leyes de desconexión. Por ello fue condenada por sedición, es decir, por dejar que en el Parlament se pudiera discutir una ley, que es para lo que se supone que sirve una cámara legislativa, para que sus miembros debatan y aprueben leyes, y luego ya se verán si se ajustan a la legislación o no, pero a priori, en un parlamento todo es discutible y debatible. Este procedimiento no ha tenido tiempo material de llegar a Estrasburgo, pero no cabe duda que ese es su destino, y en este caso el presidente del tribunal que condenó a Forcadell también fue Marchena.

Ambos casos citados tienen un denominador común: una injerencia por parte de un poder, el judicial, sobre otro, el legislativo. Y en ambos casos el mensaje es muy claro: cuidado con salirse de la línea, que los jueces guardianes del actual régimen están por encima de la representación popular y la separación de poderes no es que sea inexistente, sino que uno de ellos, el Judicial, está por encima del Legislativo que es la expresión de la soberanía popular.

Ahora el Tribunal Supremo ha dado un paso más en su injerencia ante el Poder Legislativo. Esta vez la víctima ha sido la mesa del Congreso de los Diputados. Pero en este caso, se ha encontrado una presidenta, Meritxell Batet, que es de un partido (PSOE), que lleva sustentando el régimen del 78 desde su inicio y obviando los informes de los letrados de la cámara que rechazaban que se inhabilitara al diputado de UP, Alberto Rodríguez, se ha plegado a las exigencias del Tribunal Supremo que lo condenó y que estaba también presidido por Marchena. Curioso, el mismo magistrado que actuó en los anteriores casos mencionados y que salía en los mensajes de Whassapp de los parlamentarios del PP como persona idónea para presidir el Tribunal Supremo y controlar la Sala Segunda por parte del PP. Si en algún momento cabía alguna duda por parte de algún despistado, con todo esto cual duda debería de estar más que de sobra despejada.

La actitud de la presidenta del Congreso no es casual. El hecho que no haya tenido en cuenta los informes realizados por los letrados del Congreso, lleva a pensar que ha obedecido instrucciones provenientes de otras instancias, porque los letrados no están como figuras decorativas.  Quizá sea casualidad que esta semana pasada PSOE y PP hayan pactado la renovación del Tribunal Constitucional y algunas otras instituciones, pero la verdad es que da que pensar.

Si la sentencia contra Alberto Rodríguez fue un atropello jurídico en lo concerniente a las pruebas practicadas y la valoración que de ellas hizo el tribunal, el retirarle su acta de diputado por parte de la presidenta del Congreso, ha sido un castigo político. Es preocupante, que la presidenta del Congreso no haya tenido presente los reiterados varapalos que el TEDH ha dado a las resoluciones que el TS, que de la mano de Marchena, ha emitido en procesos judiciales de un marcado cariz político. Da la sensación que no les debe de preocupar la imagen cara al exterior. En la actualidad, con toda la secuencia de ridículos judiciales a nivel internacional del Tribunal Supremo para intentar sin ningún éxito la extradición de Carles Puigdemont, es como para que la presidenta del Congreso hubiera tenido muy en cuenta la opinión de los juristas del Congreso, más que nada por una cuestión de higiene democrática. Si se me apura, hasta por preservar la imagen del régimen al que representa cara a Europa. Pero da la sensación que ante ciertas cuestiones, la imagen que pueden proyectar hacia el exterior no les importa absolutamente nada.

Todo esto no tendría un cierto tono surrealista, si no fuese porque el PSOE y UP forman parte de un Gobierno de coalición, que está siendo atacado por la extrema derecha a través de los elementos que tiene colocados dentro del Poder Judicial.

Lo realmente grave es que cada vez que hay un conflicto de esta naturaleza la posición del PSOE es nítida. Elige apuntalar al régimen del 78. Lo lleva haciendo desde hace años con el tema de la monarquía y, sobre todo, desde los escándalos que ha protagonizado el Emérito y que han salido a la luz en los últimos meses. Lo hace cuando tiene que tapar temas relacionados con los abusos policiales y violencia de Estado durante el franquismo como los ocurridos en los últimos cuarenta años. Y después de lo que se ha visto en el último congreso del PSOE, en que sólo ha faltado que sacasen a hombros a Felipe González, lo único que se puede uno preguntar ¿hasta cuándo Unidas Podemos va a seguir haciendo de palmeros de este gobierno?


[1] Enlace del artículo “golpe de Estado de baja intensidad” https://mikelcastrillourrejola.wordpress.com/2020/10/18/golpe-de-estado-de-baja-intensidad/

El PP: Franquismo puro y duro

La derecha española no ha podido aguantar más y ha decidido quitarse la careta. Han intentado durante algo más de cuarenta años vender a la opinión pública que era una derecha demócrata y civilizada, pero al final la cabra siempre tira al monte y en este tema no iba a ser una excepción. La semana pasada hemos podido ver como el Partido Popular ha llamado a las cosas como les pide el cuerpo. Debe de ser que el calor veraniego ha ayudado a que se derrita la capa de cera democrática que se impregnaron en el rostro para dar el pego al personal.

Para ellos, Franco no dio un golpe de Estado, la culpa de todo la tuvo la II República y les ha faltado decir que la responsabilidad todo lo sucedido fue de las personas que no votaron a las candidaturas de la CEDA en las elecciones de febrero de 1936. La derecha española y sus satélites, encabezados por la Brunete mediática, acabarán echando en cara a la población de la época que no introdujeran en la urna la papeleta correcta ¡al tiempo! De poco les sirve que diferentes historiadores de reconocido prestigio hayan manifestado que lo sucedido fue un golpe de Estado contra un régimen legítimo y legalmente constituido. A partir de aquí, cualquier cosa que digan pasará a un segundo plano.

Después de la muerte del dictador la inmensa mayoría de la clase política que medraba a la sombra del franquismo inició un proceso de desembarco en una multitud de partidos políticos que acabaron convergiendo en lo que fue UCD y Alianza Popular (PP). Ambos partidos estaban a rebosar de líderes políticos que hacía menos de dos años se paseaban con la camisa azul falangista, la boina roja requeté o con esos uniformes tan pomposos que hemos visto en las imágenes en blanco y negro de las Cortes franquistas o conmemoraciones del régimen ¿Quién no recuerda a Fraga Iribarne con ese uniforme blanco impoluto con una banda con los colores de la bandera franquista y saludando al dictador Franco? Eran los líderes políticos de un régimen basado en la represión y el terror pero que no renunciaban a seguir dominando los resortes políticos y económicos del Estado después de la muerte del dictador. Para ellos el Estado español no era más que su cortijo donde podían campar a sus anchas.

Con la muerte de Franco en noviembre de 1975 las élites franquistas tenían todos los medios a su alcance para realizar una reforma política que les permitiera tener impunidad por todos los delitos cometidos durante el régimen franquista y les permitiera seguir controlando las instituciones para preparar la operación de lifting que daría como resultado la aprobación de la Constitución de 1978. La verdad sea dicha que no lo tuvieron muy complicado, el dictador tuvo una muerte sin muchos sobresaltos, a excepción de los dolores de cabeza que le producían los movimientos de protesta que se daban sobre todo en Euskal Herria y en algunas zonas concretas del Estado.

La mayor parte de esa clase dirigente, representada en la UCD, como no podía ser de otra forma, dio su apoyo sin ningún tipo de reservas al texto constitucional. No dejaba de ser una garantía para que pudiesen seguir controlando los resortes del Estado aunque no gobernasen. Hubo un sector más pequeño, representado por Alianza Popular, que en su momento se opuso. Las huestes de Fraga Iribarne no acababan de asumir lo que suponía para ellos la muerte del dictador, aunque con el paso del tiempo, supieron entender que en esta nueva etapa se podían mover como pez en el agua, pues lo aprobado no dejaba de ser una reforma del franquismo, hasta el extremo que en la jefatura del Estado estaba la persona que designó Franco, algo inaudito en cualquier régimen que se quisiera equiparar a una democracia. Las mentes más avezadas del régimen franquista no tenían dudas al respecto, sabían que el nuevo escenario seguía siendo propicio para que pudieran controlar los aparatos del Estado y seguir haciendo negocios, antes con Franco y luego con el inquilino de la Zarzuela. Y a todo esto habría que añadir que el PSOE y el PCE se plegaron a toda ese bodrio mal llamado Transición española.

No voy a traer a colación lo que en los últimos años de la dictadura se denominó el bunker, y que su expresión política era Blas Piñar y los grupos de extrema derecha que se movían entorno a Fuerza Nueva, pues no dejaban de ser un grupo de nostálgicos que tenían el reloj parado en el 18 de julio de 1936. Con posterioridad muchos de los acólitos de Blas Piñar fueron recogidos con cariño en el regazo primero de AP y posteriormente del PP. Al fin y al cabo el hijo pródigo no dejaba de sentar la cabeza y volver a la casa común de la derecha. Dicho de otra forma, habían logrado reunir en un mismo partido todo el espectro que va desde el centro hasta la extrema derecha. Esa fue la gran obra de Aznar.

El actual Partido Popular (PP), por mucho que se disfrace de lagarterana, tiene su inspiración política en la antigua AP, complementada con la manada de políticos que abandonaron el barco de la UCD cuando este se hundía y teniendo como presidente fundador a un ex ministro franquista, Fraga Iribarne. Es de todo el mundo conocido que durante  su mandato como ministro de Información y Turismo (1962-1969) se produjeron acontecimientos siniestros como el fusilamiento de Julián Grimau o el asesinato de Enrique Ruano y como Ministro de Gobernación (1975-1976) se produjeron los asesinatos de cinco trabajadores el 3 de marzo en Vitoria-Gasteiz y dos asesinados en Montejurra por grupos de extrema derecha con la connivencia de los cuerpos policiales. Un personaje tan siniestro que en cualquier país democrático hubiera sido sentado en un banquillo, en España presidió el partido más importante de la derecha ¡Atado y bien atado!

Teniendo claro los orígenes de la actual derecha española, no debería coger de sorpresa a nadie el posicionamiento de los dirigentes del Partido Popular. Con la aparición de VOX se ha proyectado una imagen que tiene como pilar fundamental el colocar a VOX en la extrema derecha para de esta forma situar al PP en el espacio del centro-derecha y conforme a esos estándares democráticos equiparar el PP a la CDU de Ángel Merkel o a La República en Marcha de Emmanuel Macron. Lo que no deja de ser la cuadratura del círculo, algo habitual en la política española.

Este arranque de sinceridad por parte del PP y su entorno que han tenido al blanquear el golpe de Estado de julio de 1936 no se puede pasar por alto. Después de todo lo visto, una vez más no hay lugar a dudas que el PP no reúne los estándares de la derecha democrática europea. Las diferencias entre el PP y la CDU de Ángela Merkel son abismales. Mientras la líder alemana tiene prohibido a los políticos de su partido de llegar a acuerdos con la extrema derecha alemana, el PP no sólo no pone reparos a pactar con VOX, sino que en muchos momentos asimila el discurso de VOX como suyo. Prueba palpable que las diferencias entre ambos partidos son de matices. Otro tanto ocurre con el líder francés, Macron, que ha dibujado una línea muy nítida que separa a su partido de la extrema derecha francesa y europea.

En muchos momentos se está diciendo que VOX está ganando la batalla ideológica, cosa que es cierta, pero si tenemos presente que muchos de los dirigentes de VOX hasta fechas recientes militaban en el PP, ostentando cargos políticos de cierta relevancia, la conclusión es que el PP de forma más o menos expresa siempre ha sido el heredero político del franquismo, aunque hayan moderado su discurso. Ahora, con la irrupción tan importante de VOX, el PP se ha visto obligado a abrir el baúl de sus esencias y a rescatar su verdadera ideología, lo que le lleva a hacer declaraciones todo pelaje y a posicionarse del lado de los militares golpistas del 36.

No parece que haya ayudado a solventar esta situación la pertenencia del Estado español a algunas estructuras supranacionales como son la UE y la OTAN. El hecho que el PP haya convivido con partidos demócratas y, por tanto, antifascistas de la Europa Occidental, no ha servido para nada. Si acaso para blanquear a la derecha franquista española, lo cual no deja de ser un fracaso para la derecha europea.

En el modelo político de las democracias parlamentarias que se dan en la Europa Occidental nos encontramos con una serie de partidos que se desenvuelven entre el centro-derecha y la derecha, marcando distancias con la extrema derecha. Son partidos herederos de una tradición conservadora, liberal o democristiana que marcan sus diferencias de forma muy nítida con la extrema derecha. Esa es la gran diferencia existente con la derecha española.

Para encontrar una derecha que tenga un pedigrí democrático en el Estado español hay que poner la vista en los partidos de derechas que hay tanto en Catalunya como Euskal Herria. En Catalunya la antigua CiU y los que hoy son sus herederos: PNC y PDeCAT, así como en Euskal Herria el PNV, son los únicos representantes de una derecha que no tienen ningún nexo de unión con el régimen franquista. El hecho que pertenezcan a naciones con reivindicaciones históricas dentro del Estado español, como el hecho que se posicionaran en favor de la II República cuando el golpe de Estado de 1936, lo que les acarreo sufrir la represión de la dictadura franquista, hace que sirva para poder ver con mayor nitidez la diferencia entre la derecha franquista y la derecha democrática.

A esta derecha de las naciones históricas del Estado español, que no voy a poner en cuestión su trayectoria demócrata lo que si se le puede exigir es que no cometan algunos de los errores que cometieron en el pasado, al llegar a acuerdos con el PP que fueron funestos y que con posterioridad se les volvieron en su contra. Pactos como el del Majestic, firmado entre el PP y CiU que sirvió para que Aznar llegase a la Moncloa o el acuerdo que firmaron Arzallus y Aznar en Génova 13, sede del PP en 1996, con la finalidad de apuntalar aún más al Gobierno del PP, sólo sirvieron para blanquear y fortalecer a la extrema derecha española.

Después de lo acontecido la semana pasada con el bochornoso espectáculo que dio Pablo Casado rodeado de franquistas convictos, en el que se jaleo el golpe de Estado de julio de 1936, se ha abierto la veda para reescribir la historia. Para esa labor la derecha franquista tiene a su disposición a un gran número de dirigentes políticos del PP, VOX y Cs y a una legión de periodistas y tertulianos de la prensa más reaccionaria, alguno de los cuales ya llevan tiempo haciendo gala de ese revisionismo histórico. Ante este intento de reescribir la historia la única postura de los demócratas pasa por reivindicar el papel de la II República, como régimen legal y legítimamente constituido que fue derrocado mediante el uso de la violencia y trazando una línea muy nítida que separa a los demócratas de los golpistas franquistas y sus amigos.

Reforma laboral: ¿derogación o maquillaje?

En octubre de 1981 se celebró un pleno en el Congreso de los diputados para aprobar la entrada de España en la OTAN. En aquel momento Felipe González tuvo una intervención en la que manifestó que “debemos responder a los planes del Gobierno diciendo que si entramos en la OTAN por mayoría simple del Parlamento saldremos de la OTAN por una decisión de mayoría simple del Parlamento”.

A partir de aquí la historia es de sobra conocida. Cuando el PSOE llegó al Gobierno ni hubo votación en el Congreso para salir por mayoría simple, ni se posicionó en contra de la OTAN en el referéndum que organizó en vísperas de finalizar su primera legislatura. En esa consulta Felipe González echó toda la carne en el asador para que saliera el sí y aquí paz y después gloria.

La realidad nos demostró que una vez que España entró en la OTAN esa decisión vino para quedarse. Han pasado casi cuarenta años desde que se aprobó la entrada y a día de hoy parece harto complicado que se produzca una salida de esta organización supranacional.

Todo lo que aconteció con todo lo relativo a la OTAN a principios de los ochenta me está recordando, salvando las distancias, el proceso abierto para la derogación de la reforma laboral. Un proceso que viene precedido por una posición nítida tanto en los programas electorales que los dos partidos que gobiernan (PSOE y UP), como en el documento que elaboraron para gobernar en coalición. Esa posición se resumía en la derogación de la reforma laboral de 2012 aprobada por el PP. Pero en la actualidad una vez más, no se sabe muy bien que es lo que está persiguiendo el Gobierno, ni los objetivos que se ha marcado. Esto que estamos viviendo, como lo que se vivió con el tema de la OTAN o en otros temas políticos, tienen un denominador común: todas esas decisiones que aprueban los gobiernos y que tienen como objetivo políticas en contra de las mayorías sociales una vez que han salido adelante vienen para quedarse, bien en su totalidad o en parte. Pero siempre sobrevive algo de lo que han aprobado. Esa es su victoria.

La ministra de Trabajo en la actualidad tiene abiertas unas conversaciones-negociaciones con los agentes sociales para no se sabe muy bien si derogar la reforma laboral que aprobó el PP en febrero de 2012, realizar una reforma de la reforma del PP, valga la redundancia, o ni una cosa ni la otra.

En los acuerdos de Gobierno que firmaron PSOE y UP en diciembre de 2019 se recogía una batería de medidas que se podían estructurar en dos grandes apartados formados, por una parte, por la derogación de la reforma laboral de febrero de 2012 y por otro, la elaboración de un nuevo Estatuto de los Trabajadores. Dentro del apartado referente a la derogación de la reforma laboral, a su vez, se podría hablar de dos subapartados. El primero sería la derogación de la reforma laboral en su conjunto y el segundo, la derogación “con carácter urgente” de algunas materias de esa reforma laboral hasta que se procediera a la derogación total de la reforma laboral. Alguna de esas materias de derogación urgente ya ha sido aprobada, como es el caso de “la posibilidad de despido por absentismo causado por bajas por enfermedad”.

Lo que no tiene ningún tipo de explicación racional es la inacción del Gobierno, a través de la ministra de Trabajo para derogar de forma urgente  cuestiones que se recogen en el pacto de Gobierno como “las limitaciones al ámbito temporal del convenio colectivo, haciéndolo llegar más allá de las previsiones contenidas en el mismo, tras la finalización de su vigencia y hasta la negociación de uno nuevo”, “la prioridad aplicativa de los convenios de empresa sobre los convenios sectoriales”, modificaciones como la del “art. 42.1 del Estatuto de los Trabajadores sobre contratación y subcontratación laboral a efectos de limitar la subcontratación a servicios especializados ajenos a la actividad principal de la empresa”, la limitación de “la capacidad de modificación unilateral de las condiciones del contrato por parte de la empresa” y la revisión del “mecanismo de inaplicación de los convenios colectivos, orientándolo a descuelgue salarial vinculado a causas económicas graves”.

Estas cuestiones que he relacionado vienen recogidas de forma expresa en el acuerdo firmado por los partidos que forman el Gobierno de coalición y en buena lógica debía de haberlas derogado de forma urgente, como así han hecho con “la posibilidad de despido por absentismo causado por bajas por enfermedad”.

En buena lógica, los esfuerzos del Gobierno se deberían de dirigir a la derogación de la reforma laboral por el mismo mecanismo que utilizó el gobierno del PP, decreto-Ley, sin tener que entrar a negociar con los agentes sociales. No es que sea malo negociar con ellos, para escuchar sus puntos de vista, pero hay que señalar dos cuestiones que muchas veces se omiten con facilidad.

La primera es para resaltar que esta forma de proceder es perniciosa para una de las partes, en este caso los trabajadores. Cuando el PP aprobó la reforma laboral no abrió ningún tipo de negociación con los representantes de los trabajadores y ahora para derogarla el Ministerio de Trabajo ha abierto un proceso negociador que no se sabe muy bien en qué va a acabar. No se está siguiendo ni el mismo criterio ni lo que en un primer momento acordaron los integrantes del Gobierno de coalición: la derogación de la reforma laboral de 2012.

La segunda cuestión se asienta en tener claro donde reside la soberanía popular y de donde emanan los poderes, para a partir de ese punto tener claro el proceso que se debe seguir para hacer un cambio legislativo de esta naturaleza. Si la soberanía reside en el pueblo, éste elige a los órganos legislativos (Congreso y Senado), y si los elegidos han sido bajo un programa electoral, todo lo que sea salirse de ese cauce no deja de ser una adulteración del mandato popular. Hay una diferencia grandísima entre escuchar a los agentes sociales y sentarse con ellos para acordar un texto legislativo para luego presentarlo en las Cortes. Con esta forma de actuar, se les ha dado capacidad legislativa a unos señores que sin necesidad de presentarse a unas elecciones van a poder participar en la elaboración de la legislación laboral. De ahí que un proceso interminable de reuniones con patronal y sindicatos a lo único que lleva es a que los primeros estén tensando las negociaciones para dilatarlas en el tiempo y que no se cambie nada de la legislación vigente y en el supuesto que se cambie que sea lo menos posible.

A la patronal la reforma laboral de Mariano Rajoy le pareció fantástica, porque el PP no deja de ser el partido que defiende los intereses de las élites y los empresarios de este país, y no deja pasar la oportunidad de legislar en favor de los colectivos a los que representa. Sutil diferencia con la izquierda cuando gobierna, que suele ser incapaz de llevar al BOE las propuestas de su programa electoral.

Por todo ello, lo razonable en estos momentos sería su derogación mediante otro decreto-ley para volver a la situación previa. Cualquier otro camino es alejarse del documento que los partidos que forman el Gobierno suscribieron para presentarse a la investidura y lo único que consigue es generar muchas dudas a los partidos que facilitaron tanto la moción de censura como la investidura del Gobierno actual.

Tampoco es comprensible que todos los temas que iban a derogar “con carácter urgente” no se hayan realizado a día de hoy en su totalidad. Un decreto-ley de esa naturaleza no requiere más que de voluntad política, pues técnicamente no tiene gran complejidad.

Si pasamos a leer la prensa de estos días es significativo que utilizan frases como “la reforma laboral de Díaz” o “la reforma laboral del Ministerio de Trabajo”, etc…  No es casualidad que usen estos términos, pues de las informaciones existentes lo que lleva a pensar es que el Gobierno no está planteando una derogación de la reforma laboral que aprobó el PP, sino de una reforma de la reforma, es decir, ¿lo podríamos llamar la contrarreforma? El chiste fácil que a uno le viene a la mente es que esperemos que no sea como la Contrarreforma de la Iglesia en tiempos de Lutero.

Esta forma de proceder únicamente beneficia a la patronal, representada en la negociación por la CEOE y CEPYME. Su estrategia es clara, pero sencilla al mismo tiempo. Pasa por dilatar estas negociaciones con el objetivo de arañar todo lo posible y que se apruebe lo más tarde posible y esperar a que en las próximas elecciones acceda al Gobierno otros partidos más cercanos a sus intereses, sin olvidar que los empresarios juegan con la carta del Caballo de Troya que tienen dentro del Gobierno, la ministra Calviño. No van a encontrar mejor aliado que ella y con la remodelación del Gobierno ha obtenido más poder aún si cabe.

A la opinión pública nos pueden contar lo que sea pero al final la realidad suele ser tozuda y lo que nos estamos encontrando es que cada miércoles el BOE no publica ningún decreto-ley que recoja lo que acordaron los partidos que forman parte de este Gobierno y todo lo que no se publica en el BOE no deja de ser política virtual.